Al servicio de este pueblo.
Avui. Miércoles, 26 de Abril de 1978. Página 6.
Los otros pueblos del Estado.
Este pueblo catalán tiene una larguísima tradición de madurez. Fue totalmente independiente setecientos años. Y en los últimos doscientos cincuenta años no ha dejado de reivindicar sus derechos soberanos. La postración y el silencio son puras anécdotas circunstanciales en su historia.
Comparado su pasado con el pasado del pueblo saharaui, al que el tribunal internacional de La Haya reconoció el derecho de autodeterminación, no deja lugar a dudas. Cataluña es una nación.
Estos días, uno tras otro, los pueblos ibéricos se van despejando y enderezando. El domingo pasado vimos Castilla y Aragón en la calle.
La gran dificultad de este momento que vivimos es la desigualdad en el desarrollo nacional de los diferentes territorios. Una nación es como un ser viviente. Hasta ahora, que yo sepa, nadie ha tenido éxito en el intento de programar el nacimiento de una nación. Una comunidad nacional es un hecho espontáneo. Cuando las desgracias económicas, políticas, militares o sanitarias deshacen la nación de un territorio, la población autóctona o sobrevenida que luego vuelve a ocupar el lugar se ve inconscientemente sometida a una presión renacionalitzadora que a la larga, si no topa con circunstancias demasiado adversas, la lleva a constituirse en nueva nación con su correspondiente estructuración política.
En el Estado español hay territorios para todos los gustos. Unos no han sido nunca naciones y terminarán siendo. Otros, lo fueron; después perdieron la mención y ahora vuelven a pensar e ello. Otros fueron sub-naciones fuertemente autónomas dentro de un territorio nacional más grande pero institucionalmente flojo, como pasó con el País Valenciano, en el Principado y en las Islas o en las diferentes provincias de Euskadi.
La situación actual es muy desigual. Es necesario que los políticos y el pueblo no la ignoren. Hay que superar las envidias absurdas. Ni se puede frenar al más maduro ni se puede forzar el paso del más tierno, pero tampoco se le puede cerrar este paso.
A los catalanes nos convienen las autonomías de los otros pueblos. A ellos les conviene la nuestra. Pero cada caso merece un tratamiento diferenciado. Deberíamos conocernos más unos a otros. La ignorancia mutua sólo produce choques ciegos lamentabilísimos. Haría falta un libro como el que escribió el Candel sobre los otros catalanes, pero en este caso se debería titular Las otras naciones.
Lluís M. Xirinacs.