Diario de un senador.
Mundo Diario. Sábado, 23 de Julio de 1977.
Razón e instinto.
La cárcel de Barcelona está en paz. Los presos, después de haberse manifestado, cumplieron su palabra, y se retiraron en orden a sus celdas. Los intermediarios, abogados y senadores, cumplimos la nuestra. Hemos avisado al Presidente de la Audiencia de la exigencia de una amnistía total de los presos y se han montado turnos de visita de abogados para comprobar el estado de los presos. La dirección de la prisión cumplió su palabra. Se retiró la fuerza y ni siquiera la Junta, reunida en sesión extraordinaria, decretó sanción alguna. Reina un gran optimismo en la prisión de Barcelona.
La cárcel de Madrid está arrasada. Dirección General de Prisiones, dirección de la cárcel, funcionarios, presos, familiares de presos, Fuerza Pública, partidos políticos que apoya la COPEL, todos con los nervios destrozados. Heridos, contusionados, represaliados, traslados. Una reforma penitenciaria que llega tarde. Unos esfuerzos desesperados para restablecer el orden sin causar muertes en vigilias de las nuevas Cortes. Tensiones y odios incontenibles.
Unas Cortes de estilo racionalista neoclásico con sus doseles, sus ujieres, sus diputados y senadores, cada uno en su sitio, con sus tendencias, sus partidos civilizados, educados, racionales, con vestido oscuro, con su Rey y su Reina y su discurso de apertura ponderado, tratando de coronar el proceso de cambio sin traumas hacia una democracia armónica de talante liberal.
Un pueblo que rebulle, instintivo, después de cuarenta años de anestesia, al que se le pide paciencia y está harto de esperar. Unos obreros que no tienen trabajo, unos presos en malas condiciones, con condenas irracionales, que se revuelven en protestas salvajes, una juventud que te pregunta si le vas a dar ahora la libertad del amor, la enseñanza gratuita, una oportunidad en la vida, todo un subconsciente colectivo reprimido, a presión durante cuatro décadas, que te mira a ti, senador saliendo de las nuevas Cortes, con los ojos muy abiertos, aplaudiendo, como esperando aquel milagro que sólo, si todos colaboramos, vamos a poder hacer.
Lluís M. Xirinacs.