Diario de un senador.
Mundo Diario. Domingo, 16 de Octubre de 1977.
El President resucita.
Pedro, el galileo pescador, murió en Roma, testimonio de un mensaje liberador. Su tumba es lo más pobre que imaginarse pueda. Encima, sus amigos construyeron una tumba más decente. Después lo recubrieron con un mausoleo. Luego, un templete. Luego, una basílica. Luego otra con baldaquín barroco y con la gran cúpula de Bramante. Pedro, el liberador, quedó preso en el Vaticano.
Lo que pasó con Pedro pasó, corregido y aumentado, con la religión cristiana. El gozo liberador generó una euforia barroca que acabó aliada del opresor. Es absurdo el crucificado en los salones de los grandes del mundo. Como otros muchos, yo estoy empeñado en una lucha sin cuartel por desnudar a Pedro y a su iglesia de tanta farfolla entontecedora. Jesús fue al grano. He ahí su grandeza. Por eso lo mataron. La complicada religiosidad añadida es una pura pérdida de tiempo o algo peor.
Esas ideas llenaban mi ánimo, ayer, cuando celebraba la misa por el aniversario del fusilamiento de Lluís Companys, en los capuchinos de Sarrià. ¡Qué vida más tensa la suya! Como Jesús, como Gandhi, fue un político sencillo y directo, de los que van al grano, animado de un limpio ideal liberador. Eso que hoy se llama un político de izquierdas. Abogado de los campesinos «rabassaires», laboralista con los obreros, del brazo del otro mártir Layret, deportado a Maó por sindicalista, luchador contra la dictadura, condenado al Puerto de Santa María por defender la causa del catalanismo oprimido, republicano democrático, fusilado.
Lluís Companys, estamos orgullosos de ti. No nos gustan las muchas misas. Pero ésta sí. Como la de Jesús antes de morir. Si la tomamos en serio. Si no llega a convertirse en folklore anual. Si no se llena de gentes satisfechas y bien pensantes si se mantiene tensa, como toda la vida de Companys. Si es un cenáculo de conspiradores perpetuos comprometidos en la liberación de los hombres atrapados por los grandes y poderosos.
Nos has enseñado, a la vez, la verdadera política y la verdadera religión: atender al desvalido en su necesidad y mantenerse incorrupto del contagio del poder. Tú, también, nos dices: «Tomad y comed todos de él, porque éste es mi cuerpo entregado por vosotros». ¡Comeremos el compromiso de hacer lo mismo en tu memoria!
Lluís M. Xirinacs.