Al servicio de este pueblo.
Avui. Domingo, 9 de Julio de 1978. Página 7.
Ronda de muerte.
Estoy contento porque se ha abolido constitucionalmente la pena de muerte. Es un principio por el que he luchado y hoy es día de victoria. Era en el salón del pleno del Senado y un entrevistador de Radio Nacional me ha llamado para darme la nueva y hacerme algunas preguntas. Cuando he vuelto al escaño he ido esparciendo el aviso entre los socialistas, los progresistas y los catalanes. Joya general. Pero hay mucha hipocresía en torno a este principio y brotan abundantes consideraciones a propósito de este evento.
Dice Camus que todos matamos. Y yo añadiría que la perfección de los sistemas económicos y sociales existentes radica en la organización de unos mecanismos complejos que nos hacen verdugos en todas las horas del día sin que nos demos cuenta.
La pena de muerte no es más que un resultado inevitable de un largo e intrincado proceso, evitable en cada detalle, pero inevitable también en su conjunto, mientras no se inventen otros sistemas de relacionarse los hombres. Prohibir la pena de muerte es como prohibir que salga un resfriado tomando pastillas. Se te queda el resfriado dentro y sale de cualquier otra forma por caminos físicos o psíquicos que quien sabe si no son peores.
Se ha hecho la excepción del área sometida al derecho militar. De lo contrario la disciplina, especialmente en tiempos de guerra, sería imposible y los ejércitos inútiles.
Está suprimida la pena de muerte, pero no la muerte de pena. Hemos atacado un efecto nefasto, pero no las causas, que quedan intactas. La derecha ya se está preparando para decir no al aborto, por aquello de «no matarás», y dejarán las causas intactas. Hace pocos días se nos metió el gol del no al terrorismo y no se atacaron las causas.
Estoy alegre por la supresión de la pena de muerte, pero me dan miedo los resfriados de cabeza sin estornudos. Quizás ya ningún político será fusilado porque hay más libertad política, y, sin embargo, los «Joglars» todavía están en la cárcel o en el exilio, aunque se mata y se muere en Euskadi, aunque la situación económica lleva al borde de la desesperación muchos trabajadores sin empleo, muchos jóvenes sin oportunidades. Ya no se matará por sentencia. El acto de matar cambiará de fisonomía. Y se continuará matando por una necesidad imperiosa de un sistema constitucional que, para salvar la libertad abstracta, permite, de hecho, sólo la libertad de los poderosos controladores del sistema para hacer lo que quieran los sencillos.
Lluís M. Xirinacs.