6. La pedagogía agonística de Joan Bardina.
Ramón Cortada Corominas.
El intento de Joan Bardina por aplicar los impulsos combativos a la
educación total del hombre constituye una originalidad. Hasta
el momento sólo se habían dado manifestaciones parciales
en este sentido1.
El ascetismo (de una palabra griega que significa ejercicio,
cf. Epicteto, Manual, 47) consiste en la privación y esfuerzo
voluntarios encaminados a obtener un dominio más perfecto de
sí2.
«Sólo luchando se concibe el entrenamiento (...), por esto
las privaciones son la escuela más fecunda de educación (...);
se puede afirmar que el mismo progreso, siendo lucha, sólo por los
rieles de las dificultades vencidas puede avanzar3».
El obrar cobra un especial relieve en su pensamiento, llegando a constituir
una verdadera doctrina de la acción4.
Bardina considera que la virtud no puede ser sino el fruto del esfuerzo
y de una lucha perseverante contra los desarreglos a los que la
naturaleza, dejada a sí misma, está inclinada de hecho. Afirma:
«Quien
actúa se perfecciona, quien huelga se degrada (...), la lucha
es connatural al hombre5».
No concibe la vida moral faltando la ascesis, y aquélla le es indispensable
al hombre. «La moral es al alma lo que el oxígeno a la sangre.
Sin ella la energía podría ser brutalidad, y entonces no
fuera verdadera energía6».
Así pues, el ascetismo será el medio práctico más
seguro para fortalecer nuestra voluntad y sacrificar los gustos
sensibles al deber. El dominio de sí y del mundo exterior, y como
consecuencia la autorrealización fundada en ideales practicables
constituirán las manifestaciones del fin de la lucha ascética.
1. La atención voluntaria.
El fenómeno de la atención era objeto de estudio por autores
coetáneos7.
Se define Como una determinada orientación de Conocimiento, sensible
o intelectual, aplicada por diversos medios a un objeto aislado de los
demás por el interés que presenta. Bardina atiende de forma
especial a la atención voluntaria, analizando tanto la atención
subjetiva (reflexión) Como la objetiva (observación),
infiriendo oportunas aplicaciones pedagógicas. Observa cómo
los hombres huyen de sí mismos, siendo atraídos por los demás8.
«Las leyes sociales -afirma- les protegen; el reglamento de despacho
les marca sus deberes; el jefe de oficina les guía por el cabestro;
la moda les dicta trajes y ademanes; la rutina les lleva de la mano; la
máquina social montada para el rebaño inmenso, se lo suple
todo, dispensándole de pensar, de querer, de cavilar, de orientarse9».
Bardina se lamenta de que si bien muchos conocen «las profundas disquisiciones
de nuestra educación imbécil», desconocen, en cambio,
qué pasa allá en los adentros de ellos mismos10.
El conocimiento del yo y de las circunstancias constituirán el requisito
indispensable sobre e! que habrá de basarse nuestro esfuerzo. «Toda
lucha es algo concreto: se trata de ti, de hoy, de aquí11».
La importancia de la atención voluntaria está en que ésta
depende de la iniciativa del sujeto y no de la atracción del objeto.
a) La reflexión.
Bardina toma el término reflexión como la actualidad
de una conciencia de subjetividad, es decir, el acto por el que yo
afirmo y asumo ejercitándola mi propia subjetividad. La capacidad
de atención voluntaria será la que definirá el grado
de energía intelectual. «El hombre circunstancial que desconoce
su interior, derrama estúltamente sus fuerzas (...). La atención
es fijar en el alma un estado de conciencia (...), lo cual exige
un esfuerzo12».
Se trata de medir las propias fuerzas y canalizarlas adecuadamente, con
lo que la atención se nos presenta como conquista personal,
debiendo preceder siempre a la acción13.
Si el fin inmediato de la atención es el conocimiento de la verdad14,
el fin mediato será el fortalecimiento de la voluntad, así
lo reconocen destacados ascetas de nuestras letras15.
En este sentido afirma Bardina: «Atención es sinónimo
de concentración, esto es, de silencio y recogimiento, condiciones
necesarias para la exploración del yo (...), y de acumulación
de fuerzas16».
Así, los conocimientos, por vía de reflexión, despertarán
decisiones de la voluntad.
b) La observación.
La atención objetiva se caracteriza por el hecho de ser
yo simple espectador y de buscar una adaptación física
y mental a la situación dada, para comprenderla mejor. Bardina apunta
a la necesidad de una visión justa de las cosas17,
sin la cual no es posible escoger los medios adecuados. «El solemne
silencio
de las cosas -ese silencio misterioso que se percibe en medio del ensordecedor
ruido de los acontecimientos- te enseñará en gran manera.
Las cosas renovarán constantemente los motivos de interés,
fortaleciendo tu entusiasmo; (...)18».
Cree necesario que el ideal conducente a la mejora personal y de la comunidad
esté en contacto con el mundo exterior y las gentes, es decir,
con el no yo19.
«Se precisa una adaptación de nosotros a la forma de lo conquistable
(...), sin encerrarnos en la torre de marfil de nuestro yo20».
Bardina pone de manifiesto las más esenciales y profundas aspiraciones
de la naturaleza humana, es decir, la doble necesidad de conocer y de
amar. Por el pensamiento el hombre es capaz de dominar y comprender
el mundo, y en y por el amor aspira a poseerlo. La posesión supondrá
el despliegue de una actividad21.
En este sentido afirma: «Con este amor has de entrar en el estudio
del mundo y del hombre. Debes conocerlos suficientemente, para subyugarles
ya la vez gozarles. Pero que el mundo sea bello y los hombres te sonrían
no quiere decir que debas ir tras ellos pasivamente (...). Goza del mundo
empujándolo
hacia la perfección22».
Conocimiento y amor que deberán hacerse compatibles con nuestro
actuar
libre. «Debemos -dice- ser sensibles a toda vibración
de las cosas, a toda palpitación de los hombres, a condición
de mantenernos libres, (...)23».
2. Autodominio y realización de valores.
El ascetismo está ordenado por esencia a hacer prevalecer en
la vida la ley de la recta razón, por tanto su ejercicio
deberá estar regulado por las exigencias de la razón. En
este sentido afirma: «Atiende a las leyes de la lógica y del
sentido común24».
Ello supone y exige diversas medidas, según temperamentos,
medios, edades y estados, al menos en las virtudes en las que lo que es
razonable depende de las circunstancias personales tanto y más que
de las objetivas. Por eso, es perfección y no mediocridad saber
hallar la medida exacta de lo que conviene. «La conquista de mí
mismo (...) exige, pues, un rudo trabajo. Es necesario que yo me dé
una ley para mí mismo y que la cumpla25».
Del examen de las propias fuerzas debemos sacar un juicio práctico
sobre el valor de uno mismo (...). El sentimiento del valor propio
espoleará tu responsabilidad. El propio conocimiento facilitará
la concentración, economía, dirección, lugar y tiempo
de aplicación de los propios esfuerzos26».
Consecuencia de este conocerse será la serenidad en la acción,
actividad
consciente y dueña de sí, es decir, actividad humana.
«Se trata de poner por obra nuestras propias posibilidades
(...); se trata de no ser juguete pasivo de los hombres y de las circunstancias27».
Bardina entiende que el desarrollo personal será posible si somos
capaces de decidir de acuerdo con la propia razón, lo cual supone
saber
valorar, tener criterio propio, apuntando a un verdadero
ideal practicable28.
De los impulsivos afirma: «Son una caricatura del hombre de fuerza,
de carácter y de ideal, cuya esencia íntima es el dominio
y la independencia. La energía es, por encima de todo, gradación,
medida,
exactitud, dominio de sí, ideas directrices. Traspasar ciegamente
no es dar sabiamente en el punto crítico29».
Por ello, el impetuoso está dominado por las circunstancias externas
sin poder de dirección (autodirección). Bardina otorga una
gran importancia a las ideas y a su cultivo: «Las ideas gobiernan
el mundo y mueven los brazos (...). Las ideas son proyectos..., realizarlos
es cultivar las ideas30».
Cree que la fuerza potencial de las ideas, su valor operativo,
sólo se actualiza por el sentimiento. Este es el regulador
de la actividad, favoreciendo o paralizando la acción. «El
sentimiento es puente de unión entre la idea y la materia. La inteligencia
reina, el sentimiento gobierna (...). El sentimiento humaniza la idea31».
Observa cómo la necesidad y el interés van
unidos. El interés por una cosa será el efecto de la necesidad
de ella. «Necesidad de atacar los vicios con ideas, sí, pero
rodeándolas y vivificándolas con razones sentimentales
y haciéndolas centro de interés humano, arrancándolas
del plano frío de la intelectualidad pura32».
Para Bardina, el amor al ideal practicable y la adquisición
de la virtud, engendran la alegría de la buena conciencia.
«La alegría de vivir sólo la saborean las almas enérgicas
( ...). Quien busca la actividad, halla felicidad. En cambio, quien la
busca directamente, fuera de las vías de la acción, no la
hallará nunca33».
Considera que la voluntad libre es el principio esencial de los actos humanos.
Ahora bien, el acto humano es a menudo aumentado o disminuido por las disposiciones
morales (pasiones y hábitos) que se añaden a la voluntad
influyendo en su elección. La virtud (del radical vir(vis)
que indica idea de fortaleza) califica, en general, a la energía
de la voluntad. Estima que la buena voluntad, junto con una práctica
perseverante, engendrará la virtud. Ésta es, pues, esencialmente
personal, es decir, fruto del esfuerzo constante de cada uno.
Así, por el hábito del bien, el hombre será capaz
de atender al cumplimiento de sus deberes. En este sentido afirma: «La
voluntad, el propio dominio, no lo tenemos por herencia. Debemos,
pues, adquirirlo por conquista..., la continuidad, la paciente
perseverancia lo es todo..., debemos ejercitarla en obras humildes
de cada día (...). La energía es la voluntad reinando y conquistando...,
la alegría y la felicidad son hijas de la energía..., la
felicidad
del propio perfeccionamiento (...)34».
Para Bardina, las pasiones racionales (pasiones superiores) son
fecundas por sí mismas, pues exaltan lo que hay de mejor en nosotros
y manifiestan la ambición del hombre de irse superando constantemente.
«Las pasiones, (...), son colosales instrumentos de acción
que han de saberse manejar. (...) Sólo con semejantes ministros
podrá reinar en tu ser el ideal que te hayas forjado, al servicio
de tu idea; este ideal que debe constituir la orientación y la finalidad
de tu accionar continuo, de tus luchas sin tregua35».
Considera que las grandes pasiones requieren la entrega total del hombre,
haciendo una severa crítica a los que dejan llevarse de la indiferencia36.
Otorga importancia a la higiene corporal, pues la considera necesaria
para el desarrollo armónico de todas nuestras potencialidades.
«Con buena base física, la inteligencia se desarrolla ordenada
y vigorosamente, (...). Por el camino del cuerpo dominarás tu alma37».
El desasimiento de las cosas, la mortificación, el
orden,
la efectividad (concreción) imprimirán carácter
a la acción en la lucha diaria. «La lucha es ya una mortificación,
(...). Haz ayunar tu cuerpo, si pretende hacer de bestia. (...) Mortifica
también tu alma: calla a tiempo, poda tus vicios38».
«Ordenar la acción quiere decir ser amo absoluto de ella.
( ...) Ordenar las cosas es ponerlas en su lugar tal cual les pertenece.
y esto es tanto más difícil cuanto que suele confundirse
el orden, que es algo vital e interior, con una seca reglamentación
externa, encasilladora y moldeante, pero de ningún modo ordenatriz39».
Concreta.
No digas: soy perezoso; sino: soy perezoso en tal cosa o asunto40».
Bardina parte de la concepción del hombre como persona,
como sujeto activo frente al mundo (realidades humanas y materiales),
coadyuvando al progreso colectivo en el que está comprometido.
Se trata de poner en práctica actitudes y hábitos
que, a través de la comunicación con los otros, nos muevan,
sin dejamos llevar por las circunstancias, a una participación
libre y creadora. «Lo externo se filtra en nuestro interior,
reemplazándonos a nosotros mismos (...). Se trata de independizarse
«mecánicamente» de las cosas que te agarran. (...) Saber
utilizar las cosas, estando despegados de ellas..., de aprender a orientarse
entre los demás..., de moverse inteligentemente en medio de los
intereses externos41».
La confianza, entendida como aceptación sincera de los
demás, facilitará la colaboración en lá
tarea
común. «No renegar del medio (cosas, hombres, ideas, tradición,
etc.) ponderándolo y aclarando su calidad. (...) Laborar por la
felicidad ajena, a pesar de los defectos que tengan. (...) La colaboración
es mutuo mejoramiento, solidaridad integral, dignificación
de lo existente con sentido de evolución42».
Ello será posible si actuamos con sentido de responsabilidad
y entrega personal (amor). En este sentido afirma: «Evitar
la frivolidad en el contacto con los hombres y las cosas... Los frívolos
confunden el movimiento con la eficacia, el ruido y la agitación
con el trabajo creador. (...) El amor por las cosas engendra la
diligencia, el trabajo y el progreso43».
La pedagogía ascética, en Bardina, presupone una antropología,
un conocimiento adecuado del hombre. El auto dominio y la realización
de unos valores para la consecución de unos ideales habrán
de contribuir al propio perfeccionamiento.
Notas:
1Aparte
de Bardina, hasta la obra, de carácter sistemático, de V.
García Hoz, Pedagogía de la lucha ascética
(1946), desconocemos otros intentos de construir una técnica total
de educación fundada en los hechos combativos.
2Se
entendió, especialmente dentro del cristianismo, como un entrenamiento
espiritual al objeto de adquirir un cierto hábito de perfección,
distinguiéndose de la austeridad y del misticismo. Su función
en la vida humana ha sido debatida por pensadores con. temporáneos:
Nietzche, Genealogía de la moral (¿Qué significan
las ideas ascéticas?, en la parte III) (1887); Max Scheler, El
resentimiento en la formación de las doctrinas morales (trad.
cast. 1938); Max Weber, en el trabajo: «Die protestantiche ethik
un der Geist des Kapitalismus» (1904-1905).
3J.
Bardina, La energía de la voluntad. Ed. F. Granada y Cía.,
Barcelona, 1916 (4ª. ed.) , p. 279.
4Observamos
algunas analogías con Maurice Blondel, L'Action, 1893, en
que se plantea en su indivisible unidad el triple problema del pensar,
del obrar y del ser.
5J.
Bardina, o. c., p. 65.
6J.
Bardina, o. c., p. 242.
7T.
Ribot, Psycologie de l'attention, 1885; Harry E. Kohn, Zur Theorie
der Aufmeksamkeit, 1895; W. B. Pillsburg, L'attention, 1906;
E. Düpp, Die Lehere von der Aufmerksamkeit, 1907; Husserl,
Investigaciones
lógicas, 1900-1901, trad. Morente-Gaos, t. II, cap. II; P. Janet,
Nevroses
et idées fixes, 1898; Meunier,
Pathologie de l'attention,
1908.
8J.
Bardina, o. c., p. 80.
9Ib.,
p. 81.
10Ib.,
p. 79.
11J.
Bardina, 0. c., p. 77.
12Ib.,
pp. 87-89.
13Ib.,
p. 90.
14A.
de Alvarado, Arte de bien vivir, libro II, cap. XXXVIII, n.º
8, p. 278.
15A.
de Alvarado, o. c.; Fr. Juan de los Ángeles, Conquista, Diálogo
VIII, VI, p. 318; P. La Puente, Guía espiritual, trat. II,
cap. I; B. Ávila, Epistolario.
16J.
Bardina, o. c., p. 90.
17Ib.,
o. c., p. 146.
18Ib.,
p. 157.
19Ib.,
p. 146.
20Ib.,
p. 147.
21Pascal
desarrolla este tema en numerosos textos de sus Pensamientos.
22J.
Bardina, o. c., pp. 156 s.
23Ib.,
p. 158.
24Ib.,
p. 116. El principio de la moral estoica y de las morales racionalistas
afirman que se ha de vivir conforme a la naturaleza y para esto obedecer
a la ley de la razón. Bardina acepta este principio dentro de un
eudemonismo
objetivo, con lo que queda salvaguardada la Autonomía del
agente moral.
25Ib.,
p. 249. El ascetismo está sometido a la regla del justo medio
(que no es de orden cuantitativo, sino racional), siendo su fin asegurar
el dominio de sí.
26Ib.,
p. 86.
27Ib.,
o. c., p. 85.
28Ib.,
pp. 134 s.
29Ib.,
pp. 137-140.
30Ib.,
pp. 111-122.
31Ib.,
pp. 123-135.
32Ib.,
p. 128. Coincide con la formulación de la ley funcional de la
necesidad o del interés de Claparède.
33Ib.,
p. 290.
34Ib.,
pp. 229, 235, 279, 289 ss.
35Ib.,
p. 134.
36Ib.,
pp. 133 s. H. Bergson dio también gran importancia al valor de las
pasiones, pues, como ha escrito, todos los progresos de la humanidad son
obra de las grandes pasiones.
37Ib.,
pp. 202, 248.
38Ib.,
p. 240.
39Ib.,
p. 158.
40Ib.,
p. 246.
41Ib.,
pp. 83, 102, 170 s.
42Ib.,
pp. 102, 169.
43Ib.,
pp. 163, 171.