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Dolors Marin Tuyà.
Artículos publicados en la revista Penedès Econòmic.
Lluís Maria Xirinacs.
Artículos publicados en el diario Avui, cuando Lluís Maria Xirinacs era senador independiente en las Cortes Constituyentes españolas, entre los años 1977 y 1979, traducidos al castellano.
Lluís Maria Xirinacs.
Artículos publicados en el rotativo Mundo Diario, cuando Lluís Maria Xirinacs era senador independiente en las Cortes Constituyentes españolas, entre los años 1977 y 1979.
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Publicaciones:
Lluís Maria Xirinacs.
Agustí Chalaux de Subirà, Brauli Tamarit Tamarit.
Agustí Chalaux de Subirà.
Agustí Chalaux de Subirà.
Agustí Chalaux de Subirà.
Magdalena Grau Figueras,
Agustí Chalaux de Subirà.
Martí Olivella.
Magdalena Grau,
Agustí Chalaux.
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Capítulo 9. La sutil servidumbre de la cultura.
Las características de la moneda anónima también
favorecen la monetización, la mercantilización y la prostitución
de muchos aspectos humanos, incluso de los más inmateriales (formación,
información, investigación, salud, derecho, política,
arte, sexo, espíritu...) mientras que, paradójicamente, no
ayudan a resolver satisfactoriamente las funciones más básicas
de la moneda: facilitar el intercambio de bienes (no males) y servicios
(no «deservicios») y permitir el equilibrio entre producción
y consumo-inversión en sociedades complejas que no pueden usar el
trueque.
Uno de los problemas fundamentales de un cambio de orientación en
la civilización occidental, que conduzca hacia un respeto por el
resto de las culturas del planeta y por la naturaleza, es la falta de capacidad
crítica y creativa de los «creadores de cultura», sometidos
a dependencias más o menos confesadas ya sea de los Estados (públicos)
o de empresas (privadas), que establecen y favorecen programas y proyectos
continuadores del sistema.
El fracaso del desarrollo de los llamados «países retrasados»
evidencia no sólo un exterminador neocolonialismo cultural y económico,
sino la pobreza de la cultura occidental que identifica el «buen
vivir» y «la calidad de vida» con la producción
y posesión de objetos. No todo bien mercantil (que aumenta el PIB)
es un bien objetivo para la persona, para la sociedad y para la naturaleza,
sino que en muchos casos es, o participa, de un mal (perjuicios para la
salud, agotamiento de recursos, sistema de dominación...). Lo mismo
podemos decir de los «servicios». La libertad no puede circunscribirse
a elegir entre unas opciones dadas sino que, sobre todo, ha de permitir
crear
nuevas opciones.
El sector «económico» que más importancia
está tomando en los países «desarrollados», por
encima del sector secundario (industria) y del sector primario (materias
primas), es el llamado sector terciario (servicios). Este es un conglomerado
de actividades muy heterogéneas que van desde la burocracia, a las
profesiones liberales; desde el transporte y comunicaciones a la política;
de los servicios de limpieza a los informáticos...
Otra gran clasificación de la economía es la que separa
las actividades «públicas» de las «privadas».
Así, en lo referente al sector terciario, tendremos «servicios
públicos» y «servicios privados».
Una última distinción, no tan habitual, pero no menos
importante para intentar poner en claro este complejo sector, es la que
separa las actividades lucrativas de las actividades sin ánimo de
lucro.
La falta de claridad teórica y práctica de estos diferentes
«estatutos» tiene, como se sabe y padece, grandes repercusiones
sociales, políticas y económicas.
En el debate entre servicios públicos y servicios privados deberíamos
discernir si pueden considerarse actos semejantes -regidos por la misma
dinámica de mercado- producir patatas y atender a un enfermo, construir
casas y ser alcalde, fabricar coches y ser juez, imprimir libros y ser
maestro...
Normalmente se considera que los servicios públicos son aquellos
que dependen de alguna institución del Estado, que, como teórico
representante del bien común, asume aquel servicio porque es de
utilidad pública, fuera de las leyes de mercado (gratuito o con
precios políticos) y que es gestionado por funcionarios.
Los servicios privados son aquellos que, en cambio, están mercantilizados,
es decir, que el usuario paga lo que le pide el mercado, el cual está
formado por los profesionales o propietarios de los servicios.
El resultado es que el usuario, en algunos casos, por ejemplo en el
de la sanidad, debe pagar una importante suma mensual para la Seguridad
Social -y recibe un deficiente servicio, por su burocratización
y masificación- y, además, se paga la medicina privada -a
veces al mismo médico que le recibe en 3 minutos en la consulta
de la Seguridad Social-. Y esto se repite, con formas peculiares, entre
enseñanza pública y enseñanza privada, entre medios
de comunicación públicos y privados, entre policía
pública y privada (servicios de seguridad); entre seguros y pensiones
privadas y públicas, entre transportes privados y públicos,
entre «investigación» pública y privada...
Parece que estos son un tipo de servicios que para su buen funcionamiento
necesitan libertad, tanto por parte de quien los ejerce como de quien,
según los casos, los usa. Son unos servicios que fácilmente
pueden degenerar, por motivos diferentes, tanto cuando se crea la estatalización
y se burocratizan, como cuando se mercantilizan y se vuelven elitistas.
¿Podemos buscar un estatuto diferente de los actuales que facilite
la gratuidad -el acceso a todos sin discriminación- y al mismo tiempo
la calidad y la libertad, tanto para el profesional como para el usuario?
¿Cómo aplicar un modelo de estas características en
la práctica para no caer en abusos ni en privilegios, ni en nuevas
burocracias ineficaces?.
Este conjunto de actividades tiene otro problema muy importante: quien
paga manda. Y quien manda en el mundo del «saber» manda, de
una u otra manera, en las conciencias de las personas. La polémica
entre público (bien común) y privado (lucro privado) es falsa.
El Estado se ha convertido en un bien privado, en una corporación
que defiende sus privilegios (y el de los grandes privados que la dominan)
y que tiene todos los medios coercitivos (leyes, policías, ejércitos,
jueces...), que los pequeños privados no tienen. Se ha establecido
una lucha, o pelea de feria, entre dos «privados», a veces
con intereses comunes y a veces contrapuestos, que ejercen el poder del
«saber» sobre la población. La libertad real que tiene
el usuario sólo radica en la elección entre medicina privada
y pública, entre escuela privada y pública, entre información
privada y pública... Cada una tiene ventajas e inconvenientes, pero
ambas son terriblemente celosas de las medicinas libres, de las escuelas
libres, de las radios libres...que no tienen enfoques de dominación
ni de avasallamiento. El usuario no tiene libertad para escoger otro tipo
de servicio e incluso, en algunos casos, puede ser sancionado o encarcelado
por intentarlo. ¿Por qué se mantienen estas estructuras tan
irracionales presentadas bajo el nombre de «Estado del Bienestar»?.
Y, he aquí, el último mecanismo: los intereses creados.
Lo que es «público» es pagado por todos los que están
obligados a tributar impuestos, pero los mecanismos principales de toma
de decisión de cómo se «gasta el dinero público»,
de cómo se organizan los servicios públicos acostumbran a
estar prostituidos por situaciones legales e ilegales, pero reales. Y toda
prostitución significa pagar un precio, un precio que es más
alto cuanto más transcendente es el poder de quien se prostituye.
Por la vía legal, la prostitución de la democracia comienza
con el sistema electoral y con el increíble sistema de financiación
que obliga a todos los partidos a venderse a quien tiene dinero suficiente
para pagar las inmensas sumas de las campañas electorales. ¡Industriales
y banqueros son quienes financian legalmente los partidos! Si ganan, el
agradecimiento generoso. Si pierden, la esclavitud del deudor. Legalmente
no se puede probar casi nada, pero todo el mundo lo piensa y lo «sabe».
El soborno y la corrupción son la más patética realidad
del poder. Sólo llegan a la opinión pública cuando
interesa hundir a algún competidor creando un escándalo.
La Justicia, tercer brazo independiente, diseñada para proteger
el derecho y defender a los ciudadanos de los abusos y del poder, permanece
unida a trampas semejantes, sujeta a lo «público» (por
el ejecutivo) y a lo «privado» (por el soborno y por las castas
sociales a las que pertenecen muchos de sus funcionarios).
Los numerus clausus, excluyen miles de profesionales preparados
para mejorar cuantitativa y cualitativamente estos servicios, y las oposiciones
a plazas de funcionarios no siempre permiten el acceso a los mejor preparados
por sus relaciones humanas específicas, sino a los capaces de pasar
unas pruebas memorísticas que no demuestran nada del arte de ejercitar
una profesión.
Además de los servicios públicos y privados, el sector
terciario reúne un conjunto de actividades culturales, aparentemente
las más libres: las de los artistas (escritores, poetas, pintores,
escultores, arquitectos, diseñadores gráficos, periodistas,
actores, directores audiovisuales...). Todos estos creadores culturales
son de muy difícil evaluación en función de su productividad
y, normalmente, dependen del azaroso mundo de los «editores»
y «productores», de las promociones y de la especulación.
Tienen una gran influencia social, tanto para justificar y mantener la
sociedad, como para subvertirla. Tanto su burocratización como su
mercantilización aseguran la muerte de la cultura transformadora.
Para terminar este repaso debemos ubicar, también, lo que llamamos
entidades y actividades no lucrativas. Su objetivo es beneficiar al socio
o a un determinado sector social, sin que, en la actividad que se realiza,
se repartan «beneficios» pecuniarios. Las entidades no lucrativas,
sin ánimo de lucro, mueven dinero y algunas, como las deportivas
o las cajas de ahorros, mucho, pero los beneficios se deben reinvertir.
No tienen accionistas, sino socios. Estas entidades no pueden ser clasificadas
como públicas (aunque hagan una función pública, pero
no son estatistas) ni como privadas (aunque las dirijan privados, pero
no tienen ánimo de lucro). Algunas son, incluso, consideradas «Corporaciones
(privadas) de derecho público». Muchas de estas entidades
viven en parte de cuotas de socios, en parte de subvenciones públicas
y en parte de sponsors privados. Y, por ello, no siempre pueden
mantener su pretendida independencia.
Existe otro tipo de «servicios», medio legales, medio ilegales,
considerados por algunos como libres, por otros «forzados»,
que se relacionan con el sexo y el afecto. Los que consideran la prostitución
como un fenómeno libre y natural piensan que ésta debe convertirse
en un servicio público o privado; pero en cualquier caso «seguro»
y «digno». Posiblemente, éste es uno de los casos más
representativos de todos los que hemos ido comentando. Una cosa es aceptar
que para vivir es preciso vender la propia fuerza de trabajo y otra, muy
distinta, que es preciso venderse a sí mismo (o la cosificación
de una parte de sí mismo). El afecto, el sexo, como el espíritu
y la conciencia, son demasiado especiales como para ponerles un precio,
para mercantilizarlos sin destruir la persona y su dignidad. Y no acostumbra
a hacerse, si no es para sobrevivir. Si la gente tuviera medios para vivir
dignamente, no sería tan fácil que niños, adolescentes
y adultos se dejaran poner precio a su intimidad.
Y al lado del sexo, el espíritu. La prostitución del espíritu,
con la compra de las religiones, se suma a las prostituciones de la política,
de la cultura, del arte. El dinero, oscuro, lo pudre todo en estas esferas.
En las grandes iglesias y en las sectas.
Toda esta «superestructura» tiene la capacidad de suscitar
y de conducir los anhelos de liberación más profundos, o
la capacidad de «alienar» a las personas y a los pueblos. Éste
es su poder y quienes la «mantienen» conocen perfectamente
¡la rentabilidad de su inversión a fondo perdido!.
Después de algunos años de experiencia con la planificación
estatista no queda más remedio que aceptar que el mercado, en determinadas
condiciones y lugares, puede ser un buen mecanismo de producción
y distribución de la riqueza. Pero, debemos precisar muy bien cuáles
son estas condiciones. Y todavía más, debemos precisar lo
que es mercantilizable y lo que no puede serlo por generar efectos secundarios,
contrarios a los perseguidos.
La competitividad, si no es desleal, parece un buen sistema para desarrollar
la «competencia», la capacidad de eficiencia responsable en
cualquier ámbito «económico». Pero, debemos reconocer
que la condición fundamental de su lealtad no acostumbra a cumplirse.
Y además, competitividad no siempre significa ánimo de lucro,
ni marginación de los perdedores, ni mercantilización de
todas las realidades naturales y de todas las actividades humanas. Puede
haber «competencia profesional» sin «competitividad mercantil»
cuando existen otras motivaciones además de las lucrativas. Por
tanto, debemos poner límites al mercado, fuera de los cuales su
función de eficiencia se vuelve perturbadora y contraproducente.
De manera semejante, la comunitarización puede ser muy adecuada
para preservar y potenciar espacios naturales y humanos en donde el aspecto
no productivista de la vida pueda desarrollarse. Pero, la comunitarización
no es sinónimo de estatalización y cuando ésta se
acentúa, sobrepasando sus ámbitos propios, también
crea disfunciones gravísimas.
¿Cuáles son, pues, los ámbitos propios y complementarios
del mercado y de la «comunidad»? ¿de la libertad y de
la solidaridad ? ¿de lo privado y de lo comunitario? ¿de
lo lucrativo y de lo no lucrativo? y una vez definidos, ¿cómo
facilitar la dinámica propia de cada ámbito sin interferencias
ni dependencias fácticas de unos sobre otros?.
El mercado dirige bien lo que necesita intercambio cuantificado dentro
de un marco de abundancia, de crecimiento, de ilimitación. Pero,
resulta que la realidad tiene límites, más o menos evidentes,
más o menos inmediatos, pero los tiene. Sin querer ser exhaustivos,
y teniendo en cuenta la problemática planteada y las posibilidades
de solución práctica, pueden existir tres grandes ámbitos
que, en la actualidad, percibimos como espacios que, o bien se deben desmercantilizar
o bien se deben proteger de una posible mercantilización:
La naturaleza, los recursos naturales, especialmente los fijos
(como la tierra), los agotables y no renovables (como los minerales fósiles)
y los no reciclables no se pueden mercantilizar sin poner en peligro la
supervivencia de la vida en el planeta.
La persona humana, sus relaciones interpersonales, sus instituciones
culturales y comunitarias son, también, difíciles de mercantilizar
porque son de difícil medición (al ser más cualitativas
que cuantitativas) y porque el poder del dinero puede convertirlas en peligrosísimas
armas de poder contra las personas a través de la manipulación
y la alienación de su intimidad.
El dinero, en sí mismo, instrumento principal de la mercantilización
de la realidad, se vuelve un arma mortal cuando es mercantizado, cuando
se le da autonomía sobre la realidad del mercado y, en algunos aspectos,
de la comunidad; porque trastoca y desequilibra el mercado y la sociedad
reales (inflación y deflación monetarias; especulación
de títulos y de divisas).
Pero ¿quién, y cómo, ha de velar por esta desmercantilización
de la naturaleza, de las personas y de la moneda? ¿Cuáles
son los límites de «la comunidad» y, sobre todo, de
aquel que históricamente pretende ser su representante?.
Si el mercado ha de tener unos límites, el Estado también.
Éste, con todas sus instituciones de gobierno, en todos los niveles
y ámbitos, no debería interferir en la dinámica del
mercado haciéndole una competencia desleal: los servicios que ofreciese
tendrían que ser gratuitos -pero con una gran libertad de ejercicio,
no debería tener empresas productivas ni de servicios.
Para gestionar los recursos naturales se tendría que encontrar
la manera de incorporar al costo de las materias primas unas «tasas
verdes» para proteger los recursos, para investigar sucedáneos,
para favorecer el reciclaje de los residuos y para impedir la contaminación.
El suelo debería pasar a propiedad comunitaria -no estatal- y podría
ofrecerse en alquiler a largo plazo para funciones bien delimitadas. Esto
facilitaría la protección de los recursos, así como
la ordenación racional y ecológica del territorio.
Un sistema monetario adecuado podría jugar un papel importantísimo
para evitar sus propias disfunciones y para hacer viable el plan de desmercantilización
de algunos ámbitos. Es muy posible que, sin un instrumento monetario
distinto del actual, cualquier intento de cambio en todos estos ámbitos
esté condenado al fracaso. El dinero continuará fluyendo,
impune y oscuramente, de un sector a otro para corromper funcionarios,
para promover la victoria de opciones políticas, para manipular
noticias, para detener invenciones e investigaciones, para adormecer conciencias,
para prostituir la cultura, para especular con el suelo y con el propio
dinero.
Si se quieren distinguir ámbitos mercantiles y no mercantiles,
se requieren instrumentos que faciliten la distinción. En este sentido
se trata de ver si es posible un sistema monetario que -además de
ser personalizado- deje rastro y responsabilice; se adapte a cada sector,
ámbito y actividad; y que no permita romper impunemente los límites
de cada uno. Como veremos en los próximos capítulos, se puede
imaginar un sistema en el que haya una especie de «monedas»
especializadas: una «moneda» que sólo pueda ser usada
para financiar lo que no es mercantilizable y otra para lo que es propio
del mercado; una «moneda» que deje constancia de la legalidad
del intercambio; otra que facilite, sin burocracias, la comunitarización
del suelo y la aplicación de tasas verdes sobre la extracción
de materias primas y sobre la contaminación...
Para resaltar la importancia del tema acabaremos con unos
impresionantes testimonios que, desde el interior de las respectivas profesiones
-comunicadores de masas y juristas-, plantean crudamente el peso de la
mercantilización y de la funcionarización.
A principios de siglo, Joan Puig i Ferrater (1926) expresaba muy bien
el estado de servidumbre de la cultura. «Porque los periodistas que
formamos parte de la plantilla de una empresa industrial estamos peor que
los criados. Nuestra servidumbre es más sublevante. Yo vendría
gozoso los servicios de mi cuerpo. Me gustaría saber un oficio:
encuadernar, hacer cajas de cartón,...rendir ocho horas de trabajo
para ganarme el sustento. Creo que sería para mí una cosa
alegre. En cambio, no puedo soportar sin rencor, tristeza y amargura, la
servidumbre del alma y de la inteligencia1».
«El asno de noria saca agua para regar los campos. ¿Qué
regamos nosotros? Fundamentamos la estulticia, la ignorancia, la mentira
y el embobamiento. Impulsamos los negocios de otros, somos el escalón
de todos los atrevidos y sinvergüenzas que hay en el mundo; nos doblegamos
ante todos, incensamos a los cretinos y a los ídolos de latón.
Sobre nuestras espaldas, sobre nuestra estúpida servidumbre crece
la riqueza, la gloria, la vanidad, la autoridad, el abuso y el crimen;
y nosotros nos consumimos en la miseria, el olvido y el rencor. ¡Y
aun nos atrevemos a llamarnos intelectuales!...Y se nos compra con entradas
de toros,... funciones benéficas, sueldos de peón y comidas
aristocráticas2».
Aunque
han cambiado muchas cosas, hoy continúa exisitiendo una sutil servidumbre
de la cultura que se expresa de otras maneras, no menos corrosivas, tanto
si el dominio es «privado» como «público».
El conocido lingüista Noam Chomsky (1988) es claro en su análisis
del sistema de comunicación de masas en los Estados Unidos, considerado
el modélico guardián de la libertad.
«Los medios de comunicación de masas de los EUA... permiten
e incluso promocionan enérgicos debates, críticas y disidencias,
siempre y cuando se mantengan fieles al sistema de presupuestos y principios,
que constituyen el consenso de la élite; un sistema tan poderoso
que puede ser interiorizado en gran parte, sin tener consciencia de ello3».
«La opinión pública está expuesta a poderosos
y persuasivos mensajes desde arriba y es incapaz de comunicarse significativamente
a través de los medios de comunicación en respuesta a estos
mensajes... los dirigentes han usurpado una enorme cantidad de poder político
y han reducido el control popular sobre el sistema político utilizando
los medios de comunicación para generar apoyo, conformidad y una
evidente confusión entre la opinión pública-citando
a W. Lance Bennett4».
Y continúa: «En los medios de comunicación, de forma
semejante que en el resto de grandes instituciones, quienes no muestren
los valores y puntos de vista precisos, serán considerados «irresponsables»,
«ideológicos» o de alguna manera aberrantes y tenderán
a ser arrinconados. (...) los que se adapten, tal vez honestamente, tendrán
libertad para expresarse con poco control por parte de los directivos,
y podrán afirmar acertadamente que no son objeto de presiones para
adaptarse5».
«Un periodista que no desee trabajar duramente puede sobrevivir,
e incluso ganar respetabilidad, publicando información (oficial
o confidencial) procedente de las fuentes habituales; estas oportunidades
pueden ser negadas a los que no se contenten con transmitir las interpretaciones
de la propaganda del Estado como si ésta fuese la realidad6».
«En resumen, los medios de comunicación de masas de los
EUA son instituciones ideológicas efectivas y poderosas, que llevan
a cabo una función propagandística de ayuda al sistema mediante
su dependencia de las fuerzas del mercado, los supuestos interiorizados
y la autocensura, y sin una coerción abierta significativa7».
El decisivo mundo de la comunicación padece estos males, pero
no es el único. La administración de Justicia, al menos en
España, es un buen ejemplo de lo que estamos comentando. Joan Roig
Plans (19918),
abogado, concluye un reciente estudio diciendo que «sin una solución
de choque, vemos difícil salir del agujero actual».
«La falta de calidad del trabajo de los profesionales (va) muy
unida a una escasa o inexistente vocación a consecuencia de haber
escogido la profesión como un trabajo con la estabilidad de funcionario
o, en el caso de los profesionales libres, mercantilizando los despachos.
En cualquier caso, haciendo que la motivación primordial del trabajo
sea la obtención de unas ganancias, en lugar de un sentido de servicio
o, incluso, del gusto por un trabajo bien hecho».
También considera que «litigar es para los ricos o para
los desesperados que se encuentran en situaciones límite».
«El elevado costo que comporta litigar provoca que los ciudadanos,
principalmente los que tienen limitaciones económicas, renuncien
a hacer valer sus derechos ante los Tribunales. Esto obviamente en beneficio
de intereses ilegítimos. De la otra parte, también comporta
que, con medios económicos, se puedan obtener, ilegítima
y paradójicamente a través o con la amenaza de un litigio,
concesiones de quien tenga dificuldades para hacer frente a los gastos».
«El sistema de honorarios para la retribución del trabajo
de los profesionales liberales que intervienen en la Administración
de Justicia, no es equitativo porque gratifica principalmente según
la cuantía de los asuntos».
Considera que «una Administración de Justicia ineficaz
propicia la defensa de los intereses y la realización de los derechos
al margen de los mecanismos legales y, por tanto, con un alto riesgo de
arbitrariedad. Además, genera en la ciudadanía el sentido
de impunidad de conductas ilegítimas, produce desencanto y escepticismo,
y en definitiva la pérdida de ilusiones colectivas, que son esenciales
para un bienestar solidario».
Sorprende positivamente la valentía de algunas de las alternativas
que propone: «promover la creación de tribunales de deontología
mixtos, con miembros de las distintas profesiones jurídicas y con
jurisdicción disciplinaria sobre los profesionales de todas ellas,
para asegurarse el evitar la impunidad que podrían motivar reacciones
corporativistas» y «que el trabajo de los abogados y procuradores
sea retribuido por el Estado, con prohibición absoluta de recibir
cualquier emolumento particular en pago de trabajo por la defensa judicial».
Notas:
1Puig
i Ferrater, Joan (1926), Servitud, Edicions 62, Barcelona, 1985,
página 66.
2Íd.,
página 91.
3Chomsky,
Noam, y Herman, Edward S. (1988), Los guardianes de la libertad,
Crítica, Barcelona, 1990, página 348.
4Íd.,
página 349.
5Íd.,
página 350.
6Íd.,
página 352.
7Íd.,
página 353.
8Roig
i Planas, Joan, Alternatives per a un funcionament més eficaç
de l'Administració de la Justícia, ponencia presentada
en el «Aula Provenza», Barcelona, 14 de febrero de 1991.
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