Diario de un senador.
Mundo Diario. Domingo, 23 de Octubre del 1977.
Amnistía para un Presidente.
Nos llega hoy, un exiliado excepcional. Cuando ya todos volvían, él aún quedaba del otro lado de la frontera. Llevaba al hombro un alijo demasiado grande para penetrar por los boquetes exiguos de raquíticas amnistías, abiertos en el murallón del sistema faraónico... Ahora, al fin, se ha abierto la puerta grande.
Estuve en la recepción de las Cortes. Todo fueron atenciones. Aquel día se hablaba más catalán que castellano en la casa de la Carrera de San Jerónimo. Llegué pronto. Deambulando por los pasillos al azar, oía hablar a los empleados, que no me veían, del «Honorable», a boca llena. Me decía el diputado Arana: «Ni para la recepción de un Jefe de Estado hubo nunca tanto fotógrafo ni tanto periodista». En la sala de la Comisión de Urgencia, encabezaban la larga mesa el President de la Generalitat y el Presidente de las Cortes. Todo muy efectuoso, muy pactado, muy familiar y sin protocolos. Luego, por darle un gusto al anciano emocionado, se le acompañó a diversas dependencias, incluido el hemiciclo. Iba él, chispeante, recordando sus años de diputado durante la República.
Hoy llega a Barcelona. Acabó el exilio, prolongado por él como palanca para forzar, el simultáneo retorno de la Generalitat.
Una palanca semejante a la que hemos estado usando Alberti en Roma, Rabal en París y yo ante la cárcel de Barcelona para forzar la concesión de la amnistía. Una palanca semejante a la que quiso usar Picasso, con su «Gernika», aún exiliado, para forzar el retorno de la democracia. Es la fuerza política de los débiles. Ha sido amnistiada la Generalitat gracias al tozudo tesón de un viejo de setenta y ocho años que supo cumplir con su deber, secundado por un pueblo unido, mientras quedan muchas otras instituciones clausuradas por el franquismo esperando su particular amnistía.
Hoy, reservando las inevitables tensiones políticas para otros momentos, nos vamos a sentir unidos de verdad los catalanes en la calle para recibir a un hombre, cuya misión fue custodiar intacto un sagrado patrimonio de nuestro pueblo, acumulado con sacrificios inmensos, puesto a buen recaudo por insignes patriotas en los aciagos días de la hecatombe, para devolvérnoslo sano y salvo.
Lluís M. Xirinacs.