Ideales éticos, instrumentos técnicos y objetivos políticos.
5. Objetivos fenoménicos para una sociedad libertaria y solidaria.
- La sociedad libertaria y solidaria.
- La sociedad libertaria es incompatible con el poder sobre las personas.
- La sociedad libertaria es incompatible con la miseria y la marginación.
- La sociedad libertaria es incompatible con el «caos del liberalismo» y con «la planificación del estatismo».
- La sociedad libertaria es incompatible con la mercantilización de los servicios y profesiones liberales.
- La sociedad libertaria es incompatible con el imperialismo.
- La sociedad libertaria es incompatible con el oligopólico control informativo.
- La sociedad libertaria es incompatible con la ruptura de los ecosistemas.
- La sociedad libertaria es incompatible con el belicismo.
- ¿Capitalismo comunitario anárquico?
Habiendo delimitado a los capítulos anteriores los campos respectivos de los «ideales» y de los «fenómenos», sólo nos resta ahora diseñar los grandes objetivos fenoménicos para intentar plasmar algo de los inefables ideales de «libertad y solidaridad» en estructuras sociales, políticas y económicas concretas, palpables y cotidianas. Estos objetivos necesitan de un conjunto de instrumentos para realizarse, el principal de los cuales es, según la hipótesis que exponemos, «la factura-cheque telemática» (ver Colección «Textos» número 3), con el cual se pueda diseñar unas reglas de juego limpio y claro fundamentales para encauzar una nueva civilización («Textos» número 5).
1. La sociedad libertaria y solidaria.
Entenderemos por «sociedad
libertaria» la sociedad geopolítica formada libremente por la
uni-federación cara al exterior de múltiples etnias, libremente
intra-confederadas y intra-confederables. Esta unifederación tiene,
por vocación y misión originarias, el proteger, realizar y
promocionar todas las libertades fenoménicas concretas y prácticas,
posibles culturalmente y tecnológicamente en un momento dado, para
todos sus ciudadanos y ciudadanías. Del conjunto de libertades realmente
logradas por toda la población, nace y crece la sociedad solidaria.
La sociedad libertaria es, pues, la que realiza y protege:
- La libertad de vivir dignamente, con un mínimo vital garantizado constitucionalmente para cada persona, sólo por el hecho de serlo desde el nacimiento hasta la muerte.
- La libertad de recibir, de elegir y de ejercer educación, sanidad, información, asistencia..., gratuitamente, en igualdad de condiciones para todo el mundo, sin corporativismos cerrados, ni públicos ni privados, ni estatismos que impongan sus programas y criterios.
- La libertad de producir y de consumir, responsablemente ejercida en una moneda personalizada e informadora.
- La libertad de confederarse a todos los niveles, empezando por los barrios, los municipios, las comarcas y las naciones históricas dentro un único y libre marco federal, sin presiones ni imposiciones.
- La libertad de escoger, allá dónde la toma de decisiones asamblearia directa no sea posible, los propios representantes. Los candidatos deben disfrutar de la igualdad de condiciones electorales, especialmente en cuanto a presupuestos -suministrados únicamente por la comunidad- y en cuanto a espacios informativos.
- La libertad de...
2. La sociedad libertaria es incompatible con el poder sobre las personas.
A los poderes establecidos les
interesa que el término «poder» sea ambiguo y equívoco.
Los poderes tienen miedo a la libertad de las personas, y son, por lo tanto,
anti-libertarios. No se puede imponer nada a otro si este no acepta de someterse,
de renunciar a sus libertades. Estar contra el poder no es estar contra
el derecho de los pueblos a gobernarse; es, precisamente, lo contrario:
quitar el yugo que el poder, bajo pretexto del gobierno necesario, ha puesto
sobre los pueblos. Como ya hemos dicho, hace falta distinguir el legítimo
mando social (arquia) del ilegítimo poder sobre las personas,
ya sea poder legal- oficial o poder oculto-subterráneo (despotismo
de las tiranías, plutarquias, oligarquías..., disfrazadas
de honorabilidad ciudadana).
El poder sobre y contra las personas
(individuos, naciones, colectividades), se manifiesta de muchas maneras:
el poder de la corrupción, el poder del dinero anónimo, el
poder «anti-político», el poder del monopolio informativo,
el poder de los saberes liberales, el poder del sexo, el poder armado, el
poder centralista, el poder imperialista, el poder eclesiástico,
etc.
La destrucción del poder
sobre las personas individuales, colectivas y étnicas, es uno de
los objetivos prioritarios de una sociedad de mujeres y hombres libres.
Pero el poder no desaparece a solas, ni por mucho desearlo ni por reivindicarlo,
ni siquiera con la simple buena fe de no querer corromperse en su ejercicio
actual.
Es necesario diseñar y
poner en práctica estructuras de mando y de participación
social que comporten espontáneamente y expansiva la destrucción
del poder y su inviabilidad fenoménica. Si esto no se consigue -o
ni siquiera no se propone- todo cambio está condenado al fracaso.
Es necesario un cambio que pretenda
favorecer realmente las libertades concretas, tecnológicamente posibles,
y que no comporte, a la larga, intereses inconfesados. El poder sobre las
personas, que se manifiesta con censuras, controles, monopolios, arbitrariedades,
irresponsabilidades impunes, corrupciones, torturas, violaciones de los
derechos humanos, miseria..., es la negación misma de las libertades
(por más que se proclamen con solemnes formalismos vacíos),
y es el atentado terrorista más grave contra la «libertad».
Algunas de las medidas y estructuras
libertarias anti-poder podrían ser:
- La moneda personalizada que impida el legítimo dinero mercantil de transformarse impunemente en poder anti «político», legal u oculto.
- La independencia y desmultiplicación de los diferentes mandos sociales: geo-políticos y geo-cívicos (ejecutivos, legislativos), y geo-justíciales.
- La limitación constitucional de las funciones y duración del mando, haciendo dar cuentas a los responsables al final de su mandato ante de una Justicia radicalmente independiente de todo poder.
- La socialización de la información, gratuita y comprensible para todo el mundo, con objeto de evitar su control por parte de grupos privados o estatistas.
- Poner progresivamente todas las instituciones y profesiones liberales al servicio gratuito de toda la población, financiándolos comunitariamente, con objeto de evitar la mercantilización y ofrecer a todos los ciudadanos igualdad de oportunidades educativas, sanitarias, jurídicas...
- Ofrecer un «sobresalario de solidaridad social» a todas las personas que están de hecho marginadas y/o discriminadas por razón de sexo, de etnia, de salud, de edad... como ayuda complementaría práctica de la proclamada igualdad jurídica entre todos los ciudadanos.
- Limitar los usos de las armas, tanto por parte de los civiles como de los policías y los ejércitos, cara a su progresiva desaparición de la vida civil y de la vida policial, restringiendo, por el momento, su uso a gravísimas decisiones, responsablemente tomadas.
- Establecer, gracias a la «factura-cheque exterior» un sistema de comercio internacional que no crea relaciones de dependencia ni de penetración imperialista, sino una progresiva solidaridad fenoménica-contable entre todos los pueblos.
3. La sociedad libertaria es incompatible con la miseria y la marginación.
La principal libertad concreta
para acabar con la miseria material es la de disponer del dinero suficiente
para cubrir las necesidades básicas. Cualquier «sociedad geopolítica»
que proclame grandes ideales y no tenga especial cuidado en suprimir la
miseria y la marginación originadas por carencia de dinero, está
en flagrante contradicción con los ideales por ella proclamados en
su Constitución, y pone en cuestión el sentido de su propia
existencia como tal y su credibilidad. Esta es, históricamente, la
condición «sine qua non» de una deseada y posible supra-nacionalización
de, y en todos, sus miembros étnicos, colectivos e individuales.
Las inmensas posibilidades de
producción actuales no encajan con una visión de la economía
como «administración de recursos escasos». Si estas posibilidades
productivas no se desarrollan -y no se distribuyen equitativamente sus frutos-,
es más bien por la interferencia de los grupos de poder, que provocan
una deficiente asignación de recursos, que no por la limitación
real de los recursos producidos. La limitación de recursos materiales
es real y se debe tener mucho en cuenta, pero la especie humana cuenta con
una fuente de recursos prácticamente inagotable: su creatividad y
inventiva técnica para poner al alcance de todos los hombres y mujeres
estos recursos materiales- naturales limitados, escogiendo los mas útiles
y los menos peligrosos; reciclando los desechos y respetando el ecosistema
Tierra. Si esta capacidad y posibilidad hoy no se desarrolla, es otra vez
por las presiones de grupos de poder que impiden una libre búsqueda,
arrinconan inventos revolucionarios, y pagan los científicos para
determinadas investigaciones atadas al mantenimiento del poder (armamento,
control policial, espacio exterior belicista...).
La paradoja de la sobreproducción automatizada queda bien patente en las palabras del premio Nóbel de Economía, W.Leontief: «La historia del progreso tecnológico a lo largo de los 200 últimos años es, esencialmente, la historia de la especie humana haciendo lentamente y constante su camino de regreso hacia al Paraíso. Pero, ¿que pasaría si de pronto nos lo encontráramos? Si se nos ofrecieran todos los bienes y servicios sin trabajar, nadie estaría ocupado. Si no hay ocupación, no hay salarios. Por lo tanto, hasta que no se formularan nuevas políticas de rentas, apropiadas para adaptarnos a las nuevas condiciones tecnológicas, nos moriríamos de hambre en el Paraíso1».
Queda claro: no sólo por
coherencia con el ideal de solidaridad, sino por simple dinámica
del mercado, hace falta hoy establecer, urgentemente, una política
de rentas a favor de todos los ciudadanos, empezando por los marginados
(ver «Textos», número 3): «invención de
dinero» comunitario y consiguiente distribución de «salarios
de solidaridad social».
Los libres cambistas, los defensores
del «laissez-faire» y del libre contrato, crearon un sistema social
basado en la «libertad», pero de hecho sólo garantizan
su propia y exclusiva libertad de clase explotadora. El trabajador sólo
tenía la libertad de morirse de hambre si no aceptaba la esclavitud
encubierta del «libre contrato». El ejército proletario
de reserva, el paro forzoso impuesto, siempre es el espectro de la miseria
y del hambre de los trabajadores, que se ven obligados a venderse al precio
que sea, para poder subsistir.
Por otro lado, los defensores
de la religión social del trabajo proletario, pese a las esperanzas
de liberación suscitadas, mantienen igualmente la esclavitud, general
y encubierta. Quizás los servicios sociales son más amplios
y no hay hambre, pero se vive en un estado general de subconsumo y de racionamiento.
La carencia de aliciente para aumentar la productividad, reconocida ya por
los mismos dirigentes, impide la abundancia material para cumplir el famoso
objetivo: «de cada cual según sus posibilidades, a cada cual
según sus necesidades», de «pasar del reino de la necesidad
al reino de la libertad».
El trabajo forzado en el «gulag»
se tan denigrante como el paro forzado en el «ghetto».
Hoy, una sociedad que fomente
las libertades concretas ha de establecer constitucionalmente una política
de solidaridad basada en los salarios de solidaridad social (sss). Un sss
vital para cada persona, por el hecho de serlo; un sss superior al vital
para las personas tradicionalmente marginadas; unos sss sin límite
de tiempo para el paro, la huelga o el lockout; unos sss para enfermedad,
accidentes, invalidez, jubilación, muerte...
Hoy, estos salarios de solidaridad
social son posibles técnicamente, gracias a los excedentes de producción.
Por prudencia política, pero, hace falta fundamentar-los, en un primer
momento, sobre un «impuesto único de solidaridad social»,
cobrado automáticamente, sin gastos, discusiones, evasiones y inspecciones,
en cada factura-cheque emitida. Siendo posible técnicamente y económicamente,
los sss son socialmente imprescindibles para construir una sociedad que
fomente las libertades y la solidaridad, una sociedad sin miseria, ni de
pocos ni de muchos.
El equilibrio del mercado (Producción inversiva y consuntiva = Inversiones reales - real consumo individual, familiar y cultural-liberal) suprime la miseria, eleva el nivel de vida y abre nuevas posibilidades a los «pobres», pero no va ni lo más mínimo contra los intereses legítimos de quienes saben crear riquezas materiales-económicas.
4. La sociedad libertaria es incompatible con el «caos del liberalismo» y con «la planificación del estatismo».
Si las libertades concretas no
son responsabilizadoras de las personas que las ejercen, si estas no están
obligadas a «responder» de sus actos, entonces el ejercicio de
las libertades se convierte en libertinaje. Si la libertad concreta no quiere
decir aceptar todas las consecuencias, cuando haga falta públicamente,
sin tapujos ni engaños, entonces las libertades favorecen el libertinaje
de los grupos y personas que emplean las pseudo-libertades impunemente contra
las otras, para favorecer exclusivamente los propios intereses.
Cualquier sociedad, dicha democrática,
tiene por objetivo prioritario el «estado de derecho». Este se
realiza en la práctica cuando las libertades que se proclaman son
realmente respetadas, y no sólo lo son sobre el papel, formalísticamente.
Cuando esto último se da, los «estados de derecho» son
los peores encubridores de los «estados de hecho» a favor de las
minorías del poder oficialista o del poder real del dinero anónimo.
Esta es la triste y vergonzante realidad desde que no hay ninguna manera
legal de evitar el juego sucio, gracias al anonimato irresponsabilizador
del dinero. Estamos en una anticivilización que, puritanamente, critica
el materialismo del dinero, pero que no hace nada de eficaz para impedir
que «todo se pueda comprar y vender empezando por los jueces y funcionarios
y acabando por el sexo en cualquier esquina».
Desde siempre, se ha comprendido
que el juego libre de iniciativas en todos los campos de la actividad humana,
dentro un marco de reglas de juego que responsabilicen todos los jugadores
por igual, sin favoritismos, es siempre mucho más creativo y productivo
que no un juego sometido a directrices obligatorias elaboradas por «cuatro
pobres cerebros humanos o electrónicos que imponen en aras del pueblo
el que este debe producir, consumir...».
La iniciativa, la inteligencia
y la creatividad de millones y millones de hombres y mujeres realmente libres
no podrán ser suplidas por un equipo de planificadores que, con buena
fe o con intereses determinados, imponen -necesariamente- sus subjetivismos
como si fueran las mejores medidas objetivas para todos.
Pero también es cierto
que, en la complejidad actual, el simple juego, pese a que no siempre sea
sucio -quien lo puede saber--, en no tener unas reglas de juego bien claras
y responsabilizadoras de los actos libres de cada persona (documentación
judicial), en no tener tampoco una información global y/o sectorial,
exacta, real y al alcance de todos los jugadores (documentación económica
y social), estrella muchas posibilidades, frustra muchos intentos, malogra
muchos recursos y esfuerzos, olvida elementos importantes, y sumerge la
sociedad en un «caos» permanente, que los pseudo-planificaciones
estatistas disfrazan de «orden público».
La dinámica entre libertades
y responsabilidades no se puede resolver ni por simple buena voluntad, ni
por presión moral, ni por apelación ética a los individuos
y a los pueblos, y, todavía menos por el camino expeditivo del golpe
de bastón.
Hace falta buscar un sistema
de libertades que comporten, en su ejercicio mismo, un sistema de documentación
que las haga responsablemente ejercibles. Todo el mundo puede comprender,
ponemos por caso, que si un juicio se hace abierto al público es
más creíble que si se hace a puerta cerrada; o que la actuación
del árbitro de un partido de fútbol es más fiable si
hay público variado al campo que si no hay, y todavía es más
fiable si podemos grabar la su actuación y pasar documentadamente
las jugadas poco claras por la moviola.
Es decir, con objeto de evitar
tanto el caos como la planificación, que siempre favorecen unas minorías,
hace falta establecer un ejercicio de la libertad de producción y
de consumo que sea documentado y responsabilizador. De este modo, se puede
empezar a evitar el libertinaje del poder y de la corrupción, además
de disponer de una información global y exacta macroeconómica
al alcance de todo el mundo.
No es otra que esta la intención
de la «factura-cheque telemática» que exponemos detenidamente
en el volumen 3º de esta colección. Hace falta añadir,
pero de otros elementos responsabilizadores, especialmente para el ejercicio
de ciertas libertades que, fácilmente, la historia nos dice que pueden
degenerar en abuso y en poder arbitrario.
Todos los cargos públicos
de mando social, político y justicial, desde el pueblo o barrio más
pequeño hasta los jefes del Estado, deben rendir cuentas de sus actos
de mando ante la Justicia al acabar su mandato improrrogable. Los que
se llaman servidores del pueblo lo deben demostrar, no sólo con palabras,
sino con hechos y con documentos. Si no se evita la corrupción de
las «cúpulas» sociales, toda la sociedad se corrompe inevitablemente.
5. La sociedad libertaria es incompatible con la mercantilización de los servicios y profesiones liberales.
Aparte de la sociedad utilitaria
(el mercado), formada por todos los que producen bienes útiles para
la vida, hay, otra sociedad que denominamos liberal, formada por todas las
personas que ejercen profesiones «tradicionalmente auto-proclamadas
altruistas y desinteresadas, directamente al servicio de las otras personas»,
y que no producen «bienes utilitarios». Son los nombrados corrientemente
«profesionales liberales». Estos profesionales deben poder disponer
de los medios necesarios para desarrollar su vida individual, familiar y
profesional libremente, sin mercantilizar sus servicios, y sin formar corporativismos
cerrados, ya sean del estado o privadas. Sin un servicio liberal, libre
y gratuito, no puede haber «igualdad de oportunidades». Se oye
hablar a menudo de la «igualdad de oportunidades». Esta igualdad
nace de nuestros ideales de libertad para todo el mundo, de solidaridad
entre todo el mundo y de amor a todo el mundo. Pero sólo se puede
realizar a través de estructuras, funciones, instituciones y asociaciones
fenoménicas. La igualdad de oportunidades no debe pretender hacer
iguales las personas, naturalmente bien diferentes entre ellas, sino que
les ofrece, a cada una y a todas, las oportunidades sociales que libremente
y espontánea cada una considere adecuada por si misma.
Cuáles son hoy, las posibilidades
reales para cualquiera y para todos los ciudadanos de acceder a una instrucción
de calidad, de desarrollarse educativamente, de participar culturalmente,
de ser atendido sanitariamente, de recibir y de ofrecer una información
no manipulada y comprensible, de vivir en una vivienda digna, de ser acogido
en los imprevistos, de reunirse en asamblea libre en las pequeñas
colectividades utilitarias o liberales, de escoger libremente los propios
representantes o de presentarse a candidato sin discriminaciones debidas
a diferencias presupuestarias e informativas, de apelar la Justicia sin
costes ni burocracias que les hagan pasar las ganas? ¿Hemos de reconocer
que, según los datos disponibles, todas estas posibilidades son,
para gran parte de la población, sueños casi imposibles de
realizar? Mientras queden minorías que no puedan disfrutar, ninguna
sociedad no puede quedar satisfecha, y no tiene derecho de proclamarse ni
solidaria ni libertaria.
Estudiamos más de cerca
la situación. En su origen de los servicios e instituciones liberales,
así como a la raíz de muchas vocaciones-profesiones liberales,
hay de entrada el servicio al prójimo. La ética profesional,
la deontología -como antiguamente «el juramento hipocrático»
de los médicos- proclaman un alto grado de este afán para
un servicio altruista e incondicional a todo el mundo que lo necesite, sin
acepción de personas.
Desgraciadamente, muchos de estos
profesionales, durante los estudios y al acabarlos, se encuentran a menudo
con otra realidad profesional, muy lejos de la que habían soñado
idealmente. No todos topan, pero, con sus deseos: tras tantos siglos de
mercantilización liberal, los hay que toman de entrada la vocación
liberal como un claro medio de influencia y de prestigio, cuando no de poder,
revestido de una honorable y respetada posición social y económica.
El «cliente» o «paciente»
vive a flor de piel esta clara mercantilización cuando debe «pagar»
un consejo, como quien «paga» un pan. Sufre las largas esperas
y las arrogancias de ciertos profesionales monopolizadores del saber, que
«viven bien» gracias a las desgracias, a las necesidades, y/o
al dinero de los otros.
Ciertamente que hay muchos profesionales
liberales que honoran su vocación con verdadera dedicación
y servicio, pero también es cierto que la misma estructura dónde
se deben mover lleva a muchos de otras a aprovecharse del «status»
que han conseguido. Los corporativismos cerrados, con «numerus clausus»
defienden sus privilegios, impiden de entrar nueva savia, nuevas experiencias,
vías alternativas... En definitiva, perjudican gravemente la población
que, de este modo, no es suficientemente atendida, tanto por la carencia
de profesionales en activo, como por los costes privativos de muchos de
estos servicios, típicamente oligopolísticos.
Los intentos del Estado para
resolver esta situación todavía la complican más. Bajo
el pretexto que el Estado representa el bien común, atenta contra
la libertad de cátedra y de ejercicio, imponiendo programas, normas
y selectividad, recortando presupuestos para crear las nuevas plazas que
los profesionales desempleados desean y la población espera. Las
polémicas sobre medicina, escuela, información «pública»
o «privada», son una lucha entre dos estructuras de poder, para
«buscar el control monopolístico. Como luchas de poder y entre
poderes, están lejos de poner «los servicios liberales»
al servicio gratuito y libre de todos los ciudadanos. Buscan de mantener
o aumentar parcelas de poder sobre las personas, estructuras de control
educativo, médico, informativo..., al servicio de perpetuarse como
clase social o como burocracia estatista.
Excepto de heroicas excepciones,
como cuerpo social los profesionales liberales están tentados de
ponerse al servicio de quien mejor paga o se encuentran obligados a poner
precio -para poder vivir- a aquello que es incuantificable sin destruir
la intimidad y la libertad de la persona: poner precio al arte, a un consejo
médico, jurídico..., a una información..., a la vida
e incluso a la muerte del resto de los semblantes.
El médico, el maestro,
el artista, el jurista, el periodista, el presbítero, el asistente
social, el arquitecto... todos los que, profesionalmente, tratan con personas
y no con cosas, todos los que dicen públicamente y creen íntimamente,
que su tarea tiene una raíz altruista, deben poder disponer de los
medios necesarios para desarrollar su vida individual, familiar y profesional
con plena libertad y responsabilidad. La financiación comunitaria
debe permitir un ejercicio profesional creativo, sin otros límites
que los que los respectivos colegios marquen en cuanto a responsabilización
ética. La distribución equitativa entre todos los profesionales
liberales de los fondos comunitarios a ellos destinados, debe permitir una
similitud de medios para todos ellos y una clara diferenciación de
rango profesional, según los méritos individuales propios
y según las necesidades específicas de cada rama y especialidad.
Esta financiación debe permitir, según las posibilidades comunitarias,
una progresiva gratuidad de los servicios para sus beneficiarios, ligada
a una total libertad de escoger.
Esta libertad económica
y profesional es indispensable para mejorar «los servicios liberales»
en calidad y en cantidad. La riqueza cualitativa de una sociedad, el bienestar
social, no se puede medir únicamente por un pobre indicador como
el de la «renta por càpita». La verdadera riqueza social
se mide sobre todo por la cantidad y la calidad de los «servicios liberales».
Nunca sobran ni jueces ni médicos, ni maestras, ni investigadores,
ni artistas..., si no es desde una corta y estrecha visión mercantilista
como la actual. Un elemento decisivo para humanizar las profesiones liberales
es la de sustituir las «selectividades», las «memorizadoras
oposiciones» y los «titulismos», que nada no dicen de la
calidad y capacidad profesional, por un sistema de escuelas de profesionales
y de pasantías dónde se debe demostrar, a la práctica
y junto a un experimentado especialista, el conocimiento real de la propia
vocación. Es decir, el acceso a cualquier profesión liberal
debe ser totalmente abierto a todos quienes hayan hecho los estudios en
la escuela profesional especializada y hayan demostrado su aptitud práctica
como «pasantes» -ayudantes de profesionales escogidos por ellos
mismos-. Con este sistema se pueden obtener unos cuerpos profesionales abiertos
y realmente cualificados.
6. La sociedad libertaria es incompatible con el imperialismo.
De la comunidad familiar hasta
la comunidad mundial, la libertad de federarse y de confederarse es la única
garantía contra el imperialismo centralista.
Cada etnia -familia, barrio,
municipio, comarca, nación histórica...- ha de poderse confederar
libremente dentro del marco también libre de una federación
multi-étnica protectora de todas las etnias que lo han constituido.
Cada etnia debe resolver sus necesidades, problemas y responsabilidades,
asumiendo la propia administración («minus», de las cosas
cotidianas, próximas, pequeñas). Sólo las delega en
aquellos casos en qué libremente propone que, subsidiariamente, sean
asumidas por un nivel confederativo más amplio. Una desmultiplicación
autogestionada de la administración, del mando social, es aparte
de una buena prevención contra los estatismos burocráticos-
un elemento imprescindible para la participación real ciudadana,
actualmente degradada a un manipulable voto cada cuatro años.
Cada cual puede opinar sobre
las posibilidades y la viabilidad de las pequeñas naciones que quieran
mantener o conseguir una real autonomía o/y independencia dentro
el juego imperialista de los bloques actuales, sin ser comida por el uno
o por el otro en las respectivas zonas de influencia. Pero pese a esta duda,
se ha de dejar que la decisión y los riesgos de independizarse -o
de federarse - sean únicamente de la nación en cuestión,
y no del resto de naciones que están o quieren estar federadas con
ella. Sin esta libertad básica, toda llamada a la unidad es
sospechosa de imperialismo centralista, negador de los derechos de los pueblos
a autodeterminarse sin imposiciones de nadie ni golpes de fuerza de ninguna
clase.
La diversidad cultural, étnica,
lingüística, es una riqueza común de la humanidad. Si
es respetada y potenciada, favorece todas las naciones, las sociedades y
los individuos. Si se reprime, fomenta, a la larga, los «chauvinismos»
nacionalistas de tan crueles consecuencias.
Una Europa de las Naciones -Etnias
o inter-étnias- en libertad, puede favorecer mucho más la
rotura de los nacionalismos, tanto de los Estados-Nación, como el
de las nacionalidades oprimidas, que no la Europa de los Estados que se
está constituyendo. Esta perpetuación de las fronteras artificiales
rompe etnias ancestrales, uniformiza culturas, e impone un «mercado
común» que, sin una verdadera confederación libre de
todas las etnias de Europa que lo quieran y sin una economía clara
y responsable no es más que una cobertura imperialista y corrupta.
Toda imposición de una
etnia, una nación o un grupo social sobre otras, que anule un pacto
federal libre dónde se desarrollen múltiples confederaciones
inter-étnicas, no es nada más que una acción imperialista.
Ninguna sociedad geopolítica no puede volverse libertaria ni solidaria
mientras mantenga, perpetúe o sea sometida a una estructura imperialista.
7. La sociedad libertaria es incompatible con el oligopólico control informativo.
El poder oficial y los poderes
ocultos del dinero controlan la información la restringen, la censuran
o la hacen inaccesible o incomprensible al pueblo.
El control y la censura informativos -a menudo la hetero-censura se vuelve
auto-censura de los informadores-; la conformación de las mentes,
de las conciencias y de los deseos, realizada por la propaganda politicista
y consumista; el escoger y manipular de una forma sutil determinados hechos
según intereses de determinados grupos..., no sólo atentan
contra la libertad de expresión sino que boicotean el ejercicio de
todas las otras libertades.
Hay un ejemplo claro poco citado:
las cifras macro-económicas son, por definición, «aproximativas»,
al no disponer, para elaborarlas, de un multi-captor exacto y exhaustivo.
La mayoría de estadísticas parten, pues, de datos inexactos
y se transforman, por lo tanto, en una suma de errores acumulados. Esta
falta de una fuente exacta y fiable de información económica,
crea una desconfianza general, puesto que cada corriente política,
cada nación, cada gobierno en polémica con otros, interpreta
las cifras distintamente... si no es que ofrece cifras radicalmente contradictorias.
(Sólo hace falta ver cualquier debate parlamentario dónde
se haga referencia a datos estadísticos). Con todo este lío
es imposible de establecer las bases para una convivencia estable, y para
hacer salir del escepticismo a la población que no «entiende
casi nada de alta economía y de alta política, tan indescifrablemente
tratadas».
El poder legal quiere el monopolio
de los medios informativos o su control tiránico, y lo justifica
porque cree y ve que el poder oculto del dinero está queriendo monopolizar
la información para sus intereses. De dos «intentos» de
monopolio surge fácilmente un «oligopolio» pactado
o de hecho. La pelea entre «público y privado» al campo
de la información, como ya hemos visto en todas las profesiones y
servicios liberales, es una pelea de «ladronas de feria»: mientras
ellos se discuten, con gran barullo, nos roban a todos.
Nos hace falta un medio por el
cual se potencie la libertad de información y de expresión
de la población y de los profesionales, pero que esta libertad no
encubra «de hecho» el «liberalismo» del poder económico.
Es necesario dotar, por lo tanto, el ejercicio de esta libertad con la financiación
comunitaria que permita tender a la gratuidad de la información,
sin publicismos falseadores y consumistas, y que esta financiación
comunitaria no signifique el control de los medios informativos por parte
del Estado.
Toda información, en tanto
fenómeno que es, puede y ha de ser socializada, es decir, puesta
al alcance comprensible y gratuito de toda la sociedad, a todos los niveles
de cultura de la población. Hace falta distinguir entre socialización
y estatización. Esta última consiste, bajo el pretexto falso
que el Estado es el defensor del bien común, en el monopolio y control,
por parte del Estado, de aquello que se estatiza -pese a que alguien
diga equívocamente «socialización» o «nacionalización»
-. El Estado no es ni la sociedad ni el representante de ninguna etnia.
Es un simple gerente de la sociedad geopolítica formada por el pacto
libre de las etnias que la constituyen. Siendo el Estado una pequeña
parte, gerente, de la sociedad cuando «estatiza» no hace otra
cosa que «privatizar», como cualquier otro grupo de poder lo intenta,
pero con la ventaja de disponer del monopolio de los elementos coercitivos
-policía, ejército, leyes...- para defender esta privatización.
Socializar la información
quiere decir, pues, hacer que todos los servicios de educación y
de instrucción permanentes, que incluyen todas las formas de edición
gráfica, visual, auditiva, audiovisual..., han de ser gratuitas,
gracias a la financiación comunitaria de los profesionales -y de
los medios técnicos- para que puedan actuar libremente, fuera de
las presiones del Estado y de los grupos de presión mercantiles privados.
Sin esta libertad, ninguna sociedad
no puede llegar a conseguir crear un clima de confianza, y por lo tanto
está en peligro de descomposición. Si todo lo que se dice
no es casi nunca exacto, o no es del todo exacto, -como reaccionar
correctamente cuando quizás sea realmente sacado de los «actos»-
La libertad de información,
en una sociedad progresivamente informatizada, es una fuerza extraordinariamente
importante de culturización y de creatividad popular, siempre y cuando
sea comprensible, gratuita y al alcance de todo el pueblo. Pero, y lo repetimos,
en todos sus distintos niveles de cultura.
Al contrario, quien tiene la
información tiene el poder. Si queremos destruir el poder contra
las personas, debemos descentralizar y desmultiplicar la información,
impidiendo su control oligopólico. La batalla para la información
es, y lo será cada vez más, la llave para construir o bien
una sociedad libertaria, o bien para mantener y aumentar las pseudodemocracias
formales del este y del oeste, cada vez más próximas a unas
tiranías telemáticas contra los pueblos.
La «revolución informática»
se convierte así un instrumento potentísimo para dos finalidades
contrapuestas: o para mantener y fortalecer un «Estado tiranomático»
que controla todos los ciudadanos a beneficio de unos pocos (éstos
pocos acumulan información, sobre la mayoría, sin que esta
saque información de la minoría que la controla); o para construir
una red descentralizada, multiinformativa y responsabilizadora, al servicio
de cada individuo, de cada familia, de cada barrio, de cada nación,
de cada asociación, de cada empresa...
Hoy, a través del teléfono,
la televisión, el teletexto, la telecopia, el datofon, los bancos
de datos, los ordenadores..., somos al mágico encanto de la era de
la «híper lógica», de la primacía espectacular
de los procesos lógicos, controlados por ciertos sectores de entendidos
y de especialistas. Nos hace falta buscar los medios para entrar a la era
«post-lógica»: la telemática al alcance de todo
el mundo, donde todo el mundo pueda dirigirse a las máquinas con
el lenguaje corriente; dónde, independientemente del nivel de cultura
y de formación, se pueda emplear la telemática con lucidez
y facilidad, comprendiendo que no se trata de otra cosa que de un simple
instrumento auxiliar inerte, como lo son un martillo, un tractor o un libro.
8. La sociedad libertaria es incompatible con la ruptura de los ecosistemas.
La continúa agresión
contra la vida del hombre, de los animales y de las plantas, contra el equilibrio
de los ecosistemas, está poniendo en peligro la misma supervivencia
de los habitantes del planeta Tierra.
La supresión del hambre
y de la miseria, la vida en armonía con la naturaleza, el respecto
del ambiente natural, el regreso a formas de producción artesanales
dónde prioricen los criterios de calidad sobre los de cantidad, la
vida en pequeñas comunidades y la desaparición de las ciudades
monstruo, la protección de todas las especies vivas, de los mares,
de los bosques... son objetivos que se han de lograr, pero que sólo
son posibles en el sí de una sociedad culta, responsable y con medios
económicos suficientes.
Una legislación estricta
sobre residuos y contaminación, humanos e industriales; una estrategia
para acabar con los motores de explosión; la municipalización
del suelo cara a llevar a término una política urbanística,
territorial, agrícola, forestal, costera... eficaz; una política
de créditos comunitarios para favorecer estrategias de producción
alternativas: uso de energías naturales, empresas de talla reducida,
fomento del artesanado, de la autogestión, repoblación de
zonas deshabitadas, reconversión de industrias peligrosas y/o nocivas...
Todo ésto son instrumentos hoy posibles con una condición:
que no manden los poderes fácticos del dinero anónimo, puesto
que, si no, «hecha la ley, hecha la trampa».
Además, por tal de que las
relaciones del hombre con la natura cambien de orientación posesiva
y destructiva actual a una orientación de respeto y de admiración,
hace falta un cambio radical de mentalidad, que requiere tiempo y que no se
puede imponer por ley. Es aquí dónde unas estructuras sociales
libertarias y solidarias pueden ayudar a acelerar el proceso. Una sociedad
clara y transparente, monetariamente responsabilizada, con mucho tiempo libre,
con abundancia productiva y con una gran solidaridad comunitaria hacia quien
la necesita, es una sociedad que no pone travas a las ideas ni a los prudentes
experimentos sociales, que no condiciona las mentalidades, sino que las deja
libres y las ayuda en sus iniciativas: promueve así la mutación
y la transformación sociales.
9. La sociedad libertaria es incompatible con el belicismo.
Las últimas investigaciones
antropológicas parecen confirmar, cada vez más, que la guerra
no se un hecho connatural a la especie humana, que se pueda deducir necesariamente
de su naturaleza. Al contrario, la guerra tiene un origen histórico
relativamente reciente debido a unas causas, y por lo tanto, puede tener
también un fin histórico si sabemos descubrir y suprimir estas
causas.
Sobre los datos de qué
actualmente disponemos (pese a su controvertida interpretación),
parece que la guerra, como acto de violencia organizada contra otros hombres,
no apareció más allá de hace 13000 años, corto
periodo comparado con los inicios de nuestra especie, calculada actualmente
en unos 4 o 5 millones de años.
En general, se puede decir que
la guerra, y las otras formas de violencia social, es siempre la respuesta
a una situación social de compresión antilibertaria. Esta
respuesta tanto puede ser espontánea como provocada, y canalizada
por los intereses de un poder con afanes imperialistas.
De este hecho nace la importancia
de construir estructuras sociales libertarias, que fomenten todas las libertades
concretas, de una manera responsable, en todos los ámbitos posibles:
desde el tipo de moneda al modelo del Estado; desde el respeto a la etnia
más pequeña al fomento de la más amplía confederación;
desde el ciclo de la producción a los «servicios y profesiones
liberales»... Con estas libertades concretas y reales, se dan pasos
hacia una progresiva pacificación de la sociedad.
El armamentismo y el belicismo
recubren los intereses de los poderes ocultos del dinero y de los poderes
legales opresores de los imperialismos. Los enormes gastos que se hacen
en armamento benefician, gracias a los impuestos y a la miseria de la mayoría,
sectores muy reducidos que, aparte de obtener esplendidos resultados monetarios,
acaparan zonas de influencia y de poder cada vez mes amplios.
La carrera de armamentos es estéril
y desastrosa para las poblaciones, aparte de poner en peligro, no sólo
la paz, sino la supervivencia. También cuestiona la credibilidad
democrática de los sistemas vigentes, puesto que deja en manos de
unos cuántos la decisión de vida o muerte de millones de personas,
que «no pueden ser consultadas debido a la complejidad de los problemas
de defensa actual».
Hace falta no tan sólo parar
la producción de armamento, sino reducir su cantidad-calidad al mínimo
posible. El esfuerzo industrial y económico para mantener la carrera
de armamento se puede trasladar a la competencia de producciones socialmente
útiles -resolver problemas de energía, de alimentación,
de cultura, de sanidad...- y, además, se puede empezar a hacer ésto
unilateralmente; se pueden establecer relaciones comerciales equilibradas
que no favorezcan ni las dependencias ni los imperialismos; se pueden responsabilizar
las relaciones comerciales internacionales con una nueva moneda abstracta-contable
que evite las especulaciones en el vacío sobre la cotización
de las divisas que pare el incremento de la deuda de los países pobres
e impida que el juego sucio rompa cualquier cambio político que no
guste al imperialismo hegemónico de turno o de la zona de influencia.
Estos son algunos de los elementos
importantes, posibles técnicamente hoy, que, junto con los otros
objetivos y propuestas expuestos hasta aquí, nos permiten de creer
que se puede construir la paz.
10. ¿Capitalismo comunitario anárquico?
Mes allá de los objetivos,
hasta aquí mencionados, podemos, como conclusión, hacer un
canto a la utopía, a aquello que no se encuentra en ninguna parte,
pero que insinúa insospechadas posibilidades.
Cada escuela socio-económica, cada movimiento político, ha formulado una utopía. Cada término utópico está cargado de emociones, de años de lucha, de prisiones y muertes, o de victorias... Y todas estas realidades se deben respetar profundamente.
Hemos escogido, pero, estos tres términos «capitalismo comunitario anárquico», históricamente irreconciliables, para mirar de establecer los elementos de un nuevo diálogo, no por ganas de liarlo o de hacer sincretismos, sino para precisar mejor sus características, dentro un intento de terminología sistemática, alejado del tratamiento ideológico y afectivo lógico corriente que se les da.
La importancia del tema requiere
un tratamiento más amplio y documentado, que rebasa el proyecto de
este ensayo (ver «Textos», n. 5). He aquí, pues, algunas
notas introductorias.
- Si la «arquia» es el «mando social legítimo», el «anarquía» es el espacio libre y espontáneo dónde no hace falta «mando social superior». La anarquía sería la «reducción evolutiva del área jurisdiccional de cada arquia»: los individuos, las naciones y las colectividades se regirían libremente y responsable sin necesidad de ninguna coordinación rígida ni de ninguna autoridad exterior a ellas mismas.
- «Comunidad» no viene -como creen algunos- de «unidad con», sino de «cummunere» (en francés, en inglés, en latino, siempre aparecen las dos mm). Así «comunidad», etimológicamente, significa «la aportación recíproca de cada cual al grupo de «munus» y «t;murus», es decir, la aportación de lo que cada cual tiene y de su protección al grupo, y del grupo a favor y en protección de cada uno».
No se trata, por lo tanto, de un igualitarismo imposible genéticamente e inviable socialmente, sino de la aportación de las capacidades -diversas y desiguales- a la tarea común -compartir la producción al si de «la horda»-; es una práctica muy arraigada a la especie humana, que hoy sólo se mantiene en algunas pequeñas comunidades desperdigadas por doquier. Ahora bien, no se puede extrapolar esta cooperación natural primitiva o social-cultural entre grupos reducidos -hasta 80 o 100 individuos-, al nivel de las sociedades modernas de 300, 400, ó 1000 millones, se digan o no «comunistas».
Esta absurda extrapolación voluntarista y forzada no niega, pero, que la «comunión» espiritual en los ideales de libertad y solidaridad sea un comienzo y camino de comunidad: esta puede llegar a incluir todos los pueblos de la entera humanidad, considerada «nación última» del hombre post-histórico.
- El «capital» es el excedente de producción que, ahorrado en el presente, permite de afrontar o mejorar el futuro. Así descrito, es un invento ligado a la conservación de ciertas piezas de cacería o de pesca -cabezas de caza o de pesca-, de ciertos frutos o granos. El invento del capital aparece posiblemente hace unos 500/400000 años, gracias a los sistemas de conservación conseguidos (fuego-ahumar; sal-salar; silos; almacenar...).
El «capital», pues,
era «comunitario» en su origen: era de toda la horda matriz ancestral.
Compartían la escasez y la abundancia. Cuando capitalizaban la abundancia,
este ahorro les permitía mejorar su incipiente tecnología
que, a la vez, permitía aumentar la productividad comunitaria y,
por lo tanto, el capital comunitario. He aquí, brevemente, el «capital»
transformado en un sistema: «el capitalismo-comunitario»,
el cual, si actualmente es todavía utópico, no es ucrónico,
puesto que a los pueblos de matrilinialidad progresiva ya ha existido, como
sistema muy eficaz, durante centenares de miles de años.
Con la desintegración
de esta estructura ancestral, desapareció poco a poco el «capitalismo
comunitario», y se ha ido transformando en «capitalismo privado»,
sea individual, sea de sociedades anónimas, sea del Estado.
Es una constatación que,
quien tiene más «capital» tiene mes posibilidades: posibilidades
legitimas para hacer frente a emergencias o para mejorar el futuro; o posibilidades
ilegítimas, para controlar las otras. Por esto de capital se ha producido
tanto en el este como en el oeste, al norte como en el sur, a los países
«capitalistas» como los «anticapitalistas», a los desarrollados
como los subdesarrollados.
Nuestra hipótesis, que
aparte de documentarla históricamente, ofrecemos el método
para su prudente experimentación (ver «Textos», núm.
3), se puede resumir en dos premisas:
- Sólo se crean excedentes de producción si quienes producen son retribuidos integralmente de su aportación personal al proceso productivo. Es necesario crear el marco de libertades y de responsabilidades para que esto se cumpla: uso de la moneda informadora y responsabilizadora.
- Las fuerzas productivas actuales permiten, si son retribuidas libremente, crear unos excedentes de producción no atribuibles a su único esfuerzo, sino también a la acumulación de las aportaciones de todas las generaciones pasadas. Estos excedentes de producción son un nuevo capital comunitario, que al ser reprivatizado mediante la distribución de rentas y de créditos, beneficia toda la comunidad.
El «capitalismo comunitario
anárquico» es, así brevemente glosado, una posibilidad
tecnológica basada en un sistema fenoménico-político
que permite la libre creación de excedentes de producción
utilitaria-económica, y que son distribuidos equitativamente a toda
la población. Este sistema favorece, en un marco de libertades y
de responsabilidades personales bien establecidas, la aportación
de todos los miembros a la tarea común, hasta llegar a hacer cada
vez mes innecesario, por la confianza y la cooperación establecida,
el «mando social», tal y como lo imaginamos históricamente
y lo conocemos todavía en la actualidad.
Por el momento, esta posibilidad
tecnológica-auto-política, libertaria y solidaria, permanece
en el terreno de lo «no todavía realizado por el hombre histórico»,
puesto que implica unos cambios muy profundos, no sólo en las estructuras
sociales, sino, incluso, quizás en las mismas estructuras individuales
que, muchos todavía -quizás inexactamente- consideran atadas
con la herencia genética-social.
Reivindicar esta posibilidad
post-histórica para ahora mismo, sin poner previamente las bases
estructurales para andar, favorece el idealismo ingenuo y/o violento que,
lejos de acercar la realidad a los ideales, todavía los aleja más:
«¡muera el estado!», «¡viva la anarquía!»,
«¡viva la sociedad sin clases!», «¡viva el comunismo!»,
«¡viva la libertad!»... son gritos que reafirman la reacción
o que, simplemente, ensucian las paredes, sin ningún otro peligro
para los sistemas actuales...
Entre otras, hay tres medidas
de las propuestas que creemos importantes para adelantar hacia esta posibilidad
tecnológica, libertaria y solidaría:
- La distribución equitativa del dinero comunitario-financiero para el consumo a todos los ciudadanos, según sus necesidades materiales más perentorias.
- La reducción y limitación constitucional de toda «arquia», exclusivamente a su área legítima, para evitar -a la práctica- su transformación en poder sobre y contra las personas.
- La total igualdad jurídica de condiciones y de acceso a los recursos culturales, informativos, sanitarios..., favorecida por la gratuidad de estos servicios.
Estas medidas pueden constituir
una base firme a partir de la cual la sociedad puede ir evolucionando cada
vez mes libertariamente. Los puntos de llegada de esta evolución
no nos son conocidos. La lógica sirve para estudiar los hechos pasados
bien documentados y para transformar el presente fenoménico según
las lecciones aprendidas empíricamente del pasado, pero difícilmente
nos puede servir de guía, aun hipotética-aleatoria, para profetizar
un futuro que depende más de la espontánea y expansiva libertad
y solidaridad espiritual de cada hombre y de todas las otras personas, que
no de un sistema construido según la lógica actual, ella también
en plena transformación.
Nota:
1«Distribución de trabajo y renta», W. Leontief, Investigación y Ciencia, noviembre 1982, n. 74.