Al servicio de este pueblo.
Avui. Viernes, 22 de Diciembre de 1978. Página 5.
Lengua (y III).
En el debate de los parlamentarios catalanes sobre la lengua en el Principado de Cataluña se apela a menudo al problema de los inmigrantes y no se menciona nunca el problema de las exigencias o tolerancias de España. Creo que pasadas las cautelas y atenciones que todos queremos poner para atenderlas, los inmigrados manifiestan la mejor voluntad del mundo en su trato con los catalanes de origen, si nos referimos a los inmigrados por razones laborales que viven y trabajan en Cataluña la quieren. Hay una pequeña cantidad de inmigrados de conquista que son la vanguardia de voluntades centrales del imperio. Y aquí es donde radica la dificultad auténtica.
Nuestro problema es hacer frente al Estado, como mínimo, manteniendo las posiciones que la ley nos permite con la misma dureza con que el Estado las mantiene contra nosotros.
Los socialistas catalanes invocan la tradicional hospitalidad y la tradicional comprensión catalanas. Yo invoco la tradicional delicadeza y la tradicional debilidad catalanas. Acepto que nos prohibamos la agresión pero no puedo tolerar la debilidad.
Cuando un enemigo te ataca con espada de hierro, no te defiendas con espada de cobre. Te la partirá por enmedio.
Ellos han afirmado claramente «todos tienen el deber de conocer el castellano». ¿Por qué nosotros somos delicados con quien no lo es con nosotros y rehuimos de decir «en Cataluña todos tienen el deber de conocer el catalán»? ¿Es incorrecta la Constitución? Pues, corrigámosla. Y si no podemos, ¿tendremos que neutralizarla con una incorrección igual y contraria? Cualquier otra cosa no es delicadeza, es debilidad irresponsable, es colaboración con la opresión, es falta de rigor político.
Cuando se hizo la Constitución, ¿alguien dijo que había que proteger el pobre gallego de montaña, el pobre pastor asturiano o catalán, que de pronto estaba obligado a conocer el castellano? ¿Quizá alguno de estos parlamentarios catalanes tan escrupulosos para proteger unos inmigrados, que todos queremos acoger y respetar, pidió un período de acomodación antes de que fuera obligatorio este deber oneroso? ¿Por qué somos tan magnánimos y generosos ante las exigencias centralistas y tan rigurosos y estrechos ante nuestros derechos? ¿No piensan estos señores que el hecho del predominio del castellano no es ningún derecho sino una situación de fuerza, de conquista y, en cambio, defender el catalán es defender un derecho auténtico?
Primero la mayoría y luego la totalidad de los parlamentarios catalanes han optado por el camino fácil y equivocado de favorecer una lengua poderosísima hablada por trescientos millones de hombres y de recortar los derechos de una lengua débil y hasta ahora perseguida, hablada, todavía no, por una decena de millones de hombres.
¡Qué generosidad! Siempre termina el débil haciendo favores al fuerte. No es el miedo de los honrados inmigrados, no. ¡Es el miedo al Estado!
Lluís M. Xirinacs.