Al servicio de este pueblo.
Avui. Domingo, 13 de Agosto de 1978. Página 7.
La muerte.
También podría tomar otro nombre más joyoso: «El hombre cósmico». El hombre cósmico no es lo que navega por los espacios interplanetarios, aunque se acerca quizás más que el hombre aferrado al detalle de su entorno terrenal. El hombre interplanetario es más bien un símbolo del hombre cósmico. Es el signo sensible, o el hombre cósmico físico. Su distanciamiento de las cosas cotidianas es material, pero con su cerebro con la memoria eléctrica de su sistema nervioso y con la memoria química de su sistema genético, se lleva arriba al espacio un paquete de detalles de su vida, de la de los otros que lo han rodeado y de la vida de los antepasados almacenada en la herencia.
Pablo VI dice en su testamento: «Fijo la mirada hacia el misterio de la muerte... la total y definitiva separación de la vida presente». Ni nave interplanetaria, ni objetos de recuerdo, ni la propia fisonomía, la propia memoria o la propia herencia. Nada. Esto es la muerte. La total y definitiva separación de lo que los marxistas definirían como la historia y la biología. Los amigos de Jesús estamos convencidos de que nada se pierde, todo se transforma, que más allá de esta vida particular –que viene de particula– existe la vida cósmica, universal, total. En griego esto se llama «católico». Vida católica, para todos, no únicamente para mí o para los mios.
Y la gracia suprema del misterio de Jesús es que esta muerte gloriosa, triunfante, cósmica, no hay que ponerla necesariamente al final de la vida particular. El amigo de Jesús ya ahora es un muerto viviente. Es un hombre cósmico y universal antes de tener que dejar su existencia particular, histórica y condicionada. Es total y es parcial a la vez, con una elasticidad dialéctica que permite el máximo compromiso concreto y la máxima libertad general. Incomprensible para el hombre pragmático actual. Simultáneamente eficaz y evanescente. Esclavo y libre. Aparece y desaparece. Humano y divino. Histórico y eterno. Misterioso.
Todos podríamos explorar este camino. El mensaje de Jesús no es para selectos, es para todos.En un país, donde la semilla de Jesús ha sido tan generosamente sembrada, osaría pedir a todos y especialmente a los hombres colocados en los puestos de mayor responsabilidad, con ocasión de la muerte de quien intentó ser signo universal de la unión entre los hombres, que aprendiéramos a morir ya desde ahora de esta manera.
Lluís M. Xirinacs.