Ara. Sábado, 8/ Domingo, 9 de julio del 2017.
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Opinión.
La profecía autocumplida (1).
Suso de Toro. Domingo, 8 de julio de 2017. 17h22'.
Si finalmente Cataluña se realiza en un estado propio, una República Catalana, será una victoria no del independentismo catalán sino del nacionalismo español. El españolismo centralista es la ideología del Reino de España, pero dentro de este sueño ideológico hay dos tendencias, una constructora y otra destructora.
La constructora es la «progresista», que pretende una España uniforme lingüística y culturalmente y centralizada desde Madrid, una hipercapital que controla las comunicaciones, la política, la ideología y donde residen todas las empresas financieras y de importancia. Esta tendencia pretende que las élites retenedoras del Estado acepten llegar a acuerdos aceptables con las élites de fuera de Madrid, que consideran «locales». La sede de la corte por definición no se considera «local», no es un lugar físico sino de categoría ontológica.
Este españolismo constructivo acepta el «acento» local siempre que sea doméstico e inofensivo para discutir la primacía a la lengua de su estado. En resumen, Madrid y todo lo que es castellano-andaluz son «lo universal», y el resto, «lo particular». La corte es «cosmopolita» y fuera de allí está lo que es «local». La corte, esta fantasmagoría, es su realidad. Esta tendencia la expresaron desde la segunda restauración de la monarquía borbónica el PSOE y el grupo Prisa, pero se actualizó con Podemos y su escenografía castiza en la Puerta del Sol, con la cerveza Mahou en la mano.
La otra tendencia, destructora, es la que gobierna encarnada en el PP de Rajoy. Es la que se vuelve fuerte con la hostilidad y el enfrentamiento con las tendencias políticas, sociales o económicas dentro del Reino y fuera de Madrid. Que individuos como Alfonso Guerra, por ejemplo, no sean de este partido sólo ilustra la transversalidad y la profundidad del españolismo. Esta otra tendencia defiende los mismos intereses que la constructiva pero, por su radicalismo, por su afán de humillar al contrario, consigue poner en peligro el sistema político que defiende y llevarlo a una crisis.
Siguiendo su naturaleza destructora, Rajoy inició una campaña contra intereses catalanes y recurrió el Estatuto ante un tribunal que calculó que ya era suyo ideológicamente, y acertó. La faena la concluyeron los magistrados en la plaza de toros de Sevilla, como no podía ser de otra manera, ya que tradicionalmente Sevilla y Madrid fueron las sedes de la corte.
La ofensiva contra el autogobierno catalán se hizo en nombre de la lucha contra el «separatismo»: si contabilizamos el apoyo que tenía el independentismo hace siete años y el que tiene ahora, hay que concluir que Rajoy lo sobredimensionó interesadamente, inventó un enemigo que no existía. Al contrario, fue el PP quien conscientemente lo creó entonces. Sin restar méritos a los esfuerzos del independentismo para convencer a sus conciudadanos que en España no había solución a sus problemas y que era un problema en sí misma, lo cierto es que el convencimiento actual de la mitad de los catalanes que hay que irse del Reino de España lo antes posible es mérito de Rajoy. Es un caso de profecía autocumplida: invocaron el separatismo con ensañamiento y llegó el independentismo. Es difícil discernir qué parte hay aquí de simpleza, de imbecilidad, de ignorancia, de ideología franquista y de puro cálculo.
Si un día coincide que haya en España intelectuales con valor e independencia de criterio y también medios de comunicación rigurosos y no sectarios, entonces analizarán la utilización de la comunicación y el lenguaje como arma de lucha política en el conflicto entre el estado y el Proceso, este movimiento cívico y político. Estos usos sesgados se podrán señalar en ambos lados pero, al situar responsabilidades, no se puede comparar la máquina total que es el estado español con esta ciudadanía catalana movilizada y las instituciones catalanas nacidas de la autonomía. No se puede comparar la situación en que vive la sociedad catalana, donde se puede elegir entre una mayoría de medios favorables al statu quo reinante y una minoría favorable al referéndum y aún así al soberanismo, con la que vive el resto de la población española, donde prácticamente sólo existen los medios que nos torturan diariamente con «la unidad de España» y «el desafío separatista».
La profecía autocumplida (y 2).
Suso de Toro. Lunes, 9 de julio de 2017. 18h51'.
Que un ex ministro califique directamente tres cuartas partes de los catalanes adultos de terroristas no es una anécdota extemporánea, simplemente revela lo que están haciendo la política española y sus medios de comunicación a la ciudadanía catalana ante el resto de la población española: aplicarle el mismo proceso de estigmatización que se había aplicado antes a ETA y a sus apoyos políticos. Estas tres cuartas partes de personas adultas de Cataluña son reducidas cada día a destructoras de la armonía fraternal española, tutelada por su rey y su presidente legítimos. Son lacayos de una egoísta «burguesía catalana», sectarios del nacionalismo identitario, locos adeptos al separatismo, y su demanda de un referéndum se califica de «desafío independentista», ya que la ideología nacional española es militarista y la disidencia y practicar la libertad es un «desafío». Ya no entro en que desde el nacionalismo español tan impregnado del fascismo español se identifiquen a los nacionalistas catalanes con nazis y terroristas, lo que han hecho y hacen políticos e intelectuales en todos los medios de comunicación madrileños.
Que con este bombardeo ideológico haya sólo un cuarenta por ciento de españoles fuera de Cataluña que deseen que la Guardia Civil o el ejército cierren el Parlamento catalán y detengan sus gobernantes demuestra que hay mejores personas de lo que pensamos.
La paradoja de todo ello, lo más aberrante, es que fueron los catalanes en general y el catalanismo en concreto los que más se implicaron en la política española, buscando un encaje para sus intereses y para su país. A diferencia del nacionalismo vasco, que se concentró en conservar su soberanía fiscal y que nunca se implicó en el modelo de estado y mantuvo las distancias respecto del Estado, el nacionalismo catalán ensayó diferentes maneras de participar en el Estado y en sus políticas, desde la participación en la redacción de la Constitución vigente hasta la «operación Roca». El intento del PSC de Maragall era renovar el encaje, y Rajoy aprovechó la oportunidad para utilizarlo para atacar a Zapatero y su tímido intento de una «España plural».
Después de la fotografía de los tres ex presidentes del gobierno español en un foro del diario ABC denunciando el autoritarismo del Proceso, habrá que reconocer a Rajoy que es un estratega a su manera. Utilizando el artículo de la Constitución redactado en su día por los militares sobre «la unidad de España» como un saco, consiguió meter dentro a todas las fuerzas políticas estatales y atarlo. Sánchez intenta arañar el saco para escaparse, pero Rajoy no va a soltar a sus rehenes.
Su estrategia de enfrentamiento amigo/enemigo obliga a retratarse: por un lado, los que están con el Estado y su interpretación de la Constitución, avalada por un TC que es suyo, y por otro, la población catalana que insiste en ejercer el voto en un referéndum propio. Rajoy no dejó ningún resquicio legal para alguna vía de diálogo y exige que todos escojan bando, con él o con el referéndum. Cada uno justifica después el campo en el que se sitúa.
De todos modos, la victoria de este gran estratega es pírrica ya desde ahora. Entre sus méritos habrá, además de reinar gracias y sobre la corrupción y lograr que la sociedad lo aceptara y le diera impunidad electoralmente, haber saqueado el país para dar el dinero a los bancos, haber perseguido las libertades democráticas por ley y con una policía política, haber eliminado derechos y cobertura social, haber vaciado la caja de las pensiones... haber sido el artífice de un movimiento cívico y político en Cataluña que condujo a esta crisis de estado. Sin embargo, contra su voluntad, ha facilitado a la población catalana el hecho de haberse transformado en una verdadera ciudadanía activa y protagonista de su destino. Nunca había existido antes dentro del estado español una ciudadanía tan informada, politizada, con esta exigencia democrática y capacidad de organización. Obligó a la prudente Cataluña, siempre a medio camino, siempre rebajándose para conseguir algo de su dueño, a convertirse en una nación soberana. Cataluña ya es una nación soberana, dentro de un marco que la limita fuertemente y que pretende ahogarla, pero está decidiendo sus propios actos, su propia política. Y no puede dejar de hacerlo porque sólo le exigen la rendición.
Esto es lo que Rajoy y esta España desencadenaron. Y eso es lo que se perdió, porque cuando la sociedad catalana se sintió obligada a rebelarse se fotografió delante de ella misma como población adulta, pero durante este proceso también contempló desnuda una España mezquina, incapaz de reconocer y aceptar la diferencia y el diálogo. Esto no tiene una marcha atrás fácil.
No, ningún demócrata puede aceptar que el problema de España sea una población demócrata y libre. Catalanes, el problema no son ustedes, el problema de España está en Madrid. Un Madrid que no reconocemos como capital nuestra a los que queremos vivir en un estado democrático y donde funcionen reglas de poder no abusivas.
Esto no es otro 98 para España, que desencadenó una vuelta esencialista sobre ella misma. Este espíritu del 98 reinante ya es el que desnuda y vence limpiamente las personas libres que desafían un estado rancio, centralista, vengativo, nacionalista uniformista y autoritario. Autoritario, sí. Sólo en un estado así pueden gobernar y reinar la España de siempre, la del Borbón y la de Rajoy.
Enlace de la primera parte del artículo original en catalán:
http://www.ara.cat/opinio/profecia-autocomplerta_0_1829217100.html
Enlace de la segunda parte del artículo original en catalán:
http://www.ara.cat/opinio/profecia-autocomplerta_0_1829817012.html
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