Al servicio de este pueblo.
Avui. Sábado, 21 de Octubre de 1978. Página 9.
Así se hace la historia.
Iba con un amigo en taxi, camino del aeropuerto. El taxista, muy vivaracho, habló en catalán impecablemente. Pero no era catalán. Después habló en andaluz, en aragonés, en gallego. Se puso a cantar una canción asturiana. El amigo le dijo que esa canción no era asturiana sino gallega.
«Minha nai como se tan probe
non tinhe quen me dare,
fica-me a cara de bicos (besos)
y dimpois rompe a chorare».
Pero el taxista la había asturianizado inconscientemente. Venga de donde venga cualquier realidad es transformada por el receptor, sea una persona, un grupo o una nación. La subjetividad lo invade todo, lo trastoca todo. Un sacerdote vasco, muy amigo mío, de la prisión de Zamora y de Carabanchel, que sufrió mucho y murió de cáncer a los pocos días de salir en libertad, cantaba en euskera y con total devoción vasca la canción: «Perdidos en la inmenso mar azul», que supongo de origen inglés.
También de este pobre Xirinacs circulan por los periódicos y por las revistas cosas totalmente falsas o inexistentes, pero que tienen más vida que la realidad. Una es el ya famoso pedo del senador y académico Camilo José Cela. Que yo sepa, este señor nunca se dignó dedicarme este presente en el pleno del Senado o fuera de él. Pero la gente necesita los pedos de Cela y mi paciencia y se los inventa. ¡Qué le vamos a hacer! Hasta me ha llegado una carta de la Argentina con un recorte de periódico de ese país que habla de esta fantasía.
La otra fantasía que, supongo inventó Vilallonga desde Paris, o quién sabe quién, y que sólo en la revista «Interviú» ya ha aparecido dos veces, es mi pretendida visita a Tarradellas vestido de mendigo o de excursionista.
Un, desgraciado como es, no va a hacer visitas a Tarradellas, ni con mochila ni con corbata. No le hace visitas. Y uno, desgraciadito, apenas elegido, recibió la recomendación de Reventós: «Vigila que ir a las Cortes con americana, por que los madrileños son muy sensibles y si no vas bien vestido se lo tomarían como una burla a las Cortes». Y corrió a hacerse un buen traje a medida para quedar bien. Pero la gente no se engaña y continúan viendo el mendigo, no sé por qué un mendigo bajito, que siempre han imaginado.
Si ahora, que vigilo respetar esta sociedad tan bien educada, dicen estas cosas de mí, ¡que no dirán el día que decida decir las cosas por su nombre!
Lluís M. Xirinacs.