Joan Casals i Noguera (1925-1998). Ex presidente de PIMEC1.
Avui. Jueves, 10 de julio de 1997. Economía. Plusvalía.
Dentro de la opinión pública suelen pasar cosas bien chocantes: una es que, muy a menudo, los mayores contrasentidos son los que pasan más por alto y, la otra, es que las cuestiones más polémicas caen después en un olvido tan profundo que incluso se pierde la sensibilidad por toda cuestión equiparable que salga de nuevo.
Un ejemplo bien manifiesto de lo que decimos es el actual contrasentido que, en Europa, estamos a punto de hacer la gran unión monetaria entre países que tenemos la mayor desunión fiscal. Contrasentido que se convierte doblemente estridente en el nuestro ya que, aunque no hace cuatro días, en España nos estábamos peleando a causa de una cuestión comparable. O sea, el nuevo modelo de financiación de las autonomías –con la cesión del 30% del IRPF– que sólo apuntaba un elemento de descentralización que está muy lejos de suscitar la desunión fiscal dentro del Estado. Y, sin embargo, entonces se bombardeaba con toda una especie de malos augurios contra esta ligera relajación del exagerado centralismo fiscal español: desde que aquello significaba romper la solidaridad entre los españoles hasta que la cosa fomentaría el dumping fiscal entre las autonomías. Pero, después de todo este revuelo, ahora, ante la gran desunión fiscal europea parece como si esta divergencia la encontraran muy natural. Esto, junto a la estricta e irreversible convergencia monetaria que nos estamos exigiendo todos desde Maastricht.
Da la sensación, pues, que esta desunión es un problema que se puede dejar tranquilamente para más adelante y que, por lo tanto, ahora no hay que pelearse tratando de poner en marcha una unión fiscal europea. Sin embargo, con esta actitud, ¿no corremos tal vez el riesgo de alejar o entorpecer la unión política europea? ¿No era precisamente la unidad política el verdadero motivo y objetivo de todos los pasos que va haciendo Europa desde el Tratado de Roma, hace 40 años? Y decimos esto porque nos parece que una unión monetaria sin unión política –y, por tanto, fiscal– podría correr el riesgo de poner en marcha un proceso de distanciamiento progresivo entre países, concretamente entre los países más competitivos –industrialmente hablando– y los que ahora lo son menos. Esto, debido a que la menor productividad de estos últimos hará que sus precios –con una moneda única, no devaluable– vayan siendo menos competitivos cada año que pasa y, en consecuencia, vayan perdiendo mercados y, de paso, vayan destruyendo puestos de trabajo y, así, vaya aumentando la desigualdad entre países.
Lo que ocurre, sin embargo, es que una verdadera unión fiscal exigiría una cierta caja común –digamos un presupuesto federal– con un volumen razonable para poder financiar no sólo los servicios comunes, sino también las transferencias de fondos a los Estados europeos que necesitan un esfuerzo más grande de equipamiento y de desarrollo... Si lo deseamos, no se habría acaso deinventar nada nuevo, ya que esto mismo es lo que ya funciona en los Estados Unidos de América, por ejemplo. Pero, en cambio, la operación encontraría seguramente mucha oposición y recelo entre los europeos. Aunque la perspectiva de que Europa pase muchos años con un mercado común fuerte y unificado junto a una débil y dispersa política común tampoco es muy halagüeña, a no ser que nos conformemos a que el poder político se convierta en subordinado del económico.
Artículo proporcionado por Jordi Griera, miembro de honor del Centro de Estudios Joan Bardina.
Nota:
1 PIMEC: Pequeña y Mediana Empresa de Cataluña.
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