Al servicio de este pueblo.
Avui. Jueves, 11 de Mayo de 1978. Página 5.
Una nueva pedagogía de la paz.
Las muertes por motivos políticos continúan frecuentándose. Henri Curiel, fundador del Partido Comunista egipcio ha muerto en Paris. El escolta de Aldo Moro y, tras un largo secuestro, el mismo Aldo Moro, ven su vida truncada repentinamente en Roma. La muerte de guardianes del orden público continúa en Euskadi. Hay que sumar el atentado contra Cubillo y la terrible represión contra el MPAIAC en Canarias, que se va calentando con la vecindad del Sahara, donde la guerrilla, el terrorismo y la guerra son a la orden del día.
Radio Nacional me quiere preguntar qué opino sobre la pena de muerte. Ya vemos que en forma de condena oficial o clandestina, o en forma de atentado directo y sin contemplaciones, se mata a raudales.
En nuestra sociedad compleja y sofisticada, los mecanismos que llevan a la ejecución de una persona son tantos y tan variados que es difícil de establecer las responsabilidades. Todo ello, da la impresión de que las causas de las diferentes muertes actúan a una distancia tan grande de los efectos que se desresponsabiliza. Que llega un momento en que el proceso que lleva a la muerte es irreversible, y los ejecutores de las muertes no pueden detener el desenlace fatal. Tenemos una sociedad tan turbia, tan poco diáfana, tan llena de intrigas, de clandestinidades y misterios que los horrores peores se hacen posibles continuamente.
Me da mucha pena la trágica muerte de Aldo Moro. Pero protesto solemnemente de un sistema de hacer política propiciado por la Democracia Cristiana, el Partido Comunista italiano y, en general, por todos los partidos políticos, que entroniza la mentira continuada, la intriga más maquiavélica, la cobertura de los intereses y de las actuaciones más inconfesables con motivos nobles y elevados.
Preguntaba yo qué lejía limpiaría tanta suciedad. El «Osservatore Romano» de anteayer señalaba que no basta con condenar la violencia, hay -decía- crear una nueva «pedagogía de la paz».
Ya Karl Marx expresó varias veces, a lo largo de su vida, su radical oposición a lo que se llamaba «sociedades secretas» en su tiempo, y rehuye encarnizadamente, a pesar de las múltiples persecuciones de que fue objeto, el recurso a la clandestinidad. Siempre defendió la actuación pública, diáfana, explicada, razonada.
Gandhi también siempre soslaya explícitamente la intriga y la clandestinidad sistemáticas. Y, yendo más al fondo, puso como base de la lucha no-violenta el servicio riguroso y la búsqueda diaria de la verdad en cada situación.
Esta es, pues, la pedagogía de la paz que pide de combatir los secretos, las intrigas, los espionajes, las duplicidades, el monopolio cerrado de la información. Y estos vicios no los tienen sólo los agresores sino la gente que tiene las víctimas en la actual ola de atentados.
Lluís M. Xirinacs.