Al servicio de este pueblo.
Avui. Miércoles, 10 de Enero de 1979. Página 5.
Políticos.
En Madrid hablan de la clase política. En realidad no es ninguna clase. En dictadura es un grupo de poder. En democracia es el conjunto de los representantes de las diferentes clases en las que se estratifica el pueblo.
Estos días, en todo el Estado, por obra y gracia de una decisión de en Suárez, los políticos la bailamos con una intensidad inusitada. Sin embargo, el político responsable tiene siempre mucho trabajo y, a menudo, demasiado trabajo. La primera vez que fui a visitar a Tarradellas fue a Perpiñán antes de las elecciones de 1977, en plena campaña electoral, y me dijo: «Ahora te quejas de tener demasiado trabajo. Sabrás lo que es bueno a partir del 15 de junio. Un político no puede detenerse nunca».
Días atrás, comentando unas palabras de J. M. Espinàs, decíamos que el político no tiene tiempo de esparcimiento, ir al teatro o de escuchar música. No es que esté saturado. Es más. Está sobrepasado por la acumulación excesiva de responsabilidades. La democracia de representación, sobre todo en un mundo superpoblado, tiene esta contrapartida. Una persona puede concentrarse en sí misma la delegación de poder y soberanía de un millón de personas. Y mientras el millón se despolitiza y, incluso, enajena y se evade de sus responsabilidades políticas, el pobre representante, tan bien pagado como se quiera, se marchita y se quema aplastado por un montón de problemas a estudiar y de decisiones a tomar verdaderamente insoportable. Esto crece en la situación actual de acumulación de déficits causada por el franquismo, ante el aplazamiento inadmisible de las elecciones municipales y de la lentitud de traspasos de servicios a las comunidades autónomas, que tampoco gozan todavía de representantes propios.
Esto lleva a una cierta frivolidad en el tratamiento de los asuntos políticos. Si no existiera esta superficialidad, los políticos morirían de infarto como moscas.
Sin embargo y sobre todo pensando en tantos trabajadores que cada día deben formar inexorablemente y deben cumplir puntualmente sus horas de trabajo, creo que el político, al menos, mientras está en ejercicio del mandato recibido en las elecciones, se debe autoimponer un horario duro como el del trabajador más explotado. En medio de luces, alfombras, flasty de televisión y cócteles, es necesario que piense constantemente en el pobre trabajador que representa. El político necesita ratos para dar reposo a sus nervios supersaturados, pero no se puede permitir una vida ligera y despreocupada. Está cumpliendo una función santísima: administrar la voluntad de millones de ciudadanos que han depositado en él su confianza.
Lluís M. Xirinacs.