Al servicio de este pueblo.
Avui. Jueves, 7 de Septiembre de 1978. Página 5.
Tradición no centralista.
Como J. M. Sanmartí hace la crónica fundamental de los debates constitucionales a la Comisión del Senado, empleo yo mi columna a dejar constancia de algunas anécdotas significativas.
Pocos días después de haber hecho mi defensa de una Confederación española que respetara la soberanía de las naciones que la compondrían, se me acercó el senador Arespacochaga, de Alianza Popular y anterior alcalde de Madrid, y me dijo que empezaba a apreciar el bien que es la democracia. Él tenía de mí una idea tremendista y, a pesar de mantener ambos posiciones muy opuestas, le había interesado mucho mi propuesta de un Estado plurinacional. Conversamos largamente sobre el hecho de que el centralismo da una fuerza aparente y momentánea pero que la fuerza firme y duradera la da la unión respetuosa y libre de pueblos diversos. El centralismo es un modelo importado de la Francia del racionalismo. La fuerza máxima de la Península Ibérica en toda la historia fue cuando se produjo la unión equilibrada -«Tanto monta, monta tanto Isabel como Fernando»- de pueblos con soberanía propia, con un gran peso específico propio. Entonces la unión fue la suma de la fuerza de todos los pueblos y no la resta, como es ahora. Con deficiencias, sí, pero mucho mejor que lo que tenemos ahora. También la fuerza de los catalanes y los aragoneses fue debida al modelo confederal adoptado y respetado desde el inicio de la unión.
Mientras hablábamos, Camilo José Cela escuchaba. Cuando se fue Arespacochaga, Cela me dijo: «Si cambias el pensamiento de Arespacochaga te hago dos monumentos en vida, para que seas más que yo, que ya tengo uno. Ve eligiendo el pueblo y el material. Te los haré de lo que quieras. Si los quieres de oro, también. Tardaré un poco más, pero te los haré».
El hecho es que la tradición de estilo confederal es más nuestra que no la desastrosa tradición centralista.
Lluís M. Xirinacs.