Ideales éticos, instrumentos técnicos y objetivos políticos.
4. Los ideales primigenios del hombre: la libertad, la solidaridad y el amor.
- La libertad.
- La solidaridad.
- El amor.
- Conclusión.
1. La libertad.
El primero y más inefable
ideal, pero también el más noble, el más fuerte,
perviviente y perconsciente, el más profundamente anclado en el hombre,
el más incoercible de todos, el que está siempre y en todas
partes presente en todas las personas -por bajo que eventualmente hayan
caído por culpa de ellas mismas o, sobre-todo y generalmente, por
culpa de los otros- es el de «la libertad».
La libertad es el hombre en toda
su enorme complejidad corporal-anímica-espiritual; la «libertad»
es la misma persona humana. Si hablando de cualquier hombre alguien hace
abstracción de «la libertad», la expresión «persona»
no tiene ningún significado concreto. El ideal de «la libertad»,
vive, pervive y persiste en cada persona singular.
Así como la palabra «libertad»
corresponde al ideal mes profundo de cada persona, la palabra «libertaria»
la reservamos a la «práctica de una libertad fenoménica
utilitaria concreta», conseguida por los servidores de este ideal en
función del progreso técnico realmente imperante a la cultura
de cualquier comunidad étnica o ínter-étnica dentro
de cualquier tipo de sociedad confederativa o/y federativa.
Cuando el ideal de «libertad»
no se puede afirmar «libertariamente», es decir, fenoménicamente,
a través de múltiples fenómenos concretos, cotidianos,
exteriores a la persona, es porque se le oponen condicionamientos anti-libertarios
de tipo material.
Ya hemos visto que entre estos
condicionamientos de orden material, muchos son naturales, sea proveniente
de la propia naturaleza corporal-anímica del hombre, sea proveniente
del mundo exterior no humano. El hombre los ha de ir venciendo con su inteligencia.
De esta victoria, siempre naciendo y renaciendo de un esfuerzo incesante,
decimos «poder sobre las cosas». Pero si el hombre quiere que
este «poder sobre las cosas» sea legítimo, altamente ético
y no-autodestructivo, es necesario que no olvide nunca, en ninguna parte
ni para nada, que él forma parte integrante de la «natura»
y que hay de vivir en simbiosis armoniosa. El hombre primitivo esto lo sabe,
y vive dentro la naturaleza ambiente con plenitud psicosomática-espiritual.
Sólo durante los últimos 4500 años de furiosos y suicidas
imperialismos (inter-imperialismos y intra- imperialismos),
el hombre llamado «civilizado» ha ido, cada día más
y peor, perdiendo de vista esta vitalmente necesaria y continúa osmosis
con la ecología ambiente. Hace falta situar la ecología a
modo de objetivo privilegiado de la potente economía que puede surgir
de la estrategia fecunda de un mercado claro libertario y responsable.
Hay otros condicionante materiales
muy rígidos y enormemente coercitivos que, durante estos 4500 últimos
años de anti-civilización imperialista, han sido impuestos
y continúan siendo impuestos a los pueblos, por unos muy sutiles
«poderes establecidos» de unos pocos sobre y contra todos los
otros miembros de cualquier sociedad geopolítica considerada. Todos
estos ilegítimos «poderes sobre las personas» son radicalmente
diferentes de los legítimos «poderes del hombre sobre las cosas».
El arte sutil de los que poseen
toda forma de poder -durante esta era imperialista, históricamente
bien documentada- ha sabido esconder este tan ilegítimo «poder
sobre las personas» con grandes dogmas mentirosos. Son «poderes»
cada día más ocultos, impersonalizados e irresponsables; se
fundamentan en múltiples mecanismos anti-sociales, prácticamente
imperceptibles. Estos mecanismos están basados en la multiplicación
de pequeñas tiranías aparentemente objetivas-burocráticas
y de estructuras de hetero-control o hetero-censura que desembocan fatalmente
en la neurosis subjetiva de auto-control y autocensura por parte de muchas
personas débiles de cuerpo, de carácter y de espíritu,
que se vuelven y siguen así bárbaramente marginadas.
Todo este lío de poderes
«legales» y «reales ocultos» se puede ir descabellando
gracias a la operativa del «materialismo histórico», disciplina
capaz de desenmascarar toda la acumulación de mentiras y hipocresías
que explican una tan larga y hasta ahora vencedora, anti-civilización.
Nuestro estudio versa, a la luz de esta operativa y disciplina, sobre los
instrumentos tecnológicos- autopolíticos que el hombre actual
puede emplear para luchar, con eficacia progresiva, en este doble frente:
- De manera productiva-utilitaria, contra los condicionamientos naturales.
- De manera social-libertaria contra los condicionamientos materiales históricos de los «poderes institucionalizados sobre las personas no inmensamente ricas y potentes».
El ideal de «libertad»
es, repitámoslo, tan perviviente, perconsciente y persistente
en cada persona que -si no se puede expresar libertariamente en el terreno
de los fenómenos materiales-culturales, según el propio dinamismo
espontáneo y expansivo de cada persona singular en la propia comunidad
ética- tarde o temprano estalla en revuelta y violencia ciega, cuando
la neurosis por tiranía y miedo se ha acumulado demasiado. Primero
estalla en la intimidad profunda de cada persona, a cada instante de dura
sumisión a unos condicionamientos materiales de los cuales no ve
solución razonable; y mes tarde estalla en rebelión abierta,
si los condicionantes materiales que se le oponen nacen de poderes ocultos
de unos pocos contra todos los otros, y estos últimos consiguen sublevarse.
La neurosis «pasotista»
habitual, la repentina e imprevisible violencia ciega, la eventual victoria
salvaje o la represión despiadada -para volver a empezar como si nada
no hubiera acontecido- son las tres fases consecutivas que caracterizan
la era de la guerra, iniciada hace unos 13000 años, pero mucho más
todavía durante el periodo imperialista, iniciado hace más de 4000
años con Sargón I de Akkad. Los imperialisrnos, que se inician
siempre y por todas partes cara al exterior (inter-imperialismos), cuando
fracasan en este primer intento, se giran contra sus propios pueblos (intra-imperialismos)
y son mucho peores, porque ya no tienen razón de ser y lo saben.
Estos hechos de poder, consustanciales
con toda violencia y guerra -tan bien documentados en todos los pueblos
largamente tiranizados por los unos y por los otros- ahogan, sólo
momentáneamente pero horriblemente, todos los ideales del
hombre. Debido al poder nefasto, o por un miedo execrable, cada persona
y cuanto más inteligente y culta peor- hace el terrible salto hacia
una infra-animalidad innoble.
2. La solidaridad.
Históricamente, y mucho
más todavía en nuestros tiempos, «los poderes establecidos
sobre y contra las personas» se han ido volviendo materialmente mucho
más fuertes que cualquier persona considerada aisladamente.
Es por esto que hace falta potenciar la solidaridad.
El ideal de «solidaridad»
parece ser tan viejo como el mismo espíritu del hombre. No se le
puede confundir ni con el simple instinto nacional-gregoriano que caracteriza
las especies animales de mamíferos superiores, ni, posiblemente,
con el aumento del instinto genético de la especie humana, debido
a la «indefensión» congénita en relación
a todas las otras especies competidoras carniceras o herbívoras.
El ideal de «solidaridad»
parece que nace directamente del espíritu peculiar a nuestra especie.
Los prehistoriadores y etnógrafos señalan, según las
hipótesis más probables en función de toda la documentación
a nuestro alcance actual, que el «compartir1» toda la producción
alimenticia-comunitaria entre todos los miembros de la comunidad, demuestra
no sólo una característica singularísima del género
Homo, sino que distingue todas las sub-especies homínidas
que se han podido documentar hasta ahora, del resto de las otras especies
de animales mamíferos superiores.
Este compartir equitativamente
toda la comida producida y poseída por cada comunidad primitiva,
en cada momento de la vida errante del grupo étnico y entre todos
sus miembros sin excepciones ni privilegios, patentiza la más
estrecha solidaridad nacional en el acto comunitario que rápidamente
pasaría a ser el primer «sacramento» del endo-etnia ancestral
de cazadores o/y pescadores: el banquete sagrado de toda la nación,
solidaria de cada cual para todos y de todos para cada uno..
Como ya hemos dicho antes, esta
primitiva «solidaridad comunitaria» se perdió con el inicio
de las eras de la guerra y de los posteriores imperialismos.
Estos imperialismos se aguantan
sólo por su progresivo afianzamiento despótico, tiránico,
estatista, «burrocrático», policíaco, militarista,
anti-económico, anti-político, anti-social y hipócritamente
clasista, bajo el pretexto de la «lucha libre por la vida, de la libre
competencia, de los méritos adquiridos, de los privilegios intocables,
etc,...».
En realidad no se trata de «libre
competencia», sino de un «libertinaje mercantilista irresponsable»,
manipulado por mecanismos sutiles, subterráneos, prácticamente
casi secretos, muy poco estudiados históricamente y desconocidos
por una gran mayoría -ella siempre tan ingenua, dócil, leal
y respetuosa de la ley-. Este «libertinaje mercantilista irresponsable»
mantiene el pueblo largamente y insolentemente engañado.
La pobre e ingenua rebelión
íntima de las personas aisladas difícilmente puede explotar
históricamente en movimientos libertariamente eficaces. Esto
cada día se ve más claro frente a los estatismos modernos, tan
omnipotentes que se autoidolatran en todos sus estamentos de «ciudadanos
de primera» que son sus funcionarios.
Esta se la razón que explica
que estos estatismos autoidolátricos mantengan sus «ciudadanos
de segunda» en un formalitismo muy «liberal», inculta y manipulada
insolidaridad individualista, colectivista, nacionalista... ideológica-fanática
o o/y afectivológica-clasista.
Sólo puede ser posible
un movimiento libertario eficaz cuando, en un pueblo más concienciado,
sea factible un llamamiento, no sólo al «ideal de la libertad»,
sino también, al «ideal de una completa solidaridad de cada
cual con todos y de todos con cada uno». Un llamamiento a una acción
auto-política, estratégicamente bien estudiada y tácticamente
bien resuelta, de no-violencia inteligente y activa, vencedora de la violencia
institucionalizada en el estatismo actual (al servicio incondicional de
los más ricos y poderosos, ocultos detrás el dinero anónimo
y corruptor).
La estrategia de «no violencia
activa y inteligente» indica que no se trata de inducir a las
víctimas de los poderes actuales al odio ciego, a la venganza estúpida
y generalmente injusta, a un nuevo poder clasista peor que el actual por
contrario que le sea, a un anti-poder revengador tan homicida y suicida
como la tiranía tradicional que quiere vencer; por el único
camino, ideológicamente tan celebrado, de la violencia inútil
y, de antemano, vencida, si los traidores o/y cómplices de siempre
no se amparan para su agosto particular.
Es necesario empezar por aclarar
la realidad histórica global del hombre en sus condicionamientos
naturales, sean físicos-inertes, sean biofísicos propios y
ambientales.
Por lo tanto, se trata de estimular
en cada etnia (nación con ética propia) y inter-etnia, el
cultivo de su espíritu ético, radicalmente libre y solidario,
de dónde puede brotar el afán para transformar solidariamente
y libertaria la realidad. Hace falta estimular también el cultivo
de la total inteligencia humana, en todas sus facetas «de inteligencia
natural» (a la vez «noüménica» y «fenoménica»)
y «de inteligencia artificial» («lógica-científica»).
Es esta «inteligencia artificial»
que se debe poner al servicio de una llamada libertaria-solidaria, cara
al dominio eficaz de todos los condicionamientos «infra-animales»
exteriores impuestos a la persona (poder, violencia, guerra, miseria, hambre,
marginación...), sea por la naturaleza no humana, sea por los artificios
antisociales de poder sobre y contra las personas.
Es necesario comprender a fondo
que estos condicionamientos artificiosos sobre y contra las personas, son
obra del mismo y solo hombre en su evolución total, tan llena de
aciertos y errores, de virtudes excelsas y de crímenes degradantes,
de sociedades libertarias y de imperialismos tiránicos.
3. El amor.
En el hombre, indefinidamente
evolutivo en todas las áreas de su espíritu y de su inteligencia,
hay innumerables impulsos éticos, innumerables ideales y vocaciones
-radicalmente inefables- que buscan incansablemente, en sana locura trascendente,
a manifestarse fenómenicamente; traduciéndose y traicionándose
juntamente en la área de creatividad existencial, más o menos
dominada por la materia inerte o viviente y más o menos dominadora
de la materia. Y esto al servicio incondicional de la libertad y solidaridad
íntima de cada persona, al servicio de las libertades y solidaridades
concretas de todas las personas.
Pero ahora y aquí, sólo
pretendemos concretar los ideales energéticamente más necesarios
para una lucha victoriosa contra «los poderes establecidos sobre y
contra las personas». Hace falta destruir radicalmente todos estos
poderes, pero respetando amorosamente, libremente, solidariamente, completamente
los poderosos actuales, en cuanto que son tan personas como quienes sufren
su opresión.
Trataremos pues, muy sucintamente,
del último ideal del hombre, tanto en los tiempos históricos
como en la excelsitud del espíritu; a medida que va surgiendo en
nuestro ser, se va volviendo el primero, porque en él condensa todos
nuestros ideales más bellos y más puros, a la vez que los
supera todos: el amor.
El amor toma numerosísimas
formas fenoménicas según la persona querida, más que
según la persona que quiere activamente. Pero el amor, como donación
de si mismo y no como exigencia de la donación del otro, no pide
reciprocidad interpersonal. Pero hace falta añadir que ayuda mucho
a su «verdad» que las personas, «amadas y amador»,
sean «dos verdades activas juntas».
Este ideal de amor es el que
ha sido vivido y proclamado de manera especialmente intensa por todas aquellas
personas que han reunido a su alrededor grupos de discípulos que
los han reconocido un papel de «maestro». Normalmente los «maestros»
han utilizado el lenguaje de la poesía simbólica como único
camino posible para comunicar esta realidad «noüménica»
que ellos vivían intensamente. Las obras de amor gratuitas que han
pedido a sus discípulos entran ya al campo fenoménico; son
el medio privilegiado para hacer transparente y mensurable el ideal de amor
que sintetiza la esencia mas profunda del hombre.
4. Conclusión.
Sin estos ideales el hombre no
es persona. Cuanto más inteligente y cultivado sea el ser humano
que prescinde -más o menos conscientemente- de sus ideales más
primigenios, más se irá volviendo infra-animal. Y prescindirá
más en la medida de su parasitismo o conformismo a los condicionamientos
de los ilegítimos «poderes establecidos sobre y contra las personas».En
evadirse con «idealismos y estériles discursos ideológicos
y afectivològicos», prefabricados para él por otro, cualquier
ser humano prescinde así de los ideales más originarios de
su espíritu profundo, y se acostumbra tanto a su infraanimalidad
que, a menudo, llega a hacerse superficialmente inconsciente. Cuando una
persona ha abandonado así toda vida interior no hay, a menudo, nada
a hacer para hacerle abandonar sus intolerancias, sus fanatismos, su crueldad,
-ordinariamente ejercida sin la más pequeña vacilación
y en nombre del deber de estado propio-, sus corporaciones cerradas y monopo-lísticas,
su clasismo tan hipócrita como estúpido...; se ha instalado
en un «fariseísmo de buena ley» y acaba por creérselo.
Los «idealistas» que
sustituyen sus ideales primigenios por el culto idolátrico de los
poderes históricamente establecidos -o a establecer revolucionariamente-
sobre y contra las personas, se ponen también de manifiesto por la
siguiente característica: así como los ideales originarios
son tan inefables que incluso a los más grandes poetas les cuesta
mucho plasmarlos en imágenes fenoménicas análogas (parábolas),
los partidarios del poder «charlan por los codos» o escuchan embobados
inacabables discursos verbalistas, ideológicos o afectivológicos,
sobre sus idealismos hoy en día tan anacrónicos: la patria
(financiera), la internacionalismo (más financiero todavía),
la religión o anti-religión (oficial) que permite controlar
el pueblo, a la violencia ciega como motor reaccionario o revolucionario
de la historia, el militarismo como única religión terrestre,
la guerra como única fuente de grandeza y heroicidad para el hombre
corriente que se envía al frente como carne de cañón,
el trabajo asalariado como único instrumento de dignificación
del hombre vulgar, la separación de las mujeres por la virtud o por
el vicio (reaccionario o revolucionario, según quien charla y según
quien escucha) en mujeres «honradas» y mujeres «publicas»,
el Estado como fuente de felicidad para todos, etc, etc...
Una tal evasión fuera
y contra del más profundo de si mismo, por cínico egoísmo
o por inconsciente imbecilidad, puede durar más o menos; pero,
tarde o temprano, desemboca en la propia destrucción o en una dolorosísima
revuelta íntima contra la propia infraanimalidad, de tanto tiempo
acumulada.
En este último caso, implica
la más difícil de las «conversiones», pero también
la de mayor joya y paz íntima: «la conversión en el espíritu».
Todas las «conversiones»
son «cambios -mas o menos exitosos o desastrosos-de frente». Pero,
en el caso de la infraanimalidad acumulada por egoísmo del propio
poder o por complicidad parasitaria al poder de otros, es la única
posibilidad para los que, finalmente, toman conciencia de su indignidad
por el ataque íntimo que hacen al propio ser profundo. Hacen ver
que se ríen de todas estos cuentos, pero la procesión va por
dentro. Son indignas de ser hombres, pero son hombres.
Nota:
1Compartir. Ver «La formación de la humanidad» de Richard Leakey. Ed. del Serbal, S.A. Barcelona, 1981. Pags. 91-97.