Capítulo 2. Arma sutil.
Con la moneda, en ella o por ella las relaciones entre individuos,
naciones y sociedades aumentan o disminuyen, se equilibran o se desequilibran,
se vuelven justas o se corrompen.
Con una moneda se paga al traidor y al asesino, y con la misma pieza
se compran alimentos y se paga al artesano. Con unos billetes se contribuye
a vencer unas elecciones y con estos mismos se somete sutilmente al ganador.
Por
ella se trabaja, se roba, se invierte, se destruye, se hace la guerra y
se firma la paz, se ama y se odia.
Que con y por la moneda se haga de todo y mucho no es
ninguna novedad. La experiencia de cada día y la mayoría
de las grandes noticias siempre están impregnadas «de intereses
económicos» y «de ánimo de lucro» que se
mueven más o menos legal o legítimamente.
Pero hay otro aspecto que, en general, es poco conocido: en sí
misma, la moneda hace milagros o desastres. Que sea abundante o escasa
provoca inflación o deflación, crecimiento de la producción
y del consumo o cierre de fábricas.
¿Cómo se inventa la moneda? Es ésta una pregunta
fundamental. ¿Cómo se crea o se destruye moneda? ¿Qué
relación tiene la moneda con la inflación? Estos son temas
llenos de misterios. Es de dominio público que en cada Estado hay
una entidad que emite moneda (piezas y billetes). Pero también todo
el mundo experimenta que puede mover mucho dinero mediante cheques, tarjetas
y cuentas corrientes sin que aparezcan en ninguna parte los correspondientes
billetes.
Todo este tema es muy complejo y, con el fin de que no nos dificulte
el camino, lo dejaremos para más adelante (capítulo 7). De
momento, solamente nos es preciso tener presente que los bancos, cuando
conceden un crédito están «inventando dinero».
Y que en nuestras sociedades occidentales el papel moneda no representa
más de un 10% del dinero que se mueve cada año. Únicamente
aumenta en función del dinero negro. «El acaparamiento de
dinero en efectivo por los españoles que quieren escapar de Hacienda
y la expansión de la economía sumergida, con más transacciones
en efectivo, son las causas de que se haya elevado la cantidad de billetes
y monedas en manos de los particulares y de empresas»... «de
2,3 billones de pesetas en 1987 a 4,4 billones en 19911».
Lo que sí que nos conviene tener en cuenta es que estos misterios
de la moneda son muy antiguos. Y que quienes los conocen acostumbran a
usarlos como un arma sutil envuelta en ritos, en incienso y en mármol.
Es un arma poderosísima y, también, muy desconocida por el
pueblo que es quien sufre las consecuencias sin percatarse de ello.
Padecemos una serie de problemas de difícil comprensión
y, por ello, de todavía más difícil solución.
Por ejemplo, ¿cómo es posible que cueste tanto controlar
la inflación monetaria? ¿Cómo es posible que, sin
beneficio aparente para nadie, existan crisis de sobreproducción
-de excedentes- y al mismo tiempo haya millones de personas que estén
condenadas a la miseria y al subconsumo?.
Una lectura de la Biblia puede ser un buen consuelo en momentos de desesperación.
Provémoslo. La selección del texto y gran parte de los comentarios
son de Lluís Maria Xirinacs (1983)2.
En el capítulo 41 del libro del Génesis leemos:
Versículo 44: «Dijo el Faraón a José:
Yo Faraón: sin tu licencia no levantará nadie mano ni pie
en todo Egipto».
El texto que citaremos es seguramente el núcleo más auténtico,
datado hacia el 1700 antes de nuestra era, en torno al cual un redactor
tardío ha tejido la novela de José y sus hermanos. El relato
se refiere a la época en que Egipto fue invadido por los pueblos
pastores hicsos, predominantemente semitas. Sabemos que existió,
en este período, un Faraón llamado Josef-el y otro, Jacob-el.
El redactor simula que José no es más que un lugarteniente
del Faraón, porque Egipto, para los judíos, es un lugar de
depravación. No es edificante que un Faraón de Egipto sea
judío. Sin embargo, se debe alabar la «sabiduría»
de José como hombre de Estado. El relato muestra claramente como
el Estado no es el servidor del «bien común» sino que
defiende unos bienes superprivados: los de la casta o grupo dominante.
José, aparente lugarteniente del Faraón es realmente un auténtico
«banquero central» que, haciendo crecer las economías
del «banco central» se cobrará sus comisiones sin que
lo sepa el Faraón.
Versículo 46: «Salió José de la
presencia del Faraón y recorrió todo Egipto».
José, inteligente, no se deja llevar por apriorismos o por idealismos,
resultado frecuente de la embriaguez del poder. Tiene las ideas claras.
Busca información, seguramente mal cuantificada porque ya era vigente
la moneda anónima de metales; pero intuitivamente descubre el aumento
espectacular de producción. O quizás, pensando mal, fabricó
él mismo la sobreproducción frenando la circulación
de dinero nuevo (creando subconsumo).
Versículo 47: «La tierra produjo con profusión
durante los siete años de abundancia».
La situación de sobreproducción espontánea o de infracapacidad
de compra provocada, describe una situación deflacionaria clara:
hay más producción que consumo.
Versículo 48: «Y él hizo acopio de todos
los víveres de los siete años de abundancia que tuvo el país
de Egipto depositando en cada ciudad los víveres de los campos circundantes».
Aparece aquí el cuadro del imperialismo del Faraón sobre
todas las «polis» (en Egipto las llamaban «nomos»).
Se ve, también, como cada «polis» controlaba un «municipio»
agrícola del que era su centro. El templo de cada «polis»
era el almacén de todos los productos agrícolas. Un buen
ejemplo de esta función es, entre otros, el grandioso templo-almacén
de Cnosos, centro de la isla de Creta.
Versículo 49: «José almacenó el
trigo como la arena del mar hasta tal cantidad que renunciaron a hacer
el recuento, porque era inmumerable».
Es muy posible que no reuniera el trigo a la fuerza. Sencillamente lo compró
con dinero inventado -el Estado es fuerte- a base de apuntar un número
-reconocimiento de deuda- en unas cuentas corrientes que cada templo abría
a favor de los campesinos del territorio de la «polis» correspondiente.
Se debe hacer notar que la compra se hace a la baja, a un precio superbarato
a causa de la deflación escandalosa que «se padecía».
Por lo tanto, en cada cuenta corriente se inscribía poco dinero
y, en cambio, ¡el trigo no se podía ni contar!.
Génesis, capítulo 47 (continuación del
capítulo anterior en el original).
Versículo 13: «No había pan en todo el país,
porque el hambre era gravísima y tanto Egipto como Canaán
desfallecían a causa del hambre».
El imperialismo de los semitas mesopotámicos se manifiesta nuevamente
con toda su sutileza. Por primera vez, Egipto tiene supeditado Canaán.
En este área imperialista económica «aparece»
o «se provoca» la inversión de la crisis que es otra
crisis: de la deflación se pasa a una inflación terrible.
La relación entre producción y poder de compra se invierte.
Ahora no hay trigo y el dinero no sirve para nada. Resultado: la gente
se muere de hambre.
Versículo 14: «Entonces José se hizo con
todo el dinero existente en Egipto en Canaán a cambio del grano
que ellos compraban y llevó aquel dinero al palacio del Faraón».
Ahora el «banco central» hace la operación contraria:
retirar dinero en circulación con la excusa de que provoca inflación.
Vende el trigo con precios al alza, a un precio supercaro a causa de la
inflación escandalosa que «se padecía». Si en
las cuentas corrientes del pueblo se había inscrito dinero a la
baja y ahora se retiraba al alza, pronto se consumió el dinero anotado
y fue necesario que el pueblo entregara el dinero contante y sonante escondido
«bajo el colchón». Sin embargo, toda esta operación,
hasta aquí, quizás ¿tenía la justificación
de querer neutralizar la inflación galopante!.
Versículo 15: «Agotado el dinero de Egipto y de
Canaán, acudió Egipto en masa a José diciendo: danos
pan. ¿Por qué hemos de morir en tu presencia ahora que se
ha agotado el dinero?».
Versículo 16: «José les dijo: Entregad vuestros
ganados y os daré pan a cambio de vuestros ganados, ya que se os
ha agotado el dinero».
Versículo 17: «Llevaron sus ganados a José y éste
les dio pan a cambio de caballos, ovejas, vacas y burros. Y les abasteció
de pan a trueque de todos sus ganados por aquel año».
De esta manera, el Estado ya se ha apropiado de todo el ganado de Egipto
a cambio de pan, migaja a migaja. ¡Y todo ello gracias a una pura
invención de dinero!.
Versículo 18: «Cumplido el año, acudieron
al año siguiente y le dijeron: «No disimularemos a nuestro
señor que el dinero se ha agotado y también los ganados pertenecen
ya a nuestro señor; no nos queda a disposición de nuestro
señor nada, salvo nuestros cuerpos y nuestras tierras».
Versículo 19: «¿Es que, ante ti, tenemos que morir
nosotros y nuestras tierras? Aprópiate de nosotros y de nuestras
tierras a cambio de pan: y nosotros con nuestras tierras pasaremos a ser
esclavos del Faraón. Pero, danos simientes para sembrar, que vivamos
y no muramos y que nuestras tierras no queden desoladas».
Versículo 20: «José adquirió así para
el Faraón todas las tierras de Egipto, ya que los egipcios vendían
cada uno su campo, porque el hambre les apretaba y las tierras se convirtieron
en propiedad del Faraón».
Ahora el Estado imperialista egipcio, por obra de su ministro de economía,
se apropió de todas las tierras. No se trata de la socialización
de la tierra. Se trata de convertir la tierra en propiedad privada del
Estado. Y, esta vez, no por derecho de conquista, sino por compra legal
con dinero inventado.
De cambio elemental en cambio elemental, de año en año,
de crisis en crisis, el pueblo no se da cuenta que le van quitando todo
en una especie de ruleta infernal. No es otro el mecanismo de la «deuda
externa» que tiene en vía de expropiación a la mayor
parte de países empobrecidos del mundo.
Versículo 21: «Y sometió al pueblo a la
esclavitud de un extremo a otro de Egipto».
Finalmente se consumó la apropiación con la reducción
a la esclavitud de todo el pueblo. La esclavitud es uno de los signos inequívocos
de los imperialismos históricos. Primeramente fueron esclavos de
guerra, esclavos de vencidos. Después vino la esclavitud por causas
económicas: los que no pueden pagar las deudas. Finalmente apareció
la caza pura y simple, del hombre por el hombre, con vistas a obtener mano
de obra abundante.
Versículo 22: «Tan sólo las tierras de
los sacerdotes no se las apropió, porque estos tuvieron tal privilegio
del Faraón y vivieron de dicho privilegio que les concedió
el Faraón. Por lo cual no vendieron sus tierras».
¡Al
final se descubre la madre del cordero!. Santa inocencia la del cronista
judío. Los sacerdotes, ¿unos pobres rentistas como los jubilados!
Pobrecillos, ¡se hubiesen muerto si vendían las tierras para
vivir como los demás? Marx decía que el Estado no es una
institución pública al servicio del bien común, sino
una institución privada con apariencia pública al servicio
de la clase dominante. Jefes de Estado, Ministros, Administración,
Ejército... son una «pobre» gente al servicio de la
clase dominante, que raramente se muestra. Hace dar la cara a la «pobre»
gente que «manda». Aquí, por un momento, entre nube
y nube hemos visto el sol resplandeciente de oro: la casta sacerdotal-banquera
que está detrás de la gran operación de José
y del Faraón. Ellos no venden sus tierras sencillamente porque se
las tendrían que vender a ellos mismos. ¡Ridículo!
y sus rentas eran los «porcentajes» «prudentes»
de la gran apropiación que se estaba efectuando. ¡Que más
quieren! No es casual que el suegro de José fuese sacerdote de Heliópolis,
centro del culto solar que jugaba un papel político crucial en Egipto.
Versículo 23: «José dijo entonces al pueblo.
Mirad os tomo desde hoy para el Faraón, juntamente con vuestras
tierras. Aquí tenéis simientes, sembrad pues vuestras tierras».
Versículo 24: «Después de la cosecha, daréis
la quinta parte al Faraón, y las restantes cuatro partes os servirán
para la siembra del campo y como alimento vuestro,de vuestras familias
y de vuestra descendencia».
Versículo 25: «Ellos respondieron: nos has salvado la vida.
Que encontremos sólo favor a los ojos de nuestro señor y
seremos siervos del Faraón».
Para que el Estado parezca una institución imperial pública
al servicio del bien común se pinta la imagen del Faraón
bondadoso, protector del pueblo contra el hambre. El pueblo, sometido a
un formidable lavado de cerebro, acepta voluntariamente la esclavitud.
Es la desgraciada complicidad del oprimido con el opresor.
José mantiene hombre y tierra unidos, porque la tierra sin hombre
o el hombre sin tierra no son nada.
El rendimiento del 20% anual neto es un buen rendimiento en aquellos
tiempos de lentitud productiva comparado con nuestro tiempo febril. El
resto para semillas, obras de regadío, dar de comer a los bueyes,
alimentar a los trabajadores, a las productoras de trabajadores, a los
futuros trabajadores y a las futuras productoras de trabajadores (economía
de subsistencia). Los parceros actuales de extensas zonas de Cataluña
todavía hoy pagan la quinta parte a amos civiles y eclesiásticos.
Versículo 26: «José les impuso una ley,
vigente hasta el día de hoy, por la que la quinta parte de la tierra
de Egipto sería del Faraón. Sólo las tierras de los
sacerdotes no pasaron a ser posesiones del Faraón».
La expoliación se legaliza. En los imperialismos, la ley, como la
religión, cumple siempre el papel de encubridora del expolio bajo
el manto de la justicia y de estabilizadora de la opresión con la
fuerza del derecho.
Sólo se salvan los sacerdotes que eran, como sabemos en el caso
de Amón, los que mandaban sobre el Faraón. Eran poderosísimos
y riquísimos y no se podía hacer nada sin ellos, hasta el
punto que escogían a los propios Faraones.
Así trabajaban aquellos insignes sacerdotes-banqueros con moneda
anónima oficial de cara al pueblo y con el dominio de las cuentas
corrientes para uso de la moneda contable inventada. Con sus prácticas
comprometían toda la fortuna de las naciones dominadas y de sus
pueblos. Variaban y alternaban las crisis inflacionarias y deflacionarias
con el sencillo recurso de inventar más o menos dinero. Con la inflación
devaluaban y con la deflación revalorizaban la moneda oficial sin
tocarla del bolsillo del ciudadano. Los sacerdotes-banqueros pagaban las
ceremonias fastuosas, compraban los legisladores, los jueces, los gobernantes
y los soldados. Ingresaban en sus arcas dinero sudado y ahorrado con gran
esfuerzo como contrapartida de créditos hechos con dinero inventado.
Si ellos hubiesen administrado la plusvalía de producción
sin apropiársela, sino dedicándola a créditos productivos
y a financiamiento comunitario, habrían hecho un buen papel histórico.
Pero, si este relato es algo más que un texto «sagrado»
o que una «novela» es porque nos descubre una clase opresora
muy sutil capaz de crear desequilibrios, no por el hecho de inventar dinero,
ni por administrar el dinero inventado, sino por la apropiación
y privatización de los excedentes que se convierten en una especie
de «plusvalía comunitaria» diferente y, posiblemente,
más importante que la «plusvalía» generada por
el trabajo. La plusvalía comunitaria tendría que revertir
en el conjunto de la sociedad. Esta hipótesis es muy difícil
de demostrar en régimen de moneda anónima y desinformativa,
tanto lo que se refiere a la denuncia como lo referente a la posibilidad
práctica de poner a punto un sistema de distribución de la
plusvalía comunitaria. Todo está demasiado oscuro.
Hemos visto que en el mercado de intercambio las
unidades
monetarias abstractas permiten el intercambio, cara a cara, en el momento
y en equilibrio.
Es con la introducción del instrumento monetario que el
mercado se modifica: se vuelve diferido en el espacio y en el tiempo. Y
esto tanto si se trata de un reconocimiento de deuda anotado en una cuenta
corriente, como si se hace sacando piezas de oro de una bolsa.
Es con, en o por los instrumentos monetarios que la realidad humana
ha sido alterada profundamente. Los instrumentos monetarios se han convertido
en un arma sutil. Henry Ford lo veía claro: «quien consiga
resolver el problema del dinero habrá hecho mucho más por
la humanidad que los más grandes estrategas militares de todos los
tiempos3».
Notas:
1El
miedo al fisco dispara el acaparamiento de billetes, «La Vanguardia»,
20 de marzo de 1991.
2Xirinacs,
Lluís Maria. Tercera Vía. 1983. Este libro inédito
fue la primera recopilación de conjunto de las aportaciones de Agustí
Chalaux. Ha servido de base para la ordenación posterior realizada
en la colección de fichas «Disseny
de Civisme».
3Nitsche,
Roland (1970), El dinero, Editorial Noguer, S.A., Barcelona, 1971,
página 7.
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