Al servicio de este pueblo.
Avui. Jueves, 2 de Noviembre de 1978. Página 6.
Extranjero.
El pasado martes fue el día culminante en la larga tarea constitucional de las Cortes del Estado español. De todos los parlamentarios catalanes fui el único que voté negativamente. Este «no» ha sido gestado durante muchos meses con muchos sufrimientos. Como un hijo.
Está lleno de vida y de salud. Estoy profundamente convencido. Y sin embargo como si fuera un hijo anormal, es un «no» dolorosísimo. El martes me sentí solo. Extraño. O extranjero, como decía un comentarista en este mismo diario. «De otro país», como dijo el senador Escudero, o «de otro mundo», como dijo el senador Jiménez Blanco, ambos de UCD.
La sensación de soledad fue paliada por senadores y periodistas que me saludaron con afecto. Los senadores Ferrer y Cirici Pellicer iban recogiendo firmas de los representantes catalanes encima del texto definitivo del proyecto de Constitución. No se olvidaron de la oveja negra. Me pidieron la firma con delicadeza.
Como si estuviera sumergido en la niebla, sentía, lejanas, las palabras del portavoz de la Entesa: «No es el texto que deseábamos. Pero nuestro voto será favorable porque se trata de un texto imposible de mejorar y que hoy es el mejor de los posibles, dada la correlación de fuerzas en el Parlamento».
Iba pensando: si la Entesa no deseaba este texto y sin embargo vota «sí» al texto, contribuye a aumentar el sentido desfavorable de la correlación de fuerzas en el Parlamento. Terrible equivocación, ésta. Dicen: como de todas formas perderemos, mal por mal, votamos en contra de lo que deseamos; así, al menos, estaremos del lado de los vencedores; ya hicimos bastante el tonto en votar «no» en el referéndum de la ley de reforma.
Todo ello me duele infinitamente. El «sí» parece una renuncia solemne a los derechos del socialismo y de la soberanía de los catalanes. Si durante el tiempo que llamábamos de dictadura no callé lo que sentía, ¿habría ahora que estamos en el tiempo que llaman de democracia, de callar lo que siento? ¿Es, tal vez, la democracia una dictadura que cada uno se impone antes de que nos la imponga otro?
Clase trabajadora y patria mía, os ofrezco este doloroso «no» como un presente de amor, como un pequeño testimonio de oposición a la abrumadora mayoría de los que han dicho «sí» bien convencidos por el poder que tienen y de los que han dicho «sí», sin estar convencidos, por razón de la correlación de fuerzas.
Lluís M. Xirinacs.