Al servicio de este pueblo.
Avui. Martes, 15 de Noviembre de 1977. Página 5.
Populismo y lucha de clases.
En la Asamblea de Cataluña hace ocho días algún político, con toda la buena voluntad, me hizo acusaciones gravísimas de populismo. Oponía una Asamblea populista a una Asamblea revolucionaria. Yo no hablo de populismo ni de revolución, hablo de una Asamblea popular. Pero él em argumentaba que si la Asamblea no es revolucionaria cae en populismo y del populismo al fascismo sólo hay un paso. Josep Camps, en una reunión postelectoral, hecha para valorar mi elección y mirar un poco hacia el futuro, también me hizo ver con sentido crítico la palabreja «populismo». Mencionó la actuación de no sé qué líder de Perú o de Ecuador desconocido para mí. Pero yo pensé inmediatamente en el populismo argentino. Dios me libre de imitar Perón. «Tienes el peligro». Esto me lo decía un Josep Camps amigo que colaboró intensamente en mi promoción a senador.
Antes de las elecciones, Rocha, del PSC-Reagrupament, también hizo ver la acusación de fascismo contra mí porque reuní los políticos de los diferentes partidos para pedirles que quisieran presentar, sólo en estas primeras elecciones, una candidatura unitaria. «Esto me recuerda el partido único de los fascistas», dijo delante de todos. Yo no pedía que desaparecieran o se fundieran todos los partidos. Pedía aquello que, tanto si querían como si no, se ha tenido que hacer después con mucha pérdida de tiempo y de esfuerzos: la discusión unitaria de la Constitución, el planteamiento unitario de la amnistía, el pacto unitario de la Moncloa y veremos si llegamos al gobierno unitario de concentración, como también se plantea para la Generalitat de Cataluña. «Sin fusiones ni confusiones», decía yo. Y sólo para esta primera elección, como una transición del unitarismo fascista impuesto al pluralismo democrático libre, pasando por una unión de partidos diferentes realizada libremente.
Pero dejando de lado la actuación de los altos asuntos políticos de Estado y volviendo a nuestras asambleas populares creo sencillamente que la acusación de populismo es desorbitada. Cabalmente sería populismo la voluntad de politizarla para convertirla en una herramienta de conquista del poder.
Una Asamblea popular debe acoger la inmensa masa de la población no militante. No puede, pues, de entrada ser revolucionaria. Las cosas reales son más difíciles que las ideas. No es suficiente contar con la extracción social de una persona para saber si pertenece a la clase opresora o en la oprimida.
¿Debemos excluir esta gente de nuestra asamblea planteada en términos revolucionarios y concibiéndola por tanto como estrictamente clasista? En rigor, la clase estrictamente opresora hoy está reducida a poquísimas personas que, indudablemente, no vendrán a nuestra asamblea. En este sentido será una asamblea clasista, y revolucionaria en sentido muy amplio. Pero pasando cuentas en la formación recibida en un subconsciente conservador y hasta fascista fabricado en cuarenta años de dictadura, nuestra asamblea, si se convierte de verdad asamblea de masas y no de selectos, será una asamblea interclasista y, de momento, muy poco revolucionaria mal que nos pese. Lenin decía: «El político debe ir un paso adelante del pueblo, pero no dos.» Y algunos políticos quieren forzar esta asamblea a hacer dos pasos y convertirla en un pequeño grupo de selectos.
Lluís M. Xirinacs.