Al servicio de este pueblo.
Avui. Domingo, 16 de Octubre de 1977. Página 5.
Una asamblea abierta en la calle.
Me voy de la calle de Entença, de frente a la cárcel, después de haber estado veintiún meses, de día en día. Me duele. ¡Las raíces son tan profundas! ¡Hubo que pagar un precio tan alto para fundar la república independiente y libre de la calle de Entença! Nuestro «árbol de Gernika» tiene un tronco macizo: la comunidad -Cincuenta o cien personas- los asiduos, los de siempre, los que han venido meses y meses y que, tanto si están como si no están en estos momentos finales, constituyen el núcleo firme del árbol.
Tiene una cepa potente, el barrio de la Izquierda del Eixample. Con mansedumbre, sin aspavientos, el barrio me ha conocido, me ha querido, me ha ayudado, me ha protegido, me ha votado, me ha animado, se me ha entregado, con toda su pluralidad y sus contrastes. En especial pienso en unos vecinos «sui generis», los amigos presos, con todo lo que arrastran: familiares, funcionarios, guardias civiles y, a menudo, policías. ¡Como os añoraré, queridos habitantes del cautiverio!
El árbol tiene unas raíces largas, retranqueos en la tierra, esta inconmensurable ciudad de Barcelona, el ancho país catalán. ¿Cuántas veces no ha acudido a mi llamada para rodear la cárcel, para hacer campaña de amnistía, entre porras y balas de goma? Todo un pueblo que ha apoyado una acción, porque ha visto que era bien suyo! ¡Qué gusto da trabajar con una compañía tan generosa! Se me pelaban las manos de tanto saludar.
Y el árbol tiene un ramaje abierto a todos los vientos, norte, sur, este y oeste. De todos los pueblos hispánicos, del pueblo vasco, especialmente, que me obsequió con una «txapela» gigantesca el día que hacía el año de mi guardia por la amnistía. De todos los pueblos del mundo. Volvieron unos noruegos al cabo de un año de haber venido y allí mismo me encontraron. Australianos, canadienses, chilenos, por no hablar de la Europa cercana. Los periodistas, la radio, la televisión de todas partes. Has esparcido por el mundo esta pequeña y entrañable cosa que ha sido la calle Entença. Todo el mundo es sediento de intimidad comunitaria en una civilización inhóspita y masificada.
Yo sueño que en la plaza o en la calle mayor de cada pueblo, de cada barrio estalle la flor de una calle Entença multiplicada. Que los hombres tristes y desencantados salgan del fondo de los bares, donde consumen sus horas vacías jugando al dominó, y se entreguen animados al servicio de este pueblo que tiene necesidad de todos los corazones y de todos los brazos para salir de la gran postración de este largo tiempo de servidumbre. De un árbol, mil árboles.
¡Muera la calle de Entença! ¡Viva la calle Entença!
Lluís M. Xirinacs.