Al servicio de este pueblo.
Avui. Jueves, 25 de Mayo de 1978. Página 5.
Sociedad también culpable.
Ayer fue finalmente aprobado el dictamen de la comisión especial para la investigación de la situación de los establecimientos penitenciarios. Ciento cuarenta y dos votos favorables, nueve abstenciones, ningún voto en contra. Es un dictamen abierto y avanzado. Esta vez estoy orgulloso del Senado. Casi ha habido unanimidad en una cuestión difícil y urgente.
Ha quedado pendiente un punto importantísimo, ligeramente insinuado en el dictamen, que exigía un tratamiento frontal y decidido: la responsabilidad de la sociedad en la delincuencia, el juicio sobre esta responsabilidad y la corrección correspondiente de la sociedad.
Se nos ahoga en datos sobre la situación penitenciaria, se analizan hasta el extremo las responsabilidades personales del delincuente y no se investiga sobre las causas sociales que fabrican la delincuencia. No tenemos estadísticas de cuántos delitos han sido cometidos por personas sin vivienda digna, sin familia o con la familia deteriorada, sin escuela, sin trabajo, con marginación social de cualquier tipo, etc. El delincuente es cuidadosamente detenido y aislado de la sociedad. Las causas del delito permanecerán intactas.
Luego viene la sentencia. Sobre la sociedad no recae ninguna inculpación. ¿No sería bueno que la parte de responsabilidad de la sociedad, en cada sentencia, fuera determinada con la misma diligencia con la que se determina la culpa del delincuente? ¿No sería bueno que los diferentes jueces transmitieran al fiscal general estos resultados y que, tal vez, por lo menos, una vez al año, en su informe, el fiscal general acusara al Ejecutivo o quien fuera necesario, por el conjunto de carencias no resueltas? Hasta ahora ha resultado más cómodo construir unos tétricos edificios donde mantener cerrados y aislados los individuos convertidos en peligrosos por la dejadez de todos. Finalmente viene la salida del delincuente, que lleva encima la deformación y la desadaptación que genera la estancia en prisión. Si la sociedad externa la ha olvidado cuando estaba dentro, ahora esta sociedad egoísta coge miedo. Se retrae en un movimiento instintivo de defensa y mantiene, a menudo aumentada, la marginación a la que tenía sometido el delincuente antes de su detención. En el mejor de los casos le pide una readaptación, sin pedírsela a ella misma.
Quizás los barrios de ciudad y los pequeños municipios del campo serán más rápidamente sensibles a estas reflexiones y tratarán desde ahora de realizarlas sin esperar a que los poderes superiores del Estado asuman esta tarea en sus estructuras.
Lluís M. Xirinacs.