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Nuevos apartados:

Los «Cien pasos de una vía de humanidad» de Lluís Maria Xirinacs.
Dolors Marin Tuyà.
Artículos publicados en la revista Penedès Econòmic.

Al servicio de este pueblo.
Lluís Maria Xirinacs.
Artículos publicados en el diario Avui, cuando Lluís Maria Xirinacs era senador independiente en las Cortes Constituyentes españolas, entre los años 1977 y 1979, traducidos al castellano.

Diario de un senador.
Lluís Maria Xirinacs.
Artículos publicados en el rotativo Mundo Diario, cuando Lluís Maria Xirinacs era senador independiente en las Cortes Constituyentes españolas, entre los años 1977 y 1979.

Publicaciones:

Mundo alternativo.
Lluís Maria Xirinacs.

Pequeña historia de la moneda.
Agustí Chalaux de Subirà, Brauli Tamarit Tamarit.

El capitalismo comunitario.
Agustí Chalaux de Subirà.

Un instrumento para construir la paz.
Agustí Chalaux de Subirà.

Leyendas semíticas sobre la banca.
Agustí Chalaux de Subirà.

Ensayo sobre Moneda, Mercado y Sociedad.
Magdalena Grau Figueras,
Agustí Chalaux de Subirà.

El poder del dinero.
Martí Olivella.

Introducción al Sistema General.
Magdalena Grau,
Agustí Chalaux.

Y gracias siempre, Arcadi: de por vida.

Ara.cat. Logotipo.Ara. Martes, 6 de Abril de 2021.

Y gracias siempre, Arcadi: de por vida.

David Fernàndez.

Tiempo estimado de lectura: 5 minutos.

Arcadi Oliveres durante una charla del 15-M en la plaza Cataluña. Jordi Pizarro.
Arcadi Oliveres durante una charla del 15-M en la plaza Cataluña. Jordi Pizarro.


«La no-violencia consiste en decidir ser no-violento en un estado de violencia».

Judith Butler.


David Fernàndez.Llegamos a Arcadi, al inicio de la década de los noventa, en la república de sus clases. Ha llovido mucho desde acá, en el país donde se ve que la lluvia todavía no sabe llover. Entonces, oficialmente, nos dictaban que se había acabado la historia, que la Transición la había hecho el rey, que las stock options telefónicas eran el futuro y que todo eran flores y violas. Flores devastadas y violas rotas, no hace falta ni decirlo. Por la tele caían bombas en Bagdad; Sarajevo ardía; el estrecho de Gibraltar se convertía en fosa común; subía la bolsa e indefectiblemente bajaba la vida, y el gasto militar ya era una locura planificada. Y ya éramos precarios a la deriva. A pesar de todo, nadie podrá negar que sí, que fue por una rendija pedagógica cuando llegamos a Arcadi –y llegamos para quedarnos, e hicimos de la rendija, casa–. Hoy, como síntesis imposible pero espejo irrompible, sólo podemos decir que sin él nada sería igual ni nosotros seríamos ya los mismos. Y sí, está claro, Arcadi como escuela. Cuando una sola clase te puede cambiar la vida y un curso entero, donde nos hacía sentir libres entre iguales, el mundo. Las clases nunca se acabaron y siguieron ininterrumpidamente fuera del aula y en cada calle. Hasta ayer al mediodía.

La última lección ha sido tan vital, quizás más y aún que la primera –aprender a vivir, aprender a morir–. Y, en el intervalo, aprender a saber resistir, a desarmar la crueldad de cada violencia, a desobedecer la infamia de cada injusticia. Mensaje del bueno de Jordi Armadans ayer al atardecer, casi agradeciendo que el zarpazo no hubiera sido repentino –«su muerte, de golpe, habría sido demasiado brutal»– y nos haya regalado este último paréntesis de dos meses, dolor atenuado en luto compartido, de la despedida colectiva y el aprecio devuelto a los cuatro vientos. El último presente es demasiado extraño y cuesta escribir: nos enseñó a vivir y, ahora, a marchar. Con la misma dignidad, complicidad y serenidad de siempre. A pesar de –ay– el mal de decir adiós y el deseo frágil de que el camino fuera algo más largo y el tiempo compartido durara un ratito más. Sólo esto. Antes de esta morriña anticipada, vacío complicado e intemperie casi garantizada, en la difícil reconciliación entre el agradecimiento infinito que arraiga y una orfandad insondable que ya saca la cabeza.

Tres palabras –un hombre bueno–, y Arcadi que marcha en pie de paz, mientras el titular meteorológico de ayer anunciaba que vuelve el invierno y cuando hoy es demasiado temprano para decirlo todo. No cabe en esta hoja, porque la vida de uno no cabe en la vida de uno sino en la vida de muchas y muchos: esto es Arcadi también, y nosotros, que lo amamos tanto. Pero si tuviera que elegir un solo recuerdo a regañadientes en una memoria inabarcable, elegiría a aquel columnista del poder que escribió –bajo la era Valdecasas– que «la culpa de todo» era de Arcadi. Pues sí. Para convencernos de que la pregunta no era si otro mundo era posible, sino como caray era posible este. Un día, no sé cuando ni dónde ni por qué, leí que no hay mejor combinación humanista que la que reúne inteligencia y bondad. Así es y será Arcadi: nuestra mejor arma desmilitarizada de reconstrucción masiva. De todo.

Esta humildad hecha transversalidad, coherencia a prueba de todo y de los pocos consensos de país que nos quedaban, permite escribir que Arcadi es a la vez tierra firme y mar abierto. Un punto de partida, un punto de llegada, desde donde continuar rehaciéndolo todo. Incluso se nos ha hecho consigna, entre el deseo y la realidad: todas y todos somos Arcadi Oliveres (o que más querríamos, hay que añadir enseguida). Pero suenan los teléfonos. Llueven los mensajes. Se agrietan las voces. Y nos damos cuenta de la longitud, magnitud e intensidad de la asamblea arcadista en el país de los Olivos. Porque Arcadi siempre será la revolución por contagio, evocando aquel dicho de las mujeres kurdas. Ellas, que sólo declinan la palabra confusa victoria cuando hay que recontar cuántos adversarios se han convencido y no cuántos se han abatido. Arcadi Oliveres, la esperanza inagotable.

Desierto de la despedida, llueve la tentación, en medio del invierno global, de un decálogo arcadiano de urgencia como salida de emergencia. La pasión según Arcadi, con diez mandamientos –él dirá necesarias desobediencias– de libre adscripción voluntaria. Ahora que vivimos este dilema donde el capitalismo es a la vez inviable e invencible, entre la emergencia climática, el patriarcado criminal, el racismo absurdo y el culo-de-saco civilitzatorio de un capitalismo sindémico, mezcla turbia de la pandemia sanitaria y la epidemia de las desigualdades. Al final, los más utópicos de todos se sientan todavía en palacio, creyendo a ciegas que todo irá rebien si todo resta igual. El Evangelio según Oliveras, pues. No para llegar al paraíso, que con salir del infierno ya hay más que suficiente. No mentirás (porque ya sabes que las palabras hieren o curan; pueden ser la primera bala o la primera caricia); no matarás (porque al final todos tenemos que proteger a los otros de uno mismo y el otro siempre será inviolable); no robarás (que bastante nos roban cada día a manos llenas y con plena impunidad); desobedecerás al miedo (a pesar del miedo) para alimentar la esperanza; cuidarás a la gente (y abrigarás a la calle); frenarás el colapso (que no hay planeta B); harás asamblea (y te asociarás, ecklessia, porque la democracia son unas cuántas tardes libres que acabamos ocupando y ninguna guerra se para sola); globalizarás alternativamente (porque la única forma de salvarse cada cual ya es salvarnos todo a la vez y el capitalismo no es reformable); desmilitarizarás la cabeza para desarmar cada violencia (y harás objeción fiscal a tanto gasto militar), y marcharás por la libertad para construir cada paz.

Contra las utopías fracasadas y las distopías que nos asedian, hay el camino casaldaliguiano que tanto labraba Arcadi: la eutopia insumisa. Los buenos lugares que somos capaces de construir entre todas y todos. El buen lugar que siempre será Arcadi: refugio, cobijo y el nuestro otro mundo posible. Diría que es el único camino transitable disponible –habitable, sostenible, vivible, razonable–, ahora que se estrecha el asedio de la injusticia global en la orden caníbal del mundo. «Tenemos a tocar el agua y no nos sabemos mojar», escribe con lucidez Mireia Calafell. El pasillo todavía es largo –nos diría Ovidi– y por eso Arcadi será linterna y camino. ¿Y ahora qué? En esta noche, sinceramente, no lo sé. Porque no sé equilibrar la certeza de estar en un lugar peor y el reconocimiento a quien nos ha hecho mejores. No puedo combinar presencia y ausencia. Pero ya intuyo, bienaventurado Arcadi, que llegaste para quedarte y que estarás siempre, en cada gesto, en cada asamblea y en cada esperanza. Si podemos deducir que tendremos que ser todavía proceso constituyente, una marcha inacabada por la libertad y pedazos cotidianos de justicia y paz. Si podemos compartir que las semillitas que has ido regando y labrando se han ido haciendo grandes y más grandes; y que irán creciendo hasta que a los hombres y las mujeres no se nos pese con las balanzas. Y si descodifico que nunca marcharás, porque te quedas –y porque te necesitaremos–. En cambio, lo único que sé, a horas de ahora y mientras tanto, es que hace diez años, una madre –y era la mía, que tanto te estima– te escribía, consciente que para hacer daño todos somos demasiado poderosos, y te decía:

«Cada vez que escucho

a Arcadi Oliveres

pierdo un poco de fe

en la maldad del hombre».

Y entonces, claro: gracias siempre, Arcadi. De por vida. Que demasiado muertos nos programan.

David Fernàndez es periodista y activista social.

Enlace del artículo original en catalán:

https://www.ara.cat/opinio/gracies-sempre-arcadi-vida-david-fernandez_129_3939086.html


Enlaces relacionados:

Arcadi Oliveres: «Creer en la dignidad humana y asociarnos entre personas para poder avanzar». El Punt Avui+. Domingo, 31 de diciembre 2017.

La República del 100%. Jordi Griera. Diari de Vilanova. Viernes, 17 de marzo del 2017.

Conferencia de los economistas Miren Etxezarreta y Arcadi Oliveres.

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