El hecho de un Gandhi, desarmado frente a un armamento como el de la fuerte Inglaterra; amparado en los medios más simples y prevaleciendo contra los ingenios más violentos y temibles; encarcelado y levantando la India como el más exaltado de los propagandistas, abre veramente el corazón a todas las esperanzas.
El ideal de Gandhi, el apóstol más grande de nuestra época, triunfará, si no hoy, mañana. No todas las batallas se ganan en un día. Las armas y la fuerza no detendrán nunca, un solo instante, la hora de un pueblo que tiene la firme voluntad de liberarse y está dispuesto siempre a hacer todos los sacrificios que la libertad a menudo cuesta. La India muestra en cada momento que tiene esta voluntad y no ahorra ni uno de los sacrificios que su apóstol le predica con su ejemplo.
La hora de la India, pues sonará pronto, como sonará la de todos los pueblos que sufren sed de justicia y sepan hacerse dignes de la libertad.
Si perdiéramos esta fe y esta persistencia en la esperanza y en la fidelidad y el esfuerzo que hace falta, de parte nuestra, para prevalecer, es que, antes, habríamos ya perdido la noción de lo que es la verdad y la mentira, de lo que son el derecho y la fuerza; es que nos habríamos dejado usurpar el alma y todo.
En los primeros momentos de angustia, pasados en la Santé de París, en compañía de amigos dilectísimos e inolvidables, nos llegó, como una aura de justicia, el manifiesto en favor nuestro que dirigieron a su gobierno nuestros hermanos, los intelectuales franceses.
Uno de los firmantes de aquel manifiesto generoso y tan confortador para nosotros era este otro apóstol de los derechos del Hombre y de los pueblos, este otro ferviente precursor práctico y ejemplar del verdadero internacionalismo: Romain Rolland.
Ninguna ocasión como la de aparecer en catalán su libro fervoroso y evangélico: «Mahatma Gandhi», para decir a los catalanes el que él los dijo, en aquellos momentos, por nosotros:
«No sólo firmo este documento, sino que también os grito: ¡Adelante! ¡Ya llegará vuestro día!».
Francesc Macià.
Bruselas, 11 de Septiembre de 1930.
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