Al servicio de este pueblo.
Avui. Sábado, 14 de Enero de 1978. Página 6.
Partidos, Estados y naciones.
Desde siempre fue difícil la relación entre partidos y naciones. Los partidos nacieron junto con los Estados liberales. El Estado de la Revolución Francesa quería convertirse en un Estado universal. Los partidos liberales defienden intereses de clase que son intereses internacionales. El Estado capitalista ha permitido el federalismo, siempre que los Estados federados no coincidieran con naciones de verdad. El Estado liberal es poco liberal en ello. Los Estados Unidos de América fueron trazados sobre el mapa con las rayas más divertidas del mundo; se concedieron poderes de todo tipo en los Estados federados, pero nunca se ha tolerado ninguna división que respondiera a realidades sociales naturales. Ni los negros, ni los indios, ni los puertorriqueños, ni los chicanos, ni el sur nunca tendrán su propia patria en los Estados Unidos. En la Italia de hoy los tiroleses germanos se ven obligados a compartir con italianos su territorio autonómico. Y cuando hay que aceptar una división más respetuosa con la realidad por causa de la presión popular, se hace siempre a regañadientes y con tacañería.
Los partidos han seguido el mismo camino que los Estados. También ellos quieren ser universales. Pero ante la imposibilidad de conseguirlo, se han casado con los Estados. Dice Lenin: «En cada Estado, un partido». Su teoría del centralismo democrático pide que el partido salte por encima de las diferentes fronteras nacionales dentro del mismo Estado.
Pero el PSUC, en Cataluña, no cumplió estos principios. En la III Internacional figuraba junto al PCE. En un Estado dos partidos. El asunto Comorera, el estalinismo subsiguiente y la vertebración orgánica actual son etapas del intento de superación de la heterodoxia del PSUC. Sin embargo es todavía un contencioso no resuelto del todo. El PSOE sigue un camino similar respecto al PSC-C. Una vía media entre la pura absorción y la doble existencia paralela. Es muy posible que la razón de esta anomalía antileninista deba atribuirse al potencial económico catalán, que nutre su fuerza nacional hasta cerca de aquellos límites que podrían hacer de Cataluña un Estado independiente.
Las cosas se complican aún más con la subida del sentido pancatalán en Valencia, en las Islas Baleares y Pitiusas, en Andorra y en el norte de Cataluña. La euforia del Partido Comunista de España en las Islas ante el próximo cambio de nombre, los gritos de los militantes isleños de «Viva Cataluña» y «Viva las Islas», las palmaditas cuando Gutiérrez pidió en Ciudad de Mallorca, el domingo, más escuelas donde aprender el catalán, recordando que él la había aprendido en las escuelas de la Generalitat, avisan que los Países Catalanes juegan una mala pasada a la concepción capitalista del Estado español.
Muchas consecuencias se pueden deducir de estos hechos.
Lluís M. Xirinacs.