La Nación. Jueves, 14 de enero de 2016.
Adiós a la indigencia: Utrecht, la ciudad donde nadie será pobre.
El gobierno de esa localidad holandesa dará un subsidio universal de 900 euros por persona y 1300 por familia sin ninguna condición.
Luisa Corradini.
Foto: visitutrecht.org.
París. Para erradicar la miseria, basta pagarles a los pobres, reza un viejo adagio. La idea puede parecer ilusoria, pero ha convencido a las autoridades de la ciudad holandesa de Utrecht de que, a partir de este mes, se transformará en la urbe donde (tal vez) deje de existir la indigencia.
Ese experimento tiene un nombre: ingreso básico, subsidio universal o ingreso incondicional de existencia. Se trata de una renta regular, atribuida sin condiciones, que permitirá a todo ciudadano, desempleado o no, hacer frente a sus necesidades esenciales.
Para comenzar la experiencia entre sus 300.000 habitantes, Utrecht escogerá 300 personas que estén actualmente desempleadas o que sobreviven con ayudas sociales mínimas. Cada adulto solo recibirá 900 euros por mes y cada familia, 1300 euros. La suma atribuida no cambiará aun cuando encuentren trabajo.
Los defensores del «ingreso universal», como la ONG Basic Income Earth Network, están convencidos de que ese modelo permitirá erradicar la miseria, luchar contra las desigualdades y favorecer la emancipación de los individuos. Liberado de las presiones financieras, cada beneficiario podrá escoger el trabajo que desea cumplir y lanzarse a otras actividades, como el voluntariado o la formación, afirman.
En el origen de la experimentación se encuentra el University College de Utrecht, que de esa forma intenta verificar si el «ingreso universal» genera una forma de pasividad o, por el contrario, beneficia al conjunto del cuerpo social. Los resultados serán analizados por el eminente economista Loek Groot.
La idea bien puede parecer ridícula e incluso políticamente absurda en esta época de austeridad. Pero en Utrecht y en otras 19 municipalidades holandesas el sueño de trasnochados teóricos está por convertirse en realidad.
Porque la idea no es nueva. Desde hace siglos ha contado con la adhesión de socialistas, libertarios e incluso militantes de extrema derecha. El primero en proponerla fue Thomas Paine en 1797, en un panfleto titulado Justicia agraria. Paine argumentaba que, llegado a la mayoría de edad, todo ciudadano debía recibir una misma cantidad de dinero, un «ingreso básico» pagado por el Estado, sin condiciones, para que lo utilizara como quisiera.
En los años 70 hubo experiencias similares en Estados Unidos, bajo la influencia de Milton Friedman, que conceptualizó el «impuesto negativo» en Capitalismo y libertad. Otros lo imitaron en Canadá, Namibia e incluso recientemente en el estado indio de Madjya Pradesh. Brasil inscribió en su Constitución el ingreso básico como ideal por alcanzar, el nuevo gobierno finlandés se comprometió a concretizarlo y los suizos se pronunciarán por referendo este año.
Incluso los íconos de Silicon Valley -como Jeremy Rifkin o Jaron Lanier- promueven el «ingreso universal» como respuesta a la destrucción masiva de empleos provocada por la robotización y la digitalización. Para los políticos holandeses, el objetivo del experimento es que los beneficiarios eviten la «trampa de la pobreza»: «El hecho de pensar que si encuentran trabajo perderán sus ingresos y terminarán en peores condiciones que antes es realmente disuasivo. Lo importante es que la gente sepa que puede acumular ambas cosas», afirma Nienke Horst, consejero municipal del Partido Demócrata Liberal.
La iniciativa también se dirige a aquellos individuos que se ven obligados por la administración a aceptar un trabajo, pero -insatisfechos- cambian en forma permanente. Con un ingreso básico, afirman, esa gente podría tener tiempo e interés para buscar empleos duraderos que respondieran a sus intereses.
Para los responsables políticos ubicados a la izquierda de Horst, la lógica del ingreso básico tiene un objetivo preciso: que termine transformándose en un derecho universal. «Sería impensable que hubiera gente que se beneficiara de esa forma y otros, menos necesitados, que no lo percibieran», admite Horst.
En Utrecht, en todo caso, una mayoría de consejeros municipales consideran que ésta es una excelente oportunidad para probar que, cuando se los ayuda, los ciudadanos no se cruzan de brazos y miran televisión. «Hay que confiar en la gente», opina Horst.
Los políticos holandeses admiten ser conscientes de las posibles consecuencias que podría provocar la terminología escogida: «Tuvimos que borrar la mención «ingreso básico» de todos los documentos a fin de obtener la aprobación escrita del consejo municipal», confiesa Lisa Westerveld, representante de los Verdes en el municipio de Nijmegen, cerca de la frontera con Alemania. A aquellos que afirman que se trata de un sueño demasiado caro, Westerveld replica mostrando los costos exorbitantes de la mayoría de los regímenes de asistencia establecidos por muchos países occidentales.
Enlace al artículo original en castellano:
http://www.lanacion.com.ar/1861965-adios-a-la-indigencia-utrecht-la-ciudad-donde-nadie-sera-pobre