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Artículos publicados en la revista Penedès Econòmic.
Lluís Maria Xirinacs.
Artículos publicados en el diario Avui, cuando Lluís Maria Xirinacs era senador independiente en las Cortes Constituyentes españolas, entre los años 1977 y 1979, traducidos al castellano.
Lluís Maria Xirinacs.
Artículos publicados en el rotativo Mundo Diario, cuando Lluís Maria Xirinacs era senador independiente en las Cortes Constituyentes españolas, entre los años 1977 y 1979.
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Publicaciones:
Lluís Maria Xirinacs.
Agustí Chalaux de Subirà, Brauli Tamarit Tamarit.
Agustí Chalaux de Subirà.
Agustí Chalaux de Subirà.
Agustí Chalaux de Subirà.
Magdalena Grau Figueras,
Agustí Chalaux de Subirà.
Martí Olivella.
Magdalena Grau,
Agustí Chalaux.
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Capítulo 14. ¿Qué opción?.
La moneda anónima es un hecho incrustado en la mayoría
de civilizaciones, especialmente en la occidental y en las culturas colonizadas
por ella. Cualquier propuesta de cambio de civilización tiene, en
relación con la moneda, tres opciones:
Primera. La desmonetización total inmediata -con lo que ello
representa de supresión de la especialización productiva
y de autoabastecimiento casi total, combinado con un trueque de bienes
y servicios.
Segunda. La modificación del sistema monetario (sustituir
la actual moneda anónima y desinformativa por una personalizada
e informativa, que desmitifique el dinero y reduzca el área de la
monetización responsabilizada al intercambio de bienes y servicios
mensurables).
Tercera. La consideración de que la moneda no es un tema clave
y que, por tanto, hay que dejarla como está.
La monetización corruptora de todas las culturas del planeta ha
sido, y es, un objetivo del mercantilismo, que así puede ampliar
y controlar constantemente los mercados y, con ellos, el poder sobre los
recién llegados. Ante este hecho, tenemos que encontrar caminos
que permitan respetar las culturas que no quieren mercantilizarse y, al
mismo tiempo, clarificar-responsabilizar el funcionamiento de los mercados
existentes para evitar su poder omnipresente en las culturas de origen
y en sus relaciones interculturales. Veamos tres opciones posibles.
Primera. La desmonetización inmediata. Ésta puede
ser total o parcial, es decir, de ciertas actividades o de ciertas culturas.
En tanto que la monetización proviene de la aparición del
mercado y, éste es fruto de la propiedad privada -sea comunitaria,
colectiva o individual-, la desmonetización comporta la existencia
de comunidades humanas con propiedad comunitaria. Comunidades que, en la
medida que comparten todos los bienes, no fuerzan a sus miembros al intercambio
mercantil, al menos en el interior.
La desmonetización no precisa solamente la no destrucción
de las culturas comunitarias todavía existentes, sino que exige
crear otras nuevas, por voluntad o a la fuerza (!), en las culturas individualistas
en las que ya no existen.
Otra consecuencia inevitable de la desmonetización es la supresión
de la especialización productiva en el mayor número de niveles,
para poder reintroducir el don recíproco o el trueque con el mínimo
de conflictividad (dentro de cada comunidad o entre comunidades vecinas).
Es evidente que la división del trabajo fuera de la vida comunitaria
obliga al intercambio entre extraños, es decir, al mercado, tarde
o temprano monetizado. Para los defensores de esta opción, la superación
de la división del trabajo manual e intelectual favorece la autogestión
y el autoabastecimiento, fundamentos de una vida emocionalmente equilibrada
y socialmente más liberada de las ficciones sociales y, por lo tanto,
más igualitaria.
Ahora bien, tal vez nos sea preciso distinguir entre desmercantilización
y desmonetización. En culturas mercantilizadas y monetizadas se
pueden desmercantilizar ciertos bienes y servicios, pero no se puede desmonetizar
la sociedad ya que, todos, mientras vivan, necesitan adquirir ciertos bienes
para vivir. Como hemos sugerido en otros capítulos, se puede proponer
la desmercantilización de un conjunto de profesiones y servicios
(por ejemplo, judiciales, políticos, informativos, formativos...).
Pero, que estas actividades se mantengan fuera del mercado, que sean gratuitas,
no significa que no tengan la necesidad de moneda tanto para ejercerlas
(edificios, materiales...) como para vivir los propios profesionales que
las llevan a cabo. Algo parecido podríamos decir de los recursos
naturales como el suelo, el subsuelo y el agua. Se puede proponer desmercantilizarlos
y ponerlos bajo propiedad comunitaria para evitar la especulación
y su destrucción, pero esto no significa que por su uso controlado
antiespeculativo -bajo forma de alquileres, concesiones o tasas verdes-
no sea útil y, sobre todo, necesario usar un sistema monetario.
Por tanto, la primera opción de la desmonetización, parece
inviable en sociedades y mercados muy complejos como lo son la mayoría
de los actuales. En cambio, sí que podría ser posible la
desmercantilización de ciertas actividades o ciertos recursos que,
fuera de la dinámica del mercado, podrían cumplir mejor su
función.
El límite sobre qué puede ser o no desmercantilizado es
cultural. Depende de lo que cada sociedad valore y de las motivaciones
que tienen los diferentes actores para ejercer una determinada función
productiva mercantil o una de servicio comunitario liberal. Existen culturas
actuales -bastante comunitarias-, que han mantenido la desmercantilización
de la alimentación. Todos los miembros de la comunidad pueden coger
lo que necesitan. Y, en cambio, han mercantilizado otros bienes o servicios.
En Occidente, es bastante difícil pensar que la comida pueda
ser, por el momento, desmercantilizada. Un buen ejemplo ha sido el de la
desmercantilización de la producción alimentaria en los países
«socialistas». Sin aliciente de ganancias monetarias, no se
producen excedentes para vender y la falta de alimentos crece de forma
alarmante. En cambio, en Occidente se acepta que determinadas funciones
públicas, sanitarias o culturales, si son gratuitas y desmercantilizadas,
pueden cumplir mejor su función. También es creciente la
opinión de considerar necesario el asegurar un mínimo existencial
a toda persona, por el simple hecho de serlo; un salario vital comunitario
que asegure a todos los miembros de la sociedad el alimento y otros bienes
básicos. La supervivencia también se empieza a considerar
en Occidente como un hecho desmercantilizable, que se puede y ha de conseguirse
independientemente de su participación productiva en el mercado.
Este camino no es otro que el iniciado con las pensiones a todas aquellas
personas que, por la condición física -enfermedad o invalidez-
o la edad -vejez- no pueden sobrevivir con su propio trabajo en el mercado.
(Sobre las posibilidades de Occidente de tomar el camino de vuelta a la
comunitarización antimercantil, hablaremos más adelante en
el capítulo siguiente).
Segunda. La racionalización del sistema monetario. Allí
donde el mercado es un hecho, legal o real, sucio o negro; en aquellos
mercados que usan instrumentos monetarios hechos de piezas metálicas
o de billetes de banco, de cheques o de cuentas electrónicas, se
trata de redefinir las reglas de juego del mercado y de adecuar un nuevo
sistema monetario que evite al máximo los inconvenientes de la monetización
histórica (cosificación de las personas y de sus actividades
menos materiales, poder impune del dinero, desequilibrios mercantiles internos
y exteriores, mitificación del dinero como máximo prestigio..).
Escoger esta opción es una posibilidad para (re)descubrir la
moneda como un instrumento facilitador de las relaciones humanas en determinados
aspectos (estrictamente para actividades mercantiles) y en situaciones
complejas (sociedades multiétnicas, de base individualista, con
muchas compraventas y con muchos agentes de mercado). También es
un medio para frenar los perjuicios de la moneda actual en otros aspectos
(funciones, profesiones y recursos hoy «prostituidos») y situaciones
(culturas comunitarias que no quieren, ni necesitan, entrar en la mercantilización
interna o externa).
Tercera. La moneda no es un tema clave. Así es como hasta
ahora ha sido considerada en la historia oficial (tanto la del sistema
como la de los críticos del sistema). Por tanto, no debemos tomar
medidas especiales. Vivirá si tiene que vivir y morirá si
tiene que morir. El libre cambio de las conciencias, la apocalipsis de
la civilización occidental o el advenimiento de la sociedad comunista
-cuando el socialismo no sea traicionado- determinará la suerte
de la moneda.
Para unos, lo que cuenta en la vida son los valores transcendentes,
la transformación del espíritu. Si éste no cambia,
cualquier cambio instrumental o político puede ser solamente una
represión de la maldad humana, pero no su superación. El
día en que todos sean buenos, entonces la moneda no hará
falta para nada. Y mientras lo intentamos, las medidas de control no sólo
no transforman el egoísmo, sino que incluso lo incrementan con más
malevolencia. Y, además, ¿cómo se puede pretender
que un cambio «instrumental» de algo tan vil como la moneda
sea un medio para ayudar a algo tan noble como es la construcción
del «hombre nuevo»?.
Para otros, Occidente tiene los días contados. El suyo es un
camino sin salida. Es un gigante con pies de barro. Tarde o temprano caerá
y el resto de culturas y la naturaleza lo celebrarán. ¿Por
qué intentar reformas desde dentro del sistema occidental? Todo
está podrido. ¡No hay imperialismo que dure mil años!.
Para los terceros, la certeza -históricamente determinada- del
advenimiento de la sociedad comunista ha llevado a considerar que la moneda
era un invento del capitalismo y que moriría con él.
La «crematofobia» -la aversión al dinero- ha sido conscientemente
impulsada, tanto por moralistas, como por apocalípticos y revolucionarios.
Durante siglos se ha convencido al pueblo de que el dinero es «peligroso»,
es «el instigador del pecado», es «morralla», es
«diabólico». «Confiadlo a nosotros, sacerdotes,
banqueros y políticos que os lo administraremos bien». «El
dinero no hace la felicidad e incluso puede ser un estorbo!».
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