Al servicio de este pueblo.
Avui. Miércoles, 15 de Noviembre de 1978. Página 5.
Política teatral, estrecha y burguesa.
Los socialistas han presentado una interpelación al Gobierno sobre protección al teatro. Respondió Pio Cabanillas, ministro de Cultura. Los socialistas no han acertado. El ministro ha causado una impresión tristísima, como la que causa el teatro en el Estado español.
No ha hecho ninguna mención de la cultura teatral en ningún otro idioma que el castellano. Ni nos ha explicado la política ministerial actual preautonómica de transferencias, nl la política de transferencias autonómicas futuras. Nos ha leído una lista de empresas subvencionadas sin exponer una estadística de actuación global. No se saben las áreas privilegiadas ni las áreas olvidadas. Tiene un presupuesto bajo, ciento ochenta y siete millones de pesetas, pero no pide a las Cortes créditos o subvenciones extraordinarias, como lo hace la Transatlántica o la Telefónica.
No nos ha explicado la política de protección del teatro ante la avalancha de películas de cine, como se hace en países socialistas. Ni como evitar la colonización cultural, sobre todo norteamericana, que sufrimos por el camino cinematográfico. No nos ha dicho por qué, si su ministerio no pone censura y otro ministerio mete los «Joglars» en prisión, no defiende su posición en el Consejo de Ministros y se evitan las contradicciones del gobierno.
Y, por encima de todo, se ha olvidado del teatro popular, del teatro de los barrios y de las zonas rurales, del teatro participativo hecho por aficionados, escrito por dramaturgos noveles o populares, realizado en centros de cultura, centros parroquiales, ateneos, que estimula el pueblo. El ocio pasivo del niño que mira una película o la televisión bloquea la actividad instintiva, produce una enfermedad psicológica muy extendida que es la abulia: las ganas de no hacer nada.
Me ha dado la impresión de un ministro estrictamente burgués, sólo preocupado por los teatros del centro de las capitales, por las obras de los grandes clásicos y modernos. Le he sugerido de organizar obras de teatro gratis en los cruces de las calles de los grandes barrios obreros.
Anécdota final: viajaba en el puente aéreo Madrid-Barcelona y la azafata me avisa que el comandante del avión me invitaba a viajar en su cabina. Halagado, acepté. Era, además, director de teatro. Estaba axifiado. La compañía, angustiada. Sin dinero. Me pidió una gestión ante el Ministro de Cultura. Quería hacer teatro en los barrios de Madrid.
Yo, navegando entre las nubes, pensaba si no debería mantenerme permanentemente ante el ministerio de Cultura en favor de tantas compañías axifiadas como aquella.
Lluís M. Xirinacs.