Al servicio de este pueblo.
Avui. Martes, 31 de Enero de 1978. Página 6.
Las armas de los desarmados.
Cuando llegué a Palma de Mallorca, el otro día, la primera visita que tenían prevista los amigos de Derechos Humanos que me invitaron era para los cinco obreros parados que hacían huelga de hambre, acogidos en la iglesia de Sant Francesc. Yo iba a Mallorca a hablar de no violencia y he aquí que la no violencia se practicaba en Mallorca con toda seriedad. Pero no los pude visitar. La huelga estaba terminada. Su finalidad, alcanzada.
La no violencia para cuestiones marginales tiene tradición en nuestro país, pero ahora ha entrado a ocupar, como método en las cuestiones centrales de nuestro momento histórico y del momento inmediato de futuro. Los obreros hacen su no violencia con toda su tradicional generosidad y militancia. Junto a los clásicos procedimientos de la huelga, el trabajo lento, las concentraciones y las manifestaciones, ahora aparece la huelga de hambre ante SEARS de Barcelona o por obra de los parados de la Ciudad de Mallorca; los encadenamientos de despedidos en el Prat de Llobregat y las plantadas indefinidas ante la fábrica en Cornellà o Sant Just Desvern para reclamar la amnistía laboral. «Mendigos de la readmisión» me decían estos últimos.
De cara a los problemas ecológicos que ya se nos echan encima, el grupo Denuncia y Control de Mallorca, el pasado verano, ya ocupó la isla Dragonera y, cuando yo llegué a Mallorca, acababan de ocupar las obras de la nueva autopista y nos hicieron a toda la concurrencia que tuvo coloquio conmigo, un discurso con una pila de razones muy serias para pedir colaboración.
Sin embargo ocurrió un hecho patético. En la Ciudad hay un lugar de la iglesia, llamado La Sapiencia, que acoge, por las noches, la gente marginada que no tiene casa. Cuando iba a hacer mi conferencia acababa de morir un chico de treinta y cinco años en La Sapiencia. ¿De hambre? ¿De abandono?
Encontré uno de los cinco huelguistas de hambre llorando a lágrima viva, con el mayor desconsuelo, por la muerte de su amigo vagabundo. Cuando se serenó un poco, terminada mi intervención, le cedieron el micrófono y dijo:
«Nosotros hemos hecho huelga de hambre cinco días, éste sufre hambre siempre. Nosotros, en estos días, hemos salido en todos los periódicos, éste ni ha salido ni saldrá. A nosotros nos regalaban tantas botellas de agua mineral que habríamos podido poner una tienda para vender, de éste, nadie se acuerda para hacerle presente. A nosotros cada día nos ha venido el médico para vigilar nuestra salud, éste ha muerto sin médico. A uno de nuestros se le llevó al hospital con toda solicitud cuando desfallecía un poco, éste, fallecido del todo, no ha tenido hospital para él...».
Gandhi decía: «Nunca nos vamos a permitir ni un solo gusto mientras a nuestro alrededor haya quien padece necesidad».
Lluís M. Xirinacs.