Nuevos apartados:
Dolors Marin Tuyà.
Artículos publicados en la revista Penedès Econòmic.
Lluís Maria Xirinacs.
Artículos publicados en el diario Avui, cuando Lluís Maria Xirinacs era senador independiente en las Cortes Constituyentes españolas, entre los años 1977 y 1979, traducidos al castellano.
Lluís Maria Xirinacs.
Artículos publicados en el rotativo Mundo Diario, cuando Lluís Maria Xirinacs era senador independiente en las Cortes Constituyentes españolas, entre los años 1977 y 1979.
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Publicaciones:
Lluís Maria Xirinacs.
Agustí Chalaux de Subirà, Brauli Tamarit Tamarit.
Agustí Chalaux de Subirà.
Agustí Chalaux de Subirà.
Agustí Chalaux de Subirà.
Magdalena Grau Figueras,
Agustí Chalaux de Subirà.
Martí Olivella.
Magdalena Grau,
Agustí Chalaux.
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Capítulo 15. No hay retorno: la condena de Occidente.
La hipótesis que se considera más viable y
positiva es la segunda: esta opción, es decir, la modificación
del sistema monetario, se convierte en una posibilidad y una necesidad
inmediata (para salir de la «historia oficial» iniciada con
la moneda anónima, la escritura, la corrupción y el imperialismo)
con la esperanza de que ayude a caminar hacia la primera opción
(desmonetización y desmercantilización) en otro Estado histórico,
de momento no probable a medio plazo.
El fracaso del «retorno» al comunismo-colectivismo «a
la fuerza» es mucho más dramático y elocuente que el
fracaso del «retorno» a los comunitarismos voluntaristas de
inspiración cristiana o hippie. En los dos intentos ha habido
una confusión entre «comunidad de origen étnico»,
fuertemente endo-estructurada y «colectividad voluntarista»
de más o menos libre «co-elección». La colectividad,
si es de origen libre, puede llegar a comunitarizarse étnica/éticamente
después de largos procesos. Pero, ni la libertad en el caso comunista
ni el suficiente paso del tiempo en el caso comunitarista han acompañado
a los ensayos de «retorno a los orígenes» realizados
este siglo en Occidente.
Ahora bien, sin comunidades reales, arraigadas y estructuradas entorno
al don recíproco interno y al trueque externo, Occidente está
condenado a funcionar con la especialización productiva dentro de
grandes escalas de población. Y con este dato, tanto la primera
opción (desmonetización), como la tercera (la moneda no es
un tema clave) pueden resultar ilusorias o irresponsables. Continuar considerando,
como hasta ahora, que el tipo de moneda no es un dato clave, es, de hecho,
aceptar las cosas tal como están y quedarse sin un posible instrumento
para modificarlas.
En todo el mundo, en el norte y en el sur, en el este y en el oeste,
bajo el capitalismo y el socialismo, la corrupción (más o
menos sutil) es omnipresente, y los desequilibrios monetarios de un Estado
repercuten para bien o para mal en la economía de los otros estados.
El divorcio entre el dinero y la producción real arruina o edifica
la vida de millones de personas condenándolas al hambre o a la opulencia.
Empieza a haber personas de todos los continentes que, desde su experiencia
de vida no occidental o desde la investigación antropológica,
cuestionan que la civilización occidental sea tan beneficiosa como
se nos ha presentado hasta ahora; no sólo para las otras culturas,
sino incluso para sus propios descendientes. Empieza a haber voces que
muestran necesario un cambio de sentido y de dirección si no queremos
continuar los caminos de la destrucción. Se empiezan a oír
voces que denuncian la incapacidad de la cultura occidental, encandilada
con sus milagros tecnológicos, para comprender las aportaciones
y las dinámicas de las otras culturas...
«El economicidio consiste en destruir las bases económicas
de reciprocidad de las comunidades, sea para imponer la privatización,
sea para imponer la colectivización. Este economicidio es hoy el
arma más secreta, pero posiblemente la más eficaz, de Occidente
contra el 'Tercer Mundo' (contra los 2/3 del Mundo1)».
«La colectivización... suprime la individualización
del renombre, el prestigio o la responsabilidad personal y, por lo tanto,
dificulta toda competencia entre unos y otros para producir más
y mejor. La anulación del prestigio tiene como consecuencia inmediata
el hacer inútil el trabajo creador o productor de excedentes. No
les queda a los individuos, como motivación de la producción,
nada más que el autoconsumo biológico. La colectivización
constituye, pues, una dinámica de subdesarrollo de las comunidades
de reciprocidad. Su fracaso es evidente en las sociedades agrícolas
de la Unión Soviética, de la RDA, de Polonia, de Checoslovaquia,
del Vietnam, de Nicaragua, de China, al menos antes de que ésta
no rehabilitase la explotación familiar y comunitaria2».
«La confusión entre comunidad y colectividad es definitiva
y tan grave como la confusión entre caridad y don que practican
la mayoría de Organizaciones No Gubernamentales de ayuda al Tercer
Mundo3».
«El tercermundismo de inspiración marxista no va mucho
mejor que la ayuda capitalista al Tercer Mundo. Uno utiliza el desarrollo
como caballo de Troya para destruir la economía del Tercer Mundo,
el otro rechaza reconocer el don -el regalo- y la reciprocidad como fundamentos
de otro sistema económico diferente al del cambio generalizado».
«Los dos muestran que obedecen bien a la lógica del (mercado
de) cambio, mientras que es sobre la reciprocidad que se fundamenta la
comunidad».
Reconocer el derecho a la existencia de otras formas de vivir, de relacionarse
y de producir no solamente es un derecho que todo occidental afirma en
la Declaración de Derechos Humanos, sino que se convierte en una
posibilidad de encontrar caminos perdidos en Occidente: la medida de las
cosas. El etnocentrismo occidental ciega nuestra pretendida objetividad
en la mayoría de observaciones. No sólo debemos respetar
otras culturas por coherencia con nuestra tradición formal, sino
que su vida puede ayudarnos a relativizar nuestra opulente y miserable
civilización.
«Es
que a la opulencia se puede llegar por dos caminos diferentes. Las necesidades
pueden ser «fácilmente satisfechas» o bien produciendo
mucho, o bien deseando poco. La concepción más difundida,
al estilo Galbraith, se basa en supuestos particularmente apropiados a
la economía de mercado: que las necesidades del hombre son grandes,
por no decir infinitas, mientras que sus medios son limitados, aunque pueden
aumentar. Es así como la brecha que se produce entre medios y fines
puede reducirse mediante la productividad industrial, al menos hasta conseguir
que «los productos de primera necesidad» se vuelvan abundantes.
Pero existe un camino Zen hacia la opulencia que parte de premisas diferentes
de las nuestras: que las necesidades materiales humanas son finitas y escasas,
y los medios técnicos, inalterables; pero, por regla general, adecuados.
Adoptando la estrategia Zen, un pueblo puede gozar de una abundancia material
incomparable... con un bajo nivel de vida4».
«Ésta es, a mi parecer, la mejor manera de describir a
los cazadores-recolectores y la que ayuda a explicar algunas de las conductas
económicas más curiosas como son la 'prodigalidad', es decir,
la inclinación a consumir rápidamente todas las reservas
de que disponen como si no dudaran ni un momento de poder conseguir más5».
Libres de las obsesiones de escasez, el no tener nunca prisa; «trabajar»
entre 20 y 30 horas a la semana; disponer de mucho tiempo libre para dormir,
para conversar, para visitarse, para bailar y comer en común; no
agotar -sin retorno- el medio natural, valorar la existencia humana por
encima de la simple cobertura de necesidades materiales; la ausencia de
hambre crónica... son las principales características que
definen este modo de vida considerado por Occidente como «primitivo»,
pero al mismo tiempo, también, como «paraíso perdido».
En cambio, la visión que tenemos sobre las condiciones de vida
«primitivas» es la que nos han transmitido la mayoría
de antropólogos: «'Una simple economía de subsistencia',
'tiempo libre limitado salvo en circunstancias excepcionales', 'demanda
incesante de alimentos', recursos naturales 'escasos y en los que sólo
se puede tener una confianza relativa', 'ausencia de excedente económico',
...así se expresa, en general, la opinión antropológica
respecto a la caza y la recolección6».
«Es posible que -esta opinión- sea uno de los prejuicios
más claros del Neolítico, una apreciación ideológica
sobre la capacidad del cazador para explotar los recursos de la tierra,
cosa que está muy de acuerdo con el intento histórico de
privarlo de la misma. Hemos heredado este prejuicio de la descendencia
de Jacob, la cual se 'dispersó hacia el oeste, hacia el este y hacia
el norte' en desmedro de Esaú, que era el primogénito y un
ingenioso cazador, pero al que, en una famosa escena, se priva de su primogenitura7».
Contrariamente, nos convendría una visión más lúcida
y realista sobre las maravillas del progreso de nuestra civilización
occidental: «El sistema industrial y de mercado instituye la pobreza
de una manera que no tiene parangón alguno y en un grado que, hasta
nuestros días, no se había alcanzado ni aproximadamente.
Donde la producción y la distribución se rigen por el comportamiento
de los precios y toda la subsistencia depende de la ganancia y el gasto,
la insuficiencia de recursos naturales se convierte en el más claro
y calculable punto de partida de toda actividad económica8».
«La escasez es el juicio dictado por nuestra economía y,
por tanto, también el axioma que rige la Economía: la aplicación
de medios insuficientes frente a fines alternativos para obtener la mayor
satisfacción posible en determinadas circunstancias9».
«Habiéndole atribuido al cazador impulsos burgueses y herramientas
paleolíticas, juzgamos su situación desesperada por adelantado10».
«Nos sentimos inclinados a pensar que los cazadores recolectores
son pobres porque no tienen nada; quizá sea mejor pensar que por
este mismo motivo son libres. 'Sus posesiones materiales limitadas al extremo
les liberan de toda preocupación respecto de sus necesidades cotidianas
y les permiten disfrutar de la vida (Gusinde, 196111)'».
El autor llega a ser paradójicamente subversivo: «La cantidad
de trabajo (per cápita) aumenta con la evolución de la cultura
y la cantidad de tiempo libre disminuye12».
«Pero, sobre todo, ¿qué tenemos que decir del mundo
de hoy en día? Se dice que aproximandamente entre un tercio y la
mitad de la humanidad se acuesta todos los días con hambre. En la
antigua Edad de Piedra la proporción debe haber sido bastante menor.
Ésta, en la que vivimos, es la era de un hambre sin precedentes.
Ahora, en la época del mayor poder tecnológico, el hambre
es una institución. Podemos dar la vuelta a otra venerable sentencia:
el hambre aumenta relativa y absolutamente con la evolución de la
cultura.
Esta paradoja responde, por completo, a mi punto de vista. Los cazadores
y los recolectores tienen un bajo nivel de vida debido a la fuerza de las
circunstancias. Pero, tomado como su 'objetivo' y dados los adecuados medios
de producción, pueden, por lo regular, satisfacerse fácilmente
todas sus necesidades materiales. La evolución de la economía
ha conocido, entonces, dos movimientos contradictorios: el enriquecimiento,
pero simultáneamente el empobrecimiento; la apropiación con
respecto a la naturaleza, pero también la expropiación con
relación al hombre. El aspecto progresivo es, desde luego, tecnológico.
Éste se ha manifestado de muchas maneras: como un aumento de la
oferta y la demanda de bienes y servicios, de la cantidad de energía
puesta al servicio de la cultura, de la productividad, de la división
del trabajo y de la libertad con respecto a los condicionamientos del medio13».
«La población más primitiva del mundo tenía
escasas posesiones, pero no era pobre. La pobreza no consiste en
carecer de una determinada y pequeña cantidad de cosas, ni es solamente
una relación entre medios y fines, sino que es, sobre todo, una
relación entre personas. La pobreza es un estado social. Y como
tal es un invento de la civilización. Ha crecido con la civilización,
como celosa distinción entre clases y, fundamentalmente, como una
relación de dependencia que puede hacer a los agricultores más
susceptibles a las catástrofes naturales que cualquier campamento
o poblado de invierno de los esquimales de Alaska14».
«Las primitivas economías eran subproductivas. La gran
parte de ellas, tanto las agrícolas como las preagrícolas,
no parecen aprovechar todas sus potencialidades económicas. La capacidad
de trabajo está insuficientemente utilizada, no se usan los medios
tecnológicos plenamente y los recursos naturales se dejan sin explotar».
«La producción es baja en relación con las posibilidades
existentes. Así entendida, la 'subproducción' no es necesariamente
incompatible con una primitiva 'opulencia15'».
«El 'problema económico' se puede resolver fácilmente
usando las técnicas del Paleolítico. De esto se desprende
que sólo cuando la cultura se aproximó a la cima de sus logros
materiales erigió un altar a lo Inalcanzable: las Necesidades
Infinitas16».
Estas referencias a la diversidad humana en el pasado y en el presente
sobre como enfocar la economía pueden provocar una cierta añoranza
del paraíso perdido, un ansia idealista de retorno imposible. Esta
es la condena de Occidente: estudiar, conocer, comparar otras formas de
vida humana y saber que no se puede volver atrás. Pero, no volver
atrás no significa apoyar incondicionalmente todo lo presente como
único camino de futuro. Si alguna cosa tiene Occidente es su voluntad
y capacidad de modificar la historia en función de la progresiva
toma de conciencia de que hay siempre diferentes opciones.
Paralelamente a esta toma de conciencia de la «fragilidad y utopía
de la universalización del progreso y el desarrollo sin fin»,
nos hace falta saber encontrar caminos que permitan reorientar, antes de
que sea demasiado tarde, la dirección suicida en que hemos embarcado
la vida del planeta.
¿Por donde comenzar? ¿Por el cambio de la mentalidad y
por la toma de conciencia? Pero, ¿cómo intentarlo mientras
los medios de formación, de comunicación y de información
conforman las conciencias y los valores de la mayoría de habitantes
del planeta, según el modelo dominante occidental? ¿Cómo
liberar estos medios de la dependencia de los Estados y de las grandes
empresas?.
Si queremos comenzar por el cambio político, ¿cómo
conseguir que las organizaciones y partidos políticos no estén
tan condicionados por quienes patrocinan sus campañas electorales?.
Si queremos comenzar por el cambio económico, ¿cómo
superar las crisis mientras la ciencia económica va a tientas?.
Si queremos comenzar por la conversión interior ¿cómo
conseguirla mientras «el espíritu de libertad» está
en gran parte vigilado por las instituciones religiosas que sirven al poder?.
Si queremos comenzar por los cambios ecológicos o de las relaciones
Norte-Sur ¿cómo impedir que los grandes grupos de presión
y los Estados con derecho de veto boicoteen más o menos claramente
todas las decisiones que los perjudiquen?.
La misma pregunta nos podemos formular en relación a otra cuestión:
¿cómo comenzar con un cambio de sistema monetario si la moneda
anónima actual es un arma sutil que utilizan todos estos poderes
fácticos para impedir los cambios que deben emprenderse con urgencia?
Posiblemente, una de las diferencias radica en que modificar un tipo de
moneda se puede hacer por decreto ley, en un día, y que una vez
introducida una nueva moneda informativa y responsabilizadora puede co-ayudar
a la solución de la mayoría de dificultades que acabamos
de plantear. Mientras que cambiar cualquiera de las estructuras citadas
precisa procesos muy complejos, largos y complicados. A estas alturas podemos
aprender de la historia que todo gran cambio revolucionario al final se
encuentra bloqueado por los otros grandes problemas no afrontados y envenenado
por el anonimato de la moneda, que lo estropea todo de nuevo.
Al iniciar el capítulo hemos afirmado que la hipótesis
de la modificación del sistema monetario era más viable y
positiva que las otras dos. Veremos ahora su viabilidad social y dejaremos
la viabilidad técnica para los próximos capítulos.
La afirmación de que es más fácil un cambio instrumental
(instrumento para otros cambios) que un cambio directo sobre estructuras
complejas (sean estructuras económicas y políticas, sean
estructuras, todavía más complejas, culturales «interiores»)
es una hipótesis. Es decir, no ha sido conscientemente experimentada
hasta ahora y, en esto, tiene ventaja en relación a las otras «revoluciones»
pendientes.
Esta propuesta de una reforma monetaria, de un cambio instrumental,
tiene a favor que, a diferencia de revoluciones que precisan el cambio
de costumbres e instituciones, aceptadas como normales por la sensibilidad
mayoritaria de la población occidental (abolición de la propiedad
privada, del matrimonio, de la democracia parlamentaria, de las libertades
formales...), el cambio del tipo de moneda no ataca la existencia de estas
instituciones sino que ataca a lo que las mismas instituciones y la opinión
pública denuncian como peligro para un Estado de Derecho: la incapacidad
de luchar contra la corrupción y la delincuencia; la ineficacia
del sistema judicial; la irresponsabilización de los actos libres,
tanto en el mercado como en la política; la desigualdad de oportunidades;
la redistribución económica insolidaria; la fiscalidad no
equitativa y onerosa; la desinformación manipulada; la falta de
participación en los sistemas de toma de decisiones políticas...
es decir, el cambio de moneda puede permitir la profundización de
la tradición democrática y mercantil. Si la igualdad jurídica
y la libertad personal son proclamadas formalmente, tenemos que encontrar
los medios para que se vean forzadas a concretarse en el máximo
de situaciones.
También se podría hacer un paralelismo con la hipocresía
social en el Occidente socialista entre los derechos formales proclamados
y la realidad. Pero, quizá, en estos momentos ya no valga la pena.
Hablan más los hechos que los análisis.
Quizá, los dos sistemas confrontados hasta ahora podrían
encontrar una salida creativa, que tomara elementos positivos de ambos;
gracias, precisamente, a la posibilidad, ofrecida por el nuevo tipo de
moneda, de autocontrolar los acuerdos tomados en común en una nueva
Europa no dividida en bloques ni en Estados-nación.
Notas:
1Temple,
Dominique, Alternatives au Développement, Centre Interculturel
Monchanin, Montreal, 1988, página 105.
2Íd.,
página 105.
3Íd.,
página 105.
4Sahlins,
Marshall (1974), Economía de la Edad de Piedra, Akal Universitaria,
Madrid, 1983, páginas 13-14.
5Íd.,
página 14.
6Íd.,
página 14.
7Íd.,
página 15.
8Íd.,
página 16.
9Íd.,
páginas 16-17.
10Íd.,
página 17.
11Íd.,
página 27.
12Íd.,
página 50.
13Íd.,
página 51.
14Íd.,
página 52.
15Íd.,
página 55.
16Íd.,
página 53.
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