Nuevos apartados:
Dolors Marin Tuyà.
Artículos publicados en la revista Penedès Econòmic.
Lluís Maria Xirinacs.
Artículos publicados en el diario Avui, cuando Lluís Maria Xirinacs era senador independiente en las Cortes Constituyentes españolas, entre los años 1977 y 1979, traducidos al castellano.
Lluís Maria Xirinacs.
Artículos publicados en el rotativo Mundo Diario, cuando Lluís Maria Xirinacs era senador independiente en las Cortes Constituyentes españolas, entre los años 1977 y 1979.
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Publicaciones:
Lluís Maria Xirinacs.
Agustí Chalaux de Subirà, Brauli Tamarit Tamarit.
Agustí Chalaux de Subirà.
Agustí Chalaux de Subirà.
Agustí Chalaux de Subirà.
Magdalena Grau Figueras,
Agustí Chalaux de Subirà.
Martí Olivella.
Magdalena Grau,
Agustí Chalaux.
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Capítulo 3. La realidad monetaria a través
de la historia.
- Objetivos de este capítulo.
- El trueque no monetario.
- La realidad monetaria entre los pueblos primitivos.
- Los sistemas monetarios de las civilizaciones nacientes.
- Aparición de la moneda metálica concreta.
- De la moneda metálica al papel moneda.
- El billete de banco inconvertible.
- Referencias bibliográficas de este capitulo.
1. Objetivos de este capítulo.
En el capitulo anterior, al hablar de los
elementos de los sistemas monetarios, se ha utilizado un tipo de exposición
que sugería de alguna manera una cierta sucesión de etapas
en la evolución del mercado y de los sistemas monetarios dentro
de él.
Esta sucesión de etapas se podría resumir así:
-
En un primer momento, el mercado funciona sin sistema monetario por medio
del simple trueque no monetario.
-
En un segundo momento, aparecen las unidades monetarias con sus consecuentes
valores mercantiles y comienza así el trueque monetario.
-
Finalmente, en ciertos mercados dinámicos y evolucionados, se inicia
el uso de los instrumentos monetarios, los cuales posibilitan el cambio
monetario elemental.
Como ya se ha advertido, esta interpretación no pretende ser histórica;
por este motivo, se ha evitado dar ninguna clase de referencia propiamente
histórica a lo largo de todo el capítulo
anterior, mientras que se ha puesto el acento en los aspectos más
teóricos de los sistemas monetarios.
Pero también se ha dicho que la interpretación teórica
había sido abstraída a partir de hechos históricos
reales. Al objeto de no quedarnos solamente en una interpretación
teórica, la cual es siempre excesivamente simplificadora de la complejidad
de los hechos reales, y que además podría ser considerada
totalmente arbitraria, daremos, en este capitulo, las referencias concretas
de los hechos subyacentes a nuestra interpretación. Hechos que pretenden
dotarla de una base empírica.
Es necesario advertir que la reconstrucción del desarrollo histórico
de la realidad monetaria, tanto entre los pueblos prehistóricos
o antiguos como entre los pueblos primitivos actuales, presenta serias
dificultades: los documentos existentes son pocos y parciales, y su interpretación
es una labor muy delicada.
Con estas limitaciones, pues, iniciamos el tema.
2. El trueque no monetario.
De los estudios realizados sobre el intercambio utilitario entre pueblos
primitivos existentes en la actualidad se deduce que, entre estas sociedades,
el trueque no tiene un carácter únicamente utilitario, sino
que cumple sobre todo una función social. Posiblemente, por paralelismo
etnográfico, se podría decir lo mismo de las poblaciones
prehistóricas.
De hecho, en las poblaciones humanas de organización social más
sencilla -las denominadas de «cazadores-recolectores»- el sostenimiento
individual y familiar se desarrolla en el interior de la comunidad, por
lo que el intercambio utilitario no es vitalmente necesario. Sí
lo es, en cambio, socialmente, ya que sirve para establecer lazos de amistad
y alianzas con otros grupos o bien para afianzar las relaciones sociales
existentes en el interior del propio grupo.
Debido a la gran importancia de este componente social, el trueque primitivo
está muchas veces revestido de formalidades, de rituales complejos
ligados a la magia, es decir, a la concepción sacral de la vida
del hombre. Todo acto de intercambio es considerado sagrado, al igual que
todas las relaciones sociales.
3. La realidad monetaria entre los pueblos primitivos.
Entre los pueblos primitivos existentes en la actualidad el conocimiento
y la utilización de alguna clase de sistema monetario destaca en
tres partes del mundo: África occidental y Central; Melanesia y
Micronesia; y el oeste de Norteamérica.
Es necesario resaltar el hecho de que los pueblos de todas estas zonas
practican unas avanzadas relaciones utilitarias de tipo neolítico,
ya sea agrícola o pastoril. Este utilitarismo neolítico es,
sin embargo, todavía poco especializado: cada pequeña unidad
social productora puede autoabastecerse en gran medida y por, eso el trueque
conserva aún un carácter fuertemente social.
Estos pueblos tampoco conocen sistema alguno de escritura y, no obstante,
poseen unos sistemas monetarios constituidos por lo que hemos denominado
unidades
monetarias y valores mercantiles.
Efectivamente, entre las poblaciones primitivas de las zonas mencionadas
-no únicamente de estas, pero sí principalmente-, ciertos
objetos (que evidentemente varían según la población
de que se trate) están revestidos de una gran importancia social:
son símbolos de riqueza y confieren al que los posee un gran prestigio.
Debido a que estos objetos son a menudo intercambiados ceremonialmente
con ocasión de ciertos acontecimientos sociales, muchos etnólogos
los han equiparado a una forma «disminuida» o primitiva de
la moneda metálica que estuvo en vigor entre todos los pueblos civilizados
actuales, hasta que fue sustituida definitivamente por los billetes de
banco de curso forzoso, entre 1.914 y 1.936.
Ahora bien, es posible una interpretación muy diferente. Estos
objetos parecen tener dos funciones claramente diferenciadas. La primera,
fundamentalmente social, de creación y mantenimiento de lazos de
amistad y de relación: es la que se desarrolla a través del
intercambio real y concreto de estos objetos en ocasiones muy bien especificadas
de gran importancia social.
Estos mismos objetos llevan a cabo una segunda función estrictamente
utilitaria, y es la de servir de patrones de medida de valor en
el intercambio de los bienes utilitarios corrientes.
En este segundo caso, dichos objetos no son nunca realmente intercambiados
sino que son únicamente una referencia abstracta para calcular equivalencias
entre otras mercancías valoradas en ellos. Eso es precisamente
lo que hemos denominado unidad monetaria. Los valores asignados
en unidades monetarias a cada mercancía son los valores mercantiles
de dichas mercancías.
En algunos casos, la documentación etnográfica que poseemos
es insuficiente para poder confirmar o infirmar con suficiente base
empírica esta interpretación. Esto es debido, sobre todo,
a los prejuicios de ciertos etnógrafos que encaminan su observación
hacia unas realidades determinadas descuidando otras más significativas
para un estudio global del utilitarismo primitivo.
A pesar de estas dificultades hemos seleccionado un par de ejemplos
que parecen ir en la dirección indicada:
Primer ejemplo: en las islas del Almirantazgo (Papua/Nueva Guinea)
los nativos pueden evaluar todos sus bienes en conchas y dientes
de perro. En los intercambios corrientes las conchas y los dientes
de perro no se utilizan casi nunca, mientras que su uso es obligatorio
en los intercambios rituales.
Segundo ejemplo: entre los Lele de Kasai (Zaire), la tela
de rafia constituye el patrimonio nupcial que ha de poseer todo hombre
que se quiera casar. Pero, al mismo tiempo, también todos los bienes
que son objeto de intercambio no ritual pueden evaluarse en unidades de
tela de rafia. En estos intercambios, la tela de rafia no interviene como
mercancía concreta sino únicamente como patrón de
valor.
Nos inclinamos, pues, a hablar de la existencia, en estos pueblos, de
unidades
monetarias abstractas y no de objetos monetarios concretos.
Para poder generalizar esta interpretación a todos los pueblos neolíticos
que conocían alguna clase de realidad monetaria, sería necesario
realizar estudios exhaustivos que están reservados a especialistas
en etnografía.
4. Los sistemas monetarios de las civilizaciones nacientes.
La arqueología nos ha descubierto en los últimos decenios
como nacieron las primeras civilizaciones en el Asia sudoccidental (Mesopotamia,
Elam, Próximo Oriente...), en el valle del Indo, en Egipto y más
tarde en el Egeo, el valle del Danubio, etc.
Estas civilizaciones o «culturas de ciudad» estaban fundamentadas
en un utilitarismo neolítico avanzado, con cultivo extensivo de
cereales y con una división de trabajo cada vez más estable.
En ellas aparece por primera vez la escritura, pero la escritura no
es sino la consecuencia de otra práctica social anterior que aquí
nos interesa mucho recoger, ya que no es otra cosa que la utilización
corriente de instrumentos monetarios como los descritos en el capitulo
anterior.
Desde los inicios mismos de su neolitización estas sociedades
contaban probablemente con unidades monetarias como las definidas, casi
siempre abstractadas a partir de las mercancías prototípicas
o más importantes de cada una. En Mesopotamia, por ejemplo,
se utilizó una medida de cebada y posteriormente un peso determinado
de plata. En Egipto, la medida común de los valores mercantiles
era el «uten», una espiral de cobre de un peso más o
menos fijo. En la Grecia homérica, la unidad monetaria abstracta
era el «buey». Ni la cebada o la plata en Mesopotamia, ni el
cobre en Egipto, ni los bueyes en Grecia, eran realmente intercambiados
en cada transacción del mercado. Como ya se ha dicho, el hecho de
que consideremos estas mercancías como unidades monetarias, significa
sencillamente que eran tomadas como medida abstracta común del valor
de todas las otras mercancías: o lo que es lo mismo, todas las otras
mercancias podrían evaluarse en términos de tales unidades.
Por otro lado, y también desde los inicios del neolítico
(8.500 a.C.) se conoce en toda Asia sudoccidental el desarrollo de un sistema
de contabilidad a base de fichas de barro1.
Considerado en su totalidad, este sistema contaba con unas 15 clases principales
de fichas, distinguidas por su forma y divididas en unas 200 subclases
basadas en diferencias de tamaño, marcaje o variación fraccional.
Parece evidente que cada formato específico poseía un significado
propio. Algunas fichas tal vez representen valores numéricos, mientras
que otras representan objetos específicos, en particular géneros
mercantiles.
La función exacta de este sistema de fichas en el seno de las
comunidades neolíticas más primitivas de Asia sudoccidental
no la podemos conocer con exactitud, pero parece posible que se trate de
un sistema de registro de las diferentes operaciones e intercambios efectuados
con los productos de las cosechas y los rebaños. La noción
de registro, de recogida y fijación en un documento2,
es el embrión del posterior desarrollo de los instrumentos monetarios.
Efectivamente, estas comunidades primitivas van evolucionando lentamente,
durante unos 5.000 años, con su sistema de contabilidad y registro
casi invariado. Al llegar a la Edad del Bronce durante la segunda mitad
del milenio IV a.C. (del 3.500 al 3.000 a.C.) conocen un avance económico
notable: se da un drástico aumento de la población en los
actuales Irán e Irak; aparece la especialización artesana
y los inicios del comercio en gran escala. Esta especie de explosión
económica va aparejada con unos cambios significativos en el sistema
de fichas debido a la presión que sobre él ejerce el gran
desarrollo comercial. Es necesario ahora llevar registro no sólo
de la producción, sino también de los inventarios, fletes,
pago de salarios y, sobre todo, los mercaderes necesitan guardar constancia
de sus transacciones.
La aparición de nuevas formas de fichas y de nuevos subtipos
es significativa; pero mucho más lo es todavía la aparición
de nuevas modalidades de utilización del sistema. Estas nuevas modalidades,
que aparecieron en el último siglo del milenio IV a C, son principalmente
las dos que se explican a continuación.
En primer lugar, aproximadamente un 30% de las fichas encontradas están
perforadas. Este hecho puede interpretarse mediante la hipótesis
de que algunas fichas representativas de una transacción especifica,
eran engarzadas juntas a modo de registro.
Pero mucho más interesante todavía es la aparición,
centrada en Mesopotamia, de las bullae. Las bullae o «bulas»
son una especie de esferas o sobres de barro, en el interior de las cuales
están encerradas un cierto número de fichas. Esto representa
un testimonio directo, perfectamente definido, del deseo del usuario de
separar las fichas que representan una transacción determinada.
A juicio de la autora de estas investigaciones, no hay duda de que las
bullae
fueron inventadas para proporcionar a las partes de una transacción
una superficie lisa de arcilla que podía ser marcada con los sellos
personales de los individuos implicados -según la costumbre sumeria-,
como forma de validación del acto comercial. El hecho de que la
mayoría de las 300 bullae descubiertas hasta el momento lleven
impresiones de dos sellos diferentes refuerza esta hipótesis.
Nos encontramos así con un verdadero documento monetario,
que registra todas las características especificas de cada intercambio
concreto, así como los sellos (equivalentes a las firmas) de sus
agentes.
Se podría también -no siguiendo ya a Schmandt-Besserat-
avanzar una hipótesis complementaria: la hipótesis de que
estos documentos monetarios podrían, incluso, haber funcionado como
los instrumentos monetarios que hemos descrito en el capítulo
anterior. Además de dejar constancia documentada, las bullae
podrían haber sido susceptibles de intra-compensación contable.
Esta segunda hipótesis es más arriesgada que la primera
ya que no hay hechos concretos para apoyarla empíricamente. No obstante,
una serie de indicios la hacen indirectamente plausible. Se puede hacer
las dos constataciones siguientes:
Primera constatación: en toda la llanura mesopotámica
se desarrolla ya, desde finales del milenio VI a.C., lo que se ha denominado
«economía del templo». Al parecer, el templo funcionaba
como una institución no sólo de carácter sacral, sino
también con importantes dimensiones sociales y utilitarias. En el
seno y al amparo del templo se desarrollan toda clase de actividades agrícolas,
artesanales y de manufactura. Parece ser que el templo utilizaba los excedentes
agrícolas para mantener las actividades artesanales, artísticas
y culturales, funcionando como un sistema de redistribución. Estas
complejas actividades llevaron a los templos, poco a poco, a desarrollar
también sistemas de contabilidad complejos para el control de todos
los movimientos de mercancías, personal y salarios.
Segunda constatación: en época de Hammurabi (hacia
1.800 a.C.) cuando ya la moneda metálica se había comenzado
a introducir, se sabe que los comerciantes asirios establecidos en el Asia
Menor, dedicados a la obtención de cobre de esta tierra, practicaban
un sistema de saldo de deudas entre cuentas.
Si bien dos constataciones no nos dicen nada directamente sobre la existencia
de instrumentos-documentos monetarios, sí que nos permiten decir
que los elementos técnicos indispensables para la existencia de
tales instrumentos eran ya presentes. Sistemas complejos de contabilidad
y de compensación entre cuentas estaban ya desarrollados. Por lo
tanto, es posible que, durante la segunda mitad del milenio IV hubiera
desarrollado en Mesopotamia un sistema monetario basado en los instrumentos-documentos
monetarios, por lo menos a nivel de grandes mercaderes y de relaciones
con el templo. En este sistema, el templo habría jugado un papel
propiamente bancario.
Está claro que es necesario encontrar pruebas más directas
para la hipótesis propuesta. Pero también es cierto que numerosos
prejuicios se han opuesto desde hace tiempo, tanto a la formulación
de esta hipótesis, como sobre todo a la búsqueda de los datos
empíricos que podrían suscitarla, y muy especialmente el
prejuicio metalista -es decir, la creencia acrítica de que las primeras
formas monetarias fueron las formas metálicas concretas- ha conducido
las investigaciones por caminos predeterminados y ha impedido fijar la
atención en los, puntos centrales para cualquier nueva interpretación.
Entre las miles y miles de páginas escritas hasta la actualidad
sobre las primeras civilizaciones, son pocas las referencias a la forma
concreta en que se realizaban los intercambios monetarios y, todavía
más escasas, son las interpretaciones dadas a los pocos datos existentes
en relación a este tema.
Finalmente, es preciso constatar que las bullae no tardaron mucho
en convertirse en las famosas tablillas de escritura cuneiforme.
Efectivamente, las fichas que eran encerradas en el interior de la bullae
pasaron a representarse gráficamente a través de unas marcas
en el exterior; hasta que descubrieron que era suficiente con estas marcas
y que las fichas ya no eran necesarias. Había nacido la escritura.
Con la aparición de los primeros instrumentos-documentos monetarios
desaparece por primera vez el trueque elemental, es decir, el intercambio
directo de mercancía contra mercancía, para dar lugar al
intercambio diferido que hemos denominado cambio monetario elemental.
Probablemente, estos instrumentos-documentos, sólo eran utilizados
a nivel de los grandes comerciantes; pero a pesar de eso, la sola introducción
en el mercado de cambios monetarios elementales, tiene como efecto inmediato
que se plantee por primera vez el tema del equilibrio del mercado global.
Efectivamente, cuando todo el mercado se compone de trueques
elementales, dicho mercado está necesariamente en equilibrio, porque
cada trueque elemental es auto-equilibrado. Pero cuando se introducen cambios
monetarios elementales, aunque sea sólo en una pequeña
proporción, el equilibrio global del mercado desaparece porque los
cambios monetarios elementales no representan un equilibrio real entre
dos mercancías concretas, sino únicamente un equilibrio artificial,
intra-contable, entre una mercancía concreta y unas unidades monetarias
que arbitrariamente se le han asignado.
Para restablecer el equilibrio real del mercado global, es preciso recurrir
a una estrategia: la estrategia de adecuación entre el valor total
del poder de venta existente y el valor total del poder de compra disponible.
Esta estrategia recibe el nombre de invención (o en su caso
exvención)
de dinero o poder de compra.
Probablemente los antiguos sacerdotes mesopotámicos se dieron
cuenta de este problema y supieron resolverlo, ya que a ellos se remontan
las primeras experiencias de préstamo y crédito, es decir,
de profesionalización bancaria.
5. Aparición de la moneda metálica concreta.
Los intrumentos-documentos monetarios surgieron como simple instrumentación,
como simple expediente contable para evitar las molestias del trueque.
Eran, pues, de naturaleza radicalmente abstracta-auxiliar y estaban desprovistos
de valor intrínseco. Su funcionamiento no implicaba el intercambio
de ningún objeto concreto, sino únicamente la referencia
a una unidad monetaria abstracta. Aunque la unidad monetaria estuviera
representada simbólicamente por una mercancía concreta (un
saco de cebada, un buey...) esta mercancía no intervenía
de forma real en las transacciones. Lo que interesaba era que hiciese de
referencia abstracta del valor de las mercancías intercambiadas
y no que se utilizara para intercambiar otros bienes por ella.
En Mesopotamia, probablemente desde mediados del III milenio a.C., aparece
un nuevo tipo de instrumento monetario: la moneda metálica.
Paralelamente a los progresos realizados en la valoración de
los metales (peso, calidad...), se va generalizando la costumbre de realizar
los pagos en metálico: recordemos aquí que una de
las unidades monetarias mesopotámicas era el siclo (con sus
múltiplos y submúltiplos), es decir, un peso de metal precioso.
Poco a poco, se fue pasando del pago mediante instrumento-documento monetario
al pago en metálico.
Si bien al principio la práctica de documentar cada transacción
elemental -mediante la presencia de testigos y la utilización de
un instrumento-documento monetario- se mantiene viva, poco a poco se va
perdiendo y los pagos en metálico llegan a ser completamente indocumentados,
completamente anónimos.
Las circunstancias que impulsaron este cambio de dirección en
la historia monetaria no son fáciles de explicar. De entre ellas,
las más significativas podrían ser:
-
La mayor rapidez y comodidad en las transacciones, en una época
en que escribir era un arte complicado al alcance de muy pocos;
-
Las posibilidades de ocultación y, consiguientemente, de corrupción
que el nuevo sistema monetario posibilitaba. El resultado final de este
proceso es la instauración de un nuevo sistema monetario bien conocido
por todos: el sistema monetario metalista.
En este sistema, los instrumentos-documentos monetarios, auxiliares-abstractos,
desprovistos de valor intrínseco, pasan a ser instrumentos monetarios
concretos con valor intrínseco y sin valor documentario. Una mercancía
concreta, un metal precioso (oro, cobre, plata...), es elegida y privilegiada
entre todas las otras, para hacer de medio de pago en cualquier intercambio
de todas las demás. Por ello, la unidad monetaria es denominada
en este sistema, moneda-mercancía.
Durante el reino de Hammurabi (1.792 a 1.750 a.C.) ya es práctica
normal en Babilonia el uso de lingotes de oro, plata o bronce. Pero no
sólo la civilización mesopotámica realizó este
cambio decisivo. Recordemos algunas de las civilizaciones históricas
que fueron entrando más tarde o más temprano en el nuevo
sistema monetario. En el valle del Indo se utilizaron barras de cobre;
entre los hititas, lingotes de hierro; en Micenas, placas de bronce que
imitaban pieles de animales; en China, placas de bronce en forma de vestidos,
etc.
Los primeros instrumentos monetarios metálicos eran, incluso
en el interior de cada civilización y de cada ciudad-imperio,
de formas, muy diversas y de calidades de metal muy variadas. Por este
motivo, en cada transacción era necesario pesar y probar el metal
utilizado.
Más adelante, para solventar este inconveniente, se generalizó
el uso de piezas de metal normalizadas, garantizadas por un peso y una
calidad determinadas. La garantía era dada por el sello de la persona
que encuñaba las piezas: estas piezas son las monedas propiamente
dichas. Las primeras de que se tiene noticia documentada se remontan al
siglo VII a C, en el Asia Menor.
Si en un principio cualquier persona con suficiente autoridad y riqueza
podía encuñar su propia moneda, con el paso del tiempo esta
función llegó a ser monopolizada por los poderes oficiales.
Como es fácil de comprender, con la generalización del
uso de la moneda metálica se pierde una de las características
fundamentales de los primitivos instrumentos monetarios: la documentación.
En cada transacción mercantil, la única función
que cumple la moneda metálica es la de ser un medio de pago,
es decir, un instrumento que permite realizar una transacción de
mercancías. Con la entrega de unas piezas de moneda se puede dar
por pagada y saldada cualquier situación de intercambio mercantil.
6. De la moneda metálica al papel moneda.
La moneda metálica se expansionó rápidamente y
gozó de gran aceptación entre todos los pueblos civilizados
de la antigüedad. A pesar de ello, en su misma naturaleza llevaba
el germen de su desaparición.
Efectivamente, los sistemas metalistas tienen un límite muy preciso
para su desarrollo: la cantidad de metal acuñable existente en cada
sociedad
geo-política en un momento dado. Esta limitación es tan
taxativa que pronto se puso en evidencia la necesidad de renunciar a los
sistemas de moneda metálica y concreta para ir retornando,
poco a poco, a sistemas monetarios caracterizados por una radical abstracción.
Como ya se ha dicho en varias ocasiones, los sistemas monetarios no
son sino construcciones abstractas que tienen por función facilitar,
por la cuantificación que permiten, los intercambios de mercancías
concretas. Estas construcciones abstractas son simples imágenes
de las mercancías concretas intercambiadas y deben circular paralelamente,
a ellas, evolucionando y adaptándose a las mismas. Cuando esta adaptación
no se produce espontáneamente, es necesario introducir una estrategia
monetaria adecuada: la invención de dinero.
Ahora bien, en régimen de moneda metálica, esta estrategia
llega a ser imposible. En efecto, la piedra filosofal que transforma cualquier
material en oro aún no se ha descubierto, por lo que es imposible
aumentar a voluntad las existencias de metal monetario cuando éstas
son insuficientes para la cantidad de mercancías realmente existentes.
Cada vez que un mercado se vuelve excesivamente dinámico y fecundo,
la escasez de metal acuñable provoca la aparición de nuevas
modalidades de instrumentos monetarios menos limitados en cuanto a
su capacidad de expansión.
Históricamente, los banqueros han sido impulsores -y principales
beneficiarios, aunque no únicos- de estas nuevas formas monetarias,
cada vez más abstractas y alejadas de la concreción y valor
intrínseco de la moneda metálica.
Recorramos ahora, muy brevemente, la historia de este retorno a la necesaria
abstracción del sistema monetario, abstracción que no se
alcanza de forma definitiva hasta el año 1.914.
Ya en la Edad Media, en Europa, la escasez de metales preciosos llevaba
a los monarcas u otras autoridades acuñadoras a practicar manipulaciones
monetarias, inconfesadas o públicas. Debido a que la emisión
y el curso legal de la moneda estaban en sus manos, estas autoridades podían
hacer que el valor nominal y legal de las piezas de moneda no correspondiesen
a su valor real en metal. Esto podía obtenerse por dos procedimientos:
acuñando nueva moneda con el mismo valor nominal pero con un contenido
inferior de metal; o bien aumentando oficialmente y artificialmente el
valor nominal de las piezas en circulación. De este modo, la autoridad
acuñadora podía realizar sus pagos utilizando una cantidad
menor de metal. Estas prácticas fueron corrientes durante toda la
Baja Edad Media en que los Tesoros reales se endeudaban casi permanentemente
y encontraban en este artificio monetario una solución a sus problemas.
Pero esta solución sólo era momentánea ya que la
consecuencia inevitable de las manipulaciones era el alza de los precios
y de los salarios; alza que agravaba nuevamente la situación del
Tesoro, que se veía obligado a realizar nuevas manipulaciones iniciando
un ciclo interminable. Evidentemente, los más perjudicados eran
siempre las clases populares, que no tenían suficiente poder de
compra para hacer frente a las alzas de los precios, y que tampoco tenían
la posibilidad de manipular la moneda que les era impuesta.
Con las manipulaciones monetarias de la Edad Media se abre la brecha
que empezará a separar el valor real de la moneda metálica
concreta del valor monetario que se le atribuye artificialmente, en función
de las necesidades del mercado.
Cuando se produce el descubrimiento de América, con sus magníficos
tesoros para saquear y sus importantes minas de metales preciosos, parece
que la escasez de metales tiene que acabar. Pero este periodo de abundancia
sólo es relativo ya que al final de la Edad Media se ha producido
un enorme desarrollo de las relaciones comerciales y, en consecuencia,
de las necesidades de moneda.
Para dar respuesta a estas necesidades, los banqueros de la época
inventan una nueva práctica que intenta suplir la escasez de metal:
la letra de cambio.
En un principio, la letra de cambio es únicamente un medio de
saldar las deudas a distancia y evitar, de este modo, los peligros del
transporte de metal. Pero, más adelante, a la letra de cambio se
añade la noción de crédito, es decir, de pago diferido
en el tiempo. Conviene señalar que esta nueva modalidad de instrumento
monetario que podríamos denominar papel crédito, era
ya conocida en Mesopotamia desde los inicios del régimen de moneda
metálica concreta.
La letra de crédito en todas sus múltiples formas
y variantes históricas y actuales, tiene como característica
definitoria el hecho de que crea una nueva circulación monetaria
que se suma a la circulación de moneda metálica.
Cuando una letra de cambio circula de mano en mano, sirviendo como medio
de pago aceptado comúnmente, lo que circula es simplemente una promesa
de pago en metálico a un plazo dado; pero este metálico
aún no existe. Por lo tanto, la letra de cambio no substituye a
la moneda metálica, sino que se le añade a ella. Es un nuevo
instrumento monetario el cual, además, no tiene ningún valor
intrínseco dado que el único elemento que la sustenta es
la confianza, ciertamente bien inmaterial, en que una vez transcurrido
el plazo previsto para el pago, éste será efectivamente realizado.
Cuando un banco descuenta una letra pagándola en metálico,
también este pago representa una creación monetaria, porque
el banco, al avanzar este dinero, está utilizando depósitos
de sus clientes. De esta forma, una única cantidad de moneda metálica
figura en dos partidas: en la cuenta corriente de los depositantes y en
manos del que ha cobrado la letra. Esta situación aparentemente
anómala sólo desaparece una vez la letra ha sido hecha efectiva
al vencimiento.
El banco asume el riesgo de que la letra no sea hecha efectiva, pero
este riesgo no es excesivo siempre que la relación entre el total
de depósitos realmente efectuados y el total de créditos
concedidos se mantenga en unos límites prudentes.
La limitación evidente del papel crédito es la de estar
ligado, en un periodo de tiempo muy preciso, a la moneda metálica
concreta. La letra de cambio no es de duración ilimitada sino que
el poder de compra que representa desaparece una vez ha llegado el vencimiento
y ha sido hecha efectiva.
Esta limitación desaparece con la aparición del billete
de banco. El billete de banco fue inventado en 1656 por Palmstruk,
un banquero de Amsterdam. Consiste simplemente en un reconocimiento
de deuda del banco que lo emite. El banco, en lugar de responder de
sus obligaciones para con sus clientes entregándoles moneda metálica,
la hace entregándoles billetes; documentos en los que el
banco reconoce su deuda por una cantidad determinada de metal moneda.
Estos billetes pueden convertirse, en el momento en que su poseedor
lo desee, en moneda metálica.
7. El billete de banco inconvertible.
Finalmente, también el gold standard se mostró
inadecuado para las necesidades de un mercado tan desarrollado como el
del siglo XX. Con la nueva evolución del sistema monetario, los
instrumentos monetarios llegarán a ser totalmente abstractos, totalmente
desligados de cualquier valor concreto e intrínseco.
Durante el siglo XIX, los Bancos Centrales de los diferentes Estados
fueron monopolizando la emisión de billetes de banco, los cuales
llegaron a ser así de curso legal. Pero cada vez que a un
Estado se le presentaban problemas de tipo político o utilitario
-crisis de producción, guerras, revoluciones...- y tenía
que atender más gastos, este Estado se veía en la necesidad
de emitir más y más billetes, hasta que llegaba la inevitable
crisis de confianza. Todas las personas deseaban convertir sus billetes
en metal y el único recurso que le quedaba a ese Estado era de declarar
el curso forzoso de los billetes, lo cual significaba la imposibilidad
de convertirlos en metal precioso. Solamente cuando la situación
volvía a la normalidad podía restablecerse la convertibilidad.
Es necesario señalar que un precedente importante de los billetes
de banco inconvertibles se encuentra en el sistema Law (1.716-1.720),
así como también en los asignados de la Revolución
Francesa.
Durante la Primera Guerra Mundial, los enormes gastos bélicos
provocaron el vacío casi total de las arcas de los Estados participantes.
El oro de estos Estados «emigró» en gran parte a los
Estados Unidos de América. Los billetes se emitieron en grandes
cantidades y, evidentemente, se suprimió la convertibilidad.
A partir de entonces, los sistemas monetarios del «mundo civilizado»
se han caracterizado por la inconvertibilidad de los billetes de banco.
Después de la guerra, algunos países intentaron restaurar
una parcial convertibilidad, pero la crisis de 1.929 puso fin definitivamente
a la cuestión.
De manera que el sistema monetario surgido de la Primera Guerra Mundial
se basa en el abandono de la moneda metálica por lo que hace a las
relaciones utilitarias en el interior de cada Estado. En las relaciones
internacionales se mantiene el papel del oro, pero sólo hasta 1.971,
año en que el presidente Nixon desligó el dolar del oro y
denunció unilateralmente los acuerdos de Bretton Woods, establecidos
el año 1.944.
El predominio del billete de banco inconvertible, que para mayor comodidad
denominaremos papel moneda, es el rasgo característico de
la nueva etapa monetaria. Este papel moneda, el mismo que circula todavía
en nuestros días, ya no tiene nada que ver con el oro, ni con ningún
metal ni mercancía concreta. No representa ninguna cantidad de oro,
ni puede ser convertible en él.
¿Cuál es entonces la naturaleza del papel moneda?. ¿Cuál
es su fundamento?. El papel moneda se basa sencillamente, en la convención
social que ha hecho de él el instrumento necesario de los actos
de intercambio mercantil y en la confianza que se le hace, en tanto que
instrumento que cumple adecuadamente su función. Por lo tanto su
naturaleza es radicalmente auxiliar-abstracta. Su valor es el de un instrumento
que nos ayuda en la contabilidad e intercambio de las mercancías
concretas; se trata de un valor auxiliar y abstracto, y no de un valor
intrínseco y concreto: éste sólo puede ser detentado
por las mercancías concretas. El sistema monetario ha vuelto, finalmente,
a su fundamental naturaleza primitiva.
8. Referencias bibliográficas de este capitulo.
-
En referencia al trueque ante-monetario y a las relaciones de intercambio
utilitario entre los cazadores-recolectores,
-
Sahlins, M.: Economía de la Edad de Piedra.
-
En referencia a las unidades monetarias abstractas entre los pueblos primitivos,
-
Godelier, M.: Economía, fetichismo y religión en
las sociedades primitivas. (capítulo IX), Madrid, S. XXI, 1978.
-
Firth, R. (compilador): Temas de antropología económica,
(El racionamiento primitivo, por Mary Douglas). Méjico, Fondo de
Cultura Económica 1974. (Ed. original 1967).
-
Herskovits, M.J.: Antropología económica (capítulo
XI, Dinero y riqueza) Méjico, Fondo de Cultura Económica.
-
En referencia a las unidades monetarias abstractas entre las civilizaciones
antiguas,
-
Finley, M.I.: El mundo de Odiseo, (capítulo IV: Riqueza
y trabajo) Fondo de Cultura Económica, Méjico, 1980. (Ed.
original 1954).
-
Carlton, E.: Ideology and social order, (páginas 136-137),
London, Routledge & Kegan Paul, 1977.
-
Klima, J.: Sociedad y cultura en la Antigua Mesopotamia (capítulo
X, Comercio y crédito), Akal 1980 (Ed. original 1964).
-
Polanyl, K. y otros: Comercio y mercado en los imperios antiguos,
Barcelona, Editorial Labor 1976.
-
En referencia al sistema de contabilidad y las bullae en el Asia
Sudoccidental,
-
Schmandt-Besserat, Denise: El primer antecedente
de la escritura, en Investigación y Ciencia, número
23, agosto 1978.
-
The Cambridge Encyclopedia of Archeology, Cambridge University
Press, 1980.
-
En referencia a la historia monetaria europea,
-
Daste, B.: La monnaie Vol. I. La monnaie et son histoire, Paris,
Les Editions d'Organisations, 1976.
Notas:
1Todos
los conocimientos referentes al desarrollo de este sistema de contabilidad
los debemos a las investigaciones de Denise Schmandt-Besserat. Para la
explicación nos serviremos de su artículo «El
primer antecedente de la escritura», publicado en Investigación
y Ciencia, número 23 (agosto de 1.978).
2En
este caso se trata evidentemente de documentos pre-escriturales.
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