Diario de un senador.
Mundo Diario. Viernes, 22 de Julio de 1977.
Amnistía de sangre.
Los presos, subidos a la cúpula de la prisión de Barcelona, en solidaridad con los compañeros de otras cárceles, han vuelto a sus celdas pacíficamente, mientras en otras cárceles la revuelta aún sigue. En esta cárcel de Barcelona, dos parlamentarios, que nos ofrecimos de mediadores, fuimos rechazados por el subdirector de Régimen, pero luego nos reclamaron los presos e intervinimos. Ya hay paz. Costó. La desconfianza entre presos y autoridades carcelarias parecía insalvable. Continuos incidentes complicaban las cosas. En el último momento estuvo todo a punto de echarse a perder. Marc Palmés, el abogado de la paciencia y del valor, nos ayudó muchísimo. Tanto entre los presos como entre los funcionarios abundaban los que daban muestras de comprender al adversario. Se vieron las complicadas implicaciones sociales y políticas que envenenan el tema carcelario. Hubo delicadezas por ambas partes. No fue una domesticación. Fue un intento de solución civilizada en la limitada área de juego en que nos movíamos.
En el fondo, esta vez, el problema es el retraso de la concesión de la amnistía, retraso debido a debilidad política. «¿Cuántas amnistías serán necesarias para conseguir la amnistía?». Con la tardanza, con la sucesión de indultitos y amnistitas continuos, en la calle se fomenta la delincuencia y en la cárcel la impaciencia.
Los presos quieren que voceemos a los cuatro vientos: «Me acusan de haber robado una gallina y estoy en la cárcel; a otro le acusan de haber matado a un inspector de policía y está en la calle. Queremos amnistía para todos, sin exclusiones de ninguna clase. Esta vez, queremos las cárceles vacías, ¿entendéis?, vacías».
Pensé pedir amnistía en las Cortes, pero las Cortes estaban para otras cosas. Pensé que el Consejo de Ministros lo trataría, pero se ha aplazado. He estado pidiendo audiencia al Rey, durante tres días, para antes de la inauguración solemne de las Cortes, pero no ha tenido tiempo para mí.
Mientras, las cárceles soliviantadas rugen y sangran.
¿Qué debo hacer?
Lluís M. Xirinacs.