Nuevos apartados:
Dolors Marin Tuyà.
Artículos publicados en la revista Penedès Econòmic.
Lluís Maria Xirinacs.
Artículos publicados en el diario Avui, cuando Lluís Maria Xirinacs era senador independiente en las Cortes Constituyentes españolas, entre los años 1977 y 1979, traducidos al castellano.
Lluís Maria Xirinacs.
Artículos publicados en el rotativo Mundo Diario, cuando Lluís Maria Xirinacs era senador independiente en las Cortes Constituyentes españolas, entre los años 1977 y 1979.
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Publicaciones:
Lluís Maria Xirinacs.
Agustí Chalaux de Subirà, Brauli Tamarit Tamarit.
Agustí Chalaux de Subirà.
Agustí Chalaux de Subirà.
Agustí Chalaux de Subirà.
Magdalena Grau Figueras,
Agustí Chalaux de Subirà.
Martí Olivella.
Magdalena Grau,
Agustí Chalaux.
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Capítulo 11. Dar la cara.
Las características de una moneda personalizada e
informativa (factura-cheque) facilitan: la responsabilización de
todos los actos libres de intercambio (dejan rastro); la puesta a punto
de un sistema multicaptador de todas las características de cada
acto de compraventa; y, por lo tanto, la posibilidad de contrastar experimentalmente
la mayoría de las teorías económicas.
La responsabilización de todos los libres intercambios es
una posibilidad que ofrece esta moneda no anónima, si su implantación
se hace con las debidas cautelas (protección de datos personales
y uso exclusivo para la documentación de sentencias judiciales).
Se puede así reforzar el Estado de derecho en la medida en que se
disuade al transgresor y que se favorece la resolución jurídica
de los conflictos gracias a la mejora sustancial del sistema de documentación
de los actos mercantiles.
La captación automática, hoy posible gracias a
la telemática, de todos los datos significativos de cada acto de
compraventa, sin referencias personales, permite una información
sobre el mercado que, puesta al alcance de toda la población, puede
ayudar a superar la antinomia entre el libertinaje del mercantilismo y
el del intervencionismo estatista.
Las teorías y políticas económicas podrán
ser contrastadas experimentalmente poniendo al descubierto su capacidad
de resolver los problemas. La ciencia económica, dotada de un potente
sistema de captación de importantes aspectos de la realidad, podrá
mejorar su estratégica función, no siempre bastante eficiente
ni creíble.
Si bien estos tres aspectos están relacionados entre sí,
hay una gran complementariedad entre el segundo y el tercero. Veámoslo
ahora con más detalle.
Primer
aspecto: la responsabilización.
Imaginemos un país, (p.e. España) o una confederación
de países (p.e. Europa), donde la población considera que
la ley ha de ser igual para todos y que los robos, los fraudes, los tráficos
ilegales han de ser perseguidos eficazmente por la justicia. Ya sabemos
que esto hoy es muy difícil, casi imposible de conseguir. Imaginemos
ahora que, en este país, se establece un nuevo marco en el cual
los billetes de banco y las piezas de moneda han sido sustituidas por un
sistema de cuentas corrientes personales y de «facturas-cheque».
Cada persona tiene su talonario de «facturas-cheque» con el
que hace sus compras. Cuando compra una barra de pan, una camisa o una
lavadora... paga con su talonario. En el cheque, el vendedor ha de hacer
constar el nombre del establecimiento, las características y precio
del producto, así como el lugar y fecha de la operación.
El vendedor lleva la «factura-cheque» a su banco y éste
hace el traspaso contable entre las cuentas corrientes de los clientes
y la del vendedor. Todo es muy semejante a lo que hacemos ahora, pero con
algunas diferencias fundamentales. Algunas son de detalle, derivadas de
la incomodidad del sistema monetario actual: la falta de cambio, los errores
de cálculo, el peligro de pérdida o de robo que comporta
comprar y vender con billetes y moneda anónimos. Es evidente que
un talonario de «facturas-cheque» ahorraría la mayor
parte de estos problemas (ya veremos que, para más agilidad y seguridad,
las «tarjetas de pago con memoria» pueden ser una buena solución
si se implantan correctamente).
Si el sistema, pues, parece viable socialmente en el sector del consumo,
todavía lo es mucho más en el sector interempresarial, ya
que de hecho la mayoría de las empresas prácticamente sólo
utilizan cheques y transferencias bancarias.
Pero, un sistema así ¿qué ventaja tiene? Continuemos
la historia. Supongamos que lo que quiero comprar es algo que la sociedad
ha acordado que es ilegal, es decir, que no se vende en establecimientos
reconocidos, sino en economía subterránea (tráfico
de drogas, de armas, de explosivos, de «blancas»...). En este
caso, parece claro que yo no puedo pagar con «factura-cheque».
Y quien trafica con ello tampoco puede comprar, sin que lo uno o lo otro
dejen rastro. A falta de «moneda» se puede recurrir al trueque,
al intercambio de productos y de servicios. «Te doy una radio a cambio
de una dosis de heroína». y el traficante, ¿podrá
comprar la droga al mayorista pagándole con radios?.
El trueque es un fastidio, porque no siempre uno quiere, necesita o
acepta lo que el otro le ofrece. Y, por tanto, limita los intercambios.
En el extremo opuesto al trueque, la moneda anónima facilita «todos»
los intercambios, los legales y los ilegales. En el punto medio, la «factura-cheque»
facilita los intercambios legales y dificulta los ilegales.
Supongamos, sin embargo, que se utiliza el trueque. Quien tiene la radio
la querrá vender. Y dado que no es un establecimiento ni tiene la
factura de propiedad, no podrá hacer gran cosa. Otro caso de trueque
puede ser el realizado con «servicios»: te compro una pistola
a cambio de invitarte a comer o de hacer el amor contigo o de ayudarte
a conseguir un trabajo... Evidentemente, en estos casos no se deja rastro
«monetario», pero este tipo de trato puede funcionar en casos
concretos y esporádicos. No es creíble que sólo con
el intercambio de «servicios» o «amenazas» funcione
toda una organización mafiosa. En una sociedad monetizada, sobre
todo se quiere dinero y... quien acepta o fuerza algún «servicio»
lo hace como propina o diversión. (Dejamos para más adelante
la exposición sobre el otro gran sector de delitos relacionados
con la corrupción, el tráfico de influencias, los fraudes
fiscales y contables...).
Así, pues, en el sector del consumo, la simple introducción
de una moneda personalizada dificulta la compraventa de productos ilegales.
En el caso de realizar facturas-cheque falsas (por ejemplo haciendo constar
un producto que no es el que se vende), la Justicia siempre dispondrá
de mucha más información que en la actualidad (que es prácticamente
nula) para detectarlas. El crimen organizado, las mafias, los grandes escándalos
son muy difíciles de denunciar, desarticular y aclarar, normalmente,
por falta de pruebas formales. Todo se lleva a cabo con moneda anónima.
Sólo cuando hay algún cheque al portador, y sobre todo si
es nominal -error que no se acostumbra a hacer-, el juez tiene indicios
para continuar el proceso.
En un sistema monetario «factura-cheque», en cambio, el
juez tiene mucha información. Supongamos una empresa fantasma que
fabrica tejidos y que, de hecho, comercia con armas o droga. Las facturas
falsas han de corresponder a un cierto equipamiento industrial y a unas
compras de materias primas... No es nada fácil llevar una doble
contabilidad en un sistema monetario de contabilidad en el que todo ha
de cuadrar. Y ya que hablamos de empresas, éstas no podrán
contratar «trabajo negro» por debajo del salario mínimo...
pagando con unos cuantos billetes en un sobre...
Esta nueva moneda puede ayudar a resolver el problema gravísimo
de los impagados. Con una sencilla ley se tendría la seguridad de
que, en cualquier caso, la factura-cheque siempre sería cobrada,
aunque quien la emita no tenga fondos en su cuenta corriente. Tarde o temprano
-dado que sólo tiene una única cuenta corriente donde ingresar
sus entradas- cuando dejara de tener números rojos, le serían
cobradas automáticamente las facturas-cheque emitidas. El temor
a los impagados se resuelve rápidamente, sobre todo si, paralelamente,
una caja interbancaria hace efectivo el pago inmediato al beneficiario
y actúa judicialmente contra el deudor.
Al tratar de la desmercantilización de determinados ámbitos
(capítulo 9) hemos señalado la
posibilidad de que un nuevo tipo de moneda pudiera evitar la impunidad
del tráfico de influencias. La mayoría de legislaciones contemplan
en la actualidad que determinadas funciones sociales (jueces, políticos,
funcionarios... y sus instituciones respectivas) sean incompatibles con
determinadas funciones mercantiles-empresariales. Para ejercer algunas
de estas funciones se acostumbra a exigir un inventario de los bienes al
tomar posesión del cargo, que debe ser contrastado al acabar el
mandato. Es preciso reconocer una vez más que todos estos procedimientos
son formalismos que, si bien indican el peligro de la corrupción,
no sólo no consiguen evitarla, sino que la encubren de hecho, debido
al espejismo de la ritualización de los procedimientos. Dado que
ya tenemos una ley de incompatibilidades... ¡nos convencemos de que
no existe corrupción!.
La implantación de la factura-cheque permitiría establecer
unos mecanismos muy sencillos y claros para hacer frente a este problema.
Se podrían crear unas cuentas corrientes especiales para quienes
se encuentren en estas situaciones. Es decir, jueces, políticos,
funcionariado... mientras lo sean, dispondrían de una cuenta corriente
en la que no podrían recibir más ingresos que los derivados
de su función comunitaria. Este simple mecanismo permitiría
una total transparencia de los cargos públicos sin necesidad de
inspecciones, declaraciones y burocracias. En este «estatuto comunitario»
se puede gastar lo que se ingresa por la función pública,
pero, como que no se pueden tener negocios mercantiles mientras se está
en el cargo, no es posible facturar nada que sirva de excusa para ingresar
cantidades en la propia cuenta. De esta manera se cierra el paso a los
diferentes tipos de soborno, prácticamente imposibles de detectar
y de perseguir en el actual sistema.
Con respecto a la posibilidad del trueque de bienes y de servicios,
estamos ante una situación parecida a la descrita en el interior
del mercado, pero en este caso todavía más difícil
por el «sobreprecio del prestigio». Jueces o políticos,
bien pagados por la comunidad, no venderán su carrera por un plato
de lentejas.
Aun así hay en esta situación dos puntos que se pueden
considerar débiles: en relación a que el soborno beneficie
al cargo público indirectamente a través de un familiar o,
en el futuro, cuando ya haya acabado el cargo o el mandato. Pero en los
dos casos, tarde o temprano, se pueden encontrar huellas de entradas cuantiosas
poco justificables. Lo que parece cierto es que el juez encargado del caso
siempre le será mucho más fácil que ahora establecer
posibles conexiones con familiares o con el propio interesado en el futuro.
En este último caso, se pueden poner determinadas limitaciones para
pasar inmediatamente al mercado gracias al mantenimiento de este «estatuto
comunitario» -con cuenta corriente especial de financiación
comunitaria- durante un cierto tiempo (meses, años) según
la importancia del cargo. Quizás es mejor pagar unas buenas vacaciones
fuera del mercado que facilitar la costumbre de muchos cargos públicos
que, tranquilamente, al dejar su mandato se convierten en importantes accionistas
en los consejos de administración de las principales empresas del
país (!).
Un estatuto comunitario de este tipo podría ser ampliable a otras
profesiones y instituciones que quisieran desmercantilizarse y desestatalizarse
(enseñanza, medicina, medios de comunicación, asistencia
social, asociaciones no lucrativas...). Éstas recibirían
financiación pública, pero serían ejercidas privada
y autogestionadamente sin ánimo de lucro.
En definitiva, con la «factura-cheque» como única
moneda, el juego sucio se haría mucho más difícil.
«La ocasión de pecar» no sería permanente. Como
se dice popularmente: «la ocasión hace al ladrón».
Pero, como también veremos, no se puede perseguir al delincuente
sin preguntarse sobre las causas de la delincuencia. Y no sólo por
este motivo, sino por coherencia con lo que debe ser un país civilizado
hoy, es necesario asegurar un mínimo existencial que no lleve a
delinquir para vivir.
(Sobre cómo el sistema de factura-cheque puede facilitar la implantación
y financiación de un mínimo existencial, sin aumentar impuestos
y sin burocracia y «picaresca», se tratará en un próximo
volumen. También se especificarán con más detalle
las características y funcionamiento del «estatuto comunitario»).
Segundo
aspecto: más allá del mercantilismo y de la planificación.
Hasta hoy, especialmente en este último siglo, ha habido dos
posturas diferenciadas y antagónicas. La primera consiste en afirmar
que la libre iniciativa de los ciudadanos, sin ningún tipo de intervención,
es el mejor sistema para la producción y la distribución
de los bienes económicos. Es decir, que el mercado cuanto más
libre, mejor. La segunda postura viene a decir lo contrario: que la planificación
centralizada es el mejor sistema para asignar los recursos y no malgastarlos.
De cada postura se deriva un modelo teórico de sociedad con características
diferentes: en el primer caso, la propiedad privada individual; en el segundo,
la propiedad estatal; en el primer caso, el beneficio, el lucro, el egoísmo
es lo que mueve el mercado; en el segundo, la solidaridad, la racionalidad
y el altruismo.
La realidad se ha ido configurando con unas economías mixtas
y, de hecho, ninguno de los dos modelos existe en la práctica como
modelo puro. Posiblemente, el tema debe ser analizado más a fondo.
Uno de los problemas iniciales del mercado libre es que ha sido presentado
como un juego. Pero, ¿como un juego con reglas (en inglés
«game») o como un juego libre (en inglés «play»)?
(Duvignaud, Jean). El mercado es evidentemente un juego con reglas internas
sin las cuales, tomado como un juego libre, no funciona. Pero, la ambigüedad
de llamarlo «mercado libre» hace que toda regulación
del mercado provoque reacciones entre los «liberales». Existe
aquí un malentendido gravísimo. El mercado tiene unas reglas
internas que pueden ser modificadas para procurar mayor eficiencia en la
producción y distribución de la riqueza. La falta de explicitación
y de concreción de estas reglas -tomando el mercado como «play»-
ha hecho intervenir a los perjudicados por este juego, que han negado todo
juego porque sólo era «libre» para algunos de los grandes
del mercado, para los más poderosos.
El sueño de la planificación centralizada es que el Estado
-que es el representante de la comunidad, especialmente de las mayorías
desfavorecidas por el libre juego del mercado-, sea una única empresa,
mucho más racional que la lucha entre empresas dentro el mercado.
No es necesario jugar. La economía es muy seria y debe ser tratada
con la seriedad de un cuartel militar.
Entre
el «juego sin reglas» y la «destrucción de todo
juego» hay otro camino que es definir el mercado como un juego reglado,
como un «game». Las reglas de este juego han favorecer la máxima
racionalidad, pero a su vez la máxima creatividad; la máxima
libertad, pero al mismo tiempo la máxima responsabilidad. Estas
reglas han de definir el límite de lo que es mercantilizable y de
lo que no lo es (lo que es comunitario, aquello a lo que no es posible
poner precio... lo que es juego libre «play», lo que Kant llamaba
finalidad sin fin: el arte, la literatura, la relación humana, la
comunicación, la cultura...).
Ahora bien, todo «game», juego con reglas, necesita un sistema
de información del desarrollo del propio juego y un buen arbitraje
para resolver los conflictos. El mercado libre consideraba que la información
se daba libremente en el mercado mismo -en la plaza, que es donde se establecen
los precios. Y que los Tribunales tenían que resolver los conflictos.
La planificación centralizada confiaba en un complejo sistema informativo
que tenía que ser llevado a cabo por la banca nacionalizada, en
la que unos cuantos millones de funcionarios del partido tenían
que recoger la información de ofertas y demandas y racionalizarían
la gran empresa única.
La sensación que tenemos es que ninguno de los dos modelos teóricos,
ni ninguna de sus aplicaciones prácticas, han resuelto bien el problema,
al menos en la complejidad creciente de las sociedades occidentales actuales.
Ambos sistemas no tienen resueltas ni la información ni la resolución
de los conflictos surgidos en la aplicación de las propias reglas
-más o menos explícitas- que se han impuesto.
En un mercado indirecto, donde no se realiza el trueque, con uso de
moneda, la información se complica: existe la compraventa de mercancías
reales y concretas, por un lado, y exige el movimiento de dinero que no
siempre es paralelo a la compraventa de mercancías, por el otro.
Entre la una y la otra se crea, por definición y por constatación,
una ruptura que no es posible calcular. El resultado es el caos del mercantilismo:
excedentes junto a la miseria.
Alguien podría considerar exageradas algunas de estas afirmaciones,
pero el estudio hecho por José Manuel Naredo (19891)
es impactante. Muestra la importancia social que tiene el hecho de que
la contabilidad nacional no recoja las rentas generadas por la especulación
inmobiliaria (ni por la bursátil). Este lapsus de la contabilidad
nacional favorece a unos pocos sectores sociales y perjudica a los restantes:
en relación al crecimiento de la Renta Nacional «conviene
puntualizar que este agregado monetario no corresponde... con los ingresos
que de verdad obtienen los españoles». Entre otras «ficciones»,
«no toma en consideración...los beneficios de la compraventa
de activos mobiliarios ni inmobiliarios, o aquellos derivados del manejo
de activos financieros en el negocio bancario». Y, concretando sobre
las consecuencias de esta ficción contable, continúa: «mientras
en el período 1985-1988 el índice general de precios al consumo
creció en base a una tasa media anual del 6%, las cotizaciones bursátiles
lo hicieron a una tasa anual del 48% y los valores medios del patrimonio
inmobiliario llegaban cerca del 30%». El hecho de que estos ingresos
derivados de la compraventa de inmuebles y de acciones «no aparezcan
recogidos en las estimaciones oficiales de la Renta Nacional, ha acentuado
la hendidura existente entre la economía real y la convencional.
Así, mientras gobernantes y sindicalistas centraban su discusión
sobre los, en cualquier caso, modestos crecimientos de los ingresos registrados
en el 'cuadro macroeconómico', las páginas de la prensa se
hacían eco de las nuevas caras que aparecían en el ranking
de las grandes fortunas del país gracias a los ingresos que transcurrían
al margen de aquel 'cuadro'».
Contabilizar todas las rentas monetarias (incluidas las especulativas)
permite entender mejor la confluencia -difícil de explicar con la
versión contable convencional- entre «los signos de un auge
económico y una ostentación consumista, sin parangón
en los últimos diez o quince años, y unas tasas de desempleo
y de marginación social también sin precedentes». Según
los cálculos hechos por Naredo, la especulación (con 2,6
puntos) ha contribuido más al crecimiento de la Renta Nacional que
toda la industria (con 1,4 puntos de crecimiento real). «Queda claro
-continúa- que el auge económico actual no se caracteriza
por una expansión de la industria y del trabajo en este sector,
sino por su solapamiento con la existencia de zonas industriales en declive
y «bolsas» de paro y de pobreza».
«En resumen, en lo referente a la inflación, podemos decir
que lo que se ha «recalentado» no ha sido la economía,
sino un sector muy particular de ésta: el inmobiliario. Un sector
en el que el espectacular comportamiento inflacionario ha permanecido al
margen de los indicadores corrientemente manejados por los macroeconomistas,
a pesar de haber sido el principal motor del crecimiento reciente (y de
la 'inflación subyacente')».
Estas «ficciones» contables, de tan graves consecuencias,
«han de mantenerse aunque tan sólo sea porque se atienen a
las metodologías internacionales vigentes» es decir, que las
contabilidades nacionales de todo el mundo son igualmente ficticias.
Naredo ha intentado calcular aproximadamente el peso de la especulación
bursátil e inmobiliaria. ¿No sería interesante poder
saber, también, «los beneficios... derivados del manejo de
activos financieros en el negocio bancario»?.
Vayamos ahora a hacer un repaso de la planificación teórica
alternativa al desbarajuste del mercado. En un sistema planificado con
millones de «burrócratas» y unos cuantos planificadores,
las informaciones se falsifican, se mutilan, sea por incapacidad técnica
de reunirlas, sea por corrupción, por presión política
o por temor a no cumplir con el plan quinquenal. Perdido el atractivo del
juego, la producción decae, el mercado negro aparece, se tolera,
y todo va pudriéndose, carente de iniciativa, de creatividad y ahogado
en la ineficacia forzada de la burocracia. En un excelente y reciente libro
sobre la Unión Soviética encontramos una descripción
perfecta de estas situaciones: «La mayor parte de los problemas que
atenazan a la estructura de la planificación central se derivan
del control excesivo y, al mismo tiempo, ineficaz sobre los factores de
producción, y de la poca fiabilidad de la información disponible
en lo que respecta a la actividad de estos factores2».
«Una idea de la magnitud de las actividades del Gosplan y de las
oficinas que se encargan de las tareas de la planificación viene
dada por el dato de que proporcionan trabajo a unos 15 millones de personas
y que manejan cada año alrededor de 850 mil millones de documentos3».
«Las dos circunstancias que explican el crecimiento de 'la economía
complementaria' son la exigencia de cumplir -siquiera sea artificialmente-
con los planes y el estado general de escasez que caracteriza la economía
soviética4».
La
concepción racionalista y burocrática es el núcleo
de la aplicación del sistema de planificación ya desde sus
orígenes. Según Lenin, un único banco nacionalizado
tendría la misión de armazón de la sociedad socialista
con el «control contable de todo el Estado, medición y verificación
de la producción, y distribución de bienes y artículos
por todo el Estado5».
Para llevar esto a cabo, Lenin contaba con la capacidad de los 10 millones
de funcionarios que el partido podía aportar.
Lo que puede permitir un sistema monetario del tipo «factura-cheque»
es que las unidades monetarias se muevan entre cuentas corrientes exactamente
en paralelo al movimiento de mercancías de cada acto de compraventa.
Y, como consecuencia de ello, el conjunto de «facturas-cheque»
ofrezca una información exacta y exhaustiva de lo que se realiza
en el mercado. Solamente con una buena centralización informativa
se posibilita, paradójicamente, la descentralización del
mercado, siempre y cuando la información centralizada se ponga al
alcance de todos los agentes del mercado, es decir, que se socialice.
Repasemos la propuesta. Con un sistema monetario factura-cheque únicamente
se socializa la información y, con este hecho, el mercado puede
reaccionar constantemente para equilibrar y optimizar la producción
según la demanda. Pero, para socializar la información es
preciso, necesariamente, centralizarla, ya que se necesita ver las magnitudes
conjuntas, sectoriales y territoriales de la economía. Ahora bien,
lo que se necesita centralizar y socializar no es la información
personalizada sino, estrictamente, la información sobre el objeto
y las circunstancias de la transacción (tipo de mercancía,
lugar, día, precio). Dependiendo de la complejidad y amplitud del
mercado, el procesamiento de esta información sería muy voluminoso
y costoso. Pero hoy disponemos de unos medios que Lenin no tenía
y que se están implantando muy por debajo de sus posibilidades en
lo que se refiere a facilitar el equilibrio económico y la mejora
del mercado. Estos medios no son otros que el dinero electrónico
o la moneda telemática. De las posibilidades y peligros de su uso,
trataremos más adelante (capítulos
17 y 18).
La factura-cheque permite, pues, en este sentido macroeconómico,
concretar varias posibilidades, hoy consideradas utopías: controlar
la inflación-deflación, por el simple hecho de que sólo
«circula» la cantidad de moneda que necesita el mercado; favorecer
el seguimiento y el autocontrol, en igualdad de condiciones, de las reglas
de juego que el mercado se impone; facilitar la libertad de mercado dentro
de estas reglas de igual cumplimiento para todos; facilitar una información
fiable a todos los agentes del mercado para optimizar su actuación
como inversores, productores o consumidores; autorresponsabilizar a la
sociedad gracias a la capacidad de observar el resultado de las propias
acciones sin tener que recurrir a intervencionismos estatistas considerados,
normalmente, como arbitrarias imposiciones, a pesar de que estén
bien fundamentadas (la falta de conocimiento de este supuesto buen fundamento
de medidas intervencionistas crea irresponsables que, acostumbrados al
engaño y desinformados de la magnitud de los problemas, pueden llegar
a solicitar más de lo que realmente les pertenece).
Tercer
aspecto: ciencia neo-económica.
La tercera gran posibilidad de la aplicación de un nuevo sistema
monetario informativo es complementaria de esta última y consiste
en dotar de información de primera mano no solamente al conjunto
del mercado, sino también a los «economistas». La ciencia
económica está en un gran descrédito hasta el punto
de que el nombre de «ciencia» es un eufemismo que muchos economistas
ya no se atreven ni a proferir. El descrédito proviene -tal como
decía un día un ingeniero de sistemas de una importante caja
de ahorros- «de que la tarea de los economistas consiste en pasarse
la mitad del tiempo pronosticando unos determinados resultados y, la otra
mitad restante, intentando explicar por qué éstos no se han
dado». Curiosamente bastantes innovadores en economía no han
sido «economistas» sino ingenieros. Es evidente que éstos,
acostumbrados a un fortísimo rigor teórico que se enfrenta
siempre con los hechos, no pueden aceptar el esoterismo económico.
Quizás la economía no progresará mientras el rigor
sistemático de los ingenieros no la penetre o la sustituya. (Al
final del capítulo 8 ya hemos hecho un repaso de la poco confortable
situación de «la economía como ciencia» en la
voz de los propios economistas). Ahora sólo un breve repaso extraído
de un sugerente artículo de Alfons Barceló (19886).
«La economía no ha rebasado todavía el estadio de
«proto-ciencia». (...) Son rarísimas las «leyes
económicas» reconocidas como verdaderas y relevantes por la
totalidad de los economistas. No hay acuerdo general entre los expertos
sobre el «objeto» de la economía (..). Es fácil
percatarse de que los conceptos básicos son, a menudo, vagos y a
veces inescrutables... (...) Si a ello añadimos algunas pifias sonadas
en cuanto a predicciones fallidas y a programas de acción fracasados,
no ha de sorprender que sean consideradas de fiabilidad limitada, tanto
las recetas derivadas de los trabajos teóricos como el propio cuerpo
de conocimiento sistemático heredado.(..) Es una ciencia inmadura.
Podría establecerse algún paralelismo entre la situación
actual y el estado en que se encontraban la biología o la química
a principios del siglo XIX... No me parece exagerado decir que la teoría
económica dominante constituye una mezcla de ciencia, tecnología
o ideología que se transmite como doctrina con muchos rasgos de
tipo teológico. Se debe añadir que muchas de las proposiciones
centrales de la teoría económica son simples tautologías
que no contienen ninguna verdad fáctica, o bien se refieren a «mundos
posibles» con poca relación con las realidades históricas
sublunares(...)».
Las citas que Barceló hace en el artículo, tampoco tienen
desperdicio: «Para avalar esta queja podemos llamar al estrado a
uno de los economistas actuales de mayor prestigio, que reconoció
que «no puede negarse que haya algo de escandaloso en el espectáculo
de tantas personas dedicadas a refinar el análisis de situaciones
económicas, que no hay razón para suponer que hayan existido
o vayan a existir en algún momento7»».
«El premio Nobel Herbert Simon ha dicho hace poco: «Creo que
los manuales de microeconomía son un escándalo. Creo que
someter a jóvenes influenciables a este ejercicio escolástico
como si dijera algo del mundo real, es un escándalo... No conozco
ninguna otra ciencia que se proponga tratar fenómenos del mundo
real y que parta de afirmaciones que están en flagrante contradicción
con la realidad8».
Concluye, con una clara apelación a mejorar la situación
presente. «En fin, 'la ingeniería social' ha sido practicada
desde siempre sobre bases de sentido común, tradiciones más
o menos fiables y mediante acumulación de recetas por ensayos de
prueba y error. Ahora bien, el conocimiento rutinario puede ser suficiente
para mantener un determinado estado de cosas, pero es inadecuado para proyectos
de cambios sociales profundos. En consecuencia, cualquier aspiración
a subvertir el orden existente, de forma intelectualmente responsable,
requiere esforzarse en desarrollar y articular los diversos componentes
de las tecnologías económicas, políticas y sociales,
así como unos sólidos cimientos científicos en que
apoyar los programas de recambio».
En este aspecto, la intención de proponer un sistema monetario
factura-cheque no es otra que la de contribuir a dotar a la tecnología
económica de un potente instrumento operativo, tanto para la investigación
como para la contrastación. Siempre será difícil asegurar
que la economía «monetaria» refleja exactamente la economía
«real» en todos sus aspectos. Pero lo que parece cada vez más
claro es que los actuales sistemas monetarios no sólo no pueden
conseguir esta función, sino que esencialmente la dificultan.
Para entender mejor lo que pretendemos, podemos imaginar el caso de
que la implantación de un sistema monetario factura-cheque fuese,
algún día, una realidad. Si esta hipotética implantación
hubiese contribuido a mejorar la ciencia económica, podríamos
imaginar un escrito parecido al siguiente:
«Durante los dos últimos siglos del segundo milenio
apareció una rama del conocimiento que se denominó 'ciencia
económica' por imitación de las llamadas 'ciencias naturales'.
Pero, a diferencia de éstas, no disponía de ningún
método serio para contrastar con la realidad las teorías
e hipótesis que se formulaban. Según se decía, este
método de contrastación era imposible porque la realidad
económica tenía una gran parte de componentes humanos imprevisibles,
que no podían ser captados con los sistemas de información
disponibles. Como sabemos, de momento -y, posiblemente, nunca- algunos
de estos componentes humanos no podrán ser «objetivados, medidos
ni cuantificados». Y éste es uno de los límites de
la ciencia aceptado en los últimos siglos. Pero, sorprendentemente,
no habían ni tan sólo conseguido medir lo que sí podía
ser medido, ni consignar lo que sí podía ser captado con
relativa simplicidad y objetividad (cada acto elemental de compraventa,
con inscripción de sus datos más significativos). Mientras
el sistema monetario iba errático por un lado y las encuestas, prospecciones
y estadísticas iban por otro, nada resultó fiable y mucho
menos exacto y exhaustivo. En un siglo de grandes avances matemáticos
e informáticos continuaban fundando la práctica monetaria
en teorías totalmente obsoletas o incontrastables. Fue la introducción
de un sistema monetario informativo lo que facilitó enormemente
la investigación de los analistas del mercado. Las tablas input-output
se pudieron tener primero cada año, después cada mes hasta
llegar a su procesamiento casi a diario. Centenares de teorías que
se habían acumulado durante doscientos años pudieron ir pasando
por la criba de la contrastación. Mirando todo el proceso en perspectiva,
descubrimos que la «ciencia económica», cegada por el
gran aparato matemático y «científico», había
olvidado aquello tan esencial que se convirtió en el fundamento
de las ciencias naturales: definir un sistema de medición y de procesamiento
de la información que permitiera contrastar las hipótesis
con la realidad. Fue así como avanzaron la física, la química,
la medicina... y así ha podido avanzar la neo-economía siempre
en los límites de su campo, definidos por la complejidad de las
motivaciones humanas y de las relaciones sociales».
Este texto pretendidamente provocativo, desgraciadamente para quienes se
enojen, no puede recibir otra sanción que la de la historia venidera.
A los ofendidos o a los que lo consideren presuntuoso no les queda más
remedio que demostrar su falsedad u ofrecer mejores métodos y resultados,
para y de su «ciencia».
Quien tiene la conciencia tranquila da la cara. Pero hoy la da muy poca
gente porque todos tenemos, en un rincón u otro, algún «pecado»
inconfeso que hemos cometido, no siempre por gusto sino, a menudo, por
necesidad, para sobrevivir. En un mundo de crápulas, de corrupción
institucional, de mentira establecida... todos se ven compelidos a hacer
lo mismo, cada uno a su nivel. Pero el juego sucio no es, posiblemente,
una fatalidad inherente a la condición humana. Por lo menos, es
una realidad que se ve, o no, favorecida por determinadas estructuras sociales,
que difícilmente podrán ir transformándose mientras
haya un arma potente y bloqueadora tan al alcance de todo el mundo y, sobre
todo, de los poderosos.
Notas:
1Naredo,
José Manuel, «Sector inmobiliario y crecimiento económico
(1985-1988)». Ponencia presentada en la Universidad Internacional
Menéndez Pelayo. Publicada posteriormente por el Banco Hipotecario
de España.
2Taibo,
Carlos, La Unión Soviética de Gorbachov, Fundamentos,
1989, página 25.
3Íd.,
página 30.
4Íd.
página 34.
5Hill,
Cristopher (1947), La Revolución Rusa, Ariel, 1969, página
107.
6Barceló,
Alfons, Rápido chequeo a la teoría económica,
«Cuadernos de Economía», volumen 16, 1988, páginas
343-366.
7Hahn,
1970.
8Simon,
1986.
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