Diario de un senador.
Mundo Diario. Viernes, 17 de Febrero de 1978.
El campo de concentración de Dueso.
Ya hemos visto que, derrotada la propuesta de indulto para los presos sociales, ha empezado la ola de propaganda terrorífica que ha llenado la conciencia ciudadana de la obsesión de que la delincuencia ha aumentado escandalosamente con la democracia. El jefe superior de Policía de Barcelona se ha apresurado a tranquilizar a la opinión pública, diciendo que en nuestra ciudad la delincuencia es escasa.
Mientras, los presos más democráticos, más sociales, más dispuestos a rehabilitarse, más dedicados a proteger a sus compañeros débiles y a educar a sus compañeros más estropeados por la vida, han sido trasladados al Dueso y según noticias que llegan por diferentes caminos, son tratados como si estuvieran en un campo de concentración. Están al borde de la desesperación y el suicidio les acecha. Culpo de ello a la derecha, a la UCD, al Gobierno y, en grado de colaboración a los grandes partidos parlamentarios y a una cierta opinión pública egoísta y cruel. Estos chicos difícilmente, si sobreviven, escaparán a quedar poseídos por un odio irremediable. Lo dice un hombre pacífico que teme que la amargura, que le posee a él también, le transforme también a él en odio. Mientras, el Ministerio de Sanidad que permite la propaganda descarada del tabaco y del alcohol, reconoce que por causa del tabaco mueren cada año diez mil personas y otras tantas por causa del alcohol. Dice que existen un millón setecientos cincuenta mil bebedores habituales y ochocientos cincuenta mil enfermos alcohólicos, que mueren por accidentes de tráfico derivados del alcohol tres mil quinientas personas.
Que se suicidan a causa del alcohol dos mil quinientas personas y que mueren por accidentes de trabajo, derivados del alcohol, mil quinientas personas. No explica toda la delincuencia que se deriva del alcohol.
Mejor seria que nadie investigue en ésta y en las otras causas de la delincuencia, quedaríamos demasiada gente avergonzados. Es mucho mejor que metamos a los pobres diablos en las cárceles, les rasuremos la cabeza, les demos unas buenas palizas, los incomuniquemos si conviene cincuenta días seguidos, pero que se callen y que no molesten.
Lluís M. Xirinacs.