Ara. Martes, 23 de Abril de 2019.
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¿Por qué nos autoinculpamos con los Jordis?
Esperamos, como conseguimos hace treinta años, modificar la concepción de lo que es justo y posible.
Una de las instantáneas que dejó el referéndum del 1 de octubre / Foto: Pere Virgili. Cristina Calderer.
Víctor Sampedro Blanco, Xosé Manuel Pereiro y Manuel Rivas.
Tiempo estimado de lectura: 6 minutos.
Dice Jaume Plensa que la madrileña plaza de Colón es «un espacio público donde para solucionar un problema creas otro». Una metáfora de España. En la Fiesta Nacional del 2001, el aznarato plantó allá la bandera española más grande del mundo: 294 m² de tela flamean en el palo de 50 metros, visible desde la sede del Partido Popular en la calle Génova. Apropiacionismo patriótico: hace 18 años el PP anticipó los balcones «rojigualdos» y convirtió la plaza en el suyo.
La Navidad pasada, Plensa –premio Velázquez de las Artes (2013)– instaló en la plaza de Colón una escultura blanca de 12 metros de altura. Dice que esta hacia una chica llamada Julia «está dirigido al coro de nuestro ser». «Es un espejo poético y virtual en qué cada cual se puede ver reflejado en sus preguntas más íntimas, cosa que provoca un instante de reflexión personal y íntimo».
Julia nos interpela: cuestiona mitos enfrentados. Ignora la estatua de Colom (1892), descubridor y gobernador de las Américas, que acabó desplazado a una rotonda de la Castellana. En la Transición, la epopeya colonial (y masculina) de la Hispanidad dejó espacio a tres bloques de hormigón y dimensiones continentales, que representan un encuentro cultural de magnitudes colosales y que Joaquín Vaquero Turcios culminó en 1977. El PP plantó «su» bandera en los jardines diseñados por este artista total, que también realizó el monumento a Francesc Macià en la barcelonesa plaza de Cataluña. Eran tiempos más inciertos y convulsos que los actuales y, en cambio, reivindicar memorias históricas diversas no constituía una ofensa intolerable para los desafectos.
Finalmente, una banderaza –única y pretendidamente hegemónica– quiso cubrir el cielo con los colores patrios. Pero este trapo al viento proyecta más sombras que luces. Faltaba (sigue faltando) una revisión a fondo de las (in)culturas políticas y nacionalistas. Para solucionar un problema, creamos otro.
La FAES invocó espuriamente el patriotismo constitucional habermasiano para convertirlo en puro exhibicionismo de quien tiene la bandera más grande. El llamamiento de Jürgen Habermas al hecho de que cada generación relea el texto constitucional, actualizando sus principios, se transformó en una guerra de símbolos. Se arrogan legitimidad exclusiva para ocupar el espacio público y desalojar a sus oponentes. El que esté libre de culpa, que ice la primera bandera. Pero que no cuente con Julia. Ni con nosotros.
Harta de trifulcas sobre teles y lazos, una adolescente aporta «ternura y silencio», cuchichea Plensa. Con los ojos cerrados imagina un futuro que obvia el pendón del PP. No jura bandera ni abjura. Le da la espalda. La convierte en pasado o trasfondo inocuo. Sabe que enardece pero no alimenta las bocas. Desafía su prepotencia y desmesura.
La epopeya de Julia es íntima y cotidiana; soberana, desnuda y sin uniforme. Y nos ha dado para pensar qué representa la insumisión, que acabó con el servicio militar obligatorio en los 90. Julia tiene por patria Can Serra, el barrio de l'Hospitalet de Llobregat donde en 1975 algunos antimilitaristas realizaron un servicio social autogestionado en el «frente del barrio» (construyeron la casa de la asociación de vecinos) o en el «frente de la mujer» (alfabetizaron y cuidaron niños y gente mayor). Procedente de varias regiones de España, su ejemplo se extendió a otras ciudades. Exigieron que el generalato les reconociera que ya habían hecho la mili y que legislara una prestación social. Una cosa que los sucesivos gobiernos fueron incapaces de implantar. Veinte años después decenas de miles de objetores e insumisos derribaron a la mili, y forzaron una apresurada profesionalización de las fuerzas armadas.
Casi treinta ciudadanos de la calle hemos celebrado las tres décadas de soberanía innegociable que han transcurrido desde que el Febrero de 1989 surgieron los primeros insumisos. Siguiendo quienes se van autoinculpar con ellos, entendemos que «el enjuiciamiento de los Jordis [Cuixart y Sànchez] encubre la criminalización de la disidencia política [...]. [...] llevar a juicio a los que se han manifestado pacíficamente en pro de un objetivo político lamina los cimientos de nuestra democracia». Las comillas recogen el texto de nuestro escrito de autoinculpación con los dirigentes de Òmnium y de ANC ante el juez en Madrid el 26 de Marzo del 2019.
Nos autoinculpamos sin estar «necesariamente de acuerdo con los fines políticos de las movilizaciones del 1 de Octubre en Cataluña». «Sin embargo, entendemos que esta movilización social responde a un legítimo ejercicio de derechos fundamentales recogidos en nuestra Constitución: entre otros, el derecho de asociación, de reunión y manifestación y la libertad ideológica y de pensamiento, libertad que alcanza, ciertamente, el derecho a expresar y difundir esta ideología y pensamientos».
La defensa de las libertades no se ejercita firmando manifiestos, sino transformándolos en apoyo y compromiso personales; especialmente, con los que no comparten el mismo proyecto político. Pero tenemos claro que la autoconvocatoria de la sociedad civil catalana en torno al 1 de Octubre fue un acto masivo de desobediencia civil no‑violenta. Y la subscribimos como herramienta legítima de transformación social.
Por eso «nos proclamamos corresponsables de los hechos e imputaciones que pesan sobre Jordi Sànchez i Jordi Cuixart y nos autoinculpamos [...] en defensa y solidaridad de la democracia, que se ve cuestionada con esta acusación injusta».
Admiramos la autoorganización del tejido social catalán para proveerse de urnas y papeletas y hacerse escuchar. La respuesta a esta muestra masiva de coraje y civismo no puede ser nunca la represión. Como las feministas, sentimos que quién agrede a una de nosotros nos agrede a todas. «En consecuencia, si la justicia quiere depurar responsabilidades penales por el ejercicio de derechos fundamentales, solicitamos que valore abrir una causa penal contra nosotros».
A los trabajadores de la cultura y la educación, mayoritarios entre nosotros, nos llena de orgullo y alegría vernos acompañados por Pepe Beunza, el primer objetor insumiso al franquismo, y Ovidio Bustillo, fundador de Can Serra. También se autoinculpan algunos premios nacionales de literatura, escritores y creadores culturales, periodistas y activistas sin edad... hasta sumar 29 autodenuncias.
«Tenemos que volver a desobedecer ante lo que no es justo. E invitamos a la ciudadanía a participar en otras autoinculpaciones colectivas, con los encausados y los planteamientos que les sean más afines. Esperamos, como conseguimos hace treinta años, modificar la concepción de lo que es justo y posible. Hay que recordar, periódicamente, que tenemos derecho a decir «no»».
Como escribió José Agustín Goytisolo y cantó Paco Ibáñez a una Julia que era a la vez la madre y la hija del poeta:
Tu destino está en los demás,
tu futuro es tu propia vida,
tu dignidad es la de todos.
Otros esperan que resistas,
que les ayude tu alegría,
tu canción entre sus canciones.
Enlace del artículo original en catalán:
https://www.ara.cat/opinio/Sampedro-Pereiro-Rivas-autoinculpem-Jordis_0_2220978033.html
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