Cristòfor Colom y el respeto a los indios.
Jordi Bilbeny.
A raíz de la publicación de mis dos libros en torno al descubrimiento catalán de América y su ocultación y tergiversación por la censura real española, con lo que ello implica sobre la restitución de la nacionalidad catalana de Colom, algunos amigos y conocidos me han hecho llegar su preocupación por el hecho de que quiera recuperar para Cataluña y para nuestra historia colectiva un personaje tan nefasto como Colom, a quien ellos declaran el padre del esclavismo americano y de todas las maldades cometidas en el nuevo Mundo contra los derechos de los indígenas y de sus pueblos. Pronto primero, habría que matizar una cosa: al margen de toda consideración ética o moral sobre lo que ocurrió en los primeros años de conquista y colonización, necesitamos saber qué pasó; o sea: quienes fueron los autores de aquellos hechos, cuál era su ideología política, cuál fue su bagaje cultural y, evidentemente, cual fue, realmente, su nacionalidad y su lugar de nacimiento. Pero éste ha sido, de todo, el trabajo que la censura ha borrado o manipulado. En consecuencia, afirmar que Colom fue un hijo de puta o –ahora que empieza a cuajar la idea de que pertenecía a la ilustre familia barcelonesa de los Colom-Bertran– «un mal catalán» sólo interesado en hacer dinero, sin tener ningún tipo de respeto por su patria, no deja de ser tendencioso y carente de fundamento histórico, dado que más que ceñirnos a los hechos verídicos, nos nutrimos de una información adulterada justamente con el fin de agraviar al Descubridor y de hacerlo pasar por un desgraciado cualquiera, sin escrúpulos ni dignidad, capaz de todas las aberraciones humanas habidas y por haber.
Hoy, sin embargo, con la nueva información que tenemos –que a pesar de no ser la oficial, no deja de ser información–, podemos encarar el problema de la personalidad de Colom muy de otro modo. Así, se puede decir con preclaridad absoluta que la familia barcelonesa de los Colom se arruina para defender la causa de la Generalitat contra la tiranía del rey Joan II, el padre de Fernando el Católico. Francesc Colom, hermano del futuro Descubridor, fue canónigo de Barcelona y de Girona y Ardiaca del Vallés, pero también el vigésimo noveno presidente de la Generalitat, de 1464 a 1467. Su abuelo, Guillem-Ramon Colom, fue, junto con Miquel Roure, el fundador de la Mesa de Cambio de Barcelona, el 20 de enero de 1401. En esta estirpe Colom había emparentado, a lo largo de este siglo XV, con las familias Marimon, de los ilustres almirantes Marimon; con los Bertran, primos de los Margarit de Girona, entre los que familiares destacan el obispo y humanista Joan Margarit y Pere Bertran Margarit, que fue como el capitán general de la armada de la segunda expedición colombina el Nuevo Mundo. Los Colom de Barcelona fueron una familia clave en la organización y mantenimiento de la revuelta catalana contra el rey Joan y, desde entonces, estuvieron en contacto íntimo con los nuevos monarcas que la Generalitat fue escogiendo: Enrique IV de Castilla, Pedro IV el Condestable de Portugal y Renato de Anjou. El Descubridor mismo nos dice que estuvo al servicio de este último rey persiguiendo unas naves que se encontraban frente al puerto de Barcelona, lo que se ajusta a la perfección con el papel que desarrollaron los Colom junto a este monarca: tanto Joan Colom como Luis Colom fueron, al mismo tiempo, capitanes de Pere IV y de Renat de Anjou, y Joan ejerce de diputado y embajador. En esta vertiente, no deja tampoco de ser admirable que mientras los Colom de Barcelona se relacionaban con las cortes de Cataluña, Portugal y Francia, los Colom descubridores también presentaron sus proyectos a los reyes de Portugal, Francia y, finalmente, de Cataluña, los cuales impulsaron de forma definitiva el viaje de descubrimiento.
Tenemos, por lo tanto, una visión muy diferente a la que la historia oficial nos ha venido vendiendo de un Descubridor medio analfabeto, hijo de tejedores humildes, sin rango social, alejado del mar, de las ciencias náuticas y de los altos asuntos diplomáticos. Los Colom de Barcelona son políticos, militares, religiosos, humanistas, economistas, cosmógrafos, comerciantes, navegantes, nobles, cortesanos. Exactamente los mismos oficios y títulos que tienen tanto los parientes del Descubridor como él mismo. La personalidad, entonces, debía ser muy diferente y la visión que tuvo que proyectar sobre las nuevas tierras y los nuevos hombres encontrados en la otra punta del mundo no podía ser la de un esclavista barato, sobre todo si tenemos en mente que fue un escritor prolífico, con una capacidad de observación extrema y una profundidad psicológica inusuales. Yo me niego a creer que un defensor a ultranza de las libertades de Cataluña –por las que arriesgó la vida y perdió casi todos los bienes– después se convirtiera en el padre de la falta de libertades de los indios.
Si tomamos el primer documento que se escribía sobre aquella hazaña, que no es otra que la Lletra (Letra) que él mismo envió, en 1493, a Gabriel Sanxis y a Luis de Santángel –ambos funcionarios de la Corona de Aragón–, y nos fijamos bien, nos damos cuenta a continuación que el trato que dispensó a los indios es digno de elogio. Dice: «A todo donde yo haya estado y podido tener habla, les he dado todo lo que tenía, así trapos como muchas otras cosas, sin por ello recibir ninguna cosa [a cambio], mas son así temerosos sin remedio. Verdad es que, después de que se aseguran y pierden este miedo, son tanto sin engaño y tan liberales de lo que tienen, que no lo creería sino que lo viera. Ellos, de lo que tengan, pidiéndoles, nunca dicen de no; invitan a la persona con ello y muestran tanto amor que darían los corazones y quieren que sea cosa de valor, que [aunque] sea de poco precio, entonces por cualquier cosita de cualquier manera que sea que se les dé, por eso sean contentos. Yo defendí que no se les dibujaran cosas tan civiles como pedazos de escudillas rotas y trozos de vidrio roto y cabos de agujetas; aunque cuando ellos podían llevarlo les parecía tener la mejor joya del mundo». Y añade que «hasta los trozos de los arcos rotos de las pipas [o sea, de los bidones] tomaban y daban lo que tenían como bestias. Así que me pareció mal y lo defendí. Y daba yo graciosas mil cosas buenas que yo llevaba para que tomen amor». Para acabar culminando, desde una perspectiva que sorprende de tan moderna, puesto que no incluye ningún desprecio por unas creencias religiosas diferentes, que «no conocían ninguna secta ni idolatría, salvo que todos creen que las fuerzas y el bien es el cielo».
Esta visión de objetividad antropológica y de respeto a las creencias religiosas de los indios, viene ampliada en la obra de Ferran Colom, Vida del Almirall (Vida del Almirante), donde recoge un fragmento de los escritos de su padre, que dice: «No he podido encontrar en ellos idolatría u otra secta, aunque todos sus reyes, que son muchos, tanto en la Española como las otras islas, y en tierra firme, tienen una casa para cada uno, separada del pueblo, en la que no hay más que algunas imágenes de madera, hechas de relieve, que llaman cemí. En aquella casa no se trabaja para otro efecto que para el servicio de los cemí, con cierta ceremonia y oración que hacen, como nosotros en las iglesias. En esta casa tienen una mesa bien labrada, de forma redonda, como un cortador, donde hay en algunas polvos que ponen a la cabeza de dichos cemí, con cierta ceremonia; después, con una caña de dos ramas que se ponen en la nariz, aspiran todos estos polvos. Las palabras que dicen no las sabe nadie de los nuestros. Con estos polvos se ponen fuera de sí, delirantes como borrachos. Ponen un nombre a dicha estatua; yo creo que sería el del padre, del abuelo o de ambos, porque tienen más de una, y otros más de diez, en memoria, como he dicho, de alguno de sus antepasados. He notado que alaban una más que otra, y he visto tener más devoción y hacer más reverencia a unas que a otras, como nosotros a las procesiones, cuando es menester».
En ningún momento los define como salvajes, ni bárbaros, ni bestias. Durante años los loa y los describe con la curiosidad propia del hombre moderno. No los anatematiza, ni los iguala a los herejes ni los idólatras, como unos años después se hará con el fin de esclavizarlos. Bien al contrario: pedirá al Padre Ramon Ponç que escriba sobre su religión, lengua, costumbres y creencias con el propósito de conocerlos mejor. Es así como, durante la segunda estancia colombina en el Nuevo Mundo, nació la Relació sobre les Antiguitats dels Indis (Relación sobre las Antigüedades de los Indios). No sin razón Robert Streit consideró Ponç «el primer etnógrafo de América», y José Juan Arrom cree que su libro «constituye la piedra angular de los estudios etnológicos» americanos. Algo muy diferente a los libros, que ya entonces, tanto en la Península como en toda Europa, la Inquisición preparaba contra todos los disidentes y los que hoy todos somos herederos.
Asimismo, si tomamos el Diari de Bord (Diario de a Bordo) de Colom y lo reseguimos escrupulosamente, veremos cómo esta filosofía de respeto reverencial a los indios se mantiene constante e inalterable. El Padre Casas, o Casaus, al glosar lo que el Descubridor anotó el día 29 de octubre de 1492, al llegar a un poblado donde los indios habían huido por miedo, dejando las casas vacías, afirma que «no consintió que nadie tomara ningún cosa de todas aquellas, porque él tenía la regla y el mando general, [y había establecido] que partes donde llegaran no tomaran nada ni rescataran ninguna cosa contra la voluntad de los indios». Más adelante, en un día indefinido entre el 6 y el 10 de noviembre, Colom escribe que los indios «son gente muy sin daño, ni [son] de guerra; todos desnudos, hombres y mujeres, como su madre los parió». Y el 21 de diciembre, Casaus lo vuelve a extractar: «Dice que [los indios] tenían cuerpos muy bellos y el Almirante ordenaba por todas partes que nadie les diera pena ni tomara ninguna cosa contra su voluntad, sino los pagaran todo lo que les daban». Finalmente, «dice el Almirante que no puede creer que se haya visto gente con tan buenos corazones y francos a dar, porque todos se desvelaban para dar a los cristianos todo lo que tenían». Incluso, con los exploradores que bajan al suelo, Colom «envió a su escribano como principal, a fin de que no consintiera que se hiciera a los indios cosa indebida». Al 25 de diciembre lo ratificaba de nuevo: «Certifico a Vuestras Altezas que no creo que haya en el mundo mejor gente ni mejor tierra; ellos aman al prójimo como a sí mismos, y tienen una habla, la más dulce del mundo y mansa, y siempre con sonrisa [...]; tienen costumbres muy buenas, y el rey muy maravilloso estado, de una cierta manera tan continente, que es placer de verlo todo y la memoria que tienen, y todo lo quieren ver y preguntan qué es y para qué». El primero de enero, vuelve a insistir en este respeto incondicional. Dice Casaus que el Almirante «les ordenó y rogó encarecidamente que no hicieran ningún agravio ni fuerza a ningún indio ni india, ni les tomaran nada contra su voluntad; mayormente, se guardaran y rehusaran de hacer injuria o violencia a las mujeres, por donde causaran materia de escándalo y mal ejemplo para los indios y infamia de los cristianos».
A pesar de los reiteradísimos ruegos y las órdenes dadas en este sentido, Alfonso Ianyes «tomó cuatro indios hombres y dos muescas a la fuerza». La respuesta de Colom no se hizo esperar, pues «llegado que fue allí el Almirante les mandó dar de vestir y ponerlos en tierra para que se fueran a casa». Casaus supone que de este hecho «habría muchas palabras y desplantes contra el Almirante», porque éste dice que «sufre Alfonso Ianyes y otros, pues había encontrado lo que buscaba y que hasta que no llevara las nuevas a los reyes sufría los hechos de las malas personas y de poca virtud, las cuales, contra quien les había dado honra, presumen de hacer su voluntad con poco acatamiento». Y añade: «Dice el Almirante a los reyes sobre los indios que aquí mandó restituir, que hacerlo era servicio de Sus Altezas, porque eran hombres y mujeres, y todos sus los de esta isla y los de las otras, en especial los de ésta, por tener ya el asiento que dejaba hecho en la villa de la Natividad, y, por tanto, era razón de honrar y tratar bien aquellos pueblos».
Queda claro, pues, que para Colom, la adquisición de nuevas tierras y su incorporación como nuevos dominios de sus reyes, suponía otorgar a los indios la categoría de súbditos y no la de esclavos. La insistencia con que pidió a los reyes que se respetaran los indios, se vio regularizada en el primer capítulo de las Instruccions (Instrucciones) que éstos dieron a Colom en Barcelona cuando el titulado como Almirante, Virrey y Gobernador General se dirige a sus posesiones ultramarinas. El texto dice: «Después de que en buena hora sea llegada allí la armada, procure y haga el dicho Almirante, que todos los que van y los otros que fueran en adelante, traten muy bien y amorosamente los dichos indios, sin que les hagan ningún enojo, procurando que tengan los unos con los otros mucha conversación y familiaridad, haciéndoles las mejores obras que puedan, y, asimismo, dicho Almirante les dé algunos presentes graciosamente de las cosas de la mercancía de Sus Altezas, que lleva para el rescate y los honre mucho; y si fuera el caso de que alguna o algunas personas trataran mal los dichos indios, de cualquier manera que sea, dicho Almirante, como Virrey y Gobernador de Sus Altezas, lo castigue mucho, por virtud de los poderes de Sus Altezas, que trae este fin».
Y será, por tanto, en el cumplimiento de estas instrucciones, en la salvaguarda de la seguridad y libertad de los indios, y sobre todo al darse cuenta de que los nuevos pobladores, más que respetar los nativos americanos, los utilizaban de esclavos, con maltratos que los llevaban hasta la muerte o al suicidio, Colom y sus hermanos intervendrán sin concesiones. Juan Ginés de Sepúlveda, en su Història del Nou Món (Historia del Nuevo Mundo), nos confirma que «no es, pues, sorprendente que, en medio de tan gran libertinaje y depravación de estos hombres que había que reprimir de alguna manera, los hermanos Colom hubieran tomado contra algunos de ellos decisiones que evidentemente no serían toleradas por los que confundían la impunidad de sus delitos con la libertad». Y, aunque añadía que Lluís [Bartomeu] Colom, «por su parte, mantenía que había que refrenar con el miedo a los castigos hombres sin ley y avezados a los crímenes, pues se aprovecharían de la debilidad y la indulgencia de los gobernadores para cometer injusticias y maldades» contra los indígenas. Por ello, acaba remachando Sepúlveda, «como quiera que Bartomeu Colom se comportara en su represión con excesiva severidad, se ganó el odio de muchos de ellos». Éstos, enviaron sus quejas a los reyes; destituyeron a los Colom de todos sus cargos, títulos y preeminencias y, encadenados con grilletes y cadenas, los hicieron volver a la Península. Mientras el Descubridor volvía preso, escribió a Joana de Torres: «Digo que la fuerza del mal decir de desconcertados me ha hecho más daño que mis servicios, provecho. Mal ejemplo es para el presente y para el futuro. Hago juramento que cantidad de hombres han ido a las Indias que no merecían la bendición de Dios ni del mundo y ahora vuelven». Y acusaba sus detractores de haberlo tratado peor que un corsario a un mercader y «guerreado hasta ahora como un moro». Con lo cual se pone de manifiesto que los Colom, en las Indias, fueron combatidos y destituidos por haber defendido los nativos a ultranza, empleando la legalidad vigente, de acuerdo con su sensibilidad humanista, de forma idéntica que en Cataluña arriesgaron sus bienes patrimoniales y sus personas y sufrieron un largo exilio para defender de la tiranía de Joan II las libertades del país y sus constituciones políticas.
Jordi Bilbeny.
Enero de 2008.
Enlace del documento original en catalán:
http://www.cch.cat/pdf/indis.pdf
Más información en:
http://inh.cat
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