2. La pedagogía política de Bardina.
Claudio Lozano.
«La enseñanza pública, en sus diferentes
ramos y grados, deberá organizarse de manera adecuada a las necesidades
y carácter de la civilización de Cataluña».
De la Cataluña de comienzos de siglo viene hablándose como
de la adelantada española en materia educativa. Las decenas de experiencias
pedagógicas vividas entonces, las emotivas dedicaciones personales
de centenares de maestros públicos y privados a tal causa, la impronta
que en el país han dejado ejecutorias como las de Prat de la Riba,
desde su empleo de político, Domenech i Muntaner, o las de Pijoán,
Ors, Rubió, Puig i Cadafalch..., confirmaron la tradición
educadora catalana e hicieron posible, primero con la experiencia de la
Mancomunidad y más tarde con la menguada autonomía del Estatuto
de 1932, un aprovechamiento casi integral de los reducidos medios con que
se contó.
El movimiento de la «Renovació Pedagògica»
iniciado de forma pública con el Congreso de Pedagogía de
1888, con motivo de la Exposición Universal de Barcelona, va a catalanizarse
definitivamente, primero, con el acuerdo de las Bases de Manresa,
en las cuales se afirmaba que «La enseñanza pública,
en sus diferentes especialidades y grados, habrá de ser organizada
de manera adecuada a las necesidades y el carácter de la civilización
de Cataluña...», y, más tarde, en 1907-1923, período
que comprende desde la ascensión de Prat de la Riba a la presidencia
de la Diputación de Barcelona, hasta la instauración de la
primera dictadura, con el poder ejecutivo en manos de Primo de Rivera.
Los quince años que van de 1892 a 1907 fueron de una ebullición
extraordinaria en el intento de resolver el problema de la escuela y la
cultura nacionales. El regeneracionismo tuvo en Cataluña ese matiz
distintivo: bajo la común aspiración de renovar espiritualmente
al hombre catalán mediante la extensión y propaganda de la
cultura, se alcanzaron logros importantes: se orientó al Magisterio
a ser la fuerza renovadora; se cubrieron amplias campañas, singularmente
desde el periódico de la «Lliga», La Veu de Catalunya,
y se crearon instituciones donde, con carácter reducido y experimental,
a la espera de la oportunidad política y fraguándola al mismo
tiempo, se creó el concepto y la práctica de una pedagogía
nacional catalana. Alma de esa realización fue un hombre perfectamente
desconocido en España, Cataluña incluida: Joan Bardina, samboyano,
intelectual orgánico de Prat de la Riba durante varios años,
maestro, licenciado en Letras, polémico propagandista en los periódicos
y en las tribunas, autor de decenas de libros y folletos y centenares de
artículos, fundador de varias de las mejores revistas pedagógicas
de su tiempo, autor de textos escolares catalanes, creador, en fin, de
uno de los intentos más acabados de renovar la escuela española
de abajo a arriba: la «Escola de Mestres», que funcionó
en Barcelona desde 1906 a 1910 formando hornadas da maestros que aún
hoy, como más tarde ocurrirá con los del Plan Profesional
de 1931, portan esa diferencia, ese sello distintivo, de la exigencia y
eficacias intelectuales.
Prat de la Riba supo rodearse de hombres idóneos para su política,
minoritaria como era ante lerrouxistas y otras fuerzas catalanistas. Les
impulsó a hacer cosas, a presentarlas públicamente, a lograr
apoyo a esa gestión. Fueron su escaparate y los peldaños
de su ascensión política: «...Cuando un grupo de capitalistas
catalanes financia instituciones culturales, fundaciones y envía
becarios al extranjero, lo que se propone es crear sus propios cuadros
intelectuales, sus intelectuales orgánicos. Sabido es que
la función de éstos es asegurar la hegemonía de la
clase dominante a través de la organización del consentimiento.
Una tarea crucial, al respecto, es conseguir el apoyo político e
ideológico de las capas medias, o, por lo menos, neutralizarlas,
en su conflicto fundamental con las clases trabajadoras...», ha escrito
Solé-Tura1,
y es verdad, fundamentalmente. El papel de esos intelectuales reseñados
fue presentar como de toda Cataluña aquellos Estudis Universitaris
Catalans, Institut d'Estudis Catalans, Junta de Museos, la Biblioteca de
Catalunya..., hablar de cultura y educación a un país
atravesado políticamente por una grave crisis de convivencia de
las clases y poner el acento, como punto álgido de un programa político,
en esa educación. La revolución desde enmedio a través
de las ventajas del proteccionismo, pactando hasta lo decoroso con el Estado,
y pulsando la tecla visceral del catalanismo de las capas medias mediante
campañas escolares sostenidas en medio del ambiente de una Barcelona
estadísticamente analfabeta2.
Como diría el mismo Bardina: «...Los detractores de todo lo
catalán (...) constatan la gran masa de analfabetos de Barcelona»!.
Como si no fuesen inmigrantes no catalanes casi todos ellos3!.
Pero es innegable su esfuerzo, su labor tenaz y solitaria: la personal
aventura de un Pijoán, de un Bardina, enfrentándose a quienes
luego engullirían como suyos los desvelos y los éxitos de
aquéllos4,
muestra la línea de demarcación, los períodos y planos
de actuación, las luces y las sombras de todo intento de reducción
del papel de Prat de la Riba y sus hombres de confianza, así como
de todo empeño de mitificación. En educación ahí
están, junto a la tradición pedagógica obrerista,
los logros de esos años hacia las capas medias catalanas: Bardina
y luego Homs, Palau Vera, Ainaud y Galí, fueron los instruinentos
de Prat de la Riba. Sobre todo, y primero, Bardina. Por eso nos ocupamos
de él.
Carlista nostálgico5,
con ese aire de tradición rural catalana que significaba el carlismo
derrotado en la última guerra civil, carlismo aprendido en la casa
rectoral, del cura de su pueblo, Joan Bardina fue de siempre un prolífico
y polémico publicista: primero en Lo Mestre Tites, enfant
terrible, uno de ellos, de la prensa barcelonesa de sus días; luego,
el El Correo Catalán, con vuelta a La Barretina. Fue
entonces, después de la intentona carlista de Badalona, en 1902,
cuando Bardina, que a sus diez años de Seminario va a unir la Licenciatura
y, por lo que pudiera venir, el título oficial de maestro, se engancha
en el carro de los hombres de la «Lliga». Debuta en La Veu
en octubre de 1902 y desde siempre con un designio: la enseñanza
primaria que necesita Cataluña. Había que hacer un país
rico, le diría Prat a Pijoán. y había que asegurar
y, primero, sustentar esa riqueza. La escuela, como en Joaquín Costa,
llave de la despensa. Pero desde el punto de vista catalán, es decir:
«si un poble és un poble, és a dir, conjunt caracterisat
y personificat; si té son clima y son terrer y son temperament y
son cervell especial y sos vicis y ses qualitats, l'Educació té
de tenir una faisó absolutament nacionalista6».
La autonomía y el uso de la propia lengua son factores importantes
pero no los fundamentales para cristalizar una educación catalana.
Bardina esboza una especie de voluntarismo pedagógico7,
donde la convicción, el ejemplo, una buena dieta alimenticia, un
ideal de misión, la gimnasia sueca, un conocimiento de las tradiciones
educativas ejemplares: la de los Estados Unidos, por ejemplo, un dominio
y puesta al día de la renovación metodológica de la
Escuela Nueva, etc., se aúnan y sirven para concienciar al maestro,
base de la reforma.
Pero Bardina no se contenta con el primer escalón: él
tiene una visión global de lo que ha de ser el sistema educativo
nacional: le preocupa el administrativismo, como soporte o escotilla de
fuga, para la remo delación de la escuela y el aparato escolar8.
Además de sus artículos, viaja, pronuncia conferencias, intenta
agrupar a los maestros públicos, iniciadores del movimiento de renovación
pedagógica -como ha mostrado Josep Pallach en su Memoria Doctoral9-,
reticentes a las iniciativas privadas del catalanismo, junto a los maestros
privados, aprovechando el desdichado decreto del conde de Romanones, en
1902, prohibiendo enseñar en catalán la doctrina cristiana.
Participa en el Congreso Universitario Catalán de 1903, comentando
una enmienda sobre «Organización de la Universidad Catalana»,
mencionando algunas de las bases sobre las que llegará, atenuada,
la autonomía de 193310;
afirma que «la lengua catalana es la única apta para la educación
integral de los catalanes, pequeños y mayores», en una comunicación
al Primer Congreso Internacional de la Lengua Catalana, en octubre de 190611,
fecha de fundación de una institución única en la
historia de la educación catalana, la «Escola de Mestres»:
Prat de la Riba, electo diputado en 1905, regresó a la tierra,
después de un período de reposo en los Alpes, con nuevos
bríos: en sus contactos con Bardina habían pergeñado
un colosal proyecto de escolarización masiva de Cataluña:
crear un Patronato que erigiese y rigiese 4.000 escuelas, con un presupuesto
anual de más de siete millones de pesetas12.
El proyecto se orilló a la vista de la coyuntura en las elecciones
municipales y provinciales: Prat, haciendo una vez más de la política
el arte de lo posible, lo archivó para tiempos mejores. A Bardina
le fue llegada la ocasión: aunque coautor del proyecto, siempre
temió que naciera desenraizado de lo que era y precisaba Cataluña;
su espíritu prefería la prédica sostenida, la restauración
y reforma de lo existente, con influencias visibles en el movimiento pedagógico
nacional, del que conocía la pujanza. Así que ensayó
un intento de laboratorio educativo para Cataluña: una institución
donde se formasen maestros catalanistas de pies a cabeza, pero rigurosamente
y con la pedagogía por delante. Centro privado, los alumnos seleccionados
psicotécnicamente de entre la población escolar, cursaban
como libres los estudios correspondientes a Magisterio y, además,
recibían un entrenamiento especial de acuerdo al fin a que se les
destinaba. Con el título oficial bajo el brazo eran maestros, pero
maestros harto diferentes: era esa obra, lentísima, de abajo a arriba,
pensada escrupulosamente, la que se impuso Bardina heroicamente: los alumnos
eran becados por instituciones y socios protectores, entre los que contó
el cardenal Casañas. Los profesores lo hacían gratis. Bardina
y su mujer, casual y desgraciadamente emparentados sólo durante
la experiencia de la «Escola de Mestres», oficiaban de esposos
Curie a la catalana, en medio de aquel aparato destinado a mejorar la raza
del país, como decía enfáticamente el nuevo apóstol.
A la «Escola» no le faltaba de nada, excepto medios económicos.
Profesores lo fueron, entre otros, Carner, Pijoan, Rahola, Jové,
Galí, Bulbena, Kirchner, Bellido..., de cursos tan sigulares como
«Gimnasia Sueca», «Pedagogía Nacional Catalana»,
«Higiene», «Estética», «Industria»,
«Cortesía y Trato Social», «Cocina», «Tornería»,
«Marquetería», «Trabajos Agrícolas»...,
de acuerdo con un designio que Bardina se encargó de ir difundiendo
desde la Cátedra de Pedagogía Nacional de los Estudis Universitaris
Catalans: «...Una buena educación (...) habrá de fundamentarse
sobre el nacionalismo, recibir un impulso nacionalista, respirar un ambiente
nacional... El cosmopolitismo es la materia; el nacionalismo, la forma;
el individualismo, el aspecto externo de todo sistema educativo. En España
falta de todo (...); aquí, a los sucios locales, a los embrutecidos
maestros, a los vergonzosos sueldos, al material inservible, se une la
esterilidad del cosmopolitismo, la informe pedagogía rutinaria,
o, al menos, la desvaída implantación, no asimilada ni comprendida,
de las experiencias foráneas... Estudiar, como base, la teoría
de las nacionalidades y el carácter de la nuestra; deducir, en consecuencia,
los mejores procedimientos de educación física, moral, de
desarrollo de la voluntad, de metodología didáctica, para
las escuelas de Cataluña. Afianzar las virtudes colectivas catalanas;
desviar los vicios nacionales y convertirlos en pasiones activas y eficaces,
que nos impulsen al bien en todos los sentidos... Todo esto es, naturalmente,
trabajo incipiente: la psicología nacional no ha encontrado aún
su camino; los estudios positivistas fisiológicos y anímicos
están sólo en su primera fase entre nosotros...13».
La «Escola de Mestres» fue un modelo de pedagogía
activa, correctamente entendida. El clima de libertad, de creatividad,
de exigencia intelectual mutua entre profesores y alumnos, el aliento poético,
el elan educador de Bardina, convirtió lo que en otras manos hubiera
sido un gymnasium a la prusiana en una institución cuya huella perdura
indeleble en quienes pasaron por sus aulas.
La política lo arrolló todo. Sujeta como estaba a la beneficencia
ajena, la «Escola» no pudo sobrevivir. Ni siquiera ayudas que,
como la de Prat de la Riba, o, mejor, la de la Diputación de Barcelona,
parecían obligadas, se cumplieron. Hubo una especie de estigmatización
política hacia Bardina, él personalmente tan poco sospechoso14:
1908 se recuerda todavía en Barcelona como el año del presupuesto
extraordinario de Cultura del Ayuntamiento: la capital figuraba entre las
diez últimas de España en cuanto a población alfabetizada.
Decidido a poner fin a tal estado y a integrar a la masa inmigratoria que
sesgaba las estadísticas, el Consistorio decidió construir,
como primer paso, cuatro grandes grupos escolares, germen de un Patronato
Escolar. Las excusas ideológicas de la laicidad y la coeducación
contenidas en el proyecto, fueron los arietes al intento y Bardina, como
inspirador, entre otros, del proyecto, se convirtió en un «outsider».
Prat de la Riba ya no contará con él; la cátedra de
«Pedagogía Nacional» será suspendida...15.
A partir de ahí, con el vuelco de la Semana Trágica, el relevo
político se produce. y Bardina, como en este terreno otros, se verá
convertido en un defenestrado «avant la lettre» (con referencia
a Xènius). En 1910, poco después de la clausura forzosa de
la «Escola de Mestres», se le muere su compañera, Josepa
Soronellas i Sobré, a los treinta años. Un ciclo vital se
ha cerrado para el hombre que, pensando en Cataluña, diseñó
y realizó, a solas, un programa de adecentamiento del país:
desde gacetillas en la prensa sobre los acontecimientos pedagógicos
más relevantes que tenían por sede Barcelona, la celebración
y formación en ateneos y centros culturales de secciones de educación
y enseñanza, hasta la fundación y dirección de una
excelente biblioteca de textos escolares, pasando por la creación
de revistas como Revista Catalana d'Educació, Revista de Educación,
que, más tarde con Quaderns d'Estudi y Revista de Pedagogía,
y antes y después con el Boletín de la Institución
Libre de Enseñanza, han sido las publicaciones de tema educativo
con más categoría de la España contemporánea.
La galería de tópicos que distingue entre «arrauxats»
y «assenyats», que cita con frecuencia aquella de «català
aventurer», que menciona que la condición natural del catalán
es el exilio, etc..., tiene en Bardina una buena presa. Un hombre que se
fue de su tierra comido de deudas por habérsele ocurrido crear una
escuela para formar maestros; un hombre al que su mentor político
tendió puente de plata para quitárselo de encima. Un hombre
que en el exilio forzoso escribe a un querido discípulo: «He
de hacer lo imposible para que se olviden hasta de mi nombre». Un
personaje casi desaparecido de la Historia de Cataluña: el 27 de
mayo de 1977 se cumplieron, en el mayor de los olvidos, 100 años
de su nacimiento en Sant Boi de Llobregat.
Bardina fue, sin duda, un personaje extraordinario. Por su temperamento,
su extraordinaria curiosidad intelectual, su acervo cultural, repleto de
matices, su dilettantismo, su singular trayectoria política, puede
ser considerado el prototipo de Clerc, de Clerc traicionado, la cabeza
dirigente de tantas empresas culturales catalanas. Su singularidad radica
en su compromiso, tan distinto al de sus coetáneos y correligionarios
ocasionales: fue carlino hasta la médula, pedagogo hasta dejar la
política para bajar -¿o subir?- a la escuela y dejar en ella
años y labores extraordinarias. y radical en su apartamiento de
Cataluña. No fue un político, un educador, un agitador, un
propagandista, un animador cultural... sino todo ello en una sola pieza
y con 30 años de adelanto a su tiempo. Un inventor, tal vez, como
lo ha llamado Galí, pero, sobre todo, un alto ejemplo personal de
víctima de las contradicciones, las falacias y las injusticias de
una política nacional burguesa de estrechas posibilidades.
Hay un capítulo, tal vez el más fecundo de su vida, que
se nos escapa hoy al trazar la biografía de Bardina: su estancia
en Latinoamérica, hasta la muerte. E ahí donde el investigador
descubrirá la radical naturaleza política, pública,
de la obra del samboyano, y siempre orientada a la educación. Ahí
está La Semana Internacional para quien quiera reparar una
injusticia: el olvido de su nombre y la ignorancia de su obra, aquí,
en su tierra.
Nota:
1«Notas
sobre el nacionalismo catalán de la postguerra». En Las
Ideologías en la España de Hoy, Seminarios y Ediciones,
«Hora H», Madrid, 1972, pág. 208. Ocioso es seña-
lar el origen gramsciano de tal distingo: vid. Los Intelectuales y la
organización de la cultura, Nueva Visión, Buenos Aires,
1969.
2Barcelona
presentó siempre ese sesgo estadístico: vid. Anuario Estadístico
de la ciudad de Barcelona, año I, 1902, pp. 125 ss. y 273 ss.
En 1910, un 41,69 % de la población provincial barcelonesa no
sabían leer ni escribir: Enciclopedia Espasa, sobre el Censo
de 1910, p. 1.078.
Aún en 1932 esta situación perduraba, acrecentada: de
una población. escolar de 185.150 niños, sólo estaban
matriculados en Primera Enseñanza 56.423, lo que representaba una
tasa escolar del 30,4 %, superior, con todo, a la tasa provincial, que
era del 25,6.
3El
valor de la educación, Barcelona, 1908, p. 9.
4Existe
una literatura abundante sobre la «murreria» de Prat de la
Riba, ese no desmentir éxitos ajenos atribuidos a él. Cf.,
por ejemplo, E. Jardí: Tres diguem-ne desarrelats. Pijoan. Ors.
Gaziel. Selecta, 386, Barcelona, 1966, p. 135.
5En
1900 Bardina era un publicista reconocido del carlismo: folletos como Catalunya
Autónoma, Orígenes históricos del carlismo, Programa
carlista comparat, Aparisi y Guijarro, etc., eran muy conocidos y habían
aparecido varias ediciones. El carlismo de Bardina, que pretendía
entroncar con el reaccionarismo de Inguanzo y el Filósofo Rancio,
podía condensarse en: independencia de Catalunya, dentro de la unidad
federal ibérica; Cortes catalanas; Tribunal Supremo para Catalunya;
Ministerios catalanes; Lengua propia, con reconocimiento político;
concierto económico con el Estado Central. Todo ello, basado en
el programa de Carlos VII, yendo mucho más allá, según
Bardina, que las Bases de Manresa, promulgadas 22 años después
que el programa de aquél. El pensamiento de Bardina era entonces
una curiosa mezcla de heterogéneos elementos, progresistas y tradicionales
políticamente, oscilando entre el radicalismo político y
el cavernicolismo religioso. Un buen ejemplo de ello lo constituye su esbozo
de biografía de don Antonio Aparisi y Guijarro, del que ya en 1873
había publicado D. León Galindo una expresiva miscelánea.
6El
valor de la educació, cit., p. 10.
7Escola
de Mestres. Memoria del curs 1907-1908. Any 2on. de son funcionament,
per Joan Bardina, Director. Barcelona, 1908, pp. 26 ss.
8Joan
Bardina, Informe sobre el projecte de Llei d'Administració Local.
1907.
Fascicle dels Estudis Universitaris Catalans, maig-juny 1907.
9Josep
Pallach i Carol, Los Maestros Públicos de Gerona y los orígenes
de la renovación pedagógica en Cataluña (1901-1908).
Universidad Autónoma de Barcelona. Tesis Doctoral publicada por
CEAC, Barcelona.
10Bardina
no participó en el Congreso en calidad de ponente sino en defensa
de la enmienda de D. Lluís Domenech i Muntaner, respondiendo a la
ponencia de D. Domingo Martí i Julià sobre la organización
de la Universidad Catalana. El sentido de la enmienda era quitar rigidez
y reglamentismo a la propuesta sobre la organización de la Universidad
Catalana, introduciendo autonomía en la autonomía, siguiendo
el modelo alemán, dividiendo a la Universidad en Estudis Generals
y Escoles Techniques, sobre el pivote de la figura del privatdozen y alta
selección cultural del alumnado. En realidad, no hubo apenas diálogo
ya Bardina, que sentó cátedra de polemista y pedagogo, no
se le tuvo en cuenta ni una sola de sus objeciones. Cfrs. Primer Congres
Universitari Catalá. 1903. Barcelona, Estampa d'En Joseph Cunill,
1905, 240 pp., 97 a 104.
11Los
estudios sobre nacionalismo han puesto reiteradamente de manifiesto el
papel del uso de la propia lengua como llave casi maestra en la tarea de
configurar un nuevo espacio político (Cfrs., por ejemplo, J. Solé-Tura:
«Historiografía y Nacionalismo», en Once Ensayos
sobre la Historia, Rioduero, Madrid, 1976, p. 95). En este sentido,
en Cataluña, y desde el punto de vista educativo, que aquí
nos interesa reseñar, ya el Congreso Nacional Pedagógico
de 1888, en su quinta sesión había debatido el tema
«En las provincias del Norte y del Este de España, donde
no es nativa la lengua castellana, ¿qué procedimientos deben
emplearse para enseñarla a los niños?». Las conclusiones
no se hicieron esperar: «La ciencia Pedagógica reclama que
a los niños se les instruya en la lengua que conocen» (por
mayoría), y «El mejor procedimiento para enseñar a
los niños la lengua castellana, donde ésta no es la nativa,
consiste en la práctica y comparación de aquélla con
la suya propia» (aprobada por mayoría).
Desde que Bori y Fontestá argumentase en ese Congreso que el
catalán era una lengua nacional y que era ése el sentido
de su uso y su obligatoriedad, todo el XIX fue un eco de sus palabras.
Bardina, como pedagogo y, primero, como político carlista se manifestó
siempre en ese sentido, aunque señalando que el uso de la propia
lengua era condición necesaria pero no suficiente para la autonomía
política y cultural: las páginas de Catalunya 1 els Carlins,
El valor de la educació, de sus artículos y folletos,
están llenas de ese matiz. Su paso siguiente fue la especialización
científica y técnica: en el Primer Congrés Internacional
de la Llengua Catalana, al que nos referimos, su comunicación versó
sobre una «Guia pedagogica pera escriure les vocals atones duptoses
ae y ou». En la Sección Social y Jurídica del Congreso,
su ponencia sobre «La llengua catalana es l'única apta,
tractan-se de catalans, pera l'educació integral deIs nois i deIs
grans» y la de Prat de la Riba sobre «Importancia de
la llengua dins del concepte de la nacionalitat», marcaron el
tono y la dirección de los debates.
12Escola
de Mestres. Memoria del curs 1906-1907. Barcelona, 1907, p. 5.
13La
Càtedra de Pedagogia Nacional de los Estudis Universitaris Catalans
inició sus tareas en la Escola de Mestres en octubre de 1907. Bardina
fue uno de los iniciadores de la Psicologia del pueblo catalán,
en la línea de Lazarus y Stenthal y, entre nosotros, pero a mucha
distancia conceptual y científica, Costa y Altamira y un largo etcétera
de epígonos, en los confines del siglo XIX. Sobre la base de la
«pedagogía estimulante» de los Estados Unidos y la construcción
de una Psicología Catalana, Bardina se propuso reformar la mentalidad
de su gente, cuyo carácter estaría constituido así:
«memoria tarda, si be tenaç;
inteligencia oberta;
rahó pesada pera les altes especulacions,
peró ferma y intuitiva pera lo practich inmediat;
avaricia, molt antich;
kabilisme, no tant antich;
esperit emprenedor;
patriotisme».
14Vid.
Octavio Saltor, «Aproximación barcelonesa a un cincuentenario
de Xénius», en Miscellanea Barcinonensis, II, 1962,
pp. 31 a 52, y J. Pijoan, La lluita per la cultura. Edicions 62,
Barcelona, 1968, pp. 73 y ss., y compárese con la opinión
de Bardina sobre Palau Vera y la de Ors y Galí sobre Bardina: eso
explicará exclusiones como la contenida en el Almanach deIs Noucentistes,
donde no aparece Bardina, que, evidentemente, no lo era, pero sí
personajes como Pijoan, Eladi Homs, Palau Vera, etc., que, evidentemente,
tampoco lo eran, etc.
15Para
1908-1909 ya no aparece anunciada la Cátedra de Pedagogía
Nacional: «Circumstancies especials obligaren a sospendre per ara
les llicons de Pedagogia Nacional, a fi d'estudiar ab alguna detenció
con se pot lograr que's pugan fer més assequibles y populars, per
lo qual es una gran dificultat la falta d'horas».