Ideales éticos, instrumentos técnicos y objetivos políticos.
1. Ideales éticos y fenómenos técnicos (noúmenos y fenómenos).
- Introducción.
- El espíritu creativo del hombre.
- Distinción radical entre «ideales» y «fenómenos».
- Los fenómenos: apariencias sensibles observadas.
- Los «noúmenos» inefables.
1. Introducción.
El problema primordial a resolver, de las tan mal denominadas «ciencias humanas», es la dinámica entre «ideales éticos-trascendentes» y «instrumentos fenoménicos-técnicos»; o sea, entre «los fines que el hombre se propone en su puro espíritu» y «los medios culturales que necesita ir inventando para realizar técnicamente, en el exclusivo campo de los fenómenos, estos altos propósitos».
Por el momento hace falta afirmar
que todos los instrumentos denominados «económicos» y
«políticos» son exclusivamente fenómenos
culturales-técnicos, por más que corrientemente se los quiera
«ideologizar».
2. El espíritu creativo del hombre.
Aquello que parece definir
la aparición de la especie humana no es sólo su indudable
origen animal, sino su origen trans-animal, que podemos
denominar «espiritual». Hace falta reconocer, pero, que de el
espíritu de los homínidos primitivos no sabemos nada si
no es por la interpretación hipotética de los documentos
arqueológicos actualmente a nuestro alcance.
Sea cómo sea, lo que
distingue más y mejor el hombre, de todas las otras especies animales,
es su capacidad transanimal, espiritual y creativa, de tener ideales trascendentes
a su condición material bio-física y cultural-étnica
de cada momento, y de ir concretando este ideales en fenómenos
adecuados. De esta concreción fenoménica creativa de los
ideales, largamente acariciados generación tras generación,
se dice «técnica». La técnica, así
concebida, es tan antigua como el mismo hombre y allá dónde
hay «técnica», por más empírica
que sea, hay el hombre.
El progreso técnico
en función de los ideales, es el único camino realmente
ofrecido al hombre para dominar la materia fenoménica. Esto, pero,
en armonía con toda la natura ambiente, de la que él es
sólo un elemento, siempre, por todas partes y en todo, muy humilde,
aunque decisivo.
Hace falta ahora, quizás,
una aclaración. Entendemos por «ética» aquello
que proviene del ser en toda su plenitud de vida; la expresión
más alta del espíritu trascendente del hombre a partir de
su cuerpo animado. Por el contrario, entendemos por «moral»
una serie de modas, medidas y hechos sociales-culturales exclusivamente
fenoménicos.
La ética es, pues, la fuente trascendente de las costumbres fenoménicas,
el conjunto de los cuales es la moral.
3. Distinción radical entre «ideales» y «fenómenos».
La distinción entre
«ideales» y «fenómenos» no significa que el
hombre pueda ser fácilmente analizado «ontológicamente»,
sino todo el contrario. Podemos decir que «ideales» y «fenómenos»
son en el hombre, nociones empíricas, generadas en su espíritu
creativo. De este espíritu creativo, pero, en la actualidad todavía
sabemos muy poco: sólo sabemos intuitivamente que es la realidad
más concreta y específica del hombre.
Ahora bien, esta distinción
nos permite delimitar el campo respectivo de los «ideales» y
de los «fenómenos», condición esencial porque
nuestros contemporáneos no traten «ideológicamente»
los fenómenos, ni «fenomenológicamente»
los ideales. Si sabemos distinguirlos, ya no intentaremos nunca más
de tratar con «lógica» los ideales libres y singulares
de cada persona, ni de afrontar los problemas concretos fenoménicos
con «idealismos».
4. Los fenómenos: apariencias sensibles observadas.
Los «fenómenos»
son «hechos» y «objetos» sensibles a cualquier animal.
Etimológicamente son «apariencias sensibles».
Un «hecho» -cambio
de estado de un objeto - es generalmente más fácilmente
e inmediatamente detectable por la inteligencia de los sentidos corporales-anímicos,
que «el objeto». El ejemplo más clásico es el
del gusto de los alimentos: gusto de azúcar, gusto de sal... El
gusto de azúcar, por ejemplo, se capta mucho antes que no la síntesis
de identidad del azúcar diluido en una fruta.
El proceso de captación
sensible de fenómenos nos lo refortalece el estudio de las especies
animales superiores. Estas son de más fácil experimentación
que las otras especies, cara a un estudio serio psicosomático sobre
el proceso de captación fenoménica. Al estudiar cada individuo
de cuerpo animado bien definido o cada rebaño gregario, comprobamos
que los «fenómenos» son «relaciones» entre
el sujeto activo observador y un «hecho u objeto» exterior a
él observado: son relaciones existenciales ambientes.
A través de un lento
aprendizaje y de un trabajo cerebralmente observativo-in-terpretativo,
«los fenómenos exteriores» captados por cada animal
como simples sensaciones puntuales, se transforman en percepciones organizadas;
estas se vuelven, al menor impulso, recordaciones frecuentes. Se producen
imaginaciones repentinas y desordenadas, soñaciones y, finalmente,
todo este conjunto desemboca en «evidencias o visiones del
mundo exterior».
De cualquier animal superior
-incluso de los más y mejor domesticados, tan próximos a
nosotros- no sabemos nada más, porque, hasta ahora, no hemos encontrado
lenguaje común con ellos que les permita de comunicarnos sus vidas
interiores, si es que estas insisten en ellos.
Con respecto al hombre, dispone
de dos tipos de observación. Estas dos vertientes observativas
del hombre, netamente diferentes son, pero, esencialmente complementarias
dentro de una complejidad creativa muy difícil de captar y delimitar:
- La exo-observación: observación del mundo exterior, existencial, existente... Se dice generalmente «observación»: conservar todo el que está delante (de uno mismo).
- La endo-observación: observación del mundo insistencial, insistente... de cada persona singular, hecha por ella misma en una auto-reflexión que adopta todos los grados de conciencia. Se la denomina corrientemente «intro-spección».
Tanto el mundo exterior como el interior no dejan de ser un «caos» torrencial de hechos (caos objetivo), dónde el hombre va probando de crear su propia deseada armonía subjetiva (cosmos). En resumen podemos decir que el «mundo» = «caos observado + cosmos deseado» = «caos - cosmos».
Retomemos más a fondo
los dos tipos de observación:
A. Observación del mundo exterior, exclusivamente fenoménico.
La observación del mundo
exterior sólo puede captar «fenómenos»,
es decir, «apariencias sensibles». Los fenómenos
son captables por todos los sentidos, pero de entre todos los sentidos
la vista tiene una importancia decisiva. Esta apreciación la confirma
el hecho que muchos términos de origen griego y latino (evidencia,
intuición, idea, opinión...), relacionados con la
captación o expresión de los fenómenos, están
formados por palabras (videre, optikos) claramente relacionadas
con el sentido de la vista, como sentido que capta la luz, que realiza
la inteligencia. Así la luz y la visión en el proceso de
observación externa hacen la simbiosis de:
- la captación sensitiva
- la inteligencia animal
- la inteligencia trans-animal del hombre
- la comprensión o conocimientos por los lenguajes (emociones psico- somáticas, gestos, imitativa, mímica...; rítmica, danza, canto, música...; artesanías y bellas artes; palabra, verbo, logos, idioma étnico...).
- la « inteligencia artificial o cognitiva, que sólo puede abarcar los fenómenos con una cierta eficacia instrumental-abstraccionista- reduccionista inerta.
Ahora bien, hace falta insistir
que toda observación del mundo exterior es muy limitada si no tiene
en cuenta las múltiples simbiosis e interpretaciones internas que
la evolución de la total inteligencia humana ha ido y continúa
inventando. Si observamos, ponemos por caso, un bastón introducido
al agua, el fenómeno que captamos es que el bastón se tuerce.
A copia de numerosas simbiosis internas se puede llegar a descubrir que
hay un fenómeno óptico causante del aparente bastón
torcido. «Las apariencias, a menudo, engañan». La tarea
del hombre, en este campo, es ir descubriendo la realidad exacta de los
fenómenos, más allá de apariencias consideradas reales,
que no hacen sino deformar nuestra visión del mundo.
Los fenómenos exo-observados
en el hombre se van concretando en:
- Evidencias «animales-sensitivas» (corporales-anímicas).
- Nociones trans-animales, complementarias o simbólicas de las anteriores, denominadas intuiciones, es decir, de visión interna.
B. La introspección.
La introspección capta,
al mismo tiempo, fenómenos internos a la persona que se
auto-refleja en su conciencia (esta auto-reflexión es educable
en diferentes grados gracias a múltiplos técnicas, de concentración,
meditación, ioga, zen...), y «noúmenos»,
término que empleamos para designar «nociones en espíritu puro».
a) Los fenómenos introspectivos.
Los fenómenos introspectivos
se inscriben exclusivamente en el tiempo subjetivo personal,
y no en el espacio como los fenómenos exteriores. Fuera
del propio ser psico-somático-espiritual dónde se dan, y
por el cual son captados, no tienen ninguna relación directa con
el espacio fenoménico exterior. Su objeto y hecho concreto está
en la natura interna de cada persona.
Podemos distinguir dos tipos
de fenómenos introspectivos:
Los fenómenos psico-somáticos.
Son fruto de una compleja y larga autorreflexión en y para cada
persona considerada. Siguen el curso inverso de la captación fenoménica
exterior. Si ésta partía de las evidencias hasta
generar intuiciones, la introspección capta intuiciones
que se convierten en evidencias.
Los fenómenos generados
en el espíritu. Están radicalmente desatados de toda
relación, que no sea de estímulo ocasional, con el mundo
exterior. Son la genera-ció fenoménica interior sentida
decís «noúmenos o ideales1».
Después de lo que hemos
dicho sobre los fenómenos, hace falta captar que todas las nociones
fenoménicas pueden ser generalizadas, ser objeto de distinciones,
de ideas y opiniones, etc. Ahora bien, estas generalizaciones, distinciones,
ideas y opiniones suelen ser mas subjetivas que objetivas y, en la misma
proporción de su subjetividad, no pueden ser tratables como «simples
objetos lógicos».
b) Los «noúmenos o ideales».
Hemos visto como «las
nociones y empirias fenoménicas» pueden ser expresadas verbalmente
y simbólica cada día más y mejor, ya sean de origen
psico-somático (externo o interno) o de origen puramente
interno espiritual.
Caso bien diferente son «las
nociones y empírias noümenicas», puesto que estas hacen
gratuitamente el salto trascendente mes allá del horizonte fenoménico.
En cuanto que inefables, su descripción es imposible; sólo
podemos acercarnos por analogía. Podemos decir que son la
más concreta, primitiva, inaprensible, original y originaria realidad
y creatividad trans-animal del hombre como especie. Son tan singulares,
irrepetibles, incomunicables como cada persona misma. En la perconciencia
profunda de cada persona los «noúmenos» se abren sorpresivamente...
fuera de todo control, fuera de toda censura, fuera de todo miedo y de
toda tragedia, con estímulo o sin estímulo fenoménico.
Podemos decir que son la alegría
y la felicidad íntima en sí mismas, inexplicables pero reales,
para toda persona que se escucha en introspección, autorreflexión,
meditación y admiración íntimas o, aun, si ni se
escucha ni se quiere escuchar. En el mundo fenoménico, hay todas
las emociones, satisfacciones, deseos, placeres, etc., que se quieran
imaginar y analizar, además de comprobar. Pero la alegría
y la felicidad del propio ser no depende directamente del mundo fenoménico:
es otra realidad, otro mundo, si bien hace falta insistir que la persona
es un todo inextricablemente complejo e interconectado. Es así
que todos los fenómenos favorables pueden ayudar a la alegría
y la felicidad de la persona, pero no son su ser, mientras que alegría
y felicidad profundas podemos decir que son el ser alegre y feliz en sí
mismo, trascendentalmente abierto a su propio amor, al de los otras o/y
al del Otro, totalmente desconocido, pero tan profundamente próximo
y causa de la libertad total.
5. Los «noúmenos» inefables.
El término «noúmeno»
es un neologismo kantiano que precisa la diferencia entre los «ideales»
y los «fenómenos», tan insistenciales como existenciales.
Etimo-lógicamente los «noúmenos» son «unas
nociones en espíritu puro», propias a cada persona singular,
siempre nacientes y renacientes en su intimidad más profunda, de
manera fulgurante, inesperada y permanentemente sorpresiva. Con una introspección
mas atenta descubrimos que son empíricas muy personales, pero radicalmente
inefables, incomunicables, sin posible expresión formal directa.
Sólo en ciertos casos ancestrales, atados a etnias y sociedades
más que a los individuos, han recibido un tratamiento mágico-poético,
que ha ido desembocando en algunas palabras-claves, simbólicas-análogas,
en cada idioma nacional. Hace falta recordar, pero, que estas palabras
son exclusivamente símbolos poéticos, translaticias, análogas...
Son, en definitiva, parábolas que revisten el «noúmeno»,
constantemente traducido y traicionado, bajo forma de fenómenos
que todo el mundo pueda aceptar fácilmente.
La consecuencia inmediata de
lo que acabamos de decir es que, por carencia total de forma, «los
noúmenos» son inconceptualizables, inanalizables, e irreductibles
a cualquier tentativa de generalización, medida o/y experimentación
indefinidamente repetida para la confirmación o/y refutación
de cualquier teoría. Es decir: «los noúmenos»
no son sometibles a la lógica científica, mientras que todos
los fenómenos sí que son tratables lógicamente y
experimentalmente.
Además de no poder revestirse
de formas expresivas por causa de su inefabilidad racional, los noúmenos
son tan singulares y tan irrepetibles como la misma persona
que los genera. Fallan, pues, dos condiciones básicas de la «ciencia»:
que aquello que se estudia sea definible en su forma concreta-empírica,
y que sea repetible indefinidamente con estadísticas experimentales.
Este concierto «espiritual-noúmeno»
de todo el hombre a lo largo de toda su evolución cultural, es
una realidad empírica concreta que se no puede limitar a
los «fenómenos introspectivos» ni confundirla con ellos.
Es una realidad tan concreta e insoslayable como el mismo empirismo material-fenoménico,
del cual nadie, con un mínimo de cordura, no duda.
Cualquier «materialista»
sabe que «los misterios de la materia» son de aprehensión
y comprensión fenoménica mucho más difícil,
mediata y larga que no los «misterios del espíritu».
El espíritu se impone
a la conciencia de cada persona independientemente de su conducta, de
sus denegaciones, prejuicios, fanatismos... de sus religiones o antireligiones
igualmente fanáticas. El espíritu de comunión, coparticipación
o corresponsabilidad con todos los otros hombres pasados, presentes y
futuros es resentido fulgurantemente, y en los momentos más inesperados,
por cualquier materialista acérrimo, (y conste que consideramos
el materialismo histórico como una de las operativas más
eficaces para perforar el misterio del hombre total), que sabe perfectamente,
en su más profunda y íntima libre conciencia, que este espíritu
es su realidad mas concreta, personalísima e inmediata, pese a
que no tenga instrumentos captores para estudiarla y expresarla. La trascendencia
ética no es el monopolio de ninguna religión. La elevación
de cualquier espíritu libre es la gran victoria de los no-religiosos
y ateos sinceros (y conste que se puede escribir esto siendo, por ejemplo,
un cristiano convencido). Hace falta ser muy «idealista», según
la moda racionalista tradicional, para negar estas dos realidades, las
fenoménicas y las noümènicas, empíricamente
impuestas a nuestra inteligencia total. AL hombre no le queda otro remedio
que aceptarlas, si quiere ser sincero con él mismo, fuera de todo
apriorismo por ideas mal dirigidas (ideológicas) o/y intereses
y pasiones clasistas (afectivo lógicas).
Los «ideales» son
«noúmenos», pero lo son en el sentido cultural-histórico.
Han sido largamente investigados desde tiempos inmemoriales por procedimientos
mágicos primitivos, procedimientos enormemente diferentes de los
de la lógica. Así, los «ideales» han ido recibiendo
una cierta expresión verbal-simbólica-análoga. El
omniracionalismo histórico, pese a su innegable ingeniosidad dialéctica
y también literaria, ha hecho degenerar esta expresión simbólica-análoga
de los ideales en un verbalismo vacío de realidades empíricas-concretas,
el cual es de una gran inanidad humanista y de una mayor ineficiencia
fenoménica. Por ejemplo: «la libertad» se un término
análoga, inventado por la magia más primitiva para designar
«el noúmeno o ideal más originario y original en cada
hombre y en todos los hombres». Ahora bien, la «libertad noüménica»
no puede ser confundida con cualquier fenómeno libertario, ni aun
anti-libertario o allibertario . Proclamar la «libertad sin fenómenos
concretos libertarios es una actitud tan perjudicial como querer tratar
«la libertad» científicamente.
Para una mayor comprensión
del tema podemos sustituir el neologismo «noúmenos» por
el término técnico «ideales». Pero hace falta
tener presente que esta sustitución es una reducción de
la inconmensurable área nouménica a algunos noúmenos
privilegiados por las culturas mágicas más primitivas: cometemos
la incorrección de tomar una parte («los ideales» en
su aceptación corriente) por el todo («los noúmenos»
en toda su real y potencial energía, tan sorpresiva, en toda persona).
Es en este sentido que debemos
considerar «los ideales», igualmente nacientes y renacientes
en la intimidad más profunda del espíritu de cada persona.
Son, tirando por lo bajo, no-fenoménicos; a menudo son
radicalmente anti-fenoménicos, es decir, con una vocación
personal incoercible de modificar los fenómenos que se oponen a
su realización práctica, libertaria, a favor de todos los
hombres. Este «a favor de todos los hombres» es real, pese a
que a menudo quede reducido verbalmente a la sola mujer o al solo esposo,
a los propios hijos, a la propia patria, etc. Este empuje que «el
ideal» genera en la persona para modificar los fenómenos que
se oponen a su acoplamiento, no se para aunque la realización sea
a plazo más largo que la propia vida. La propia rabia y el arrebato
que lo asaltan de un solo golpe, incluso con riesgo de la propia muerte
violenta por hechos naturales o por hechos sociales de tiranía-despotismo,
son inconmensurablemente más grandes y fuertes que la minúscula
persona (individual, colectiva, étnica) que se quiere oponer.
Nota:
1La fenomenológica de Hüsserl ha puesto en claro este carácter fenoménico interno de la eclosión del «noúmeno» inefable de Kant.