Diario de un senador.
Mundo Diario. Jueves, 10 de Noviembre de 1977.
Rendición de cuentas sobre un indulto (y 3).
19-10-1977. En el avión para Madrid, Solé Barberà me dice que él y algunos congresistas se interesan por el indulto; que callaban porque pensaban que el asunto podía querer reservárselo el Senado. Teme la explosión en cadena de las cárceles. En días sucesivos va convenciendo a los componentes de la futura comisión de justicia del Congreso. Me lo va comunicando. En la Plenaria del Senado busco a Martín Villa y le hablo del indulto. No quiere indulto. Ante mis argumentos, finalmente me dice que trate de convencer al ministro de Justicia. Bandrés y yo, inútilmente, tratamos de entusiasmar algunos senadores. Frialdad. Sólo hay entusiasmo y unanimidad para la devolución del «Gernika» de Picasso. Estoy indignado. A media noche declaro a «Diario 16»: «Hay una Gernika en cada cárcel». Sale el día 21 un gran titulo: «Xirinacs: es un error no indultar a los comunes». Hago fuertes críticas a un Senado inoperante.
20-10-1977. Espero dos horas en la antesala del despacho del ministro de Justicia, Landelino Lavilla. Me recibe durante una hora muy atento. Me explica sus proyectos de revisión de leyes y despenalización progresiva. Es interesante. Pero me cuesta hacerle entender que antes conviene un indulto para los presos sociales ligado con la amnistía política.
21-10-1977. En Barcelona. Ya hace días que todos los funcionarios con el Director al frente pidieron indulto para los presos Sociales. La tensión en las cárceles sube de punto. Por todos lados amenazas de motín. Los nervios andan deshechos. La Policía monta la guardia en el patio de entrada de la Modelo día y noche, presta a intervenir al menor intento.
Yo debí empezar mis días de descanso el 16. Marcho a descansar el 25. Sé que las cárceles explotarán. Es inevitable.
Luego Barcelona y las otras estallan. Por la prudencia de todos, no hay muertos, pero sí heridos a mansalva, autolesionados, golpeados. Aún no sé lo que está pasando en el fatídico «palomar» de Barcelona. Millones de pesetas en destrozos evitables. Trasladados a otros penales. Desgarros familiares. Represión. Me fui, sabiendo que pasaría todo esto y habiéndolo avisado en este mismo diario.
Me enteré por el diario. Estaba indignado. «Quieto, Lluís –me dije–, tu papel de pacificador ya ha acabado. Quieren la guerra. Que la tengan. Es su hora.» La gente tonta y cobarde al no atreverse a atacar a los poderosos, causante de las grandes injusticias, se pelean contra los intermediarios pacificadores. Así arreciaron ataques contra mí y contra amigos míos fieles que aún permanecían en la calle Entença. Así es la vida.
Me defendí en el diario «Avui». Y lo hago ahora aquí. Que el pueblo juzgue. La lucha por el indulto para los presos sociales sigue. Y por cierto todavía con muy malos presagios. La vía parlamentaria en este asunto está casi agotada...
Lluís M. Xirinacs.