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Dolors Marin Tuyà.
Artículos publicados en la revista Penedès Econòmic.
Lluís Maria Xirinacs.
Artículos publicados en el diario Avui, cuando Lluís Maria Xirinacs era senador independiente en las Cortes Constituyentes españolas, entre los años 1977 y 1979, traducidos al castellano.
Lluís Maria Xirinacs.
Artículos publicados en el rotativo Mundo Diario, cuando Lluís Maria Xirinacs era senador independiente en las Cortes Constituyentes españolas, entre los años 1977 y 1979.
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Publicaciones:
Lluís Maria Xirinacs.
Agustí Chalaux de Subirà, Brauli Tamarit Tamarit.
Agustí Chalaux de Subirà.
Agustí Chalaux de Subirà.
Agustí Chalaux de Subirà.
Magdalena Grau Figueras,
Agustí Chalaux de Subirà.
Martí Olivella.
Magdalena Grau,
Agustí Chalaux.
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Capítulo 12. De la arcilla al silicio, -pasando
por el oro y el papel-.
Las civilizaciones de la arcilla usaron ésta para
un sistema contable monetario personalizado e informativo (¿elemento
de una amplia pacificación entre ciudades?). Las civilizaciones
de los metales los usaron para facilitar y agilizar los intercambios y
el imperialismo guerrero y corruptor. La civilización del papel
lo ha usado para dominar los mercados y los pueblos. La civilización
de la electrónica la está usando para la especulación
monetaria planetaria y para asegurar el control de las poblaciones.
Las civilizaciones de la arcilla (consideradas todavía «prehistoria»)
gozaron probablemente de una cierta paz entre ellas mientras dispusieron,
curiosamente, de un sistema monetario personalizado e informativo.
Es, precisamente, con la introducción y dominio de los metales
(como moneda y como arma) que comienza la historia oficial: las ciudades,
hasta aquel momento independientes, se sometieron a los imperialismos históricos,
presentes hasta nuestros días.
El papel introdujo mayor refinamiento en el proceso de explotación
monetaria y en el crecimiento de los mercados. El papel de los banqueros
comienza a ser determinante en la economía, la paz y la guerra.
Con el dinero electrónico las fronteras de los estados han perdido
sus defensas. Desde cualquier despacho, unas cuantas personas mueven los
hilos del dinero y, con ellos, a los títeres de la política,
de la producción, del consumo, de la inversión...
Cada civilización tiene, entre las cosas que la distinguen de
otras, algunos materiales, herramientas, instrumentos, inventos... que
podemos, visto en perspectiva, escoger como distintivos de su cultura.
Para la civilización occidental, la «Historia» comienza
hace unos 4500 años con la aparición de la escritura (en
las tablillas de Sumer). Pero resulta que, incluso utilizando este criterio
de la escritura como elemento constituyente de la Historia, hemos visto
que durante casi 7000 años existieron unas culturas que ya consignaban
información gráfica en arcilla (capítulo
10). Estos 7000 años de uso de un mismo sistema de información
en lugares muy alejados entre sí y en la totalidad del espacio en
proceso de civilización (construcción de ciudades) son, mirado
fríamente, un inmenso enigma que cuestiona las «maravillas»
de nuestra Historia.
¿Qué más sabemos de este largo período en
que se van poniendo las bases de la agricultura, del mercado, de la moneda,
de la artesanía, de las ciudades, de la banca, de los templos, del
Estado...?.
En una tierra fértil, próxima a grandes ríos, las
comunidades étnicas y las colectividades interétnicas se
volvieron sedentarias, fueron mejorando sus cultivos y empezaron a usar
algunos instrumentos para organizar la producción y el comercio,
en su doble vertiente, en el interior de cada asentamiento -posiblemente
compartiendo y con un incipiente intercambio- y entre asentamientos -con
intercambio y creciente control contable.
Éste es un elemento importante. El intercambio de productos no
es necesario cuando existe propiedad comunitaria. Pero ésta sólo
es posible en comunidades unidas étnicamente, por sangre, cultura
y mitos comunes. Cuando se pierde esta confianza y aparecen propiedades
comunitarias o colectivas diferenciadas, surge, necesariamente, el intercambio
entre ellas. Estos primeros asentamientos estaban formados por pequeñas
interetnias -dos o tres etnias que se unían para cultivar, construir
y protegerse del exterior. Es muy posible que la protección tomara
forma en la edificación de muros, convertidos progresivamente en
murallas inexpugnables a medida que los asentamientos se iban convirtiendo
en ricas ciudades pluriétnicas, con menos confianza hacia el interior
y con más peligros exteriores. Los muros fueron un instrumento de
defensa muy eficaz. Tanto que, posiblemente, se consiguió un gran
período de algunos miles de años de pacificación entre
ciudades. Cada una independiente, celosa de su autonomía y con defensa
asegurada, durante el día, abría las puertas a los comerciantes
que llegaban con las caravanas y a los extranjeros de otras ciudades. En
la plaza del mercado se hacían las transacciones comerciales que
se registraban en la contabilidad del templo. Por la noche, a los forasteros
se les obligaba a abandonar la ciudad. Sin ningún tipo de reglas
de juego «pacificadoras» -fruto de unos mecanismos defensivos
no ofensivos-, parece que no hubiera sido muy viable la implantación
de un sistema informativo como el de las fichas, que alcanzó durante
miles de años tanta estabilidad y aceptación y que, al mismo
tiempo, reforzaba la seguridad y la defensa económica.
Para continuar el hipotético relato debemos hacer una distinción
muy importante. Aunque los términos «imperio» e «imperialismo»
son tomados comúnmente como sinónimos, proponemos distinguirlos.
A estas ciudades las llamaremos «ciudades-imperio», en el sentido
de que su pacto interno de constitución estaba hecho libremente
entre las etnias e interetnias que lo acordaban. La ciudad-imperio buscaba
una defensa exterior común («imparare»), que permitiese
el libre juego y la ayuda entre las etnias en su interior.
La «Historia oficial» comienza con la escritura sumeria,
pero comienza, también, con una situación bastante diferente
a la descrita hasta ahora. Es la situación que, por contraste, podemos
denominar «imperialismo»: una de las ciudades consiguió
someter a las demás y mantenerlas, por derecho de conquista, bajo
su dominio. Si a los imperialismos históricos los llamamos «imperios»
la confusión es, además de terrible, sospechosamente mantenida
por los imperialismos. Estos, apoyados en la historia oficial, quieren
negar la legitimidad histórica de todo libre pacto de ayuda mutua
entre etnias. A los imperialistas les interesa resaltar que «las
ciudades» son inviables, que sólo la «unificación»
da fuerza y que ésta debe ser llevada a cabo por la imposición
de una de las etnias o de una de las ciudades o de los estados... ¡como
la historia lo muestra largamente!.
Pues bien, la historia no empieza tan sólo con la aparición
de la escritura, sino también con una «nueva» realidad:
el imperialismo. Y con él, las guerras expansionistas, anexionadoras
y dominadoras. Inexplicablemente, de repente, los semitas más antiguos
que conocemos llamados acadios, que se habían ido introduciendo
en la cultura y en los territorios de los sumerios desde hacía algún
tiempo, desestabilizaronn las ciudades-imperio. Sargón -de Akkad-
el Grande, constituyó el primer imperialismo de la historia, destruyó
el antiguo orden e instauró el nacimiento de la «historia
de los imperialismos», la única que hemos considerado hasta
ahora como tal. ¡La historia de las «ciudades-imperio»,
libres e independientes, son prehistoria! No tienen casi nada en común.
Aquella era otra historia que no interesaba a los historiadores de los
imperialismos ni siquiera nombrar. El paraíso del Edén se
ha perdido y bien perdido. Es un mito para criaturas. El hombre histórico
y civilizado «es» como «es» y siempre ha sido así.
¡La biografía de Sargón el Grande es muy ilustrativa
y, como veremos, original! ya que «era de origen humilde y fue abandonado
por su madre en el Eúfrates1».
Recogido por la corte del rey sumerio se convirtió en su copero.
Más tarde «se rebeló contra él, tomó
el poder y fundó una nueva capital, llamada Akkad. Ejemplo claro
de monarca guerrero, conquistador y fundador de imperios (¡imperialismos!),
decidido a unificar Mesopotamia». Conquistó y sometió
a la mayoría de ciudades desde «el Golfo Pérsico, en
el sur, hasta la región ocupada por Asiria más tarde, en
el norte. Por el SE llegó hasta Elam... penetró en el norte
de Siria y quizá también en Asia Menor». Una perfecta
descripción de lo que es la aparición del imperialismo y
de la historia oficial.
Sobre estos hechos planea un gran interrogante: qué sucedió
para que este rey acadio consiguiera someter a aquellas «ciudades»
que durante 7000 años habían permanecido independientes.
Los muros que las rodeaban no pudieron ser abatidos militarmente hasta
muchísimo más tarde, cuando Alejandro el Grande (otro Emperador
«Grande») usó la catapulta y la ballesta mecánica
en el asedio a Tiro y Sidón, 300 años antes de la nuestra
era. Pero, ¡estamos diciendo que las «ciudades» sumerias
fueron vencidas 2000 años antes de disponer de instrumentos bélicos
capaces de derribar fortalezas!.
Los sumerios, pacíficos habitantes de aquellas tierras durante
siglos, que habían sido unos grandes creadores culturales e inventores
de los sistemas de fichas y de las bullae y, como consecuencia, de la escritura,
fueron invadidos y vencidos por los semitas acadios que dominaron Mesopotamia
en pocos años. El título de «Rey de Sumer y de Akkad»
lo mantuvieron las sucesivas dinastías durante más de mil
años con la clara intención de perpetuarse en el poder, basándose
en la legitimidad de los primeros habitantes (cultos) y en la de los conquistadores
(bárbaros).
«Por otro lado, resulta significativo establecer un paralelismo
entre Sumer y la Grecia clásica, pues no sólo fueron dos
centros culturales de primer orden, que moldearon otras civilizaciones,
sino que, además, su célula política básica
fue la ciudad-Estado2».
Y así como Grecia sucumbió al imperialismo de Roma, Sumer
lo hizo ante el imperialismo Acadio. Lo que parece cierto es que, a partir
del 2700 antes de nuestra era, las cosas en Sumer empezaron a cambiar con
guerras entre ciudades. En trescientos años, los acadios los vencen
y los «unifican». En las mismas fechas y en las mismas regiones
el sistema de bullae empieza a ser sustituido por la escritura, al mismo
tiempo que los semitas comienzan a dominar los secretos de los metales
preciosos -oro, plata, bronce-: el peso, con la balanza de precisión;
y la calidad, con el agua regia y la piedra de toque.
En ninguna parte se explica cómo este victorioso guerrero consiguió
entrar en las ciudades amuralladas. Tenemos que recordar que quizás
no fue una casualidad el hecho de que Sargón hubiese sido copero
-encargado de bodegas, medidas y tesoros. He aquí una hipótesis
audaz, o por lo menos, sugerente. Una ciudad inexpugnable militarmente
sólo tiene un punto débil: las puertas. Si se consigue la
complicidad -traición- de algún oficial de la ciudad, el
invasor puede entrar de noche y hacerla suya. Pero ¿cómo
conseguir la complicidad? ¿Qué era aquello tan valioso, capaz
de hacer que un oficial se arriesgara a traicionar su propia ciudad? Cualquier
regalo bastante valioso habría levantado sospechas: ¿cómo
había conseguido unos bienes valiosos sin que constase ninguna transacción
registrada en el templo, ni se hubiera hecho ninguna operación en
la plaza del mercado? Aceptar el cargo de «gobernador de la ciudad»,
nombrado por el rey vencedor, era una ofensa imperdonable y levantaría
un odio asesino demasiado peligroso. Los ánimos de poder se habían
visto siempre muy limitados por las circunstancias.
La genialidad de Sargón fue la de descubrir que sí había
solución. Consistía en dar gran cantidad de oro a cambio
de la «complicidad» de abrir las puertas. Y, al mismo tiempo,
prometer que la «normal» tendencia de los últimos años,
por la que los semitas aceptaban el oro como «moneda» para
todos los intercambios, se generalizaría con el nuevo rey. Éste
aboliría el sistema de bullae y registros: se podría comprar
y vender con oro sin las trabas administrativas y «anticuadas»
de los sumerios. Era, ciertamente, un buen negocio. Si, a pesar de esto,
él no aceptaba, lo matarían y se lo propondrían a
otro oficial...
Los mitos de conquistas «milagrosas» de ciudades fortificadas
son, quizás, significativos. En las ruinas de Jericó se han
encontrado fichas. Y algún día Jericó, la inexpugnable,
fue asaltada por semitas gracias a que, milagrosamente, se derribaron las
murallas sin luchar. Sólo paseando un arca de oro por delante...
Entonces, como ahora, es preciso mantener las formas. Y a los vencedores
no les gusta enseñar sus trucos. Prefieren ocultar sus ignominias
bajo pomposos y misteriosos mitos revistiéndolos de ayudas celestiales.
El Caballo de Troya puede ser otro de estos mitos encubridores del poder
del oro.
Con el dominio de los acadios se refuerza el papel de los templos, que
se unifican con el Estado; crecen la burocracia, los impuestos obligatorios,
la opresión de las mujeres, los asesinatos rituales, las construcciones
monumentales, las guerras y las conspiraciones incesantes. Desde entonces,
todas las «civilizaciones» han compartido las características
de la historia. Todo se ha podido vender y comprar con total impunidad.
Siempre, desde entonces, se ha separado la facturación documentada
con fines contables del pago con el instrumento monetario. Desde entonces,
los banqueros, los comerciantes y el Estado han tenido sus sistemas de
contabilidad que les ha permitido dar créditos y cobrar intereses;
crear inflaciones y deflaciones aumentando, reduciendo o falsificando «moneda»
-siempre limitada y limitable- según los propios intereses. Desde
entonces, siempre la contabilidad ha sido falsa, sin ningún reflejo
paralelo exacto con los intercambios reales.
La civilización del papel -y de la imprenta- ha desarrollado
el mismo tema: mejorar los sistemas contables y de crédito para
unos pocos y «liberarlos» de los inconvenientes de los metales
con la emisión de los billetes del banco (también siempre
controlados por quienes los emiten arbitrariamente, por definición).
El cheque y el giro han añadido todavía mayor capacidad de
maniobra.
Con la civilización naciente del silicio, material básico
de los chips, es decir, de la electrónica y la telemática
(informática conectada a distancia) se ha llegado a la sutileza
más invisible, pero más potente. Ni oro, ni papel: registros
electrónicos. Pero su estructuración continúa siendo,
en los rasgos más básicos, la misma que hace 4500 años
y para los mismos fines: no dejar rastro, controlar la información
y monopolizar la capacidad de creación de poder de compra.
La hipótesis emitida sobre el origen de la «historia oficial»
debe ser sometida, evidentemente, a un estudio mucho más serio.
Su explicitación tiene, sin embargo, una doble función: incitar
a la realización de este estudio y, al mismo tiempo, dar una pista
sugerente sobre el tema que nos ocupa. «Se non é vero é
ben trovato».
Notas:
1Griñó,
Raimon, Gran Enciclopèdia Catalana, Barcelona, 1979, volumen
13, página 349.
2Íd.,
volumen 14, página 67.
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