Al servicio de este pueblo.
Avui. Viernes, 27 de Octubre de 1978. Página 5.
Ruido.
Josep Maria Espinàs nos dijo el otro día que los hoteles refinan sus lujos y olvidan cosas tan elementales como la protección del silencio. El silencio se va convirtiendo en una necesidad. Quizá los jóvenes no lo han de menester tanto e incluso a veces lo rehúyen. Al joven, muy joven, todavía le gusta la música trepidante de las discotecas o el ruido insolente de las motos. Pero los nervios humanos, sometidos implacablemente a la presión despiadada de los decibelios, envejecen rápidamente en nuestra civilización ruidosa.
En mis desplazamientos me ha sorprendido a menudo descubrir en una región deshabitada una construcción absurda, de colorines psicodélicos y formas arquitectónicas desconcertantes. Es una discoteca donde va la juventud de toda la comarca. Su aislamiento es un acto de respeto a una población martirizada por el ruido.
Pero no siempre es así. Todas las grandes poblaciones del país soportan una multitud de discotecas en el centro urbano, en la planta baja de casas de pisos.
Hoy me llega la queja de Sabadell, del barrio donde lucha la asociación de vecinos de Sant Oleguer, de la calle Olzinelles. «Pub holandés» que, según me dicen, ha escondido púdicamente el rótulo, para que no se vea lo que tanto se escucha. Resta en la esquina un indicador a fin de que la gente joven no se desoriente.
Sabadell, además del angustioso problema del paro, tiene muchos otros problemas. Pubs de estos pasan de la cincuentena. Aparte del espectáculo que a menudo dan los clientes bebidos y desatinados a altas horas de la noche, aparte del hedor que vomitan los extractores, existe el ruido, el inaguantable ruido trepidante que hace temblar el edificio, que no deja dormir.
«Actividad no saludable y molesta» debería declararla el ayuntamiento. Pero no valen reclamaciones ni denuncias, ni abogados. Parece que en la sombra hay una red con mucha fuerza que impide la solución del problema. Cuando llega la inspección de ingeniería o de ruidos del ayuntamiento, la empresa, no se sabe cómo, ya está avisada y tiene preparada la visita de forma que no se encuentre nada de alarmante.
¿Le haría falta a este senadorcito un servicio de investigación tal vez de alcance internacional hasta llegar a las grandes empresas multinacionales del disco? ¿Por qué son tan débiles los ayuntamientos ante el ruido de la megafonía de una discoteca y en cambio son tan fuertes cuando se trata del zumbido de la sierra de un taller de mecánica o de carpintería? ¿Quién nos librará del ruido de nuestro hotel de cada día?
Lluís M. Xirinacs.