Al servicio de este pueblo.
Avui. Miércoles, 11 de Octubre de 1978. Página 5.
¿El papa, prisionero de la curia?
Encuentro monótonas las preguntas que hace a menudo la prensa cuando pide la opinión a personas o a partidos a propósito de la muerte de alguien. Cuando muera Juan Pablo I también me preguntaron qué opinaba yo. Les dije que su corazón no resistió la enorme presión del poder eclesiástico concentrado. Radio Vic me preguntó qué pensaba de las causas. «Prefiero no responder a esta pregunta». «¿No se puede poner en antena?» «No». Ellos quedaron intrigados. A mí me supo mal hacerme el interesante con misterios. Pero, ¿comprendedme, uno debe ser prudente y me había venido al pensamiento y en la boca una idea escalofriante de la que no tenía pruebas.
Ahora se ve que esta misma sospecha pesa sobre el ánimo de mucha gente. Aun los cardenales, tan serios y tan prudentes, piden una investigación.
No había hecho ningún comentario a propósito de la elección del nuevo papa. Alguien me lo había retraído. Se había manifestado, en algunos aspectos doctrinales y disciplinarios, demasiado conservador para mi gusto. Pero en otros aspectos me empezaba a gustar. Ahora parece que pensava en la manera de hacerse fugitivo de los grandes palacios del Vaticano. «¿Cómo puedo hablar a los pobres desde estos palacios?». ¿Fue por eso que se discutió con Benelli? ¿Murió del disgusto o, peor, murió de muerte no natural? Todo el mundo se lo pregunta. ¡Qué feliz me habría sentido yo de ver el papa abandonar las glorias del Vaticano! ¡Como se lo había pedido, poniendo todo el corazón, en una carta enviada desde la prisión de Carabanchel en el Año Santo de 1975! Y ahora se iba el bello sueño a convertirse en realidad.
Pero no. Una muerte extraña se lo llevó.
Cuando estaba estudiando en el seminario nos leían la monumental historia de los papas de Ludovic von Pastor. Lección de vida. Las peores intrigas desfilaban por nuestros oídos medio comprensivos, medio escandalizados. Entre los estudiantes, y con gran disgusto de los profesores, se hizo famosa la frase: «El papa es prisionero de la curia romana».
La muerte repentina de Juan XXIII, justo después de recibir el premio de la paz de Lenin, dado a manos por el yerno de Khrustxov, también provoca sospechas entre el pueblo sencillo.
¿Será cierto que tanto en el terreno eclesiástico como en terreno civil o militar sólo se puede acceder a puestos de mando aquel que sabe obedecer sin oponer resistencia a poderes ocultos que son realmente los que mandan?
No sabemos si los interrogantes, en realidad son aseveraciones. Si es así, como cristiano y como sacerdote protesto con indignación del escándalo diabólico con que se ha ofendido tantos y tantos creyentes de buena fe. Y pido a estos creyentes que salgan de una fe infantil y luchen para exigir a la jerarquía no tanto lujo, no tanta grandeza, no tanto poder humano y más fuerza de espíritu.
Lluís M. Xirinacs.