Al servicio de este pueblo.
Avui. Domingo, 25 de Diciembre de 1977. Página 8.
En Navidad, cada oveja en su corral.
Todos procuramos tener un corral bien confortable, con «tresillo», con moqueta, parquet, con calefacción, con coche en la puerta, con una escuela para los niños; así el día de mañana también ellos tendrán un buen corral. Todos procuramos preparar las fiestas de Navidad dentro del corral con pavo real relleno, barquillos, turrones y champán. Y si se puede añadir un buen estéreo con música de fondo, mucho mejor. Que fuera, en la calle hace frío, es sucio, a veces pasa gente con miradas poco amables que atraviesan nuestro abrigo de piel. Que fuera nos puede esperar alguien en una portería oscura con una navaja.
J. G. Pagès, en una carta a «La Vanguardia» me ataca duramente porque yo defiendo el indulto de los delincuentes y olvido «el paro, la crisis económica, la falta de puestos escolares, de camas en los centros hospitalarios, las ruinas de las empresas, la falta de viviendas, de zonas verdes, etc.»
Aquel año de la famosa nevada de Navidad, un chico, en la víspera de Navidad, llamó a la puerta de la casa de su padre. Se llamaba José Povedano Gimena. Sus padres vivían, desde hacía muchos años, separados. La madre vivía con un hombre en Granada y tenía muchos hijos de este hombre. El padre vivía con una mujer en Horta y tenía hijos de esta mujer. José, de pequeño, fue al Tribunal Tutelar de Menores, en el reformatorio. Escapó tres veces. No tuvo nunca corral, ni escuela, ni nada. En la Legión enfermó y huyó.
Pero la añoranza guió sus pasos en el corral del padre en aquella noche de Navidad, mientras los primeros copos de nieve empezaban a caer. Entreabrió la puerta la mujer. Lo reconoció. No le dejó entrar. El padre lo oyó desde dentro. Intentó hablar con el hijo. La mujer se interpuso y lo impidió. Le cerró la puerta en las narices. El chico se emborrachó en una taberna. Con otros chicos borrachos como él, abrió la portezuela de un coche y cantando y riendo pusieron las maletas del coche en medio de la nieve de la calle que ya hacía un palmo, y se sentaron encima. La policía se los llevó esposados a la comisaría más cercana. En un momento de distracción de los guardias, José, esposado, se lanzó a la calle, rompiendo los cristales de una ventana cerrada, desde un primer piso. La nieve ya hacía medio metro y le sirvió de colchón. Corrió alocado y se hizo escurridizo. Un amigo del barrio chino le serró las esposas.
En la madrugada fría y blanca de Navidad venía a pedirme ayuda. Después de tantos años, aún hoy está en la cárcel.
Señor Pagès, existen unos grandes delincuentes que provocan paro, crisis económica, falta de escuelas, de camas en el hospital, quiebras de empresa, falta de viviendas, zonas verdes, etc. y, si esto persiste, estos mismos grandes delincuentes provocan la aparición de ladrones, estafadores, violadores y asesinos. Tal vez usted y yo también participamos de esta delincuencia con nuestro egoísmo. Hoy usted y yo estaremos celebrando una feliz Navidad en un buen corral.
Jesús, el nacimiento del que hoy celebramos, fue acusado de ir con los pequeños delincuentes, y fue matado por los grandes delincuentes.
¡Feliz Navidad, señor J. G. Pagès!
¡Mal Navidad, pequeños delincuentes sin indulto!
Lluís M. Xirinacs.