Diario de un senador.
Mundo Diario. Jueves, 24 de Noviembre de 1977.
Reclusos sancionados.
Hoy me ha pedido la Entesa que interviniera en el caso de Ramón García Dils, que está delante de Sears, en la Diagonal, noche y día, en huelga de hambre desde hace 22 días. Quiere volver a entrar a trabajar y con trabajo fijo. He hecho de intermediario entre él y el director de los almacenes. Aún no hay acuerdo. La situación es grave.
Por la tarde he participado en una mesa redonda de Radio Barcelona sobre la situación de los presos, las enormes tensiones en las cárceles, la frialdad de la gran masa de ciudadanos para este tema.
En una sociedad insolidaria, cada uno va a lo suyo y ¡ay del que cae en el camino!, allí se queda, donde cayó, pisoteado por los demás que van adelante, adelante, sin pararse.
La empresa tiene como único criterio la rentabilidad. Otros criterios como el servicio a la sociedad o la corresponsabilidad de que haya trabajo para todos los ciudadanos se deja a la vigilancia de unos lejanos ministerios que no tienen fuerza, sobre todo enfrente de las grandes empresas. Y la sociedad, en general, ante la delincuencia sólo piensa en reprimirla o, en el mejor de los casos, piensa en tratarla educativamente para la rehabilitación y reinserción del delincuente. No piensa nunca en rehabilitarse, en transformarse a sí misma. No se siente culpable ni delincuente ante la aparición de ese desastre social que es el delito o la marginación.
La primitiva comunidad cristiana tenía una práctica singular que pronto perdió, cuando un cristiano faltaba en algo, toda la comunidad se cuestionaba qué equivocación había cometido ella para posibilitar la falta del individuo. La comunidad se autocriticaba porque se sentía, toda entera, responsable.
Tenemos la tendencia de acusar a los demás y, en este mar de acusaciones mutuas, caen al suelo los más débiles y ahí se quedan. Es curioso el trato que sufre un raterillo por parte de la ley, de la Fuerza Pública, de los responsables de prisión y el honorable trato a los grandes evasores de capital, a los grandes estafadores, incluso cuando alguna vez, por equivocación, van a parar a un juzgado, a un cuartelillo, a una comisaría, a un tribunal o a una cárcel. Yo lo he visto con mis propios ojos.
Hago una llamada desesperada a cada empresa para que acoja el máximo de trabajadores posible aunque con ello no vaya a ganar tanto, a cada barrio para que acoja a sus propios marginados aunque con ello sea más difícil la armonía, a cada partido político para que apoye una medida de gracia para los presos sociales aunque con ello pierda algunos votos, etc.
Estamos en un momento difícil que puede ser explosivo. Seamos corresponsables. Sepamos repartirnos entre todos una pesada y peligrosa herencia de deudas.
Lluís M. Xirinacs.