Diario de un senador.
Mundo Diario. Martes, 13 de Junio de 1978.
Independencia judicial.
En los debates constitucionales se llegó al tema de los jueces. Hace pocos días desde esta columna señalaba lo difícil que resulta la democratización del poder judicial.
En los tiempos antiguos y en la Edad Media se creía que el poder venía de Dios aunque resultara difícil conocer exactamente la voluntad del pueblo. En tiempos pasados el rey era el juez y lo era todo. Recordemos el juicio de Salomón. Ahora se separan los poderes legislativo, judicial y ejecutivo. En varios salmos de la Biblia se da a los jueces el nombre de «dioses» por el poder de vida o muerte que tenían en sus manos. Ahora los jueces deben juzgar según unas leyes que ellos no hacen, salvo el valor de sentar jurisprudencia que conservan las sentencias del Supremo, sino que son hechas por el poder legislativo directamente elegido por el pueblo, aunque las leyes electorales conserven grandes diferencias. «La justicia emana del pueblo» dice el artículo 109, pero añade corriendo, como si eso asustase al legislador «y se administra en nombre del Rey por jueces y magistrados».
Aparte del problema, ya tocado, de la dificultad de purgar el cuerpo judicial de titulares mentalizados en el sistema pasado, ha aparecido otra nueva dificultad: la independencia del poder judicial. Existen tres niveles de independencia:
- El nivel personal y familiar: un juez debiera ser un ser libre, como un dios, de pasiones, instintos, afectos y amistades. ¿Cómo se consigue esto?
- El nivel social y político: por eso UCD y AP insisten en la no militancia de jueces en partidos y sindicatos. Los quieren bien separados de tendencias para preservar su rectitud de juicio.
- El nivel interno del Estado: su independencia de los otros poderes y la independencia de cada juez respecto de los demás del cuerpo, especialmente de los niveles o tribunales supremos.
Sobre todo las presiones interiores del cuerpo cerrado de los jueces, con tendencias franquistas dominantes sobre las tendencias democráticas, empujaron a los partidos parlamentarios de izquierda a defender el pluralismo político y sindical dentro del mismo. Pero fueron derrotados.
Lluís M. Xirinacs.