El genocidio catalán, un elemento clave.
Francesc Joan Serra Gornals.
¿Es posible comprender el proceso que vive actualmente Cataluña sin hablar de genocidio?
A menudo se ha recurrido al paralelismo metafórico del divorcio conyugal para analizar la relación entre España y Cataluña. Pero en esta comparativa, hay un importante detalle demasiadas veces obviado: no son igualmente atendidas por la justicia una solicitud de divorcio pacífica hacia una que viene acompañada con previas denuncias de violencia de género.
En estos casos, la mediación es coherente siempre y cuando haya posibilidad de que ambos cónyuges, puedan reclamar derechos, pero cuando uno de ellos ha abusado en exceso de la violencia, pierde de hecho todos sus derechos y como mínimo se le otorga una orden de alejamiento inmediata, y en los casos realmente graves también recae condena sobre el agresor.
¿Pero qué pasa si hay un caso donde ha habido violencia y no ha sido debidamente denunciada? Pues procede casi como si ésta no hubiera existido nunca. Y en un escenario así, las mediaciones pueden incluso ser vistas como un acto de justicia, muy generoso y honorable, cuando en realidad es otro abuso soportado y tolerado con silencio, paciencia y con una amarga esperanza de un probable futuro mejor, postergado aún a posibles nuevas exigencias.
Bombardeos masivos en la ciudad de Barcelona (1651, 1705, 1842, 1843, 1909, 1938), más de una treintena de pueblos incendiados y castillos derribados (1706 a 1715), un presidente de la Generalitat fusilado (Lluís Companys, 1940), catalanes exiliados en diferentes lugares del mundo... La lista puede alargarse mucho, pudiendo añadir también hechos muy recientes. Es grave conocer, hoy en día, personas ajenas a esta realidad que piensan que hablar de genocidio catalán es una exageración.
Lluís Botinas, presidente de la asociación Plural-21, y autor de «La gota catalana», lleva unos años recopilando argumentos de peso para denunciar el genocidio catalán sufrido por el Estado español, bajo el exhaustivo análisis de los artículos de la Convención para la Prevención y la Sanción del Delito de Genocidio aprobada por la Asamblea General de la ONU en 1948.
Botinas invita a análisis y reflexiones muy interesantes, como por ejemplo: «¿Cómo éramos los catalanes de antes de 1714?», Difunde la insaculación, un antiguo método que imposibilitaba la corrupción social mediante el que se efectuaba la elección de cargos políticos. Destaca la importancia de entender el espíritu del derecho catalán medieval, cualitativamente muy superior al castellano; y cita, para tal propósito el catedrático en Filosofía del Derecho Dr. Francisco Elías de Tejada (1917-1978): «La civilización universal recibió, entre otras cosas, una aportación catalana digna del máximo relieve: la consecución de la fórmula de libertad política más perfecta de la Edad Media».
Así pues, ¿es justo seguir ignorando, silenciando y normalizando el genocidio y celebrar posibles mediaciones?