La plutarquía y otros relatos.
En
1925 tenía 14 años y vivía en Toulon. Un día,
paseando, vi el anuncio de una conferencia sobre «El rol de los banqueros
en la sociedad». La sala estaba llena de señores con grandes
barbas. El conferenciante era Horace Finaly, Presidente de la Banque de
Paris et des Pays Bas. En el coloquio pedí la palabra. Ante la sorpresa
de los asistentes Finaly dijo que me atendería personalmente al
acabar la reunión.
Fue a partir de este encuentro fortuito que trabamos una amistad
especial. Durante 14 años nos reuníamos periódicamente
en su casa de París. Era una persona muy culta e influyente. De
ascendencia judía, había nacido en Budapest en 1871. Sucedió
a su padre Hugo en la presidencia de la Banque de Paris et des Pays Bas,
uno de los bancos más importantes del momento.
En una de las entrevistas ocurrió un hecho insólito,
explicable por mis inquietos y atrevidos 18 años. La cita era a
las ocho y media de la tarde en su despacho. Cuando llegué, un atento
sirviente me hizo saber que M. Finaly no me podía recibir inmediatamente
porque tenía una reunión importante, pero me rogó
que le esperara en su biblioteca.
Primero me entretuve consultando libros. Después me senté
en su escritorio y maquinalmente confirmé que había cajones
abiertos. El remordimiento del fondo del alma no impidió a mi vehemencia
revolver los cajones. Todo muy ordenado en carpetas bien tituladas, unas
más interesantes que otras. Mi astucia de adolescente tomaba precauciones
para conservar el orden de las carpetas. En el fondo del último
cajón de abajo encontré una carpeta «confidencial».
Atraído por el descubrimiento leí su contenido sin entender
gran cosa. Era un tema bastante nuevo para mí. Se trataba del informe
de una reunión importante celebrada en París el año
1919. Recuerdo que los componentes exclusivos de la reunión eran
J.J. Morgan (Banca Morgan), Sir H. Deterding (Royal Dutch/Shell) y Finaly
como anfitrión. En la reunión participaban únicamente
ellos, pero algunas veces llamaban a diferentes expertos y les pedían
aclaraciones. Lo que más me interesó fue un resumen final.
El resumen contenía dos puntos y una conclusión:
Primero. Según los expertos, pero también
según la opinión general de los grandes economistas de antes
y durante la guerra del 1914, las existencias de oro sólo permitían
cubrir los gastos bélicos durante tres meses. Para superar esta
dificultad, los banqueros internacionales -como ellos- habían sugerido
a los gobiernos beligerantes el abandono de la convertibilidad en oro de
los respectivos papeles moneda, por lo memos en el interior de cada Estado.
Segundo. Si el papel moneda, desvinculado del oro, que se había
preconizado y realizado durante la guerra, era ahora, una vez finalizada,
«racionalizado», permitiría a los banqueros internacionales
y a los responsables de las clases dirigentes -según los expertos-
ganar más dinero que si se mantenía la moneda desinformativa
y anónima vigente hasta entonces (y hasta nuestros días).
Conclusión. La decisión de los reunidos fue que no
les interesaba racionalizar los papeles moneda irracionales vigentes porque,
primero, ya tenían bastante dinero y segundo, el papel moneda irracional
actual permitía el juego (sucio) de la plutarquía mundial.
Mientras estaba reflexionando, absorto, con el documento recién
leído entre las manos, recibí una bofetada mayúscula
que me tiró al suelo. Durante unos momentos no supe qué me
pasaba. Después, Finaly, cambiando de actitud, muy gentilmente me
ayudó a levantarme y me pidió perdón. Me hizo ver
mi indiscreción ante la confianza que me había demostrado
dejándome solo en su biblioteca con los cajones abiertos. Me iba
diciendo que ni siquiera uno de sus criados se habría atrevido a
hacer lo que yo había hecho. (Estoy en duda, pero seguramente él
tenía más espías en casa de otros que a la inversa).
Después del incidente cenamos. Nadie se enteró del
exabrupto de Finaly. Durante la cena me preguntó qué había
entendido del informe. Le dije que prácticamente nada.
-La palabra que más me ha llamado la atención
es «plutarquía».
-Poco a poco -dijo- te lo iré explicando.
Aquel día no me explicó nada. Después caería
en la tentación de extenderse conmigo acerca de todos estos temas
tan embriagadores. Él tuvo la gentileza de ofrecer sus pensamientos
más recónditos a un adolescente sediento que, en una oscura
intuición, había adivinado la importancia de los conocimientos
mantenidos ocultos por esta «casta superior» de grandes banqueros.
Junto a las confidencias bancarias me transmitió elementos
de la tradición no escrita de Platón. Una de ellas hacía
referencia a los intentos que Platón había hecho en Siracusa
para restablecer una moneda personalizada-documentada, y de cómo
había fracasado por falta de esclavos-escribas suficientes para
anotar todas las transacciones. Platón -según Finaly- en
sus viajes por el Mediterráneo había descubierto la existencia
de una Edad de Oro en la que la moneda no era de oro o de plata y donde
reinaba la paz y el mercado responsabilizado.
Todas estas revelaciones me dejaron perplejo. ¿Era posible
y viable una moneda racionalizada que fuera el reflejo contable de cada
compraventa? ¿Antes del oro y de la plata, había existido
otro tipo de moneda no anónima e informativa? ¿El tipo de
moneda podía ayudar o impedir que las guerras fuesen posibles? ¿Era
real que unos pocos hombres influyentes -banqueros e industriales internacionales-
decidiesen la suerte de millones de personas al margen de los políticos?.
Con estos interrogantes, aún a medio formular, fueron pasando
los años. Un día, en 1939, llegué tarde a la cita
y Finaly no me quiso recibir. Nunca más volví a verlo. La
guerra le llevó a los Estados Unidos de América. Algunos
años más tarde supe que había muerto en 1945 en Nueva
York.
Algunos de estos interrogantes se me fueron reforzando dramáticamente
con los acontecimientos de aquellos años. En setiembre de 1936 en
Barcelona, un mes después del golpe militar, Abad de Santillán,
dirigente de la CNT, me dijo: «Ya hemos perdido la guerra y la revolución
por no haber sabido, de buen principio, dominar la moneda y la banca como
instrumentos al servicio del pueblo: ¡hemos considerado que las armas
y la violencia lo eran todo!» Esta declaración corroboraba
la de otro importante dirigente de la CNT, Mariano Vázquez que me
confesó: «Durante veinte años nos hemos preparado para
obtener lo imposible y ahora que lo tenemos no sabemos qué hacer.
Hemos estudiado y practicado todos los caminos de la revolución,
pero no los caminos de qué hacer con el mando sin trabas que nos
ha dado la revolución». Curiosamente, estas conversaciones
me hicieron extraer las mismas conclusiones que las surgidas de las largas
conversaciones con el banquero Finaly.
Con estas claves de interpretación y con estos interrogantes,
la investigación fue a la vez apasionante y ardua. Tuvieron que
pasar casi 40 años hasta que nuevos datos me hicieron entrever que
aquellas atrevidas afirmaciones de Finaly sobre un tipo de moneda diferente,
personalizada e informativa eran no sólo técnicamente viables
sino que, incluso, un sistema monetario de estas características
ya había existido antes del uso de las monedas anónimas de
oro y plata.
En agosto de 1978 apareció en la revista Investigación
y Ciencia un artículo sobre «El
primer antecedente de la escritura» donde se abría una
nueva visión del funcionamiento de las ciudades del Asia occidental
en el período que va del 9º al 2º milenio antes de nuestra
era. Se trataba del descubrimiento de un complejo sistema de fichas y de
registros de arcilla que permitieron el funcionamiento de los mercados
en una zona que se extendía desde el Mar Caspio hasta Jartum y desde
el Indo hasta el Mediterráneo. Este sorprendente estudio parecía
confirmar las hipótesis de Platón sobre una Edad de Oro sin
guerras y con unos tipos de instrumentos de intercambio sin valor intrínseco
y responsabilizadores.
Curiosamente, este descubrimiento permitía emitir una audaz
hipótesis sobre el origen de la «historia» y de los
imperialismos. La historia comienza oficialmente con la aparición
de la escritura, es decir, en el momento en que se crean las tablillas
sumerias. Según la investigadora, estas tablillas fueron una evolución
del sistema de registros y fichas anterior. Evolución que acabó
con él. Todo esto sucedió aproximadamente cuando Sargón
I rey de Akkad se convirtió, en pocos años, en dueño
del primer Imperialismo histórico, conquistando -no se sabe cómo-
muchas de las pequeñas ciudades amuralladas que durante 7.000 años
habían sido independientes. Es precisamente en este tiempo que comenzó
a aparecer el uso de los metales preciosos como moneda aceptada gracias
a la invención de la balanza de precisión, la piedra de toque
y el agua regia que permitían medir las cantidades y las calidades.
Todos estos datos, ¿no podían sugerir que existía
una relación directa entre paz-imperio-moneda responsabilizada (que
duró 7.000 años) y entre guerra-imperialismo-moneda anónima
(desde hace 4.500 años)?.
El otro hecho, mirando al futuro, es la rápida expansión
de sistemas electrónicos y telemáticos en el campo del dinero.
En el año 1920 no era viable técnicamente sustituir los billetes
y las monedas por moneda racional (facturas-cheque). Pero con la introducción
de sistemas de pago electrónicos no solamente la viabilidad es total
sino que la monética -moneda electrónica- significa una progresiva
reducción del uso del papel moneda y de las concepciones del dinero
como «tercera mercancía».
La investigación histórica y la investigación
técnica empezaron a avalar las intuiciones mantenidas durante años.
La transición política española confirmaría
la importancia de disponer de unos instrumentos muy precisos y potentes
capaces de dotar los ideales de transformación social con algo más
que manifestaciones o elecciones libres. El desencanto de la política
es el precio que estamos pagando por no haber aprendido de la mayoría
de revoluciones y cambios sociales que quienes verdaderamente tienen el
poder permiten que «todo cambie para que todo continúe igual».
Agustí Chalaux de Subirà.
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