Nuevos apartados:
Dolors Marin Tuyà.
Artículos publicados en la revista Penedès Econòmic.
Lluís Maria Xirinacs.
Artículos publicados en el diario Avui, cuando Lluís Maria Xirinacs era senador independiente en las Cortes Constituyentes españolas, entre los años 1977 y 1979, traducidos al castellano.
Lluís Maria Xirinacs.
Artículos publicados en el rotativo Mundo Diario, cuando Lluís Maria Xirinacs era senador independiente en las Cortes Constituyentes españolas, entre los años 1977 y 1979.
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Publicaciones:
Lluís Maria Xirinacs.
Agustí Chalaux de Subirà, Brauli Tamarit Tamarit.
Agustí Chalaux de Subirà.
Agustí Chalaux de Subirà.
Agustí Chalaux de Subirà.
Magdalena Grau Figueras,
Agustí Chalaux de Subirà.
Martí Olivella.
Magdalena Grau,
Agustí Chalaux.
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Capítulo 1. La monetización humana.
La moneda ha llegado a ser, de buen grado o a la fuerza,
en muchas culturas contemporáneas, una pieza clave en las relaciones
humanas.
Es difícil imaginarnos el mundo sin moneda. Las utopías que
lo proponen, de momento, fracasan. Pero, al mismo tiempo, existe la intuición
de que la moneda no siempre es una ayuda para las relaciones humanas, sino
que también las enreda. Vivimos en esta ambigüedad.
Estos
últimos años -como en ciertos períodos de la historia
de las sociedades monetizadas- el «dinero ha dejado de ser tabú
para convertirse en rey». Esta frase es de Alain Minc, el brazo derecho
del financiero Carlo de Benedetti. En su último libro L'Argent fou
(El dinero loco) dice que «cree en la economía de mercado,
en el capitalismo y en su capacidad de movimiento y de renovación
y acepta por tanto 'el precio que se tiene que pagar: el peso del dinero
en nuestra sociedad'. El principal problema se encuentra en que 'nuestro
capitalismo no tiene un contramodelo, se ha descubierto que sólo
existe una manera de hacer economía de mercado y ahora se tiene
que encontrar, dentro del propio sistema, un contrapoder' sin el que se
'recrearán los conflictos de clases' y se pondrá en cuestión
la legitimidad del sistema económico vigente en la actualidad. 'Ha
llegado el momento de decir stop, vamos a derrapar'. El mercado
que sólo se identifica con el dinero se ha convertido en 'totalitario'.
Hoy existe un 'salario mínimo de los ricos' porque los tipos de
interés son muy superiores a la inflación. 'No existe salario
que aumente en la misma proporción1'».
Después de esta sorprendente denuncia, Alain Minc nos sorprende
con la solución: «Preconiza la instauración de una
ética y la resurrección de la virtud y la moral. Unas reglas
económicas y de vida que consisten en 'no vender ni comprar acciones'
y en colocar sus ahorros en cuentas a plazo».
Por lo que sabemos de nuestro sistema económico, las crisis de
sobreproducción o de subconsumo, la inflación o la deflación,
la pobreza y la opulencia... no son disfunciones fácilmente solucionables.
Parecen formar parte de la misma dinámica del capitalismo real.
Dicen que son el precio inevitable de un sistema que favorece el progreso,
el
desarrollo y la modernización. El socialismo real no sólo
no parece haber superado estos problemas, sino que ha creado otros.
Los teóricos de uno y otro sistema han considerado el tema monetario
como tema secundario en la economía. Mientras la moneda estaba vinculada
a metales preciosos escasos provocaba problemas, pero su emisión
tenía una cierta disciplina. A medida que la moneda se ha ido desligando
de cualquier contrapartida real y que la única disciplina es la
impuesta por las necesidades de los estados y por los intereses de los
bancos estamos viviendo una situación radicalmente nueva, sobre
la que no sabemos gran cosa. «La actitud de los economistas ante
la moneda puede parecer curiosa. Mientras se desarrollan durante el siglo
XVIII los bancos emisores de billetes gracias a los que es posible hacer
una política de creación de moneda autónoma, libre
de las limitaciones impuestas por la producción de metales preciosos,
los economistas lanzan la idea de que la moneda es un fenómeno secundario
del que es posible prescindir cuando se estudian las leyes económicas
fundamentales. Este punto de vista, que prevalece desde entonces, no les
impide denunciar regularmente los desórdenes monetarios que, según
ellos, son la causa de la inestabilidad de las economías. Esta actitud
paradójica es testigo, en todo caso, de la complejidad de la función
que tiene la moneda en las sociedades modernas2».
Mientras los teóricos discuten, el dinero corre por todo el mundo
a golpe de ordenador buscando beneficios inmediatos, aprovechando los tipos
de interés altos en uno u otro país, comprando y vendiendo
acciones que no tienen nada que ver con el valor de las empresas que las
han emitido, especulando sobre propiedades inmobiliarias, en materias primeras
o en recursos naturales escasos... El dinero fácil y abundante para
especular destruye así la producción real, agrava la depredación
ecológica, condena a la miseria a millones de personas... facilita
el tráfico de influencias, la evasión fiscal, el tráfico
de drogas y de armas... Aquí y allá surgen voces que alertan
de los peligros que la economía especulativa, facilitada por las
transacciones electrónicas, puede representar para la economía
real y para el Estado de derecho.
Lorenzo
Dionis, un profesor de la IESE, expone la gravedad de la situación.
«Me viene a la memoria el aviso que el Nobel de Economía del
año 1988, Maurice Allais, dio el mes de mayo a través del
diario Le Monde, al afirmar que el volumen de dólares que
se transfieren diariamente de una mano a otra alcanza la cifra de 420.000
millones, cuando las necesidades reales no pasan de 12.400 millones...
No cabe la menor duda de que estos manejos de dinero inexistente, que hace
ricos en un día a «tiburones» o «yuppies»
a costa de que se tambalee la empresa real, la que rinde un servicio y
crea valor económico añadido, no se aceptan con facilidad.
Estos negocios ficticios nos han proporcionado el «lunes negro»
del 87, el «viernes triste» del 89 y el próximo bache
que puede traer el 90. Porque en la década de los años noventa,
o se refuerza la economía real de Europa y del mundo o el capitalismo...
volverá a romperse3».
Por su parte el profesor de política económica de la Universidad
Keita de Tokio «Compara los mercados financieros con un gran casino
habitado por especuladores atentos a cualquier posible maniobra...»
y añade «que cada vez es más difícil controlar
estos juegos financieros... porque los mercados financieros de todo el
mundo están ahora sincronizados y las transacciones están
dirigidas globalmente, no nacionalmente. Podemos prever que la información
de las redes internacionales convertirá los mercados mundiales en
casinos en los años 90, cosa que beneficiará numerosas «burbujas»
e incrementará el número de las transacciones que no se basan
en factores económicos4».
Estos recientes toques de alerta, hechos por personas que conocen bastante
bien el sistema actual, no hacen más que añadirse a los de
otras personas que desde hace años avisan de los peligros que tiene
una moneda desvinculada del mercado de bienes y servicios real. Pierre
Mendes-France, en 1974, ya planteaba estos problemas, pero todavía
no se ha encontrado la manera de resolverlos. «Pienso desde hace
tiempo que es urgente preservar las operaciones comerciales y las transacciones
corrientes de los accidentes que provoquen las migraciones salvajes de
capital. Se han de controlar estas migraciones e impedir ciertas agitaciones
de pánico o de especulación. Es preciso crear una especie
de policía de los movimientos de capital. La tendencia a la inflación
sólo puede ser dominada si una ley clara e irresistible une el mecanismo
monetario a las necesidades verificables de la vida económica y
de los intercambios5».
Al lado de estos procesos de divorcio entre la economía real
y el movimiento de dinero rápido, básicamente electrónico,
continúan los flujos de dinero negro. «Como promedio, llega
a la Confederación Helvética más de una tonelada diaria
de billetes de banco de todo el mundo6».
Gran parte de este dinero puede ser blanqueado del fraude fiscal, del tráfico
de influencias o de drogas. «Los tres grandes bancos suizos... se
han defendido vigorosamente de las insinuaciones sobre su participación
en la «conexión libanesa», pero el Ministro de Interior
de la Confederación ha demostrado que los correos que trasladaban
el dinero desde Turquía a Zurich pasando por Sofía, lo hacían
en maletas de los bancos7».
Algunos problemas actuales son tan explosivos que las mismas instituciones,
que normalmente ejercen el dominio financiero sobre los estados, comienzan
a darse cuenta del absurdo y del peligro de la situación creada.
«El director del Fondo Monetario Internacional se ha dirigido a los
gobiernos deudores ante las «extravagantes demandas» de los
bancos acreedores para que resistan a la reclamación de su astronómica
deuda. Si realizaran tales pagos se privarían de importaciones esenciales
y condenarían a sus países a la inanición. (Esta)
filtración ha suministrado una mayor ansiedad en los sectores privados
de la banca de los países ricos, que se enfrentan ahora a las consecuencias
de más de un decenio de préstamos imprudentes a gobiernos
inestables o débiles8».
Para intentar cambios políticos la moneda parece un instrumento
clave. El presidente Fujimori prometió que cambiaría «la
moneda de Perú como una medida para combatir la crisis». El
presidente saliente, Alán García reconoció que «En
mi Gobierno quizá se cometieron muchos errores... pero también
hubo demasiada carga emocional, demasiado odio, porque en un momento intentamos
controlar los instrumentos del manejo del dinero9».
Han pasado los meses, el cambio de moneda no se da y la situación
no parece mejorar. Cuando debido a una situación inflacionaria -como
en Argentina- se produce un cambio de moneda (el peso por el austral o
la equiparación del austral al dólar), se modifica el nombre
o el valor, pero no se modifican sus características desinformativas
y corruptoras. Los resultados no acostumbran a ser los esperados.
Y para enredar las cosas el actual tipo de moneda también es
una buena herramienta. «La causa directa de la caída de la
dirección federal del partido (Los Verdes) fueron las irregularidades
financieras en la compra y gestión de la sede central del partido
en Bonn. Tras años de erigirse en el gran acusador de la corrupción
de los otros partidos parlamentarios por el escándalo Flick y
otros, los «verdes» se han visto desposeídos de su aureola
de honradez y de sencillez espartana. Los «fundamentalistas»
acusaron a los «realistas» de capitalizar de forma «miserable»
los errores que hubo y rechazaron todas las acusaciones de malversación
y de irregularidades fiscales. Según uno de los dirigentes radicales
depuestos, el escándalo es 'una maniobra preparada desde hace largo
tiempo para integrar al partido en el sistema vigente y quitarle su carácter
revolucionario y anticapitalista10'».
Antes del crack de 1929 había unos sectores sociales que ganaban
mucho dinero. Cuando todo estalló muy pocos ganaron. Casi todos
perdieron. Y la crisis se extendió por todo el mundo y con ella
la guerra. Siempre es así. Un ciclo infernal: ganancias rápidas
desligadas del mercado real, crisis y guerra para salir de la crisis. En
el 29 las autoridades monetarias no quisieron intervenir a tiempo. Ahora,
aunque intervengan dentro de los estados, no saben como controlar el nivel
de la especulación internacional. Las izquierdas y los alternativos
no dicen ni hacen gran cosa al respecto. Quizás continúa
pendiente el sueño de que la crisis será el fin del capitalismo
y con ella vendrá el nacimiento de una nueva sociedad...
El ciudadano normal ante los problemas monetarios y económicos
se siente superado. No entiende demasiado, se mete en su nido y confía
en que todo esto sean alarmismos. No puede aceptar el hecho de pensar que
va en un barco sin timón. Se horroriza. Se exculpa diciendo que
«lo resuelvan los economistas y los políticos, que para esto
estudian y ¡para esto cobran parte de nuestros impuestos!».
Pero el ciudadano que no quiere ser un inconsciente no le toca otro
remedio que intentar entender un poco más el poder secreto de la
moneda, si quiere saber en qué barco navega y en qué puede
colaborar para evitar el naufragio.
Un origen poco
claro.
Tenemos que reconocer que el origen de la moneda no es claro. Y tal
vez no pueda serlo porque todavía no hay acuerdo sobre qué
es la moneda. Lo que sí sabemos es que en diversas culturas y momentos
se encuentra un conjunto amplio de instrumentos y de objetos de los que
hay indicios que han tenido funciones «monetarias». Pero estos
indicios están sometidos al peligro, que tiene todo historiador,
de interpretar el pasado según conceptos y realidades del presente.
Y el caso de la moneda es uno de los afectados por este peligro, al menos
por la pobreza de los resultados conseguidos hasta ahora en el intento
de encontrar sus orígenes.
En general, como iremos viendo, podemos decir que la moneda es un invento
antiguo que se presenta bajo diversas formas («bienes-símbolos»,
arcilla, herramientas, metales, papel, tarjetas...), puede tener diferentes
características (personalización, anonimato, valor intrínseco,
equivalencia abstracta...) y puede cumplir variadas funciones (unidad de
cuenta, medio de intercambio, depósito de valor...). Este antiguo
y curioso invento ha facilitado el intercambio de todo tipo de «bienes
y servicios» entre y dentro de las culturas que han desarrollado
algún grado de especialización productiva.
Las culturas comunitarias en las que predomina la reciprocidad de dones
en su interior, también han aceptado, en muchos casos una u otra
forma de moneda en las relaciones con otras comunidades o con las sociedades
en que han estado inmersas.
La literatura de divulgación sobre el tema, sobre cuya base el
ciudadano y el economista han forjado su idea de moneda, está llena
de afirmaciones como éstas:
«Los indicios más primitivos del uso del dinero
se remontan al cambio de barras de metal hecho en los templos babilónicos
alrededor del año 3000 a. C. Las monedas más antiguas que
conocemos son del siglo VII a. C.». «Las formas primitivas
del dinero variaban por todo el mundo. Solían ser cosas que podían
aprovecharse clara y fácilmente, que no eran demasiado grandes y
que todos estaban de acuerdo en que eran deseables. Los granos de cacao,
las plumas, el aceite de oliva y las pieles se habían usado como
dinero. Las conchas fueron unas de las formas más corrientes de
moneda primitiva. Los collares de conchas fueron usados principalmente
en las islas del Pacífico. Los anillos de metales diversos fueron
unas de las más importantes monedas corrientes prehistóricas;
se utilizaban en buena parte de Europa y de Oriente Medio. En el Tibet
y en China los ladrillos de té fueron unas de las primeras formas
de dinero11».
«Comprendieron que, en lugar de cambiar unos objetos por otros,
era mejor utilizar piezas de valor, pequeñas y manejables, para
cambiarlas por cosas. Cada cosa se cambiaría por una, dos, tres
o más pepitas de oro según su valor12».
«Los héroes de Homero estimaban en bueyes el valor de sus
armas. Los egipcios también calculaban a base de bueyes, lo mismo
que los germanos y los romanos arcaicos13».
Todos estos datos, expuestos sin cronología ni conexión,
son un popurrí que no hacen más que reforzar la idea de que
la moneda ha surgido con valor intrínseco, como tercera mercancía,
que favorece el intercambio de bienes y que todas estas formas «primitivas»
no sirven más que para ayudar a que surja la perfección monetaria:
las piezas de metal acuñadas. Es a éstas que los libros dedican
la mitad de sus páginas, reservando el resto para explicar la evolución
moderna de la moneda (del papel a la electrónica), evolución
que contradice, paradójicamente, gran parte de las ventajas teóricas
de las monedas metálicas.
Merced, mercado, moneda.
No es función de este ensayo desarrollar un estudio histórico
completo sobre estos temas, pero sí el de intentar desmitificar
una visión impuesta de la moneda, generalmente aceptada, pero en
gran parte irreal. Intentaremos exponer brevemente una hipotética
aproximación a las diversas expresiones del hecho monetario. Toda
historia es una hipótesis.
En la diversidad de culturas humanas que han vivido y viven en nuestro
planeta, muchas de ellas han encontrado la necesidad de intercambiar objetos,
normalmente excedentarios, por otros, normalmente deficitarios, y esto
tanto con el exterior (con otras comunidades o sociedades) como en el interior
de la propia cultura (entre grupos o individuos).
Esta necesidad se ha concretado durante muchos siglos y en muchos lugares
en un tipo de mercado que se fundamenta en el don recíproco, un
don no cuantificado por ninguna otra medida más que la de la satisfacción
subjetiva de quienes realizan el intercambio. Es un mercado de intercambio
de regalos, «gracioso» (en castellano, merced), cualitativo,
ritual. Actualmente, a pesar de la destrucción que sufren, existen
todavía culturas que consideran este tipo de mercado como el más
dignamente humano. El mercado de la reciprocidad engendra unos valores
humanos (prestigio, renombre, responsabilidad personal...) y sociales (mantener
la paz, reconocer las relaciones de parentesco, afirmar alianzas colectivas...)
que son considerados tanto o más importantes que el valor de los
objetos «materiales» intercambiados.
En el mercado de la reciprocidad, y gracias al estímulo de estos
valores humanos y sociales, también se acostumbra a generar un tipo
de competencia productiva y, por tanto, de sobreproducción y de
abundancia. Una abundancia relativa, evidentemente, a sus deseos que no
acostumbran a ser demasiado sofisticados ni numerosos. El mantenimiento
de estas formas de mercado de reciprocidad no es sólo un problema
de protección de los «valores» de comunidades «primitivas»
sino que tiene mucho que ver con el gran problema del «hambre»
que afecta a 2/3 partes de la humanidad actual. Desde Occidente hemos considerado
que estas formas de mercado de reciprocidad y de producción para
el consumo eran anticuadas y que eran la causa de los problemas de falta
de desarrollo que sufrían estas culturas (vistas desde la óptica
etnocéntrica del modelo occidental ¡como culminación
de la evolución humana!).
La estrategia, tanto capitalista como socialista, de los estados, de
las empresas y de las Organizaciones No Gubernamentales de Ayuda al Desarrollo
occidentales, ha sido desastrosa: se ha intentado por todos los medios
«sustituir el proceso de reciprocidad indígena por un proceso
de producción «rentable» (rentable en términos
de cambio» es decir, «desarrollar...formas de producción
privatizadas o colectivizadas que orienten la producción indígena
hacia el cambio y la creación de moneda de cambio» «es
a esto que propongo llamar economicidio14».
Pero otras culturas, especialmente aquéllas en las que el mercado
ha llegado a ser complejo y de gran alcance hasta el punto que se ha perdido
la confianza y el vínculo étnico que exige la reciprocidad,
han encontrado la necesidad de facilitar el intercambio de una manera más
satisfactoria que el mercado subjetivo-cualitativo15.
Estas culturas usan lo que podemos llamar, unidades monetarias,
realidades totalmente abstractas, que permiten hacer una «regla de
tres», una equivalencia de valor entre dos objetos a intercambiar.
De la misma manera que para medir distancias concretas utilizamos unidades
de longitud convencionales y abstractas (p.e. el metro) así, para
medir el valor de cambio de las mercancías concretas utilizamos
unidades monetarias: éstas son unidades de medida convencionales,
abstractas y homogeneizadoras. Constituyen un común denominador
contable abstracto, permitiendo comparar todas las heterogéneas
mercancías existentes en un determinado mercado. Gracias a que a
cada mercancía heterogénea se le atribuye un cierto número
de unidades monetarias abstractas homogeneizadoras es muy fácil
calcular equivalencias numéricas entre diferentes mercancías.
La consecuencia inmediata de la introducción de unidades monetarias
en un mercado es la determinación de valores mercantiles.
Estos valores mercantiles son la resultante de la comparación homogeneizadora
entre mercancías concretas y unidades monetarias abstractas.
Es decir, son valores mixtos (concretos-abstractos).
Los precios (por ejemplo: «Un kg. de patatas vale 60 unidades
monetarias») y los salarios (por ejemplo: 1 jornal de obrero
vale 4000 unidades monetarias) son los valores mercantiles directos.
En cambio, lo que llamamos dinero es el poder de compra que tiene
una unidad monetaria para adquirir mercancías concretas (por
ejemplo: con 1 unidad monetaria puedo comprar 1/60 kg. de patatas o 1/4000
jornal de obrero). Podemos decir que el dinero es un valor mercantil
inverso.
La posibilidad de que en muchas culturas se haya usado una unidad
monetaria abstracta casi no ha sido considerada como clave de interpretación
de multitud de objetos considerados «moneda» pero que no eran
fácilmente adaptables a la moneda-mercancía (tipo oro), considerada
la única «verdadera» moneda.
Es posible que muchos de estos objetos «monetarios» sean
o bien signos de riqueza y de prestigio, o bien patrones de medida de valor.
En los primeros casos son ofrecidos o intercambiados, en ciertos momentos
o por ciertos acontecimientos, con la función social de creación
y mantenimiento de lazos de amistad y de relación. Mientras que,
como patrones de medida de valor, estos objetos no son casi nunca intercambiados
sino que son una referencia abstracta, o una herramienta de contar-calcular,
que sirven para establecer equivalencias entre mercancías.
Esta hipótesis nos permitiría situar el uso del «buey»
(en Grecia, Egipto, Germania y la Roma arcaica) como unidad monetaria abstracta,
como unidad de referencia que permitía establecer «reglas
de tres» entre dos objetos a intercambiar. Esta hipótesis
parece mucho más coherente que no la del uso del «buey»
como moneda-mercancía, que es preciso dividir, intercambiar y transportar
¡en cada cambio! Si esto fuera así, descubriríamos
un gran malentendido que ha complicado las cosas hasta nuestros días.
La mayor parte de las veces, la documentación que poseemos es
insuficiente para poder confirmar con base suficiente esta interpretación.
En gran parte, esta dificultad procede del hecho de que los estudios realizados
acostumbran a estar orientados por la visión «moneda-mercancía»
y no por la hipótesis «unidad monetaria abstracta».
A pesar de estas dificultades, hemos seleccionado un par de ejemplos que
parecen ir en la dirección indicada.
Los habitantes de las Islas del Almirantazgo (Malasia) pueden evaluar
todos sus bienes en conchas y dientes de perro. En los intercambios corrientes,
sin embargo, las conchas y los dientes de perro no son utilizados prácticamente
nunca, mientras que su uso es obligatorio en los intercambios rituales.
Entre los Lele de Kasai (Congo), la tela de rafia constituye el patrimonio
nupcial que todo hombre que quiera casarse debe poseer. Pero, a su vez,
los bienes que son objeto de intercambio no ritual pueden evaluarse en
unidades de la tela de rafia. En estos intercambios, por tanto, la tela
de rafia no interviene como mercancía concreta, sino únicamente
como patrón de valor.
El caso más significativo es el relatado por el explorador francés
del siglo XIX, L.G. Binger que «transcribe así la conclusión
de un negocio entre dos comerciantes del norte de Ghana (donde como en
gran parte de África se usaban cauris -conchas- como moneda): «La
calabaza de sal vale 2000 cauris, cien kola valen 1000 cauris. Te
daré pues, 200 kola por una calabaza de sal16».
Hemos visto hasta aquí dos formas diferentes de resolver los
problemas de los intercambios. El mercado de reciprocidad (sin moneda)
y el mercado de intercambio (con unidad monetaria abstracta para
contar equivalencias). Ahora bien, algunas culturas, debido a su complejidad
creciente y a la fluctuación de los valores mercantiles -precios,
salarios y, por tanto, dinero-, han considerado necesarias unas nuevas
modalidades de intercambio. Estas culturas buscaron unos instrumentos que
permitiesen unas transacciones más rápidas, más cómodas,
más ágiles, más precisas, más seguras... que
las que ofrecía el mercado de intercambio (solamente con unidad
monetaria abstracta).
Estas culturas inventaron los instrumentos monetarios. Con estos,
se puede sustituir el intercambio directo de mercancías por un sistema
de cambio diferido en el espacio y en el tiempo. Valiéndose de los
instrumentos monetarios es posible obtener la mercancía deseada
sin entregar otra mercancía a cambio.
Los instrumentos monetarios son, pues, un «reconocimiento de deuda»
que puede concretarse, en el extremo, de dos maneras bien diferentes:
o bien como un documento registrado en un sistema de cuentas
corrientes personales, que permite compensar las unidades monetarias de
cada acto de compraventa;
o bien como una moneda-mercancía con valor suficiente para ser
aceptada como prenda de igual valor que la mercancía vendida, prenda
con la que poder comprar otra mercancía en otro momento.
A la definición y diferenciación de estos dos tipos de instrumentos
monetarios dedicaremos gran parte de los capítulos siguientes. Como
veremos, es posible que el instrumento monetario basado en una especie
de «cuentas corrientes personalizadas» fuese anterior al basado
en la «moneda metálica». Pero también es muy
probable que, en un mercado en expansión constante, el sistema de
registros en cuentas corrientes llegue a ser, tarde o temprano, pesado,
lento e insuficiente y que, por tanto, apareciesen los instrumentos monetarios
más conocidos históricamente en Occidente: la moneda metálica
(o cualquier otra forma de moneda-mercancía con valor intrínseco).
De momento, pues, sólo es preciso recordar que, a grandes rasgos,
hay diferentes tipos de mercado en relación al uso, o no uso, de
uno u otro tipo de «moneda».
Mercado de reciprocidad sin moneda.
Mercado de intercambio con unidad monetaria abstracta.
Mercado de cambio con unidad monetaria abstracta y con instrumento
monetario («contable» o «metálico»).
El mercado de cambio basado en el uso de instrumentos monetarios es el
que ha predominado en la mayor parte de civilizaciones, es decir, allí
donde la cultura de ciudad, con o sin Estado, ha sustituido las otras organizaciones
culturales, principalmente comunitarias. Son los instrumentos monetarios
los que han invadido la mayoría de relaciones humanas contemporáneas,
incluso, con más o menos incidencia, las culturas comunitarias,
de manera que el estudio más minucioso de las funciones de los diferentes
tipos de moneda, (con sus peligros y posibilidades) se convierte en pieza
clave para la comprensión y el intento de resolución de una
parte importante de los conflictos humanos.
Podemos decir, siguiendo la más pura tradición, que la
moneda tiene, principalmente, tres funciones:
Primera. Unidad de cuenta (facilita la equivalencia).
Segunda. Medio de pago (facilita el intercambio)
Tercera. Depósito de valor (facilita el ahorro y la inversión)
Las dos primeras funciones, como veremos, son bastante independientes del
tipo de instrumento monetario utilizado. Es decir, tanto se pueden satisfacer
con monedas de oro, como con un sistema de cheques y anotaciones en cuentas
corrientes. Pero, en cambio, sus resultados sociales y económicos,
son diferentes.
La tercera función sí que depende del tipo de instrumento
monetario, ya que en la medida en que éste cumpla mal la función
de reserva, la gente se verá obligada a sacárselo de encima
y volver al intercambio -típico de momentos de alta inflación-.
Mientras que, si el instrumento tiende a satisfacer bien la función
de reserva, la gente tenderá a atesorarlo como riqueza, reduciendo
su circulación y dificultando que la moneda pueda llevar a cabo
su función de intermediaria del cambio.
A estas tres funciones de los instrumentos monetarios, será necesario
recuperar una cuarta, hasta ahora despreciada, pero fundamental para aprovechar
las posibilidades de la moneda electrónica:
Cuarta. Sistema de información (facilita la macroeconomía
y el Estado de derecho).
Notas:
1Alain
Minc propone un cambio radical en el sistema capitalista, «El
Periódico», 11 de febrero de 1990.
2«El
Correu de la Unesco», febrero de 1990.
3Economía
real y economía especulativa «Actualidad Económica»,
25 de diciembre de 1989.
4Una
rápida globalización económica. «El Periódico»,
14 de enero de 1990.
5El
nuevo camino de la economía mundial «Actualidad Económica»,
25 de mayo de 1974.
6La
banca suiza teme que el escándalo del blanqueo de dinero del narcotráfico
afecte a su prestigio. «La Vanguardia», 8 de noviembre
de 1988.
7Los
socialistas exigen que se confisque el dinero sucio. «Cinco Días»,
21 de noviembre de 1988.
8La
deuda del Tercer Mundo devora los beneficios de los bancos privados.
«La Vanguardia», 1 de marzo de 1990.
9Fujimori
ofrece un gobierno de unidad nacional «El País»,
11 de junio de 1990.
10Los
«verdes» de la República Federal Alemana ante el cisma.
«El País», 6 de diciembre de 1988.
11Redden,
Richard, (1976), Els diners, Plaza & Janés, Barcelona,
1978 páginas 3-4.
12Ibáñez,
Francisco, La història dels diners, La Caixa, Barcelona,
1989, página 6.
13Nitsche,
Roland (1970), El dinero, Editorial Noguer, S.A., Barcelona, 1971,
página 11.
14Temple,
Dominique, Alternatives au Développement, Centre Interculturel
Monchain, Montreal, 1989, página 97).
15Grau,
Magdalena. Moneda telemática y estrategia de mercado. Centro de
Estudios Joan Bardina. Barcelona, 1985, capítulo
2. En este texto se exponen las bases de la crítica a la moneda
actual y los fundamentos de una moneda racional. Es el primer estudio recopilador
de las aportaciones de Agustí Chalaux sobre estos temas.
16«El
Correu de la Unesco», febrero de 1990.
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